En la página de Facebook del activista e investigador, Amador Fernández-Savater, se apuntan algunos rasgos que permiten ubicarlo políticamente. En el apartado que se reserva a la formación académica, el titular de la cuenta no desarrolla un extenso currículo sino simplemente, «Plaza 15-M». Una mirada algo más amplia sobre su perspectiva de la política y […]
En la página de Facebook del activista e investigador, Amador Fernández-Savater, se apuntan algunos rasgos que permiten ubicarlo políticamente. En el apartado que se reserva a la formación académica, el titular de la cuenta no desarrolla un extenso currículo sino simplemente, «Plaza 15-M». Una mirada algo más amplia sobre su perspectiva de la política y de la vida conduce al libro «Fuera de lugar. Conversaciones entre crisis y transformación» (Acuarela & A. Machado), que escribió en 2013. «Lo que creíamos sólido se desintegra; lo llamamos crisis, pero la palabra no alcanza; es un cambio en la totalidad de las reglas de juego», decía en el texto el también autor de «Desdedentro. Experiencia de la Red Ciudadana tras el 11-M» (Acuarela) y colaborador de «eldiario.es«. En otras ocasiones ha hablado de «política expandida», para referirse no a las elecciones cada cuatro años, ni a las instituciones, ni a las intrigas de palacio, sino a la reapropiación de la política, y su vinculación a la vida, por parte de la gente común. Fernández-Savater ha compartido algunas de sus reflexiones en una jornada sobre «Vida y/o política», organizada por la editorial-distribuidora Pensaré-Cartoneras («colectivo de pensamiento político reciclable») en la Facultat de Filologia de Valencia.
Una concreción de la «política expandida» durante los últimos años es el 15-M o la Plaza Tahrir (de la «liberación»). Los episodios ocurridos últimamente en las plazas francesas remiten al mismo modelo. Amador Fenández-Savater visitó en los primeros días de abril la Plaza République de París, donde ha observado las similitudes y diferencias entre el movimiento «Nuit Debout» («noche en pie») y los «indignados» españoles. Todo comienza con el monumental cabreo de la sociedad francesa con el ejecutivo socialista (un sondeo hecho público el 14 de abril por el instituto Odoxa señala que tres de cada cuatro franceses no quieren que Hollande no se presente a las elecciones presidenciales de 2017). La respuesta guerrera por parte del gobierno a los últimos atentados, el recorte de derechos y libertades, la creciente precarización… Las protestas contra la reforma laboral fue el detonante para la ocupación de las plazas. El 31 de marzo se manifestaron, según los organizadores, 1,2 millones de personas en las calles francesas contra la citada reforma, inspirada en la aprobada en 2012 por el Partido Popular español. En la manifestación, de corte tradicional, organizada por los sindicatos, grupos de activistas repartían un panfleto que proponía dar un paso al frente: convocaban a una acampada cuando finalizara la marcha.
Se trataba de abrir la Plaza République a algo nuevo, no prediseñado, «donde los cuerpos pudieran encontrarse», destaca el activista e investigador. En la manifestación se observaban bloques, banderas e identidades, en cambio, en la plaza, sobrevolaba una especie de OVNI difícil de adscribir a una entidad sólida y predeterminada. Al contrario, cualquiera podía adherirse. Otro factor no desdeñable era la meteorología parisina, días de frío y lluvia. De hecho, el movimiento situacionista ya subrayaba, en la noción de «psicogeografía», la importancia de estos elementos. «Muchas de las cosas interesantes ocurren en mayo», recuerda Amador Fernández-Savater. En la Plaza République eran permanentes las apelaciones al 15-M, también gestos como el movimiento de manos en señal de aprobación. Ciertamente los activistas no tenían una idea muy clara de qué fue el 15-M, pero funcionaba como mito, igual que influyó la Plaza Tahrir (la mayor del centro urbano de El Cairo) en los «indignados» españoles. Pero en el fondo, se llegaba a una conclusión parecida que en España: lo «masivo» puede ser también horizontal, radical e igualitario. Lejos de la paranoia por la seguridad y la obsesión por consumir, se daba una alegría muy fuerte por estar juntos la gente común. Recuerda Fernández-Savater una sentencia de Margaret Thatcher, formulada en 1988: «La economía es el método, pero la finalidad es cambiar el corazón y el alma». Una pregunta recurrente de los activistas parisinos era «cómo se organizó todo esto en Madrid»-
La conferencia de Amador Fernández-Savater es interactiva, no magistral, deja preguntas en el aire, con puntos suspensivos, para estimular la participación y el debate. «Las experiencias colectivas son únicas e irrepetibles -afirma-; y en el caso de que se enseñen unas a otras, no han de hacerlo como modelo ni manual de instrucciones». En muchos casos lo más útil es transmitir los muros y obstáculos que un movimiento se ha encontrado en el camino. Es más, el pensamiento se estimula, empuja a la creación y a dar respuestas, precisamente cuando se presentan problemas, claroscuros y ambivalencias. Una pregunta clave es, por tanto, ¿cómo plantear una transferencia de conocimientos sin que cristalice en mito, paradigma o mera repetición?
