Aunque es algo elemental vale la pena repetirlo: el surgimiento, desarrollo y existencia del sistema capitalista no ha sido resultado de la voluntad de individuos o grupos, sino un modo de producción que se instaló a escala planetaria como parte de un proceso necesario, de una lógica de formación y organización de la sociedad humana […]
Aunque es algo elemental vale la pena repetirlo: el surgimiento, desarrollo y existencia del sistema capitalista no ha sido resultado de la voluntad de individuos o grupos, sino un modo de producción que se instaló a escala planetaria como parte de un proceso necesario, de una lógica de formación y organización de la sociedad humana que al igual que en etapas anteriores, trasciende el metabolismo socioeconómico y se extiende al modo de vida. En efecto, en el capitalismo hay economía capitalista y modo de vida capitalista, soportado por las prácticas, por las normas, por las costumbres, pero también codificado en leyes, con sus lógicas reproducidas a través de los institutos ideológicos, en particular en el mundo mediático, y preservado también por las instituciones que ejercen la coerción.
Gracias al poder político, económico y militar y a la hegemonía ideológica, el capitalismo ha logrado superar sucesivas y cada vez más profundas crisis con un saldo crecientemente negativo que hoy se torna criminal con los seres humanos y la naturaleza y amenaza peligrosamente la vida en el planeta.
Como parte de ese proceso universal, la sociedad cubana se formó desde una condición de sociedad periférica, colonial primero, neocolonial después. Cuando triunfa la revolución de enero de 1959, Cuba tenía una economía capitalista dependiente, basada en el monocultivo, con grandes latifundios [2] , altos índices de mortalidad infantil y materna, proliferación de enfermedades prevenibles, desocupación, pésimas condiciones de vivienda y escasos servicios básicos, analfabetismo y muchas otras injusticias sociales.
La construcción en Cuba de un nuevo tipo de sociedad basada en la equidad y la justicia ha sido y es un camino largo y difícil, pero la permanencia hoy del proceso de transformaciones generado por la revolución de 1959 ha demostrado la capacidad de adaptación y avance de la sociedad cubana que ha podido administrar con un balance positivo en sus resultados las energías liberadas por la naturaleza de los cambios sociales ocurridos en el país. No obstante, los desafíos que tiene hoy Cuba son de tal envergadura y urgencia que ponen en tensión a todas sus instituciones y a la ciudadanía en general.
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El capitalismo ha sido el sistema social dominante en el planeta en los últimos 4 – 5 siglos y desde el XIX ha ocupado obstaculizado y logrado desarticular y reabsorber diversas iniciativas en diferentes latitudes de superarlo. En consecuencia es incuestionable que se deben a este sistema los actuales problemas que afronta la humanidad: la crisis económica, la crisis energética, la crisis medioambiental, la crisis ética, la crisis civilizatoria, el hambre, las enormes desigualdades sociales, las guerras, la escasez, los cada vez más altos precios de los alimentos, la mentalidad consumista, etc. Las consecuencias que ha traído a la humanidad son de tal magnitud, gravedad y urgencia que se antepone a cualquier otro propósito el prioritario de preservar la vida en el mundo. El proceso de cambios que tiene lugar actualmente en Cuba, no puede desprenderse de esta realidad.
El tiempo universal destaca la urgencia de estos enormes problemas del planeta. Pero los tiempos en el devenir histórico de la humanidad tienen también otras dimensiones y ritmos, las que están pautadas por las condiciones, características y desarrollo específico de las diferentes sociedades y culturas que la integran. Como las otras, el tiempo de la sociedad cubana, si bien hace parte del tiempo universal tiene su ritmo propio.
El viraje que significó la desaparición de los emprendimientos socialistas en Europa del Este, la URSS y Mongolia, sorprendió a la sociedad cubana en el momento de madurez de una de las sucesivas rectificaciones que ha protagonizado en los últimos 50 años procurando estructurar un nuevo tipo de sociedad, siempre sobre la base del predominio de la propiedad social, el papel regulador de la planificación y objetivos centrados en el beneficio de la sociedad en su conjunto. Una rectificación que se proponía superar errores y tendencias negativas, resultantes de la copia del sistema de dirección de la economía vigente entonces en la antigua URSS y demás países del campo socialista. [3]
El proceso de rectificación de errores y tendencias negativas que había tenido su preparación ya finalizando la primera mitad de la década de 1980 transitó por varias fases en las que fue incrementándose la participación popular, dando muestras que se trataba de un proceso revolucionario genuino. La participación popular que se produjo entonces no era sólo en relación con las acciones a emprender, sino también en lo tocante a la ponderación y apreciación de los errores y las vías y modos para superarlos.
