Días después de publicada en La Jornada la entrevista con Fidel Castro, estuvo en México Larry King, el célebre entrevistador y comentarista de la televisión estadounidense. Hacía la gira de despedida de un oficio que tantas glorias le había dado. -¿Qué es lo que faltó en tan exitosa carrera?, le preguntó el periodista mexicano que […]
Días después de publicada en La Jornada la entrevista con Fidel Castro, estuvo en México Larry King, el célebre entrevistador y comentarista de la televisión estadounidense. Hacía la gira de despedida de un oficio que tantas glorias le había dado.
-¿Qué es lo que faltó en tan exitosa carrera?, le preguntó el periodista mexicano que lo entrevistaba aquella noche.
-Lo único que faltó y que lamento mucho es no haber podido entrevistar a Fidel Castro, respondió.
A no ser por la buena memoria del Comandante, a mí estuvo a punto de ocurrirme lo mismo que a Larry King; solo que a diferencia del aquel no se trataba de una entrevista cualquiera, o de conseguir un trofeo o una medalla más de las obtenidas en la larga carrera del famoso periodista.
Para nosotros, la entrevista con Fidel Castro representaba el acercamiento al hombre que dirigió la gesta revolucionaria más importante de la segunda mitad del siglo XX. La que no solo marcó nuestras vidas, sino que representó la realización de un sueño libertario, el sueño de humillados y ofendidos del mal llamado subcontinente americano.
Cuba ha sido y sigue siendo para una gran parte de mi generación, un desafío de orden ético contra los convencionalismos de la época.
Pero por encima de toda discusión, para nosotros, los dedicados al oficio periodístico, es claro que Cuba, la Cuba revolucionaria ha sido una víctima de la mayor manipulación informativa internacional que se conozca desde aquel 16 de abril de 1961, en que en nombre de los humildes, se declaró socialista.
A partir de entonces y por una supuesta defensa de la seguridad nacional, el Imperio más poderoso que el mundo ha conocido, tejió una espesa y perversa red de criterios, paranoias y abusos de poder contra la Isla rebelde.
Para todo el mundo esto es sabido y conocido, por más que muchos, en aras de hacer lo «políticamente correcto» (seguramente para Europa), lo olviden.
«Una revolución acosada, sitiada, nunca es atacada», al menos en nuestro periódico, indicó el director del primer diario independiente que intentamos en la
Década 70-80.
Una Revolución acosada, sitiada, nunca será ataca por nosotros, ratificó en su momento Carlos Payán, director fundador de La Jornada, y esa es la línea que ha prevalecido en nuestra comunidad y que se respeta. En ella nos formamos y en ella nos desarrollamos. Otra cosa es la crítica, pero al independiente, no la que dicta el poder ya sea desde Washington, Miami o Madrid.
Se trata de una convicción, de un acto de fe y de respeto al periodismo en que creemos, de un acto de convicción y respeto a la política, entendida esta en el sentido más alto y más noble: en su posibilidad de cambiarse a sí misma cambiando su relación con el poderoso.
Ciertamente, todos estos años, La Jornada, ha sido algo más que un periódico, como ocurre en la mejor historia de un diario que se respete, algo donde un pedazo de México y de otras muchas partes del mundo, se han visto reflejadas. En todo este tiempo (27 años de vida en La Jornada) hemos actuado del lado, en nombre y por cuenta de esa parte de nuestras sociedades no resignada a una decadencia de la moral pública.
Este compromiso de identidad es el que guía a La Jornada y la ha ayudado a atravesar estos trabajosos, confusos y dolorosos años de historia mexicana y universal y nos ayudará en los tiempos por venir.
Se trata simplemente de una convicción, de un acto de fe en el periodismo, nuestro oficio, un oficio que como decía el gran periodista polaco Kapuchinsky, «no es para cínicos».
Muchas gracias a los periodistas cubanos por concederme este premio que me honra. Muchas gracias al Comandante Fidel Castro que no solo recordó tras su enfermedad, que me debía una, sino que aceptó todas las preguntas que le hice, no objetó ninguna y hasta animó a más y más interrogantes.
Gracias, sobre todo por el valor y la honestidad con que respondió a mis cuestionamientos, incluyendo aquellos de extrema delicadeza como fueron los relativos a la homofobia que permeaba en un tiempo, en diferentes capas de la sociedad revolucionaria cubana.
Pero mi gratitud eterna a él y a su extraordinario y digno pueblo por mantener el sueño…
Estoy aquí, precisamente, porque no quiero perder la capacidad de soñar.
Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2011/05/13/una-revolucion-acosada-nunca-es-atacada/