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Una mirada a los espejos de Galeano

Fuentes: Rebelión

«Eduardo Galeano es un grande de la literatura y modelo ético. Hay pocos galeanos y demasiados Ratzinger represores. Pocos galeanos y demasiados Vargas Llosa soberbios. Pocos galeanos y demasiados militares asesinos» Galicia Hoxe En esta oportunidad, Galeano nos invita a recorrer una historia dentro de la historia mediante una serie de relatos, cuentos y narraciones […]

«Eduardo Galeano es un grande de la literatura y modelo ético. Hay pocos galeanos y demasiados Ratzinger represores. Pocos galeanos y demasiados Vargas Llosa soberbios. Pocos galeanos y demasiados militares asesinos» Galicia Hoxe

En esta oportunidad, Galeano nos invita a recorrer una historia dentro de la historia mediante una serie de relatos, cuentos y narraciones compiladas sobre la base de miles de espejos que reflejan la imagen de la propia cultura y la propia identidad. Los espejos (2008) nos acerca a una historia casi universal, expresada desde la voz de los que nunca son escuchados, y desde la imagen de los que siempre son relegados en la foto.

Los relatos son presentados de corrido, y abarcan desde épocas creacionales hasta las más «modernas» y actuales. Me he permitido escoger seis y elaborarles una breve introducción, haciendo referencia a su contenido crítico y reflexivo.

La sociedad en la actualidad se hace más «tolerante y racional», sin embargo dicha actitud no es suficiente para considerar la igualdad de todas las culturas, así como el trato igualitario merecido a todos los seres humanos, los cuales, son considerados por cuanto producen y no por sus calidades, son colocados por debajo de los objetos mismos de su producción; tal es así que mientras se establecen libres tránsitos para las mercancías, se crean muros para el andar humano.

Lo más resaltante, es que sean los países del «primer mundo», aquellos que nos deben tanto por los saqueos y expoliaciones sin límite ni descanso, aquellos que hoy nos miran con desprecio y expulsan. Nosotros sin embargo, les reconocemos que también les debemos mucho, les debemos todas las leyes y normas bajo las cuales descansan los pilares sociales «democráticos» modernos, aquellos que afirmaron y establecieron la ciudadanía como característica consecuente de la propiedad privada, grado de distinción frente a los salvajes que no sabían vivir en comunidad. En esta vida en sociedad no todos tendrían el mismo trato ni jerarquía. Mientras tanto los pobres y los trabajadores explotados, aquellas mayorías en el mundo, han sido y son mirados con asco cuando reclaman por mayores oportunidades y mejores condiciones; son los nuevos salvajes, los nuevos merecedores de mayor coacción sólo porque quieren cambios y no se acomodan a lo «real». Nadie es malo por naturaleza, ni nadie protesta por simple violentismo, la violencia positiva dignifica e impide la simple criminalización y maquinización.

Caminos de alta fiesta

¿Adán y Eva eran negros? En África empezó el viaje humano en el mundo. Desde allí emprendieron nuestros abuelos la conquista del planeta. Los diversos caminos fundaron los diversos destinos, y el sol se ocupó del repartimiento de los colores. Ahora las mujeres y los hombres, arcoiris de la tierra, tenemos más colores que el arcoiris del cielo; pero somos todos africanos emigrados. Hasta los blancos blanquísimos vienen del África. Quizá nos negamos a recordar nuestro origen común porque el racismo produce amnesia, o porque nos resulta imposible creer que en aquellos tiempos remotos el mundo entero era nuestro reino, inmenso mapa sin fronteras, y nuestras piernas eran el único pasaporte exigido.

Breve historia de la civilización

Y nos cansamos de andar vagando por los bosques y las orillas de los ríos. Y nos fuimos quedando. Inventando las aldeas y la vida en comunidad, convertimos el hueso en aguja y la púa en arpón, las herramientas nos prolongaron la mano y el mango multiplicó la fuerza del hacha, de la azada y del cuchillo. Cultivamos el arroz, la cebada, el trigo y el maíz, y encerramos en corrales las ovejas y las cabras, y aprendimos a guardar granos en los almacenes, para no morir de hambre en los malos tiempos. Y en los campos labrados fuimos devotos de las diosas de la fecundidad, mujeres de vastas caderas y tetas generosas, pero con el paso del tiempo fueron desplazadas por los dioses machos de la guerra. Y cantamos himnos de alabanza a la gloria de los reyes, los jefes guerreros y los altos sacerdotes. Y descubrimos las palabras tuyo y mío y la tierra tuvo dueño y la mujer fue propiedad del hombre y el padre propietario de los hijos. Muy atrás habían quedado los tiempos en que andábamos a la deriva, sin casa ni destino. Los resultados de la civilización eran sorprendentes: nuestra vida era más segura pero menos libre, y trabajábamos más horas.