El proceso de rectificación fue auténtico y autóctono. Fue una decisión madurada por el sujeto político del proceso revolucionario cubano, decisión tan propia y consciente como lo fue antes la de asumir el sistema copiado de la experiencia socialista luego del fracaso en 1970 de la zafra de los 10 millones y de los planes de desarrollo que se habían proyectado con la política trazada a fines de la década de 1960 [4] ; y si bien la vida indicó después la necesidad de rectificar, es justo reconocer que el saldo de la copia del sistema de dirección económica de la antigua URSS aplicado en los años 1975 – 1984 no fue negativo ni en lo tocante al crecimiento económico ni en el orden cultural en general, aunque el país tampoco alcanzó los niveles necesarios de eficiencia ni se avanzó sustancialmente en la conciencia económica de los trabajadores y de la población en general. Hay que añadir a eso que además de la adopción de aquel sistema y del ingreso al CAME [5] era inevitable junto con ello trabajar con los principios, conceptos y prácticas universalmente reconocidos por los miembros de esa entidad.
En el plano económico se amplió y fortaleció el sector industrial mediante el crecimiento de las inversiones; otro tanto ocurrió con la infraestructura económica. Entre 1981 y 1985, por ejemplo, el producto social global creció un 8,5% [6] .
En el plano cultural, se fortaleció el sistema educacional del país, así como las instituciones culturales en general, los indicadores de salud mejoraron, aumentaron las expectativas de vida del cubano y el país mantuvo su eje estratégico orientado a priorizar en sus planes el desarrollo humano.
La necesidad de rectificar provino de una realidad económica ineficiente. [7] Otros factores se sumaron a lo anterior, entre ellos la persistencia del bloqueo económico de los EEUU, contrarrestado por el amplio esquema de relaciones con el campo socialista y particularmente con la URSS, pero frenando siempre las potencialidades de desarrollo económico de Cuba, además de otras situaciones en el ámbito económico internacional que afectaban a la economía cubana como a la de otros países subdesarrollados conduciendo a un mayor endeudamiento del país.
La existencia de una muy generosa legislación laboral, los amplios subsidios, la posibilidad de obtener nuevos créditos, pero también los espacios que generó la renegociación de la deuda externa no redundaron positivamente en el desarrollo de una verdadera conciencia económica socialista en los trabajadores cubanos ni específicamente en los encargados a los diferentes niveles de dirigir y controlar la economía nacional, quizá la consecuencia más perniciosa de aquellos años de crecimiento sin eficiencia.
El proceso de rectificación de errores y tendencias negativas no era simplemente un propósito económico aunque había comenzado por la economía. Sus implicaciones a mediano y largo plazo se debían extender como comenzó a ocurrir a fines de la década de 1980, hacia la política y la sociedad en su conjunto.
Cuando en 1984 comenzó a gestarse en Cuba esa rectificación, todavía no había comenzado la perestroika en la antigua URSS, permanecía en la escena mundial el equilibrio bipolar y eran estables las relaciones económicas, comerciales, financieras y de colaboración con los países socialistas.
De últimas, partiendo de que en Cuba se había implantado el sistema de dirección de la economía prevaleciente en el campo socialista, tanto la rectificación cubana como la perestroika en la URSS entrañaban en lo económico la reacción ante aquel sistema, solo que en el caso de la perestroika el desenlace devino reflujo hacia el capitalismo y en el caso cubano fortaleció cultural y políticamente a la sociedad y la preparó -sin proponérselo- para enfrentar el duro y espinoso desafío del período especial sin abandonar la orientación socialista.
La pregunta que se desprende evidentemente es ¿por qué? La respuesta no puede obtenerse de una simple comparación de ambas realidades. El postulado compartido por muchos de que no habrá un único socialismo en el mundo, no debe conducir a establecer una especie de competencia para definir cuál de todos será el mejor lo que obviamente significaría la negación de su multiplicidad. El ejercicio útil y necesario es el de estudiar cada experiencia en sí misma, lo cual en modo alguno impide prestar atención a otras ni excluye la presencia de características similares al ser transformaciones dirigidas a superar el capitalismo.
