«No os engañéis. Aquí el 90% de la población es talibán o seguidora de Gulbuddin Hekmatyar, que ahora viene a ser lo mismo. Así que, en cuanto entremos en Shiwan, no digáis nada, no habléis inglés y no os separéis de nosotros. Y no saquéis la cámara de fotos si no queréis que nos maten […]
«No os engañéis. Aquí el 90% de la población es talibán o seguidora de Gulbuddin Hekmatyar, que ahora viene a ser lo mismo. Así que, en cuanto entremos en Shiwan, no digáis nada, no habléis inglés y no os separéis de nosotros. Y no saquéis la cámara de fotos si no queréis que nos maten a todos».
G., un antiguo alto mando del Ejército afgano que ahora trabaja para Naciones Unidas por sus contactos en la zona, nos mira muy serio mientras entramos en su coche. «Creo que todo irá bien. Vestidos así, como afganos, parecéis del valle del Panshir», dice nuestro anfitrión mientras indica a nuestra escolta -dos antiguos comandantes talibanes de la zona- que abran la marcha hacia Shiwan.
Estamos en el distrito de Bala Buluk, corazón de la provincia afgana de Fará, una de las cuatro cuya seguridad estará en manos de la Brilat durante las elecciones del próximo 18 de septiembre. Si hay un epicentro para las preocupaciones de los mandos del contingente español, éste debería ser Bala Buluk.
Aquí la mayor parte de la población pertenece a la tribu de los pasthunes durranis, que forman el núcleo duro del movimiento talibán. Por las montañas de este distrito, que en ocasiones patrulla la Brilat, campan a sus anchas grupos armados de talibanes. El bandidaje es continuo y en los últimos meses se han producido varios secuestros. Ni la policía ni el Ejército afgano se atreven a entrar en la zona.
En Shiwan, una pequeña población en medio del desierto, los martes y los viernes se celebra un mercadillo donde se puede comprar opio y todo tipo de armas. Desde un fusil Kalashnikov hasta un misil tierra-aire capaz de derribar un avión. Por eso estamos aquí. Para ver el mercado.
Peligros
«Hay varios tipos de misiles, pero a mí los que más me preocupan son los misiles norteamericanos Stinger», dice G.. Los Stinger son la materialización de cómo la política que Estados Unidos llevó a cabo en Afganistán en el pasado se está volviendo ahora en su contra.
En los ochenta, en plena lucha de los afganos contra la invasión soviética, la CIA distribuyó centenares de estos misiles entre los guerrilleros muyahidín. Era un arma ligera, portátil, fácil de usar e ideal para abatir los helicópteros y los aviones soviéticos. En Fará, donde la resistencia contra la ocupación era muy fuerte, se distribuyeron centenares. Muchos de ellos están ahora en manos de los talibanes.
«Conozco a un mulá, el mulá Faqhir, del distrito de Anardará, que tiene al menos diez», comenta G. «Irán envía regularmente agentes a comprar misiles aquí, a Bala Buluk. La mayoría de los que han vendido lo han hecho a los iraníes», dice un comandante de la zona. Estados Unidos ha subido la apuesta y ahora paga 200.000 dólares por unidad, pero la gente no se fía. «Conozco a uno que quiso venderles a los norteamericanos. Le dijeron que fuera para su base, pero él, como no tenía garantías de seguridad, envió a un emisario. Los soldados detuvieron al intermediario. Ya no se supo más del tipo ni de su misil. Si quieres recuperar esas armas no puedes hacer ese tipo de cosas», dice este miliciano. El bazar, a unos cuantos metros de la escuela, no es más que una sucesión de tiendas en medio del polvo del desierto. Los comerciantes se esconden del sol impenitente bajo la sombra de sus toldos. Huele a comida y a la sangre de los animales que se matan ahí mismo siguiendo el ritual islámico, dejándolos desangrarse.
El opio está expuesto al público. Preguntamos al vendedor por el precio. «120 dólares el kilo», contesta. Es tan barato porque se planta aquí mismo, en el distrito de Bala Buluk. En unos meses esta zona estará plagada de ampolas de adormidera. Las semillas, que también se pueden comprar en el mercado, no cuestan más de 6 dólares el kilo. Las armas no están a la vista. En el mercado se hace el contacto y la negociación se sigue en una casa.
Según fuentes locales hay a la venta unos 2.000 fusiles Kalashnikov, unos 300 rifles de francotirador, cientos de lanzagranadas RPG, muchos cañones antitanque y varias decenas de misiles antiaéreos. El mercado de Shiwan es un peligro no sólo porque tenga armas para nutrir a un pequeño ejército, sino porque el desencanto de este distrito y su agresividad hacia el Gobierno y las tropas internacionales amenaza con crear un foco de resistencia en plena zona de responsabilidad de la Brilat.
«La gente está muy descontenta por la detención por parte de los americanos del mulá Sultán. Al fin y al cabo, había sido elegido por la Shura (el consejo) de la ciudad. ¿No dicen los americanos que quieren darnos la democracia? Pues nosotros le elegimos a él», cuenta uno de nuestros guardaespaldas que, además de antiguo comandante talibán, es el mulá de la madraza de la ciudad. «Shiwan es ahora una olla a presión y hay además gente interesada en que explote. Está entrando dinero paquistaní a la zona, dinero para pagar ataques contra las tropas, las fuerzas del Gobierno y sobre todo las oenegés», cuenta un militar afgano.