Sr. Presidente de los EEUU, Barack Obama: Ud ha dedicado su última noche en el Despacho Oval a una reflexión – declaración que titula «La verdad sobre la política de Estados Unidos hacia Cuba». (Discurso con coda). Es, como se dice, su verdad, su visión, su concepción. Un notable intelectual cubano al que leo y […]
Sr. Presidente de los EEUU, Barack Obama:
Ud ha dedicado su última noche en el Despacho Oval a una reflexión – declaración que titula «La verdad sobre la política de Estados Unidos hacia Cuba». (Discurso con coda). Es, como se dice, su verdad, su visión, su concepción.
Un notable intelectual cubano al que leo y respeto mucho, sugiere en la coda que cierra ese ejercicio de imaginación, que si alguna vez le escribiéramos al noble pueblo de su país, no nos limitáramos a esgrimir nuestras convicciones ideológicas, o a replicar a «su verdad», o al significado real de su nueva política hacia Cuba. Sería un ejercicio sumamente difícil, y quizás hasta imposible de hacer, pues cualquier pensamiento, valoración o acción humanos está inevitablemente atravesado por eso que llamamos ideología, término que, por cierto, encierra significados que se han tratado de invisibilizar, desacreditar o reducir, en un intento precisamente de desideologizar y vaciar las actitudes de ese animal político, que es, como se sabe, todo ser humano. Como se ha querido también, en vano intento, divorciar los intereses del capital y la mercancía, de la ideología.
Me temo pues que, aunque quisiera, nadie podría lograrlo. Ud. en esa declaración, por ejemplo, no puede evitar que la ideología de potencia imperial de la que ha sido por 8 años conductor, aflore inevitablemente. Se me escapa entonces el profundo significado, y las benéficas consecuencias que tendría evitar referirme a esa, la ideología que ha sustentado su mandato, a una reflexión sobre el ejercicio mundial de su «verdad» y a lo que ha significado el cambio de política hacia Cuba que ud deja en herencia a los futuros presidentes de su gran nación. De todas formas, intentémoslo, pues la sugerencia de nuestro pensador debe estar sustentada sobre una sabiduría, una inteligencia y unos conocimientos, que no tiene quien le escribe.
Cuba fraguó la nación, la nacionalidad y la cubanía en el crisol de una justa guerra por alcanzar su independencia, y cuando ya estaba derrotado su enemigo, la vio frustrada por la intervención de los intereses de las clases dominantes de entonces en su país. Solo en la primera etapa de aquella gesta murieron alrededor de 200 000 de sus hijos y provocó el exilio de otros 100 000. No creo que sea un ejercicio de refutación ideológica, en su sentido de falso reflejo de la realidad, recordar que hasta 1999 la política terrorista de los gobiernos de su país contra Cuba le añadieron al saldo anterior 3 mil 478 muertos por agresiones violentas y 2 mil 99 incapacitados. A los daños económicos ud se ha referido en su declaración, pero hay que considerar también cuántas vidas más, y cuánto sufrimiento espiritual, hay que agregar a esa cuenta macabra por las consecuencias del cerco transnacional de un bloqueo convertido en Ley de su nación, de manera tal que sus buenas obras no ha podido modificar, y la deja ahora a los vaivenes de las políticas internas y los impredecibles eventos geopolíticos de este mundo convulso.
Sería una especulación inútil imaginar qué hubiera sido de Cuba sin esa enemistad tan enconada y de tan larga data contra un pequeña isla, antigua colonia, y por ello económicamente tan mal estructurada. En muchos aspectos, sin embargo, no habría mucho margen de error al imaginar cuál habría sido su destino, si sólo pensáramos en que, pese a todo, ha podido durante más de medio siglo educar a sus hijos en un sistema de educación que recibe críticas internas, con el que hay justas insatisfacciones, pero que es reconocido por instituciones internacionales como el mejor de la América Latina.
Es quizás por ello que si hubiera en Cuba un niño sin zapatos, desnutrido, deambulando descalzo por las calles y revolviendo los basurales en busca de un mendrugo de pan, sin uniforme escolar, ni escuela, ni atención médica, sería rápidamente una espectacular noticia mundial replicada por todos los medios como un fracaso de su modo de vida, mientras en ese mismo segundo en algunas calles del mundo, se asesinan a los niños ambulantes, como animalitos de una cacería infame, o mientras las bombas caen en este planeta sobre poblaciones civiles enteras de cualquier oscuro rincón del mundo, mutilación incesante que ya se ha convertido en un banal espectáculo televisivo, como cuando veíamos, como si de una teleserie con fuegos de artificio se tratara, las bombas cayendo sobre la milenaria Bagdad. Hoy es una historia cotidiana y espero que ud no lo tome como un argumento ideológico, pues nada más lejos de un falso reflejo que la tenaz verdad de los crudos hechos.