En una sociedad de «enemigos», la escucha y el afecto entre desconocidos fue un logro del 15-M. «La escucha era auténtica, incluso ávida, en las plazas», resalta el investigador. Pero existe otra modalidad de escucha, que consiste en la atención profunda a lo que está ocurriendo. En París había militantes que más bien pensaban en aquello que debía pasar en el futuro, hacían proyecciones y pudiera parecer que les daba lo mismo el presente. Eran activistas que, además, defendían estructuras formales y organizaciones sólidas. «Pero es en el presente, no en los planes de futuro, donde están las posibilidades de lo que puede florecer y rendir fruto», apunta Fenández-Savater. Había otros activistas que escuchaban el presente y disfrutaban del momento, ya que la experiencia «tenía mucho de gozoso». En el fondo, se trata de un enfrentamiento entre dos mentalidades: la del militante de vanguardia, muy occidental, que planifica el porvenir; y la del que está en el presente y, desde ese lugar, observa qué puede construirse.
Otro rasgo de la ocupación en la Plaza République es que la protagonizaban blancos, jóvenes, estudiantes, precarios y personas de una clase media venida a menos. Faltaba la periferia, los inmigrantes, sus hijos y nietos. Sin embargo, no faltaba la inquietud: había que ir a buscar a los que faltaban. En el 15-M ese vacío se compensó más adelante con el trabajo de la PAH. Pero en la plaza parisina la pregunta planeaba «sin una respuesta clara, más allá de coger el metro y dirigirse a Saint Denis».
Además, frente al crecimiento del Frente Nacional, frente al riesgo de que canalice el malestar contra el sistema, se pensaba en la alternativa que representan espacios como el de «République», donde los problemas se piensan y elaboran, y los cuerpos se tocan. De nuevo se tomaba como referencia al 15-M, que desde mayo de 2011 señaló como responsables a las élites políticas y a los banqueros. De cualquier modo, Amador Fernández-Savater considera que el tiempo actual es posiblemente el de un «ínterin». Deja la cuestión en suspenso… Las experiencias de la plaza Sintagma, Tahrir, République, el 15-M y otras se caracterizan por ser horizontales; incluir proyectos transformadores de la subjetividad, la vida y la experiencia. Pero tienen un impacto muy escaso en la oposición a las políticas macro: de austeridad, migratorias, energéticas. En el otro lado se sitúan los partidos como Syriza o Podemos, que aspiran a la permanencia y la política de largo plazo (aunque la actividad del 15-M se prolongó tres años y medio). «Por una supuesta eficacia, sacrifican aspectos como la horizontalidad, la vida en común y el no dejarnos representar; hay en cambio unos especialistas que hacen política desde la televisión, y los demás les jaleamos».
Pero tampoco se trata de optar entre extremos. Según Amador Fernández-Savater, «sería terrible pensar en una dicotomía entre efervescencia y, por otro lado, la burocracia y la rutinización» de la política, «que puede resultar paralizante». Sin embargo, hay experiencias basadas en el «entre», no en el «anti», que parten de sí mismas y se tienen como centro de gravedad. También es importante pensar en términos de multiplicidad de planos (social, institucional, íntimo…). El investigador y autor de «Fuera de lugar. Conversaciones entre crisis y transformación» propone la lectura de Pierre Dardot y Christian Laval, que en 2015 publicaron «Común. Ensayo sobre la Revolución en el siglo XXI» (Gedisa). Los dos autores plantean precisamente que la vida en común requiere instituciones, pero que es necesario repensar. Pero en ningún caso se trata de subordinar lo «instituyente» (lo nuevo) a lo ya instituido. Otra propuesta es el ensayo «Poshegemonía», del filósofo John Beasley Murray, que reflexiona sobre cómo convertir en hábito, en costumbre, los afectos que se desplegaron en las plazas.
«Es decisivo pensar en la idea de complejidad», agrega Fernández-Savater, quien insiste en una política «expandida y vinculada a la vida, que supere la disociación entre la vida que llevamos y la política que hacemos». La noción de «comunidad» es una de las apuestas fuertes. También imaginarse el cambio social, que todavía hoy, después de dos siglos y medio, está marcado por el imaginario de la Revolución Francesa. ¿Cómo será ese orden social nuevo? En la Plaza République se instituyó, por ejemplo, un calendario diferente (se hablaba del 44 de marzo). El imaginario de la revolución ha oscilado entre la toma del poder y la idea de «fuga» a una sociedad paralela, como hizo la contracultura estadounidense de los años 60. «Estas dos vías no son adecuadas a cómo vivimos hoy, y a nuestras prácticas colectivas». «¿Cuáles serían nuestras imágenes del cambio social? «¿Hemos de volver a la «normalidad» de antes de la crisis, o se trata de otra cosa?»…
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.