El socialismo en la antigua URSS, por ejemplo, no tenía irremisiblemente que refluir hacia el capitalismo. Muchos valores habían sedimentado en aquella sociedad que fue capaz de generar la resistencia y el heroísmo que la llevó a derrotar la maquinaria bélica del nazifascismo y reconstruir el país devastado por la guerra, entre ellos los que se observan hoy cuando sectores mayoritarios de la población reclaman una economía planificada y formas justas de distribución [8] , lo que no significa que junto con ello se imaginen el modo de vida igual que antes.
En Cuba, aun con una aguda escasez de recursos como resultado de la desaparición del campo socialista y el recrudecimiento de la guerra económica de los EEUU, nuestros propios errores e insuficiencias y devastadores eventos naturales que han resentido gravemente la economía nacional y la infraestructura del país, las mayorías ciudadanas continuaron respaldando mayoritariamente la orientación socialista, algo que ha quedado probado por sucesivos procesos electorales transparentes a través de los cuales se han renovado los órganos del poder popular a los diferentes niveles, por la participación ciudadana en los debates nacionales y por la estabilidad y clima social tranquilo y seguro que ha prevalecido en el país en estos años desde el derrumbe del campo socialista hasta la fecha.
Desde que comenzó la lenta recuperación de la economía nacional a partir de 1995, el producto interno bruto de Cuba ha ido en ascenso, mientras se ha logrado mantener la orientación social de la economía [9] .
Sin embargo, estos incrementos que han promediado entre 2001 y 2008 un 6,5% anual distan mucho de significar de modo directo un incremento proporcional del bienestar de la población, entre otros factores porque los precios en el mercado internacional de los alimentos, medios de producción y otros insumos han crecido en proporciones mayores. Por ejemplo, el crecimiento previsto del precio de importación de los alimentos para el 2011 es de un 5% [10] mientras que el crecimiento esperado del PIB en Cuba es de un 3,1% [11] .
El bienestar real de la sociedad cubana está vinculado en primer lugar al potencial humano que posee. La capacidad de educar, de privilegiar el consenso, el colectivismo el diálogo y la cooperación, en lugar del autoritarismo, el individualismo, la imposición y la competencia, y de reproducir un sentido de la vida y un ideal de bienestar que armonice a los seres humanos entre sí y a estos con la naturaleza, depende del potencial humano, de la cultura alcanzada y de la capacidad -de últimas- de subordinar conscientemente la economía a la sociedad.
Es ahí donde entra el sistema de ideas y valores, la ideología revolucionaria que no debe ser entendida nunca como un decálogo de mandamientos a cumplir ni como un sistema acabado con todas las respuestas, pero sí como un seguro contra el caos, la dispersión, el derroche, el voluntarismo, el vale todo que algunos suelen identificar con la libertad, pero que en última instancia esconde un modo de subordinar los seres humanos a la dictadura del mercado.
No puede pensarse la construcción de una sociedad armónica, justa y equitativa en un mundo caótico y en crisis general como en el que vivimos sin apelar a un proyecto de socialidad encarnado por una ideología anticapitalista y que tiene como instrumentos principales la propia ideología socialista, las políticas sociales, la cohesión, el consenso y la planificación.
El plan ofrece la oportunidad de hacer coherente en un grado muy superior al del mercado el sistema de relaciones entre todas las estructuras, prácticas, niveles establecidos por la división social del trabajo, además de aportar el componente de justicia social, algo totalmente vedado para el mercado. Pero el plan debe ser cuidadosamente elaborado, culturalmente asumido y debe ser todo lo flexible que sea necesario para que permita su pronta modificación a tono con las realidades cambiantes. Los fallos en la planificación pueden resultar incluso más devastadores para la economía que el despilfarro que entraña el mercado.
