Los acampados en la Complutense son el símbolo de la nueva generación de jóvenes comprometidos, críticos y preparados para dar la batalla en la opinión pública y mediática.
Hace ya casi un mes que acampan en los jardines de la Ciudad Universitaria decenas de jóvenes de todas las universidades madrileñas. Provienen de distintas ramas de conocimiento, de la Ciencia Política, la Comunicación, la Física, la Filosofía. Los une un mismo objetivo y un mismo sentir, de repulsa por un genocidio que tiene lugar a miles de kilómetros de distancia. Es la generación que ha pasado su adolescencia entre el covid, la alarma climática, y un panorama político marcado por los discursos de odio, la antipolítica, y las guerras. Son el núcleo vital de las familias madrileñas, y tienen la capacidad de actuar como enlaces, en esas familias, hacia nuevas sensibilidades y nuevas actitudes que marcan el progreso humano.
Lo que define a esta generación de jóvenes es precisamente la empatía. Sienten en su propia piel el drama del pueblo palestino, y han decidido luchar para impedirlo. Este hecho tan sencillo no es apreciado más que por medios de comunicación y es notado por las redes. Pero nuestras instituciones omiten y desprecian este impulso. No hay ni ha habido ni una declaración de apoyo y de resalte por parte de institución alguna hacia el loable fin de la acampada universitaria por Palestina, en Madrid. Y es necesario que las y los profesores lo señalemos: el altruismo, el compromiso de la acampada universitaria, en Madrid y en cientos de ciudades de todo el mundo, son muy importantes. Significa que ha llegado una gente distinta.
En apoyo de la acampada universitaria por Palestina en la Complutense, de todas las universidades de Madrid, se han manifestado intelectuales, artistas, académicos. La sociedad civil ve con simpatía este naciente movimiento. Y se trata de un movimiento nuevo, como puede ver cualquiera que se acerca a la asamblea de la acampada. Su lenguaje es siempre inclusivo, utilizando el femenino genérico, cuidando el uso de los pronombres, de las sensibilidades, de las situaciones humanas concretas. Tienen un manejo sabio del mecanismo de las asambleas en las que lo emocional es un instrumento para medir la intensidad de las oposiciones y los grupos de afinidad matizan y filtran las agresividades para que no se generen los discursos de odio y polarizaciones que tienen martirizada a la opinión pública en general. Su capacidad de utilizar la “química” humana para que sirva a la racionalidad es otro de los nuevos modos de relación política que manejan estos jóvenes. Ya hay universidades en España que han sentido, sabido y reaccionado a este fenómeno social: Granada, Barcelona, Sevilla, Málaga, País Vasco, han notado y reaccionado con inteligencia institucional a esta apelación crucial.
Esta gente distinta tiene además muy claro que cada acción humana importa. Las conexiones subyacentes de las universidades madrileñas, en proyectos financiados o con empresas colaboradoras, contienen acuerdos que favorecen la guerra por la vía de financiar la construcción y desarrollo de armas, sistemas de inteligencia, drones, que terminan siendo usados en Gaza. Hay subrepticias conexiones con entidades que fomentan, financian o envían mecanismos de matanza a Palestina. Indirecta o directamente, los proyectos, las interacciones, alimentan la maquinaria bélica y estos jóvenes saben que, para cortar con un genocidio como el palestino, es necesario estrangular el negocio de la guerra, que hoy mueve literalmente la economía mundial.
En las asambleas de los acampados se discute a fondo sobre las interacciones y consecuencias de esas relaciones nocivas: Ese pensamiento sistémico, capaz de entender que cada acción tiene consecuencias en el equilibrio geopolítico, pero sobre todo en las consecuencias humanas, sociales, en el terreno, igual que la tiene cada acción sobre las especies, en el ecosistema en el planeta, es algo muy presente en la conciencia de esta nueva generación. El cuidado del grupo, el cuidado de todas las especies, el cuidado de un pueblo masacrado a miles de kilómetros de distancia, el cuidado del terreno de la Asamblea, su organización y sus acciones, es algo diferente. Y se demuestra esta semana en la que los acampados, estudiantes, han decidido no vulnerar con sus acciones el desarrollo de las pruebas EvAU en la Complutense, para que los más jóvenes estudiantes que estos días sufren la tremenda presión al éxito del sistema de exámenes no sufran tensiones por las movilizaciones de la acampada. Esa acampada donde jóvenes que duermen, estudian y viven al raso desde hace un mes, intentan mover a siete universidades públicas en Madrid a tomar una postura de firme condena de un genocidio con acciones concretas para desecar su tóxica raigambre en nuestra sociedad.
Es escandaloso que, lejos de apreciar, de honrar este espíritu, las instituciones universitarias regañen a los estudiantes o estén molestas con los profesores que las apoyan. Lo que está en juego es nuestra ética institucional: ¿condenamos la masacre innegable que estamos viendo ante nuestros ojos? Si es así, ¿podemos hacer algo? ¿Lo hacemos ya, sin demora? Esto es lo que los estudiantes reclaman. Pero a los rectores no les llega ese clamor, parece, y están más preocupados por las consecuencias económicas o legales o políticas de una acción crucial como esta. Es necesario golpear la conciencia de nuestros representantes legales, de nuestros rectorados: pues ellos se están jugando su papel moral, que es el que fundamenta el sentido de cuanto hacen. Están al frente de instituciones educativas: no pueden criminalizar el impulso educativo profundo de un movimiento como éste.
En la cadena que comunica a los seres humanos entre sí, que también funciona para transmitir sentido y valor, estos jóvenes han introducido su presencia. Es una presencia diferente, nueva, única. Debemos acogerla, homenajearla, agradecerles que nos recuerden que estamos vivos, que la muerte y la masacre nos repugnan. Debemos insistir, con la misma fuerza y energía, con la misma velocidad de acción de ellos, en condenar, estrangular, acabar con el cáncer de la guerra en la sociedad humana. Si las universidades de Madrid no lo hacen hoy, ante la petición blanca de sus estudiantes, habrán perdido la batalla de su honorabilidad, sin darse cuenta de ello. Y esa es la única batalla en la que están jugándose el futuro.
Eva Aladro Vico es profesora en la Universidad Complutense de Madrid. Forma parte de la Red Universitaria de la CAM por Palestina.