Como tampoco espero que resulte un ejercicio de burda ideología imaginar cuáles serían los aportes cubanos a la ciencia y al bienestar de la humanidad, si tenemos en cuenta que las recientes medidas impulsadas por ud ha permitido que los productos de la ciencia biotecnológica cubana beneficien a los ciudadanos de su país. Un contingente de médicos cubanos se esparce por el mundo. Si eso se tiene por algunos como un supuesto intento de influir en las ideas de los pueblos, pues qué vía más noble se puede imaginar si es a través del reconocido y aplaudido trato cálido de nuestros galenos que curan y alivian sufrimientos y dolores físicos y espirituales allí donde amplias masas de las poblaciones no pueden pagar la salud privatizada, o agonizan mientras esperan una atención a la que no tienen derecho por ser pobres. Estas son duras realidades mundiales y espero que no sean falsos argumentos ideológicos.
Al reconocer el fracaso de la política imperial hacia mi patria, ud argumenta en su penúltima hora de reflexión sobre mi país, que ha sido una «estrategia contraproducente, porque reforzó el apoyo interno al gobierno cubano, bajo la bandera de la patria amenazada por una gran potencia.» Lamento tener que decir que ese es un argumento que pertenece al arsenal de cierta propaganda interesada en demoler los sueños socialistas y de liberación e independencia de los pueblos, no sólo al cubano. Porque desconoce las razones internas de un apoyo legítimo que emanaba y era fruto de la coherencia con que la Revolución del 59 había coronado todo un proceso histórico de liberación.
Muy al contrario, el florecimiento económico, material y espiritual de una Cuba sin la enemistad del vecino poderoso hubiera sido incalculable y habría florecido, en una dimensión ahora inimaginable, una forma de la democracia inédita, como desarrollo sin obstáculos de la que ahora tiene.
No creo que la política de sus predecesores, que hoy Ud. valora como errada, haya sido toda ella resultado de una ceguera insólita con tantos recursos e inteligencias puestas a su servicio. Creo, muy al contrario, que ha conseguido uno de sus principales objetivos, y era impedir que Cuba se convirtiera en un ejemplo completamente exitoso de lo que podía hacer un pueblo del tercer mundo, con muy escasos recursos, con un sistema diametralmente opuesto al que su verdad sostiene. Cierto es que la agresión desmedida y sostenida a toda una comunidad contribuye a cerrar las filas y forjar la unidad de sus miembros en torno a una defensa vital y necesaria, pero opino que hay razones de mucho más peso y significación para que las mayorías en Cuba hayan apoyado a su forma de gobierno y a sus líderes. No sé si no tener en cuenta esas otras razones entra en la esfera de las ideologías, pero no abundaré sobre esta idea. Sólo recuerdo que ningún país ha resistido experiencias de vida como la que afrontó el pueblo cubano cuando se quedó absolutamente sólo y en aquel momento no hubo gobierno de su país que viera las condiciones propicias para tenderle la mano, o meramente hacer un lúcido cambio de política o asumirlo como un interlocutor válido. Creo que el impacto hubiera sido mayor, y lo que hoy es una confusión en algunos de mis compatriotas al valorar su política, fuera más legítimo agradecimiento, porque sin que eso significara un abandono de los intereses de una gran potencia, sí que le hubiera ahorrado a ese mismo pueblo que ud dice querer ahora beneficiar, ingentes sufrimientos y privaciones. Pero aquellas eran otras condiciones, la caída del campo socialista auguraba el triunfo definitivo del capitalismo a escala global, las políticas de su país no sufrían el repudio y aislamiento tan acentuados hoy en el ámbito latinoamericano y mundial, y había que atenazar a la pequeña rebelde hasta su último estertor, no importara que ese mismo pueblo al que ud ahora dice querer ayudar, fuera languideciendo. Los pueblos, Sr. Presidente no tienen razones válidas para olvidar y sepultar los genocidios por un agradecimiento mal concebido, o en un cálculo de beneficios políticos o comerciales. Por las privaciones de aquellos años, nuestros hijos crecieron más delgados y con menos estatura, y si no fue peor se debió a ese mismo gobierno con el que ud ahora llama a dialogar, pero con el que se niega verdaderamente a cooperar. No veo por qué debemos dejar de recordar y tener muy presente aquella historia. La historia no sólo se contempla por el retrovisor del pasado, sino también por ese agujero de gusano que nos permite viajar al futuro que el pasado y el presente predibuja. Y el futuro capitalista que ud desearía para Cuba sería la total destrucción de su identidad, la negación de su historia y la peor ofensa a todos sus muertos. No comprendo por qué debemos olvidar una historia que puede muy bien repetirse cuando los intereses de las grandes potencias así lo aconsejen. Hasta algunas de nuestras más lúcidas inteligencias, las más honestas, arguyendo razones de alta política diplomática, sobrevaloran sus gestos. Quizás a ese efecto se refiere cuando recuerda su intervención en el teatro cubano y el cuidado de su credibilidad. Me temo mucho, Sr. Presidente, que esa credibilidad ya no goza de muy buena salud. Uno puede intentar hacer la diferencia entre