Si bien la Revolución Bolchevique y los avances de los pueblos del antiguo imperio zarista en la construcción del socialismo, sus batallas y sus victorias; así como la ejecutoria de las fuerzas políticas progresistas de Europa Oriental que, en la coyuntura histórica del fin de la ocupación nazi, asumieron el modelo soviético como opción, forman […]
Si bien la Revolución Bolchevique y los avances de los pueblos del antiguo imperio zarista en la construcción del socialismo, sus batallas y sus victorias; así como la ejecutoria de las fuerzas políticas progresistas de Europa Oriental que, en la coyuntura histórica del fin de la ocupación nazi, asumieron el modelo soviético como opción, forman parte de la historia universal, su experiencia en la construcción del socialismo, su sistema de organizaciones, la forma de ejercer la orientación de la sociedad y sus métodos de participación y dirección política, al ser contaminados y deformados por errores y desviaciones, resultan poco aprovechables. No hay manera de evitar que los defectos de los originales se trasladen a las copias.
Por haber sido un evento tradicional en tiempos extraordinarios, probablemente el V Congreso del Partido Comunista de Cuba celebrado en 1997 sea irrepetible. El hecho de que en 12 años no se haya efectuado ningún otro pudiera indicar la voluntad de la dirección cubana de no reciclar procedimientos vencidos ni incurrir en formalidades anacrónicas. Aunque Fidel y Raúl Castro lamentan la debacle del socialismo real y la desaparición de la Unión Soviética y han expuestos sus puntos de vista acerca de que aquel desenlace pudo ser evitado, no pueden dejar de obrar en consecuencia con lo ocurrido.
En realidad, la experiencia revolucionaria soviética, incluidas las prácticas en la construcción del socialismo, en un entorno tan peculiar como la Rusia zarista y en una coyuntura histórica enrarecida por la Primera Guerra Mundial, fue un fenómeno concreto que podía ser motivo de inspiración y de elogio, pero no un suceso con valor universal ni un modelo. Lenin que había vivido en varios países europeos y Trotski que conocía a Estados Unidos y que esperaban el desencadenamiento de otras revoluciones, jamás asumieron que aquellas calcarían su ensayo.
El proceso por el cual el movimiento comunista acató como modelo la experiencia soviética, está ligado al origen de los partidos comunistas, proceso auspiciado desde Moscú, conducido por la Internacional Comunista que, entre otras orientaciones erradas, en 1920 impuso las conocidas 21 condiciones.
El hecho de que en Cuba, a la caída del dictador Gerardo Machado en 1933 el partido, en cumplimiento de aquellas directivas se propusiera la creación de un gobierno de obreros y campesinos y orientara el establecimiento de «soviets», evidencia hasta donde podían conducir las imposiciones y las imitaciones. Afortunadamente, en el partido marxista cubano siempre hubo voces que rechazaron aquellas copias y aquellas tácticas, entre ellas la de Rubén Martínez Villena.
Cuba, la última colonia de España, fue la primera Nación ocupada por los Estados Unidos y el escenario donde debutaron el imperialismo y el neocolonialismo; un pueblo que derrocó a dos dictadores en la misma generación, el primero en occidente en realizar una revolución socialista, aliarse con la Unión Soviética sin ser satélite de ella y sobrevivirla y el único que ha resistido cincuenta años de hostilidad norteamericana.
Ningún país acumuló tantas experiencias políticas en tan poco tiempo. Si en lugar de haber vivido 42 años, Martí hubiera llegado a ochenta, Fidel Castro pudo haberlo conocido.
Stalin murió en 1953, el mismo año en que Fidel Castro asaltó el Moncada, cuando en 1959 triunfó la Revolución Cubana habían pasado tres años de las sublevaciones de Hungría y Polonia y del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Un año después, en 1960 se produjo la ruptura chino-soviética. Ya en esa época, más de cuarenta años antes de Gorbachov, el socialismo en Europa Oriental y en la Unión Soviética, pasaba por sucesivas crisis. Más que pretender traspasarle sus experiencias a Cuba, debieron ellos nutrirse de los aires renovadores de la Revolución Cubana.
