Hoy entendí la diferencia entre «estímulos morales» y «estímulos materiales», esa batalla que el Che dio. Lo he visto en películas en blanco y negro repartiendo diplomas a trabajadores destacados y consagrados. Y una flor, que ahora sé es un gladiolo. Esos héroes del trabajo que no pretendían otro honor que el deber cumplido. Y […]
Hoy entendí la diferencia entre «estímulos morales» y «estímulos materiales», esa batalla que el Che dio. Lo he visto en películas en blanco y negro repartiendo diplomas a trabajadores destacados y consagrados. Y una flor, que ahora sé es un gladiolo. Esos héroes del trabajo que no pretendían otro honor que el deber cumplido. Y siempre vi en sus rostros, en el de cualquiera, una sonrisa, una alegría tal que es imposible de describir con palabras. Sólo es posible verla. Una alegría humilde, avergonzada.
Ya son dieciocho años de venir a Cuba. Años en los que no he pretendido otra cosa que ser uno más. Uno que acompaña y está. Y hace parte. A mí manera he hecho y formado parte de este pueblo. Cada vez lo siento y confirmo más. Ya no se extrañan de verme. De una forma misteriosa estoy siempre aquí. Ya la compañera del hospital de niños sabe que puede contar conmigo para cargar una caja (en este caso de libros, por supuesto). Odalys sabe que si no hay transporte para ir a la actividad me voy caminando.
Porque lo importante en la vida es llegar. Y quedarse para llegar a ser parte. Hoy mis hermanos de Santa Clara me entregaron el segundo diploma de mi vida. Tal vez el más importante que he recibido y recibiré. Todos sabían lo que iba a suceder, se pusieron de acuerdo para sorprenderme. Daily me dijo después en el parque: «Viste…se puede guardar un secreto que sepan todos…». Hoy fui un simple librero al que los santaclareños le dieron las gracias con un diploma y un ramo de flores anaranjadas. Y yo, como cualquier humilde trabajador, sólo atiné a decir «Muchas gracias». Y las palabras que jamás podrían explicar lo que por mi alma estaba pasando se convirtieron en lágrimas. Lágrimas que son la felicidad de saber que ya no soy el yuma sino soy uno de todos, uno más, que ha logrado junto a todos construir una mesa en la que podemos compartir el pan, la croqueta, la yuca y la malanga. No me imaginé jamás recibirlo (al igual que no me imaginé nunca recibir el otro diploma que tengo: el de bachiller). Sé que ahora soy de aquí. Y ese «estímulo moral» no podía recibirlo en otro lugar que no fuera Santa Clara. Y ya.
Febrero 25 de 2012, Santa Clara
*Escritor, editor y librero colombiano.
Fuente: http://lapupilainsomne.wordpress.com/2012/03/05/una-alegria-humilde/