Estamos en el capítulo III -«Valor, trabajo y dinero»- del libro de MH. Ocho apartados en total. El primero: «Valor de uso, valor de cambio y valor». Reflexiones de «alta tensión» económico-filosófica; la teoría del valor-trabajo como protagonista. Marx, señala MH, va a investigar en EC el MPC pero no comienza su análisis con […]
Estamos en el capítulo III -«Valor, trabajo y dinero»- del libro de MH. Ocho apartados en total. El primero: «Valor de uso, valor de cambio y valor». Reflexiones de «alta tensión» económico-filosófica; la teoría del valor-trabajo como protagonista.
Marx, señala MH, va a investigar en EC el MPC pero no comienza su análisis con el capital. En los tres primeros capítulos se habla solo de la mercancía y del dinero. El capital aparece explícitamente en el cuarto.
En el marco de la lectura historicista que MH ha criticado anteriormente, esos tres primeros capítulos se han solido presentar como una descripción del «modo de producción mercantil simple», precapitalista. Pero las primeras afirmaciones del primer capítulo de EC ya dejan claro que no se trata de condiciones precapitalistas. No es eso. La cita de Marx: «La riqueza de las sociedades en las que impera el MPC aparece como una «inmensa acumulación de mercancías», y la mercancía individual como la forma elemental de esa riqueza». Nuestra investigación, concluye Marx, comienza por tanto con el análisis de la mercancía. Remarco: habla de sociedades en las que impera el MPC.
Marx, señala MH, alude aquí a algo específico de la sociedad capitalista: en ella y solo en ella es la mercancía la forma típica de riqueza. Es cierto que también hay mercancías (bienes destinados al intercambio) en otras sociedades, en otros modos de producción, pero -insiste MH con razón- «solo en las sociedades capitalistas se convierten en mercancías la inmensa mayoría de los bienes». En la Edad Media, por ejemplo, la forma mercancía era más bien la excepción que la regla. La mayor parte de los bienes eran productos agrícolas y no se intercambiaban. Eran bienes para el consumo propio o para entregar a los terratenientes de la época: Iglesia, Príncipes, etc. Solo en el capitalismo está generalizado el intercambio y con él esta generalizada la forma mercancía. Solo en el MPC adquiere la riqueza la forma de una acumulación de mercancías. Solo aquí la mercancía individual es la forma elemental de riqueza.
La primera aproximación de MH a las nociones de este apartado:
Se designa como mercancía solamente algo que se intercambia, por tanto, algo que además de su valor de uso tiene también un valor de cambio. El valor de uso de una cosa no es nada más que su utilidad; el valor de uso de una silla, por ejemplo, consiste en que uno se pueda sentar en ella. Como tal, es independiente de que la cosa se intercambie o no. Si ahora intercambio la silla por dos telas, por ejemplo, el valor de cambio de esta silla son dos telas.
Si no cambiamos la silla sino que simplemente la usamos, no tiene entonces ningún valor de cambio, solamente valor de uso (un objeto en el podemos sentarnos cómodamente). En el intercambio de los productos, ahora mercancías, irrumpe el valor de cambio. El que las cosas sean mercancías no es una propiedad natural de las cosas sino social: sólo en las sociedades donde reina el intercambio poseen las cosas valor de cambio. Solo allí son mercancías.
Con ello, señala MH, se ha llegado a una diferencia importante: el contenido material de una cosa, su forma natural, se distingue de su forma social (expresión de Marx: «determinación económica social»). El que una silla (forma natural: su constitución material, el estar hecha de madera o metal o de lo que sea) sea mercancía (forma social: una cosa que se intercambia y que tiene por ello valor de cambio) no se debe a ella misma como cosa sino a la sociedad en que existe.
El hecho de que casi todo se cambie es específico de las sociedades capitalistas. Una de sus singularidades.
