Han durado poco los efectos sobre la prudencia de la hecatombe nuclear nipona [1]… en la República Popular. China ha reanudado la construcción de una planta nuclear de «cuarta generación» que fue suspendida a raíz de la catástrofe de la central de Fukushima en 2011. Se anuncia que será la mayor instalación nuclear del mundo. […]
Han durado poco los efectos sobre la prudencia de la hecatombe nuclear nipona [1]… en la República Popular. China ha reanudado la construcción de una planta nuclear de «cuarta generación» que fue suspendida a raíz de la catástrofe de la central de Fukushima en 2011. Se anuncia que será la mayor instalación nuclear del mundo.
La construcción en la planta nuclear de la Bahía Shidao, en Rongcheng (una ciudad en la provincia de Shandong (este)) [2] se reanudó a finales de 2012. Si se llegase a finalizar su construcción, sería «el primer proyecto comercializado con éxito en el mundo de tecnología nuclear de cuarta generación» según informes oficiales.
Además, para encender todas las armas, el proyecto fue diseñado para ser al mismo tiempo «más seguro y reducir los costos». Veremos en qué queda el asunto, esencial donde los haya, de la seguridad.
El Grupo China Huaneng es el principal inversor y el proyecto ha sido «desarrollado y diseñado únicamente por investigadores chinos», según ha afirmado la Radio Internacional China. La planta debería comenzar a suministrar electricidad hacia 2017. Se calcula que generará 6.600 megavatios.
No cuadran del todo las finalidades con la inversión en el proyecto que, según fuentes oficiales y de la empresa, es de 3.000 millones de yuanes (unos 480 millones de dólares). Probablemente se esté hablando de la inversión inicial. No hay datos sobre el coste total.
En La República Popular de China hay actualmente 15 reactores nucleares comerciales. Los dirigentes chinos han hablado de acelerar su apuesta nuclear, el desarrollo de una industria que, paradoja entre paradoja, será en cambio abandonada en breve en otra gran potencia económica, en Alemania. Se habla de la construcción de 27 reactores en áreas cercanas a la costa.
Podemos imaginarnos los riesgos para la población y la incalculable generación de residuos radiactivos que se produciría, además del uranio necesario para alimentar tantos reactores.
En India, entre la ciudadanía popular, las cosas no caminan en esa dirección. «Campesinos indios protestan contra la energía nuclear» es el título de un excelente artículo informativo de K. S. Harikrishnan [3].
Mahalakshmi, señala KSH, una mujer de 52 años, esposa de un campesino de Kudankulam, en el sur de India, teme por el futuro de su familia y está molesta porque considera que las autoridades del país «traicionaron» a los agricultores pobres. El motivo de sus preocupaciones es la construcción de una enorme planta nuclear, controlada por la Nuclear Power Corporation of India Limited (NPCIL). La central está ubicada a 24 kilómetros del centro turístico de Kanyakumari (extremo sur de la península) y, probablemente, sea puesta en servicio a finales de enero de 2013. La planta debería producir inicialmente unos 1.000 megavatios, según fuentes de NPCIL
Mahalakshmi, y decenas de mujeres más de Kudankulam, temen que el proyecto les arruine su futuro, sus casas y sus medios de vida. Temen, con razón, la posibilidad de un desastre similar al de Fukushima, de marzo de 2011, o a la catástrofe de Chernóbil (Ucrania), en 1986.
Los campesinos han organizado protestas contra la planta porque, arguyen documentadamente, que «no está dotada de las mejores medidas de seguridad posibles». Es probable que tengan razón. La seguridad, lo hemos visto en repetidas ocasiones, no está en el puesto de mando de las prioridades empresariales ni siquiera en el ámbito de la industria nuclear.
Un activista, Arul Vasanth, ha criticado que «políticos, científicos y burócratas han hecho todo lo posible para aplastar las protestas contra la lucrativa central de energía». Añadió además: «Los pobres somos los que recibimos las falsas promesas de las autoridades El riesgo pesa sobre nuestros hombros, así que lucharemos con todo hasta el final».
Las protestas vienen de lejos. La oposición al proyecto comenzó cuando la India suscribió en 1988 un acuerdo para construir la central de Kudankulam con la ex Unión Soviética, confiada hasta el exceso y el desvarió en las bondades de la industria nuclear incluso después del desastre de Chernóbil. Las protestas cobraron fuerza de nuevo en 1997, cuando India suscribió un nuevo convenio con Rusia que reflotaba el anterior acuerdo. Tras el desastre de Fukushima, los pobladores de Kudankulam ampliaron su lucha.
Pero no sólo ellos. Los pobladores de Idinthakarai, Koottappalli, Perumanal, Koothankuli y Uoovri (localidades vecinas de Kudankulam) temen las consecuencias sanitarias de la planta nuclear. «Los problemas de salud derivados de la radiactividad son los principales motivos de preocupación de la gente», según el activista K. Sahadevan. Un estudio sobre las viviendas cercanas a la central atómica de Rajasthan reveló una fuerte prevalencia de cáncer y tumores. El pediatra Binayak Sen, miembro del comité directivo sobre salud de la Comisión de Planificación, emitió un comunicado tras visitar el lugar en el que aseguraba que la planta suponía «graves problemas para la salud, no solo para los residentes de la zona, sino para toda la región». Hay motivos más que razonables para el desasosiego y la lucha.
El gobierno, por otra parte, no ha compensado a las gentes del lugar por las grandes cantidades de tierras cultivables que fueron declaradas parte del proyecto. Un pequeño agricultor indicó claramente sus preferencias: prefiere otras formas de energía, como la eólica, antes que una central atómica. Un grupo de estudiantes de la escuela secundaria Saint Annes (Kudankulam), mostraron su indignación ante un futuro enmarcado en el riesgo de una catástrofe nuclear de dimensiones incalcubles.
Sin olvidar la otra cara de la moneda, la cara represiva: agencias de policía e inteligencia redoblan la represión de las manifestaciones. Más de 250 personas, según fuentes periodísticas, han sido detenidas. Los organizadores sostienen que la cantidad real es mucho mayor. Las autoridades siguen el guión repetido en otras ocasiones: tratan de sabotear el movimiento de protesta, intentan aplastarlo con mano de hierro y con algunas falsas promesas.
Incluso el alto tribunal de justicia de India se mostró preocupado por la falta de medidas de seguridad en la planta y detuvo todo el proceso. Se presentaron demandas a la Corte Suprema de India y al Tribunal Nacional Verde. En noviembre de 2012, la Corte instruyó al gobierno nacional a desplegar todas las medidas de seguridad necesarias en Kudankulam. La opinión de los jueces K. S. Radhakrishanan y Deepak Misra parece muy razonable: «No se puede comprometer la seguridad y la rehabilitación. Estamos dejando totalmente claro que todas las pautas y medidas de seguridad en materia de gestión de desastres deben implementarse antes de que la planta entre en funcionamiento». ¿Sería pensable otro escenario?
Así, pues, también en India es razonable una consigna de validez universal, casi un principio internacionalista: «Mejor activos que hoy que mañana radiactivos». En China, en la República Popular, también debería serlo desde luego. Y acaso con más motivo.
Fuente:
[1] Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal, Ciencia en el ágora, Barcelona, El Viejo Topo, 2013 (especialmente capítulo VI).
[3] http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=102208
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría
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