No podremos salvar al Aral y en poco tiempo sólo lo veremos en fotografías», se lamenta el pintor uzbeko Rafael Matevosyan, cuya obra ha atestiguado durante más de 40 años la desaparición de este mar de Asia central. El Aral es un mar interior ubicado entre Kazajstán y Uzbekistán que se seca desde hace 50 […]
No podremos salvar al Aral y en poco tiempo sólo lo veremos en fotografías», se lamenta el pintor uzbeko Rafael Matevosyan, cuya obra ha atestiguado durante más de 40 años la desaparición de este mar de Asia central.
El Aral es un mar interior ubicado entre Kazajstán y Uzbekistán que se seca desde hace 50 años.
Matevosyan, de 82 años, llegó a la zona en 1962, y desde entonces le ha dedicado cientos de cuadros al mar.
En aquellos años, el Aral era el cuarto mayor de los mares interiores después del Caspio, entre Europa y Asia, el lago Superior, en América del Norte, y el lago Victoria, en África.
El Aral comenzó a secarse en la década de 1960 a causa de la actividad humana. Se extraían grandes cantidades de agua para la irrigación de las plantaciones de algodón que abastecían la gigantesca producción industrial de la entonces Unión Soviética, de la cual Uzbekistán formaba parte.
Hoy, su volumen de agua se redujo 90 por ciento, a 115.000 millones de metros cúbicos y su superficie disminuyó 73 por ciento, a 17.600 kilómetros cuadrados.
De hecho, terminó dividiéndose en dos grandes lagos denominados Aral Sur y Aral Norte. Miles de hectáreas de lo que era mar conforman ahora el nuevo desierto de Aralkum.
A diario, el viento arroja alrededor de 75 millones de toneladas de polvo, arena y sal desde el desierto, que van quedando depositadas en la tierra en un radio de mil kilómetros.
«Los cuadros de Matevosyan son la crónica de la tragedia del Aral», señaló el poeta y periodista uzbeko Raim Farhadi. En sus primeros cuadros, el artista pintaba las aguas profundas y las pesquerías, en los últimos, muestra barcos abandonados en lo que ahora es tierra firme.
Apenas dos años después de llegar a la región, Matevosyan notó que el mar se achicaba. Uno de sus cuadros representa una fábrica de pescado en la ciudad de Moynaq, en la parte occidental de Uzbekistán, que una vez fue un centro industrial de pesca y productos enlatados.
La fábrica se erigía sobre pilotes en el mar. Más tarde, descubrió los pilotes clavados en tierra firme y el establecimiento abandonado.
Matevosyan nació en la ciudad uzbeka de Samarkand, pero sus padres se mudaron a Bakú, la capital de Azerbaiján, en la costa occidental del mar Caspio.
Durante 30 años vivió allí y pintó el Caspio, así como el mar Negro, un lago interior del sudeste de Europa y Asia menor conectado con el Mediterráneo por el estrecho de Bósforo y el mar de Mármara.
El artista se graduó en el Colegio de Arte de Bakú.
Farhadi considera que Matevosyan es un cronista de la tragedia del hombre y el ambiente, sintiendo los «cuerpos» de la tierra y el agua.
«A medida que el mar se va secando, va dejando un nuevo desierto que produce tormentas de polvo, arena y sal», dijo el pintor en una entrevista.
«La tierra que está alrededor del mar está cubierta de sal y químicos tóxicos que quedan en la atmósfera y se esparcen por las zonas adyacentes», relató.
Están desapareciendo las plantas y los animales, y el pescado es traído ahora del mar Báltico, a miles de kilómetros de distancia.
«La gente que vive allí padecen la falta de agua y las enfermedades que acarrea», agregó.
La población cercana al Aral muestra altos índices de cáncer y de enfermedades pulmonares, entre otras.
Matevosyan no es optimista. «Los ríos Amu Darya y Syr Darya (que alimentan al Aral) recorren el territorio de seis países de Asia central (Afganistán, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán) y cada uno de extrae toda el agua que puede. Si todos sacan un balde de agua de un barril, éste se vaciará».
Hasta la década de 1960, estos ríos vertían 58.000 millones de metros cúbicos de agua al Aral por año.
Pero a mediados de los 80, por el mayor uso del agua para riego, ese caudal disminuyó drásticamente. Además, el mar pierde cada año entre 30.000 y 35.000 millones de metros cúbicos por evaporación.
El consumo anual de agua recomendado en la cuenca del Aral no debe exceder 80 kilómetros cúbicos, pero en verdad se consumen unos 102 kilómetros cúbicos por año.
«Los fondos y organizaciones que quieren ayudar a frenar el desastre del Aral no pueden hacer gran cosa», prosiguió Matevosyan. «Reciben mucho dinero de Occidente y entonces lo utilizan. Pero al mismo tiempo, esta coyuntura puede resultar ventajosa para los occidentales que quieren estar presentes en la zona».
Matevosyan cree que sus pinturas ayudan a juntar fondos para las poblaciones cercanas al Aral.
El artista ha realizado exposiciones en las repúblicas de la disuelta Unión Soviética y en Alemania, Turquía, Estados Unidos y la ex Yugoslavia. También escribió un libro sobre su trabajo titulado «El Hombre y el Mar».
Matevosyan es un hombre anciano, delgado, casi siempre con una boina en la cabeza. Está casado con una mujer 23 años menor, tiene tres hijas y un hijo de dos matrimonio distintos, cuatro nietos y tres bisnietos.
Además de los mares, aparecen en su trabajo pescadores, médicos, policías y hermosas mujeres.
Los lienzos de Matevosyan reflejan el estado del día, los entornos y colores dependen de la luz. Prefiere el realismo por ser «más perdurable».
* Escrito para el proyecto Asia Water Wire, una serie de artículos sobre agua y desarrollo de la región Asia Pacífico de IPS.