Si el cambio es la forma normal en la que se transfieren los bienes, señala MH, las relaciones de cambio individuales tienen que ajustarse una a otras. Solo pueden ser estables las relaciones de cambio que excluyan que se puedan producir ganancias o pérdidas solamente a través de una determinada sucesión de actos de cambios.
En las sociedades capitalistas, en las que, insistimos, el intercambio, es la normalidad, los distintos valores de cambio de la misma mercancía tienen que constituir también valores de cambio los unos con respecto a los otros: «si una silla se cambia, de un lado, por dos telas, y, de otro lado, por 100 huevos, tienen que cambiarse también dos telas por 100 huevos». Si se da tal regularidad, y tiene que darse para que el cambio funcione, ¿qué tienen en común una silla, dos telas y 100 huevos? ¿Qué constituye ese valor? ¿Cómo se determina la correspondiente magnitud del valor?
Antes de Marx, comenta MH, se había llegado, básicamente, a dos respuestas distintas:
La primera: el valor de una cosa es la utilidad; a más utilidad más valor. La teoría tiene un gran problema señalado ya por Adam Smith: el agua tiene mucha utilidad, sin ella no podemos vivir, sin embargo (así, en general, en condiciones no extremas), tiene muy poco valor. En cambio, en comparación con el agua, un diamante cualquiera tiene poca utilidad, pero, por el contrario, su valor es mucho mayor. Conclusión crítica de A. Smith: no es la utilidad de las cosas la que determina su valor.
La segunda respuesta la dio también Smith: el determinante del valor de una cosa es la cantidad de trabajo que se necesita para conseguirla. Esa es la teoría, la conjetura, la hipótesis del valor-trabajo, la teoría usual en la economía política en tiempos de Marx. Según esta teoría (en un sentido no fuerte del concepto de teoría), 1 silla, dos telas, 100 huevos, tienen el mismo valor porque se requiere el mismo trabajo para producirlas.
MH apunta que son evidentes dos objeciones a esta teoría del valor-trabajo: 1ª Se intercambian también productos que no proceden del trabajo (por ejemplo, suelo no trabajado). 2ª Hay determinados productos del trabajo (obras de arte, por ejemplo) cuyo valor de cambio es netamente independiente del tiempo de trabajo gastado para su producción.
MH señala respecto al primer punto que la teoría del V-T solo explica el valor de los productos de trabajo. Los productos que no proceden del trabajo no poseen valor. ¿Y si se intercambian? Entonces tienen un valor de cambio y entonces tiene que ser explicado aparte, fuera de la teoría. La teoría del V-T no da cuenta de estas situaciones, no es «todopoderosa».
Respecto a la segunda objeción,la de las obras de arte: son ejemplares únicos, «algo que solo se presenta una vez». El precio que se paga por ellas es discrecional; no tiene nada que ver con el tiempo gastado por el artista en su elaboración.
Pero, nos recuerda MH, «la mayoría de los productos de una economía no son tales ejemplares únicos, sino productos fabricados en grandes cantidades y cuyo valor debe ser explicado». Este sería el ámbito de la teoría, de la explicación V-T.
Marx, continúa MH, también considera que el valor de las mercancías se funda en el trabajo que las produce.
Como la objetivación de «trabajo humano igual», las mercancías son valores. La magnitud del valor está determinada por la cantidad de «sustancia generadora de valor», es decir, de trabajo, contenida en ella (MEW 23, p.53/ p.48)
Ahora bien: para Marx lo que genera valor no es el tiempo de trabajo gastado por cada uno de los productores individualmente sino solamente, matiza MH, el «tiempo de trabajo socialmente necesario». Es decir, el tiempo de trabajo que es necesario para (habla Marx ahora) «producir un valor de uso cualquiera en las condiciones normales de producción existentes en la sociedad y con el grado social medio de habilidad e intensidad de trabajo».
Ese trabajo socialmente necesario para la producción de un determinado valor de uso, como es evidente, no permanece siempre igual. Si aumenta la capacidad productiva del trabajo, disminuye el tiempo socialmente necesario para producir los productos; con ello, se reduce la magnitud del valor. Si disminuye esa fuerza productiva, aumenta el tiempo necesario que se requiere para la producción y se acrecienta la magnitud del valor.