La esencia social de la propiedad sobre los medios fundamentales de producción de bienes y servicios y demás propiedades socializadas es un requisito básico de un propósito socialista que merezca nombrarse así
Lo anterior no significa que en la transición al socialismo no se sigan produciendo mercancías, ni que no existan determinados niveles de propiedad privada. Lo que ocurre que las mercancías que se producen dentro del metabolismo económico de una sociedad en transición socialista ya no serán iguales que las que produce el capitalismo, porque tendrán el sello de la planificación que expresa los intereses de la sociedad como un todo y no los que se generan por la interacción caótica de intereses individualistas y egoístas [12] . El plan es el eslabón mediador fundamental a través del cual la economía se subordina a la sociedad. Del mismo modo que las relaciones mercantiles no se agotan en el intercambio mercantil sino que influyen en el funcionamiento social en su conjunto, también a la inversa, en la sociedad, lo que pudiéramos denominar el «no-mercado» puede influir eficientemente en las relaciones mercantiles y regularlas si existen para ello las necesarias condiciones culturales políticas y los instrumentos adecuados. Solo con fundamentos socialistas en la construcción del modo de producción y reproducción de la vida social es posible aprovechar el lado positivo de las relaciones mercantiles y controlar su lado negativo a la par que avanzar en un dilatado proceso de transición hacia la consecución de una armonía cada vez más constructiva y plena entre los seres humanos y de estos con la naturaleza.
Para que las actividades fundamentales en cualquier sociedad como la educación, la salud pública, la seguridad y asistencia social, etc. no dependan del mercado, sino de la voluntad concertada de la sociedad de sustraerla del ámbito mercantil y organizarla en función de todos los ciudadanos sin distinción alguna se necesita una ideología, propósitos políticos, una cultura y un modo socialista de vida que aseguren el consenso en torno a tales decisiones.
Si en el capitalismo el interés dominante es el de la ganancia, al capitalista le interesa ante todo el valor de cambio de las mercancías, y su valor de uso solo en la medida en que le facilite acumular plusvalía, obtener ganancias. En el proceso de transición socialista se siguen produciendo mercancías, pero el interés que debe predominar se relaciona con su valor de uso, aunque también importa el valor de cambio, pero solo en la medida en que facilita la producción de valores de uso para satisfacer necesidades de la sociedad, no con el objetivo de acumular ganancias.
En consecuencia, la finalidad económica del socialismo en Cuba no puede resumirse en la consigna de convertir a Cuba en un «país desarrollado», sino de desarrollar el país con equidad, justicia social, en armonía entre las personas y con el medio ambiente, satisfaciendo necesidades que son cambiantes, pero que no están artificialmente recreadas en las personas para motivar el incesante crecimiento. Esta diferencia dista mucho de ser un asunto semántico. Cuando se habla hoy de «país desarrollado» se entiende por ello seguir los criterios de desarrollo pautados por el capitalismo tardío.
Es fundamental en el propósito de la construcción socialista asumir el reto de no aceptar ese modelo de crecimiento incesante e ilimitado, con su secuela de consumismo, depredación del medio ambiente y antagonismos entre las personas.
No significa obviamente que la economía cubana no necesite crecer y desarrollarse para alcanzar ante todo la capacidad de satisfacer adecuadamente las necesidades básicas de la población, pero el enfoque del metabolismo económico en la transición socialista no puede ceder a las fuerzas de atracción de la lógica del mercado y sí mantener como eje central la planificación y el consenso de la ciudadanía respecto de los objetivos sociales principales de esta.
La necesidad de incrementar los bienes de consumo de la población hasta satisfacer las necesidades básicas de alimentación, salud pública, vivienda, ropa calzado, transporte y otras hoy por debajo como promedio de lo que necesita la población y luego continuar atendiendo a los cambios que se produzcan en estas sin descuidar la educación ciudadana para un consumo racional y saludable, no debe confundirse con una aspiración a convertirnos en un «país desarrollado». Para lograr ese bienestar es imprescindible el desarrollo de las ciencias y las tecnologías, pero cuidando que su aplicación resulte amigable con la naturaleza y saludable para el ser humano.
En medio de un mundo tan caótico, imprevisible, desigual e injusto donde un individuo gasta decenas de millones para viajar como turista al espacio, mientras hay alrededor de 1000 millones de hambrientos, la planificación socialista flexible y eficiente, con objetivos socialmente consensuados, signados por el consumo saludable y en armonía con el medio ambiente, deviene factor imprescindible para evitar la improvisación, el voluntarismo y el despilfarro de recursos escasos y para que el topo del mercado no termine incrementando aceleradamente las desigualdades sociales y fragmentando la sociedad convirtiéndola más temprano que tarde en pasto del mercado mundial capitalista. Hay aquí un desafío fundamental para el socialismo cubano, en particular porque hoy no existe en el mundo ningún espacio internacional consolidado en el que predominen criterios socialistas de producción, colaboración económica, comercial, científica – técnica, financiera, en los que encajen los propósitos socialistas de Cuba como ocurría antes con el CAME, ni entidad económica alguna en disposición de correr los riesgos del experimento socialista cubano.
