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Deseo cumplido

Ver a Fidel de verdeolivo

Fuentes: Rebelión

«Hay hombres que luchan toda vida: esos son los imprescindibles.» Ha transcurrido el tiempo tal vez demasiado rápido o demasiado lento. Tanto para las personas como para los acontecimientos de la vida diaria o de la historia tal parece que sucede igual ineluctablemente. Esta realidad siempre nos sorprende, y nos queda la certeza de que […]

«Hay hombres que luchan toda vida: esos son los imprescindibles.»

Ha transcurrido el tiempo tal vez demasiado rápido o demasiado lento. Tanto para las personas como para los acontecimientos de la vida diaria o de la historia tal parece que sucede igual ineluctablemente. Esta realidad siempre nos sorprende, y nos queda la certeza de que nuestra vida es así y que la relatividad del tiempo está indisolublemente dentro y fuera de nosotros.

Cuando vimos recientemente las intervenciones de Fidel por la televisión cubana, con eco de acontecimiento extraordinario en los órganos de prensa de todo el mundo, la alegría experimentada por el pueblo cubano nos inundó a todos dentro y fuera del país, salvo excepciones explicables de aquellos enemigos que, enfermos de un odio feroz, tal vez le vieran como un fantasma resucitado. Pero, en fin, esos no cuentan en el bando de los que aman y construyen obras y sueños que sean valederos para los individuos y los pueblos.

Lo quieran o no los enemigos de Fidel, de su causa, lucha e ideas, Fidel Castro es el más conspicuo de los imprescindibles de nuestra época, y seguro que lo será de épocas futuras, que según lo definiera Bertolt Brecht, son esos hombres que luchan toda la vida.

Todo el mundo conoce los acontecimientos nacionales e internaciones que constituyen parte de la existencia fecunda de Fidel, ligados a las mejores causas a que un hombre puede dedicar su vida entera, exponiéndola a los mayores sacrificios y peligros. Haber salido airoso y salvo de más de seiscientos atentados planificados por los Estados Unidos, sus aliados y secuaces, es un mérito y una suerte que serán difícilmente superados por otra personalidad de la historia contemporánea, como siempre serán un baldón y una ignominia para los gobernantes y políticos norteamericanos que fueron capaces de concebir asesinatos que jamás tendrán justificación ética ni legal en ninguna circunstancia ni época histórica de una nación civilizada.

Haber sobrevivido a los peligros naturales azarosos de sus luchas armadas y de sus desafíos continuos en hechos riesgosos que demandaban su presencia o lo arrastraban en forma natural hacia ellos; actos, en fin, que pudieran calificarse de temerarios, pero que han formado parte distintiva de su carácter, de la filosofía de su personalidad y de su práctica y estilo de ejercer la política a través del ejemplo, de su unión indisoluble con su pueblo y de compartir los mismos riesgos que los hombres comunes tanto en los conflictos bélicos como en las amenazas de los fenómenos o catástrofes naturales.

Pero quizás lo más duro de su vida ha sido sobrevivir y recuperarse de la enfermedad sorpresiva que mantuvo en vilo y pesar a todo el pueblo de Cuba y al mundo entero, en momentos en que se mantenía vital en actividades nacionales e internacionales, lo cual le obligó a tomar la decisión de apartarse de sus cargos y funciones estatales, aunque como líder máximo de la Revolución y su decisión de dedicarle hasta el último minuto de su vida, continuó su quehacer revolucionario, inmediatamente que se producía su recuperación progresiva, a través de sus llamadas Reflexiones y otras tareas de carácter privado. Noticias de estos hechos, con imágenes o sin ellas, o con su voz, han aparecido reportadas por la prensa en determinadas ocasiones.

Pero lo que realmente se quería, que era volver a verlo vital y lúcido en la televisión analizando asuntos decisivos para la vida en el planeta, como son las amenazas y tragedias de la guerra y de la destrucción de la naturaleza, sólo se produjo recientemente a través de su presencia en la Mesa Redonda de la Televisión Cubana, y luego en un largo intercambio en el MINREX con los embajadores cubanos en el exterior.

Sin embargo, la sorpresa más agradable y esperada fue observarle, el día 24 de julio, con su camisa del uniforme verde olivo, en un acto de homenaje a sus compañeros de Artemisa, participantes y caídos el 26 de julio de 1953 durante el ataque al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, con su sentido mensaje en que se aborda este hecho, la injusta condena de los cinco cubanos presos en los Estados Unidos y los peligros de tragedias que amenazan a la humanidad.

Y para mayor sorpresa y una mayor certeza de lo visto por primera vez, se volvió a verle con su camisa verde olivo en el encuentro celebrado el 26 de julio con artistas, intelectuales y miembros de los Pastores por la paz, con los cuales sostuvo un diálogo sui géneresis en que abordó asuntos nacionales e internacionales, además de anunciar temas próximos a abordar en sus reflexiones, la salida de un libro sobre la guerra en la Sierra Maestra, un componente seguro de sus Memorias, y su importante y extraordinaria presencia ante la Asamblea Nacional para abordar detalles de los asuntos sobre la guerra y la paz que constituyen hoy por hoy su dedicación suprema, en aras de alertar, poner al desnudo realidades ocultas u oscuras, y quizás crear una conciencia en la humanidad y en los principales actores de las grandes potencias y el resto de los países, que impida o prevenga las acciones apocalípticas que pueden desencadenar los actos enajenados de una insania que pudiera convertirse, gracias a factores imprevisibles, en una cordura realista y, por lo tanto, revertir una situación que tiene todos los visos de ser ineludibles presagios de guerras inminentes y absurdas.