la persona privada de un político y sus deberes de gobernante de una nación de historia tan compleja como lo son los EEUU. Pero es un ejercicio inútil, porque lo que última instancia importa son los hechos. Y ud ha defendido la excepcionalidad del papel y el destino de su nación ante el mundo. Hasta el extremo que le autoriza a señalar en un listado las personas que deben morir. Si en esa lista debiera estar un cubano, no tendríamos razones para pensar que su mano temblaría. Yo prefiero quedarme con las razones de Fidel al respecto de la valoración de su política, no porque lo crea infalible o lo adore acríticamente, sino porque toda la historia de la humanidad, pasada y presente, le da la razón. Sólo convirtiendo nuevamente a Cuba en un casino la dejarán tranquila, sólo ahogando a ese último bastión de una utopía, la olvidarán. Después no importa que la sociedad se divida en un uno por ciento que detente la riqueza que manará de sus relaciones con el vecino poderoso, mientras una clase media favorecida apoye siempre las políticas que le favorezcan, y una mayoría de perdedores sea sólo la fuerza de trabajo flotante que necesita el orden capitalista mundial para sostenerse. Esa es la realidad mundial de ahora mismo, y no se puede apreciar con razones que a Cuba se le depare otro destino.
Ud argumenta que uno de los costos de la independencia cubana ha sido, según sus palabras «…un descomunal aparato estatal, justificado con la percibida amenaza externa, que con su peso centralizador entorpece hasta las actuales reformas adoptadas por el propio gobierno.» La mayoría de los cubanos, Sr presidente, gusta de la lectura. Uno de los beneficios del bloqueo ha sido, paradójicamente, fomentar la necesidad del acceso masivo al conocimiento, a la información diversa, a la literatura universal toda, al cine multicultural, incluso, mayoritariamente, a lo más valioso de la cultura de su gran nación. Nuestra televisión, tan denostada a veces con toda razón por los propios cubanos, ha realizado sin embargo una ingente tarea de educación popular. Hoy sabemos, por ejemplo, que las atribuciones de los estados nacionales se adelgaza cada vez más en todos los puntos del planeta, que la soberanía estatal de los países donde nació el pensamiento de la Ilustración y los principios del republicanismo, dependen cada vez más de las decisiones de los grandes poderes de las finanzas. Si el marxismo original postuló la desaparición de los estados como instrumentos de los intereses de clases, hoy asistimos al insólito espectáculo de que los estados nacionales son maniatados y aniquilados de facto por un supra estado mundializado de los poderes económicos transnacionales. Incluso los tratados comerciales que hoy tratan de imponer las potencias, pondrían definitivamente en manos de los grandes capitales la decisión de los conflictos internos de grandes conglomerados humanos, estrechando cada vez más el poder de decisión y maniobra de los gobiernos locales y convirtiendo la democracia en simples aspiraciones. Los gobiernos tienen cada vez más dificultades para cumplir con sus objetivos y sus promesas para hacer gobernables a sus países incluso allí donde la sacrosanta democracia deja oir las demandas populares. El sólo ejemplo de Grecia basta para constatar el hecho de una votación popular ahogada por la gran banca y el gobierno de los tecnócratas. No puedo hacer más larga esta misiva citando a todos los pensadores y eventos que prueban sin dudas estas verdades. Cada vez menos soberanía tienen los gobiernos que se suponen elegidos democráticamente y cada vez más poder real tienen los intereses de los grandes capitales para imponer su agenda. En los países que toman un rumbo así sea pálidamente progresista, sorpresivamente sus gobernantes son removidos o por vía jurídica o por medio de acosos del gran capital interno asociado con los intereses externos. En resumen, el gran capital forma ya un estado gigantesco, un verdadero descomunal aparato de dominación. La única esperanza que les queda a los pueblos es que sus estados retomen el timón decisorio de sus conflictos y problemas. En ese panorama, no se entiende bien qué haya razones para impugnar al estado cubano al menos con los argumentos que tratan de desacreditar su representación de los intereses de todos. Al interior del pensamiento político cubano también es un éxito de la cultura capitalista y del bloqueo, que algunos se hayan dejado confundir respecto de este tema. Creo que ante la existencia del descomunal poderío de un supra estado transnacional que en este siglo de las esperanzas humanas tiene al mundo en constantes guerras, no sólo explica sino también justifica la existencia y la necesidad no sólo del estado cubano, sino de cualquier estado-nación. Que mejorará sus propios instrumentos de democracia, de justicia, que se dará sus leyes, pero al que no es justo atribuirle la causa primaria de las dificultades internas del país. Sino todo lo contrario. No sé si estas reflexiones responden meramente a una «ideología», pero me remito sólo a los hechos y a los tantos brillantes análisis fácticos de los mejores pensadores de este momento. Si se quiere afirmar que la ideología es un falso reflejo de la realidad, pruébese que esos hechos no son ciertos.