MH pone el siguiente ejemplo de esto último:
Esto puede ser consecuencia… de condiciones naturales: el granizo echa a perder la cosecha, la misma cantidad de trabajo trae consigo un menor rendimiento, se requiere mayor trabajo para la producción y el valor del producto aumenta
La división del trabajo es el presupuesto del cambio pero la inversa es falsa: el cambio no es presupuesto de la división del trabajo. Basta pensar en lo que ocurre en cualquier fábrica: existe producción con elevada división del trabajo y existe ausencia de intercambio entre los productos (piezas intermedias) que allí se elaboran.
Lo que se intercambia, al hablar de mercancías, no son necesariamente cosas materiales. Los llamados «servicios» pueden intercambiarse y convertirse con ello en mercancías. La diferencia entre un producto material y un servicio inmaterial consiste simplemente en una relación temporal diferida entre producción y consumo: el producto material se produce y se consume posteriormente (el pan el mismo día; un coche puede tardar semanas o meses, los ejemplos son de MH). En una prestación de servicios (desplazamiento en taxi, representación teatral, un masaje, una clase universitaria, etc.) coincide inmediatamente el acto de producción y el acto de consumo (mientras el taxista «produce» el cambio de lugar, el viajero lo consume; mientras el profesor/a «produce» la clase, el estudiante «la consume»). Con palabras de MH:
Entre las cosas materiales y los servicios solo hay una diferencia en cuanto a la materia, pero cuando se trata de mercancías se hace referencia a su forma social, y esta depende de que las cosas y los servicios se intercambien o no.
Y los servicios se intercambian.
Con ello, apunta críticamente MH, ha quedado anulado el argumento de que con el tránsito de la sociedad industrial a la sociedad de servicios («o en una versión «de izquierdas» como, por ejemplo, la de Hardt/Negri: el tránsito de la producción «material» a la «inmaterial»») la teoría del valor marxiana ha quedado obsoleta. No es el caso en su opinión.
MH recuerda que lo dicho hasta ahora sobre la teoría del V-H ha sido expuesto por Marx en las primeras páginas del primer capítulo del primer libro de EC (en siete páginas de un total de cincuenta [1]). Para muchos marxistas este sería el núcleo de la teoría marxiana del valor. El resumen con riesgo de repetirnos: la mercancía es valor de uso y valor; el valor es trabajo humano objetivado; la magnitud del valor depende del tiempo de trabajo socialmente necesario que se requiere para la producción de la mercancía (la ley del valor del valor propiamente).
Pero no es esta la posición de MH: si realmente eso fuera todo, la teoría del valor de Marx no habría ido mucho más allá de la teoría de la EP clásica. Estaríamos en las mismas.
En el resto del capítulo MH pone de manifiesto que los planteamientos centrales de la teoría del valor de Marx no se limitan a esas consideraciones. Lo verdaderamente importante de la teoría marxiana del valor, afirma, «está más allá de lo que se ha esbozado hasta el momento».
Veamos, pues, ese más allá.
El siguiente apartado lleva por título: «¿Una demostración de la teoría del valor-trabajo? (actuación individual y estructura social». En la próxima entrega.
Nota:
(1) Para una detallada (y en muchos momentos deslumbrante) lectura de estas primeras páginas de EC: Michael Heinrich, ¿Cómo leer El Capital de Marx? Indicaciones de lectura y comentario del comienzo de El Capital, Guillermo Escolar editor, Madrid, 2018 (Traducción de César Ruiz Sanjuán). La edición alemana es de 2009. Para una crítica a las mismas, poco acertada en mi opinión, Francisco Umpiérrez Sánchez: «Anotaciones críticas sobre ¿Cómo leer El Capital de Marx? de Michael Heinrich» https://fcoumpierrezblogspotcom.blogspot.com/
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