En el V Congreso del Partido Comunista de Cuba, el líder de la Revolución hizo la diferencia. Su informe, apartándose otra vez de los caminos trillados, fue una exhaustiva y sobrecogedora exposición de la situación económica del país en tiempo real. En aquellas dramáticas circunstancias cuando, de la noche a la mañana, Cuba perdió sus alianzas políticas, sus fuentes de abastos y sus mercados, todas las oportunidades de créditos y de ayudas, sin nadie a quien acudir y atenazada por un doble bloqueo, la Revolución optó por la resistencia, sin saber por cuánto tiempo la emergencia sería su programa y el estilo de vida del país, apostando por el pueblo: «…Para enfrentar esa situación — proclamó Fidel — teníamos al pueblo, teníamos al Partido…»
No obstante, en algo contribuyó la certeza de que Cuba debía valerse por sus propios medios a la que la dirección del país había llegado desde 1962 durante la Crisis de los Misiles y, como recordó el Comandante, mucho ayudó el hecho de que: «La Revolución, desde mucho antes de que se desplomara el campo socialista y desapareciera la URSS, buscaba fórmulas, trataba de prever…»
Actuando con dinamismo y determinación la dirección cubana maniobró y con sentido práctico trabajó para salvar lo que pudiera ser salvado, en primer lugar el poder y las conquistas socialistas y, aunque con las debidas salvaguardas, sin aventurerismo y sin ceder principios, abrió las puertas al capital extranjero, impulsó el turismo, con participación foránea, se despenalizaron las divisas y se aceptaron remesas; en aquel contexto se autorizó el trabajo por cuanta propia, resurgieron los mercados libres agropecuarios y decenas de otras medidas que si bien permitieron sobrevivir al proceso, lo contaminaron con la introducción de desigualdades sociales y elementos de corrupción.
Con éxitos discretos, el Partido trató de adoptar nuevos métodos y estilos de trabajo, estrechar sus vínculos con las bases y las instancias provinciales y municipales y el Estado intentó flexibilizar sus estructuras, reducir la burocracia, aumentar la independencia de las empresas y perfeccionar los mecanismo de auditoria y control. La lucha por la eficiencia y el ahorro se convirtieron en prioridades.
Unas fórmulas funcionaron mejor que otras, algunas como la existencia de una doble moneda y el uso de las divisas como estímulo han resultado problemáticas y otras fallidas. No fue posible impedir que el valor del dinero se degradara, el salario perdiera vigencia y se introdujeran elementos de corrupción. En mi opinión, tratándose de la supervivencia de la Revolución, el precio no fue excesivo.
Con aciertos y carencias, cada uno de los congresos del Partido Comunista de Cuba ha respondido a la coyuntura, reflejando el estado de cosas social, los problemas y las metas derivadas de una lectura concreta de la realidad cubana y del entorno internacional en un momento determinado; cosa que también se espera de los próximos eventos.
El evento anunciado por el presidente Raúl Castro, aunque con una agenda menos ambiciosa que la de un congreso, probablemente sea un adelanto de cambios que el Partido pudiera introducir, para con menos formalismo y con más frecuencia, consultar a sus bases por medio de activos, conferencias y otras fórmulas organizativas eficaces.
Con certeza la Revolución no renegará de sus propias experiencias y, aunque siempre pueden haber elementos autocríticos, tal vez asome o prevalezca la idea de que la sociedad cubana, sus instituciones, su Estado y su Partido y la propia Revolución han arribado a una nueva etapa en la cual se requieren nuevas fórmulas, metas, espacios e instituciones.
Fuente:http://progreso-semanal.com/4/index.php?option=com_content&view=article&id=1476:-iuna-experiencia-agotada&catid=2:ultima-edicion&Itemid=7
* Jorge Gómez Barata es periodista cubano