Cuando en febrero del 2009 publiqué el artículo «SI ME DIJERAN PIDE UN DESEO, PEDIRÍA VER A FIDEL DE VERDEOLIVO«, tenía el propósito de sacarme de adentro una nostalgia en tal sentido y a la vez expresar mi confianza en que un día podría hacerse realidad, no sólo propia sino de todo el pueblo cubano y de todos los que en el mundo lo consideran un paradigma que aman y defienden como patrimonio propio.

Así que en una ocasión tan especial, les pido conocer o recordar lo que entonces expresé impulsado por sentimientos que brotaron como escapados de un surtidor colectivo de las almas gemelas que habitan nuestro mundo.

Decía entonces, el 17 de febrero del 2009:

«Hoy estoy nostálgico. El frío de la noche me enmorriña y pienso mientras ojeo la prensa. En la página 3 del periódico Granma del martes 17 de febrero me encuentro con las cuatro fotos de Fidel en su encuentro con Michele Bachelet. Al igual que en ocasiones anteriores, ante fotos similares, me asaltaron los mismos pensamientos de nostalgia.

Se me agolpan los recuerdos en avalanchas porque hay hechos que son partes imprescindibles de la historia y de la vida de los hombres y los pueblos, y uno no puede olvidarlos ni eludirlos.

Por eso recuerdo, por ejemplo, aquella definición temprana, en los inicios del triunfo revolucionario, de que la revolución cubana era una revolución verde oliva. Era, sin duda, una manera convincente de asociar su naturaleza al color del uniforme del Ejército Rebelde que, a la cabeza de Fidel y del pueblo, la condujo al triunfo el primero de enero de 1959.

Recuerdo también la reacción de Fidel cuando le propusieron, hace cincuenta años, que asumiera el cargo de Primer Ministro, lo cual implicaba, en aquel entonces, por normas legales, dejar de vestir su querido uniforme verdeolivo y por el cual sentía un apego superior a cualquier cargo. Entonces fue necesario que el Presidente de la República dispusiera la normativa de que los funcionarios gubernamentales que ostentaban cargos en el Ejército Rebelde podrían conservar el uso del honroso uniforme libertario.

Rememoro sus confesiones en cuantas entrevistas abordaron el asunto del uniforme y su barba, en que enfatizaba el simbolismo que entrañaba esa vestimenta de guerrillero unido a otras ventajas prácticas que ello tenía según él.

Recuerdo la primera vez que le vimos vestido de civil, de guayabera, después de vencer, seguramente, su natural resistencia al cambio de su vestimenta tradicional del uniforme verdeolivo. Aquello debió significar un sacrificio inmenso y fue un gesto de cortesía acceder a la petición hecha a todos los mandatarios a fin de que vistieran la criolla guayabera en aquella cumbre internacional.

Más tarde le vimos vestido de civil y de saco y corbata, ocasionalmente y según las circunstancias, especialmente en sus viajes al extranjero, aunque casi siempre alternando su vestimenta con su uniforme verdeolivo.

Después del proceso de su enfermedad y período de recuperación, en una de las ocasiones en que Chávez informó sobre su estado de salud, el líder de la Revolución Bolivariana se refirió a que Fidel estaba mejor y ya a cada momento echaba una mirada a su uniforme. Y en un gesto de confianza y de anhelo profundo, instaba a Fidel, en una especie de reto fraterno, de que ya era hora que se pusiera el uniforme. En ese momento le debió salir a Chávez la conciencia de la necesidad de verle enhiesto en su uniforme cargado de tanto simbolismo, a pesar del periodo lento de recuperación, o tal vez tuvo un brote espontáneo de nostalgia por verle su figura más cerca de lo normal posible con su uniforme verdeolivo de Comandante en Jefe.

En fin, mirando estas fotos de Fidel con Bachelet, traté de imaginarlo vestido con su uniforme verdeolivo. Por eso digo que si me dijeran que pidiera un deseo, diría que ver a Fidel de verdolivo. Y estoy seguro que un día ocurrirá. ¿No siente Ud. igual nostalgia?»

Hasta aquí fue el texto escrito para aquella ocasión, y así finalizaba. Después de diecisiete meses de aquella fecha, el deseo anhelado ha sido cumplido, pocos días después que el Presidente Hugo Chávez le reiterara su pedido de «Póngase su uniforme, Comandante», con ese cariño y admiración especiales que siente por el Comandante en Jefe.

Por tanto, si antes pregunté: ¿No siente Ud. igual nostalgia por verle de verdeolivo?, hoy cabe preguntar, seguro de la respuesta positiva, ¿no siente Ud. igual alegría por verle nuevamente de verdeolivo?

Este ha sido sin dudas el mejor regalo que ha recibido nuestro pueblo y el mundo, en ocasión de celebrar el cincuenta y siete aniversario del 26 de Julio, declarado como el Día de la Rebeldía Nacional. ¡Y vaya que lo fue y lo sigue siendo!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.