Emisiones de gases con efecto invernadero en aumento, desperdicio de agua, construcciones desenfrenadas e incontroladas y erosión costera son algunas de las características que más marcan el vulnerable paisaje portugués. Las alarmas de los ambientalistas suenan casi cotidianamente. Los sucesivos gobiernos prometen «medidas urgentes». Pero al analizar documentos y estudios científicos, es fácil corroborar que […]
Emisiones de gases con efecto invernadero en aumento, desperdicio de agua, construcciones desenfrenadas e incontroladas y erosión costera son algunas de las características que más marcan el vulnerable paisaje portugués.
Las alarmas de los ambientalistas suenan casi cotidianamente. Los sucesivos gobiernos prometen «medidas urgentes». Pero al analizar documentos y estudios científicos, es fácil corroborar que el deterioro continúa su inexorable marcha hacia la catástrofe.
En un estudio del mes pasado, la asociación ambientalista «Quercus» hace un llamamiento a un uso más racional de la llamada «huella ecológica», que es un cálculo del área que se necesita para la vida de una persona en términos de recursos y de absorción de residuos.
«En Portugal, la huella ecológica es de 5,2 hectáreas por persona al año y está aumentando. Pero la capacidad global disponible es de solo 1,8 hectáreas, lo que significa que si todos en el mundo viviesen como los portugueses, se necesitarían cerca de tres planetas», alerta Quercus.
Estas cifras ilustran la elevada destrucción de los recursos naturales y el alto volumen de producción de desperdicios en Portugal.
La diputada del Partido Ecologista Verde (PEV), Isabel de Castro, recordó a IPS que «Portugal cuenta con las leyes más avanzadas del concierto mundial y la propia Constitución, de una forma innovadora, consagra el ambiente como un derecho fundamental, pese a lo cual, se verifica un abismo entre el país legal y el país real».
No sólo se han abandonado las políticas públicas de defensa y promoción de un ambiente equilibrado, sino que «la creciente irresponsabilidad del Estado, el desmantelamiento de las estructuras fiscalizadoras y su precariedad, la ausencia de voluntad política y de visión prospectiva, así como la impunidad instalada, favorecen los atentados y la degradación ambiental», deplora De Castro.
La diputada ecologista subraya que el tema ambiental es «desafiante para la humanidad, interfiere con el cotidiano, es susceptible de comprometer el futuro, pero aun así, en Portugal, país de santa ignorancia, es un asunto muy ajeno a la agenda política y mediática».
Sin embargo, De Castro admite la excepción de algunos periodistas que tratan de «despertar conciencias anestesiadas, dando un remesón al poder político, tan pretencioso como ignorante, y que intentan ayudar a colorear una realidad tan sombría y conformista».
Según la diputada, es necesario «lanzar alertas de peligro, ante la amenaza constante al valioso patrimonio natural, ambiental, paisajístico y cultural no recuperable, que está muriendo debido a la complicidad por omisión de los sucesivos gobiernos, lo que abre las puertas a que sea destruido en nombre del lucro inmediato y fácil».
Entre los problemas ambientales más acuciantes que enfrenta Portugal se encuentran la pérdida de biodiversidad (fauna y flora) y el empobrecimiento de los suelos, con más de la mitad del territorio nacional (92.000 kilómetros cuadrados) amenazado de desertificación y un tercio con erosión grave.
Además, los grandes incendios sucedidos entre 2003 y 2005 destruyeron cerca de 80 por ciento del territorio forestal, cuyos árboles fueron sustituidos por especies no autóctonas de crecimiento rápido, como el eucalipto, con efectos erosivos ampliamente conocidos.
Sobre esta situación que ha sido denunciada por las organizaciones ambientalistas y por el propio PEV, De Castro confirmó las cifras y añadió que a ello habría que agregar «los atentados al paisaje, el desorden del territorio y el caos urbanístico, con la ‘cementación’ del litoral bajo pretexto del ‘interés público'».
Este es «un febril proceso de erosión de cerca de 80 por ciento de nuestra costa, causado por construcciones indebidas, urbanizaciones acantilado (que están adosadas a las colinas), que son zonas de riesgo de vida, destrucción de cordones de dunas o por la extracción ilegal de arenas», explicó.
En cuanto a los ríos, apuntó que «más de la mitad se encuentra gravemente contaminado, a lo cual no escapa ni siquiera el estuario del Tajo, una de la diez mayores zonas húmedas del mundo».
Existen también graves problemas con los residuos, cuyo constante aumento, según De Castro, «es un síntoma de la ausencia de una estrategia para cambiar patrones de comportamiento y hábitos de consumo» que perjudican el ambiente.
Tales modificaciones constituyen «una revolución postergada, pero para hacerla se necesitan aliados e ideas imaginativas sobre cómo llegar a las personas, además es la misma revolución que se reclama respecto al agua y a una nueva cultura que ponga fin al desperdicio», acotó.
La situación energética también fue objeto de duras críticas de la diputada verde, quien sostuvo que «el brutal aumento de las emisiones contaminantes agrava la factura de combustibles para el país, degrada la salud e implica el incumplimiento de los compromisos de Kyoto».
El informe de la Unión Europea (UE) presentado en la Conferencia de las Naciones Unidas para las Alteraciones Climáticas, en diciembre de 2005, indica que Portugal aumentará en 42 por ciento las emisiones de gases que recalientan la atmósfera entre 2008 y 2012, lo que lo sitúa como el país más contaminante del bloque.
El negativo pronóstico portugués contrasta con el de la totalidad de la UE, que según el mismo informe reducirá en 9,3 por ciento las emisiones para 2010, superando incluso la meta de corte global de ocho por ciento para el año 2012. Esta meta hace parte de los compromisos asumidos por los países industrializados en el Protocolo de Kyoto el 11 de diciembre de 1997 y que entró en vigor el 16 de febrero de 2005, tras la ratificación por parte de Rusia el 18 de noviembre de 2004.
Según De Castro, Portugal muy probablemente no podrá cumplir la meta, porque éste «es un país que depende en 90 por ciento del exterior, pero desperdicia más de 30 por ciento de la energía, no estimula la eficiencia, continúa aumentando la intensidad energética, apuesta poco en sus recursos renovables y es incapaz de adoptar medidas innovadoras que permitan modificar la forma de vivir, de producir y de consumir».