La economía mundial está pronta cumplir tres años en crisis, países enteros se han declarado en quiebra, los altos índices de desocupación se mantienen altos o se incrementan, solo podemos ver por doquier inestabilidad, incertidumbre, peligros de toda índole en particular los de guerras devastadoras. En medio de esa realidad cabe preguntar qué corresponde hacer a un país como Cuba donde hace medio siglo predomina la propiedad social y la orientación política de la economía hacia el bienestar de la sociedad, ¿acaso privatizar y sumarse al caos, o defender la posibilidad de un proyecto propio de sociedad asumiendo el desafío cultural ideológico y político que ello entraña y que consiste básicamente en reestructurar creativamente su metabolismo socioeconómico adaptándolo a las nuevas circunstancias, lo que implica reconocer la presencia general de las relaciones mercantiles, y hacerlo en armonía con el medio ambiente y preservando la esencia social de la propiedad sobre los medios fundamentales de producción de bienes y servicios a la par que fomentar y cultivar un paradigma propio de bienestar y felicidad? Es obvio que la alternativa es la segunda, no por arbitrariedad o capricho, sino porque es la mejor y se corresponde con la transformación cultural de la sociedad cubana y la rica experiencia social acumulada durante medio siglo.
Siempre afirmo que en Cuba el socialismo es realidad, ideal y experimentación simultáneamente. Y hoy más que nunca se necesita experimentar, probar nuevas variantes de organizar la actividad económica. El desafío es de tal magnitud que solo puede asumirse con toda la sociedad participando, tanto en las decisiones como en las acciones que de ellas se desprendan y con un alto grado de organización y disciplina que garantice la eficiencia de esa participación. Las implicaciones sociales y políticas del proceso de cambios en marcha en la sociedad cubana serán fenómenos totalmente nuevos a los cuales habrá también que encontrarle soluciones nuevas. [13] En este desafío serán imprescindibles la creatividad y la osadía. La democratización de la actividad económica, expresada en las acciones descentralizadoras y en mayores espacios para las iniciativas individuales y grupales tocará inevitablemente el ámbito sociopolítico y exigirá nuevos métodos y estilos en la actividad ideológica y política, nuevas codificaciones en el plano jurídico y una nueva dinámica en la actividad de los medios de comunicación.
Actualmente está en curso el análisis y discusión del documento titulado «Proyecto de lineamientos de la política económica y social». Aunque sus contenidos fueron elaborados a partir de la síntesis de los planteamientos hechos por la población durante el debate popular del discurso del presidente Raúl Castro el 26 de Julio de 2007, el proceso de discusión de estos lineamientos sobrepasa con creces su contenido cumpliéndose precisamente la finalidad de enriquecerlos con el debate popular.
El desafío que implican los cambios es enorme, más que actualización del modelo económico, estamos frente a un nuevo proceso de rectificación y readaptación de la economía nacional a las nuevas realidades. Solamente la necesidad de un reordenamiento laboral que implica que cientos de miles de trabajadores antes vinculados al Estado pasen ahora a trabajar por cuenta propia, significa un reto enorme por los cambios, no pocas veces traumáticos, que ello entraña para muchas de esas personas y para la sociedad en su conjunto, aun cuando estarán amortiguados por las políticas sociales vigentes para todos los cubanos y por los valores de solidaridad cultivados en la sociedad cubana por décadas. Se necesita una nueva mentalidad en la que deberán permanecer los valores socialistas fundamentales cultivados en Cuba durante casi medio siglo.
Uno de los aspectos más importantes es el de alcanzar un estado de cosas en la actividad económica en la que el trabajador sea remunerado en correspondencia con su aporte a la sociedad, lo que pondrá de manifiesto desigualdades en los niveles de vida, provenientes de las habilidades y capacidades diferentes de los productores. En la transición socialista es no solo legal sino moral que cada quien reciba según su aporte, aun cuando las diferencias puedan llegar a ser muy desacostumbradas.