El aparato estatal cubano tiene que evolucionar y mejorar como todo fenómeno político, económico y social. En eso está el país ahora mismo, pese a que la política que ahora lega ud a sus sucesores, no contemple su apoyo. Pero ante la realidad económica mundial de un poder fáctico ubicuo y omnipotente, hoy el poder real de los estados nacionales es el único valladar real que se le puede imponer a las nefastas consecuencias del poder supra estatal del capital.
No es cierto, Sr presidente que se haya cambiado la política de cambio de régimen por la del compromiso constructivo. Simplemente se ha camuflado y se pretende lo mismo por otros carriles. Fue lo que quiso advertir Fidel, pero no crea que la falacia haya logrado engañar a la mayoría del pueblo cubano, aunque pueda haber confundido a algunas mentes que se suponen preclaras. De todas formas, en los hechos su proceder es distinto y abre una ventana de posibilidades y probabilidades que tanto su modo de ver el mundo como el de Cuba, y todos los pueblos dominados, tienen que tratar de conducir en su provecho. La lucha, pues, continúa. Y los pueblos no pueden cejar porque lo único que tienen que perder son sus cadenas.
Cierto es lo que ud afirma: los estados ejecutan sus políticas internas y externas de manera que no dañen intereses, ni pongan en peligro su seguridad. Decirlo así pareciera que pone en una balanza equilibrante las razones de estado de los diversos países de este mundo, en una reflexión de valores relativos e igualmente válidos. Pero hay datos que no tienen un cintillo vistoso en los grandes medios de información: la política exterior de Cuba siempre ha coincidido con el interés de los pueblos todos del mundo, y ello explica que Cuba cumpla con 44 de los 61 instrumentos internacionales para la protección de los derechos humanos, es decir, un 72 % de ellos y conforme parte de esos instrumentos. Estados Unidos sólo lo ha hecho con 18, para un magro 28 %. De alguna manera los intereses, no del pueblo norteamericano, que son recibidos ahora, como siempre, con regocijo en nuestras calles y casas, sino de algunos grupos de poder en su país, no coinciden lamentablemente con los intereses que esos acuerdos protegen y promueven. No valen pues los relativismos políticos, ni parangonar nuestros destinos. No vale tampoco que Cuba olvide esa y otras lecciones para supuestamente mejorar su destino.
De todas formas hay que agradecerle que en su última noche de poder haya pensado en Cuba. Los cubanos, más unos que otros, probablemente, han sido educados en el internacionalismo. Dígase que alabado sea el amor, aunque sea necesidad, como reza el verso de uno de nuestros más amados poetas.
Por eso hubiéramos deseado que en su postrer momento político, también dedicara una reflexión, un cambio de política, una herencia, hacia otras regiones del mundo. En especial a esa zona tan sufrida del planeta llamada el Oriente Medio, donde hoy se gesta y se corre el peligro de una guerra desastrosa para la humanidad. O una reflexión estimulante y esperanzada sobre Venezuela, país donde la democracia de la que ud es paladín señero, ha triunfado limpiamente decenas de veces, y que ahora mismo mientras escribo esta misiva leo que está amenazada de invasión en los meses finales de este año. Una herencia positiva para Cuba y su despedida al son del ruido de las armas, no es una señal promisoria para nadie y echa por tierra sus deseos para el pueblo cubano. Cuba tiene su destino echado con las patrias del sur. Su gesto postrero de gobierno, con el que se hubiera impreso su rostro hasta en el bronce de la memoria de los pueblos, hubiera sido un gesto digno de su Nobel de la Paz. Ojalá llegue ese momento en el ejercicio de algún futuro presidente. Mientras, Cuba no olvida, no puede olvidar, que las campanas hoy también doblan por toda la humanidad, incluido el pueblo de los Estados Unidos.
Fuente: http://chilecuba.wordpress.com/2016/10/26/una-misiva-para-barak-obama/