Hace unos días acudí a una reunión convocada por un grupo de pe Hace unos días acudí a una reunión convocada por un grupo de personas que, según decía el papel que me dieron al llegar, «es una iniciativa popular que apuesta por la superación del conflicto político y armado que sufre Euskal Herria». Un […]
Hace unos días acudí a una reunión convocada por un grupo de personas que, según decía el papel que me dieron al llegar, «es una iniciativa popular que apuesta por la superación del conflicto político y armado que sufre Euskal Herria». Un grupo de personas independientes que se propone «promover la participación de la ciudadanía», estimular su capacidad creadora y ganar con ello un espacio propio en el que debatir nuestros problemas. Una propuesta muy atractiva para mí que tanto me interesan los movimientos populares. Se refería también a los deseos de paz, «pero una paz verdadera, basada en todos los derechos que nos asisten, como personas y como pueblo».
La iniciativa se llama Milakabilaka y es un intento nuevo y muy sugerente de participación popular directa. «Se trata de intervenir, a título personal, con todo tipo de iniciativas sobre la base del respeto».
Lo del respeto he de confesar que me inquietó un poco. Me ocurre con esta palabra lo mismo que con la palabra tolerancia y otras muchas de uso frecuente en la manipulación política: a fuerza de servirse de ellas para esto y para lo contrario, resultan palabras ambiguas y sospechosas; o se han vaciado de contenido, o están cargadas de moralina y significado perverso. Pero este sería tema de otro artículo. El caso es que el proyecto, en su conjunto, me interesó mucho. Tuve la impresión de que al fin algo se activaba en esa especie de marasmo al que nos quieren relegar para que permanezcamos pasivos y de que a partir de él se podían ir creando las bases para una futura democracia: empezar a ejercitarnos en la práctica de intervenir en las discusiones, de aprender a polemizar, de armarnos de conocimientos para defender nuestros puntos de vista públicamente, toda una gimnasia preparatoria para esa democracia participativa a la que tantos aspiramos. De regreso a casa pensé mucho en ello y en el proceso de democratización en el que nos hemos implicado y que tantos obstáculos encuentra.
Democracia, como dice el gran experto en la materia, Ricardo Alarcón, no hay más que una y por ello mismo no debería de precisar adjetivos que la acompañaran pero, dada la confusión reinante en el mundo en el que nos movemos, a veces es preciso servirnos de ellos para clarificar los conceptos. Y si bien para algunos está claro que la democracia, o es participativa, o no es democracia, conviene tener presente también la otra versión, la llamada democracia formal, que es en la que nos movemos y cuya estructura es tan engañosa: Esa democracia de atractivo y falso escaparate, en cuyas entrañas se fraguan los más espantosos crímenes y que es fuente generadora de todo tipo de violencias. Ahí está la gran democracia de los EE.UU. aniquilando a los pueblos que pregona va a «democratizar», creando siempre destrucción y muerte. Ahí está el vivo ejemplo de Iraq.
Y yo imaginaba las grandes posibilidades que podían abrirse a través de la iniciativa Milakabilaka si realmente se convertía en espacio ganado para la comunicación y el debate: en un lugar activo de intervención y creación populares, en un espacio de búsqueda de caminos y propuestas nuevas, encaminadas todas ellas a la consecución de nuestras libertades y la garantía de nuestros derechos. Y, sobre todo, en ese ejercicio democrático en el que, a la vez que se va construyendo, se va aprendiendo la importancia de pensar en situación para poder decidir con conocimiento de causa, para poder un día gobernarse y gobernar el país de uno.
Pensé mucho en la asamblea como base y eje de la democracia. En la necesidad de que quienes participen en esa asamblea hayan conseguido un mínimo de derechos elementales para que se pueda celebrar en condiciones favorables.
En Cuba, único país del mundo en donde la democracia está siendo experimentada desde hace años, el proceso no pudo ponerse en marcha hasta varios años después de haber superado la alfabetización, mejorado la salud pública y otra serie de deficiencias elementales. Sólo cuando se alcanzaron estos niveles mínimos se inició el proceso democrático que está en marcha.
En esta área «desarrollada» del mundo en el que vivimos, no existen las dificultades del llamado tercer mundo, pero sí existen impedimentos mucho más peligrosos que bloquean nuestra sensibilidad y nos impiden pensar con criterio propio. El control del pensamiento y la gran anestesia generalizada nos mantienen no sólo al margen de la democracia sino en la grande y engañosa confusión de que somos libres y gozamos de ella. No es gratuita esa expresión tan repetida por los que viven embaucados y enajenados cuando alardean de «nosotros, los demócratas». Expresión que, por vacía, resulta cómica y grotesca.
En un país como el nuestro, considerado «desarrollado» surgen a veces mayores dificultades ya que el llamado «desarrollo» es el que impide a veces ver claro y contribuye en mucho a la confusión, cuando no a la ignorancia. A veces es mejor, para aprender, partir de cero y empezar que tener que desaprender lo mal aprendido. Quienes se creen demócratas, sin serlo, tardarán mucho más tiempo en serlo de verdad.
Pensaba en todo eso, mientras caminaba hacia mi casa. Pensaba también en la asamblea como foco y eje de la democracia. La asamblea, cuando se produce en condiciones, cuando todos están dispuestos a participar con entera libertad supone un esfuerzo que obliga a trabajar al cerebro y eleva su capacidad de pensar. Se trata en ella de pensar en colectivo, de pensar sobre lo que otros piensan, de recoger lo pensado y repensarlo. Todo ello conlleva un enriquecedor aprendizaje. El resultado de una buena asamblea nunca es la suma de los pensamientos allí expresados sino la síntesis de lo que allí se expuso y ello supone ya un salto cualitativo en el proceso de humanización. Otro estímulo para seguir participando, otro avance en ese camino imprescindible si queremos decidir sobre lo nuestro. De ahí la importancia de que la democracia lo sea de verdad, sea participativa. Es un paso más del proceso en continuo movimiento. de socialización.
Partiendo de la gran importancia de la asamblea, de la mucha gimnasia que requiere, de la práctica continua de ejercitarse en ella, de la puesta al día de nuestra sensibilidad y de nuestro cerebro, tan poco ejercitado en estos menesteres, una propuesta como la de Milakabilaka me parece importantísima y una gran camino esperanzador que se nos abre.
Insisto, de regreso a casa fui todo el tiempo pensando y eso sólo es ya un dato de lo mucho que puede estimular esta iniciativa. Iniciativa que tiene prevista como acción inmediata una manifestación en Bilbo a la que, por supuesto, acudiré.
Eva Forest
Febrero 2007