El precursor del capitalismo

Inglaterra, Holanda, Francia y otros países le deben una estatua. Buena parte del poder de los poderosos proviene del oro y la plata que él robó, de las ciudades que incendió, de los galeones que desvalijó, y de los esclavos que cazó. Algún fino escultor debería modelar la efigie de este funcionario armado del capitalismo naciente: el cuchillo entre los dientes, el parche en el ojo, la pata de palo, la mano de garfio, el papagayo al hombro.

El filósofo de la libertad

Han pasado siglos y sigue creciendo la influencia del filósofo inglés John Locke en el pensamiento universal. No es para menos. Gracias a Locke sabemos que Dios otorgó el mundo a sus legítimos propietarios, los hombres industriosos y racionales, y fue Locke quien dio fundamento filosófico a la libertad humana en todas sus variantes: la libertad de empresa, la libertad de comercio, la libertad de competencia, la libertad de contratación. Y la libertad de inversión. Mientras escribía su «ensayo sobre el entendimiento humano», el filósofo contribuyó al entendimiento humano invirtiendo sus ahorros en la compra de un paquete de acciones de la Royal Africa Company. Esta empresa, que pertenecía a la corona británica y a los hombres industriosos y racionales, se ocupaba de atrapar esclavos en África para venderlos en América. Según la Royal Africa Company, sus esfuerzos aseguraban un constante y suficiente suministro de negros a precios moderados.

Prohibido ser pobre

El criminal nace, no se hace, decía el médico italiano Cesare Lombroso, que se vanagloriaba de reconocer al delincuente, por sus rasgos físicos, a simple vista. Para confirmar Para confirmar que el homo criminalis nacía predestinado al Mal, el médico brasileño Sabastiao Leao midió y estudió a los presos de la cárcel de Porto Alegre. Pero sus investigaciones revelaron que la fuente de la delincuencia era la pobreza, no la biología;

Que los presos negros, miembros de una raza que se consideraba inferior, eran tanto o más inteligentes que los otros; que los presos mulatos, miembros de una raza que se consideraba débil y degradada, habían llegado tan campantes a la vejez; que bastaba leer los versos escritos en las paredes para comprobar que no todos los delincuentes eran brutos; que los estigmas físicos que Lombroso atribuía a los amigos del cuchillo, mentón prominente, orejas aladas, colmillos salientes, eran menos frecuentes en la cárcel que en la calle; que la falta de barba no podía ser una característica de los enemigos del orden público, como Lombroso afirmaba, porque entre los muchos presos de Porto Alegre no había más de diez lampiños; y que el clima ardiente no favorecía el delito, porque los índices de criminalidad no aumentaban en verano.

Prohibido ser obrero

Carlitos levanta un trapo rojo caído en la calle. Se pregunta qué será eso, y de quién será, cuando súbitamente se encuentra encabezando sin saber cómo, sin saber por qué, una manifestación obrero que choca con la policía. «Tiempos modernos» es la última película de este personaje. Y Chaplin, el papá, no sólo está diciendo adiós a su querible criatura. También se despide, para siempre, del cine mudo. La película no merece ni una sola nominación al Oscar. A Hollywood no le gusta nada la desagradable actualidad del tema. Ésta es la epopeya de un hombrecito atrapado por los engranajes de la era industrial, en los años siguientes a la crisis del 29. Una tragedia que hace reír, implacable y entrañable retrato de los tiempos que corren: las máquinas comen gente y roban empleos, la mano humana no se distingue de las demás herramientas, y los obreros, que imitan a las máquinas, no se enferman: se oxidan. A principios del siglo diecinueve, ya había comprobado lord Byron: Ahora es más fácil fabricar personas que fabricar máquinas.