Recomiendo:
0

Una Barcelona sana debe elegir una Barcelona con igualdad

Fuentes: Rebelión

En la Barcelona del siglo XXI viven muchos más invisibles. Amparo está parada y vive en Ciutat Meridiana, un barrio con un altísimo desempleo y escasos equipamientos conocido como «Villa desahucio». La pobreza golpea. Primero no puede pagar el piso, después le cortan la luz, luego apenas si come con la ayuda de las vecinas […]


En la Barcelona del siglo XXI viven muchos más invisibles. Amparo está parada y vive en Ciutat Meridiana, un barrio con un altísimo desempleo y escasos equipamientos conocido como «Villa desahucio». La pobreza golpea. Primero no puede pagar el piso, después le cortan la luz, luego apenas si come con la ayuda de las vecinas y el banco de alimentos. Dónde y cómo vivimos es crucial, nuestro barrio condiciona nuestra salud. El distrito de Nou Barris tiene cuatro veces más personas con pocos estudios y tres veces menos renta que Sarrià-Sant Gervasi. Ciutat Meridiana, con una renta siete veces inferior a Pedralbes, el 43% de parados de larga duración y uno de cada cinco pisos bajo riesgo de embargo, es un barrio en situación límite. Malnutrición infantil, embarazos adolescentes, problemas de salud mental, consumo de alcohol y drogas, solicitudes de ayudas para pagar medicamentos, problemas de salud bucodental… Ahmed es inmigrante y vive en Can Peguera. Sin trabajo regular, no recibe ayudas sociales y sobrevive vendiendo chatarra. Sufrimiento cotidiano. Sin aviso, junto a otras familias de inmigrantes, se encuentra en la calle tras ser echado, literalmente, de su casa. La vida pende de la solidaridad vecinal y el tenaz esfuerzo de organizaciones sociales. La desigualdad en el vivir se refleja en el morir. La esperanza de vida de Nou Barris es tres años inferior a Sarrià-Sant Gervasi, y en Can Peguera o Torre Baró se vive hasta nueve años menos que apenas a unos pocos kilómetros de distancia, en el barrio de Tres Torres. Isabel trabaja en la Universidad y vive en Poble Sec. Como profesora asociada imparte varias asignaturas, tiene muchas horas de tutoría, lectura y preparación. Los estudiantes la quieren y aprecian. A pesar de su esfuerzo docente, publicar artículos y actividades de divulgación no alcanza los 500 euros y necesita dos trabajos más para subsistir. Educación mercantilizada, precariedad feminizada, incierto futuro. La desigualdad no sólo se refleja en el territorio sino también en el género y la clase. Un dato: sólo un 28% de las barcelonesas de clase popular tienen un estado de salud muy elevado por más de la mitad en las mujeres de mejor posición socioeconómica. José es jubilado y vive en el Clot. Está enfermo y con un dolor insoportable apenas si puede andar. Tras meses de aguantar se pregunta cuando acabará su pesadilla. Sabe que si tuviera varios miles de euros podría ser operado de su cadera derecha en el mismo hospital y por el mismo médico en forma privada. Sanidad mercantilizada, sanidad desigual. Pero la salud de la gente y sus barrios no es sólo un tema sanitario sino político. Las causas fundamentales de la salud ciudadana son bien conocidas por científicos y divulgadores informados: se llaman «determinantes sociales de la salud», las circunstancias y factores sociales bajo las que nacemos, crecemos, vivimos, trabajamos, envejecemos y morimos. Nuestra salud depende de tener un trabajo adecuado, agua y aire limpio, alimentos sanos, una vivienda digna y adecuadas condiciones, y educación, sanidad y servicios sociales, accesibles y de calidad. El código genético no es decisivo, el código postal sí lo es. Las enfermedades exclusivamente genéticas representan una pequeña proporción de los problemas de salud de la ciudadanía y una desventaja genética puede ser o no compensada mediante cambios sociales. Los llamados «estilos de vida» tampoco son fundamentales, los contextos familiares, comunitarios y geográficos donde se vive sí lo son. ¿Puede uno elegir libremente tener una alimentación sana, vivir sin estrés, hacer ejercicio con regularidad o ir al médico cuando es necesario, si las hijas apenas tienen que comer, si se está a punto de ser desahuciado de la propia casa, si se ha perdido el derecho a la sanidad pública o si la calidad de los servicios se degrada y mercantiliza? No elige quien quiere sino quien puede, y hoy muchas personas no tienen los recursos, las oportunidades, el tiempo y el poder de elegir conductas saludables.

Barcelona es una ciudad con una formidable actividad social, cultural y científica, y un notable desarrollo y potencial económico. Gente orgullosa de la ciudad a la que se quiere. Muchos proyectos, iniciativas y cambios socio-culturales de las tres últimas décadas han sido positivos, y las capacidades y posibilidades de mejora son sin duda enormes. Pero, Barcelona es una ciudad inequitativa e injusta como lo refleja la desigual salud de su gente. Esa desigualdad es nuestra peor epidemia y el principal indicador de injusticia social. A pesar de avances indudables, cualquier persona informada y sensible, con ojos limpios, debe reconocer y entender nuestra peor «enfermedad» ciudadana. La desigualdad en enfermar y morir obedece a decisiones clasistas de sectores privilegiados cuyas políticas aún les benefician más. Unos ganan, otros pierden. Más allá de la imperiosa necesidad de cambiar un capitalismo esencialmente antidemocrático, injusto, e insostenible, una Barcelona más sana sólo será posible con menos poder financiero y corporativo y con más poder democrático y popular. Solo así será posible desmercantilizar bienes comunes como la tierra, el agua, la vivienda, la energía, la educación, la sanidad o el trabajo. Hace falta un plan urgente con políticas sociales de rescate ciudadano que ayuden a que toda la población tenga los derechos necesarios para alimentarse, tener una vivienda digna, educación y sanidad, guarderías y servicios domiciliarios para las familias y los más vulnerables. Políticas laborales que creen y estimulen trabajos justos no precarizados, con una economía social más justa, solidaria y con soberanía energética. Políticas culturales que ayuden al florecimiento personal y humano de la población. Si son impulsadas por una ciudadanía consciente y participativa, esas políticas pueden conseguir logros enormes. Sólo así tendremos una ciudad sana, una mejor ciudad. El diagnóstico y el tratamiento necesarios para lograrlo están en nuestras manos pero el poder político hay que ganarlo. En los barrios, la comunidad, las personas, debemos hacer política y a la vez elegir a representantes políticos que permitan que toda la población y no sólo unos privilegiados aumenten su calidad de vida y bienestar, que permitan a la ciudadanía vivir dignamente una vida autónoma, fraternal y saludable.

Joan Benach y Gemma Tarafa son investigadores de GREDS-EMCONET (UPF) www.upf.edu/greds-emconet/ y coautores de «La sanidad está en venta», «Cómo comercian con tu salud» y «Sin trabajo, sin derechos, sin miedo» (Icaria).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.