Debemos transformarnos nosotros para transformar la sociedad. Los cambios ya en curso no están condenados al éxito, es imprescindible el esfuerzo colectivo, la labor ideológica y política, la constante reconstrucción del consenso, la constante rectificación.
Para realizar en la práctica el carácter revolucionario de las propuestas hay que desafiar poderosas fuerzas internas y externas.
Entre las externas sobresalen el bloqueo económico y la hostilidad sistemática de los Estados Unidos contra Cuba, la realidad de un mundo predominantemente capitalista, reproductor de los patrones establecidos por el capitalismo tardío y las continuas campañas mediáticas contra la revolución y el socialismo cubanos.
Entre las internas sobresalen en primer lugar el burocratismo, los intereses espurios que se han enquistado en diferentes espacios del sistema social, las manifestaciones de corrupción, la inercia de las prácticas a las que nos hemos acostumbrado, el acomodamiento, la ignorancia y la mediocridad.
Los altos niveles de participación de la ciudadanía en el debate de los Lineamientos, si bien se expresan en una cifra, en un indicador cuantitativo, dan cuenta de algo que tiene significación ante todo cualitativa: los cubanos y las cubanas están haciendo suya la convocatoria. Los duros años del período especial han significado un difícil aprendizaje para la población y para las instituciones y han dejado importantes consecuencias en la conciencia de la gente, además de cansancio y descreimiento en no pocos; pero el hecho de que hasta la fecha se hayan realizado algo más de 127 000 reuniones con la participación de más del 70% de la población del país, así como 2 millones 346 mil intervenciones evidencia que hay confianza en el esfuerzo conjunto que se ha emprendido en la nación y un cauteloso, pero creciente optimismo.
Los nuevos desafíos de la sociedad cubana tendrán en el año 2011 un momento medular no solo por la realización del esperado VI Congreso del Partido Comunista de Cuba que refrendará políticamente el proceso de transformaciones expresado en los lineamientos enriquecidos con los nuevos aportes hechos por la población, sino porque comienzan el reordenamiento laboral y los cambios en las prácticas económicas en una escala nacional. Sin embargo, ello solo significa el comienzo de una cadena de transformaciones encaminada a corregir los errores que se han cometido en el proceso de construcción socialista en los últimos 50 años, con múltiples consecuencias en las leyes, en las normas, en las relaciones entre las personas y de estas con las instituciones, en las prácticas políticas del partido, el poder popular, las organizaciones e instituciones en general del país, en el ejercicio y enriquecimiento de la democracia socialista, que requerirán la participación activa y consciente de la ciudadanía. De eso se trata.
[1] C. el. [email protected]
[2] El 1% de las fincas ocupaban casi la mitad de la tierra, el 6,5% la cuarta parte y el 92,5% de las fincas no llegaba al tercio. Decenas de miles de familias sufrían de pésimas condiciones de vida como arrendatarios, precaristas, aparceros y obreros agrícolas.
[3] Vale recordar aquí lo que apreció entonces Fidel Castro al referirse al modo en que fue instrumentado aquel sistema en la realidad económica cubana: «copiamos bien lo malo y mal lo bueno» expresó.
[4] Para ampliar sobre el proceso de rectificación puede consultarse: Darío Machado Rodríguez, «Nuestro propio camino. Análisis del proceso de rectificación en Cuba», Editora Política, La Habana, 1990.
[5] Consejo de Ayuda Mutua Económica.
[6] Ver Omar Everleny Pérez Villanueva, compilador, «Cincuenta años de la economía cubana», Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010, p.12.
[7] «Estos crecimientos (los del quinquenio 1981-1985) estuvieron relacionados con el alza de los precios del azúcar y el financiamiento en condiciones favorables recibido de la URSS. No obstante, se acumularon serios problemas en la economía, tales como la planificación deficiente (metodología y procedimientos obsoletos, desatención a las categorías financieras, falta de integridad y consistencia), la generalización de estímulos positivos, la proliferación del burocratismo, los precios ajenos a la oferta y la demanda, deficiencias en la formación de la producción y, sobre todo, la incapacidad de generar mayores exportaciones (en términos de cantidad y diversidad». En Omar Everleny Pérez Villanueva, compilador, «Cincuenta años de la economía cubana», Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010, p.12.
[8] La agencia Nóvosti publicó un artículo el 12/3/2009 en el que da cuenta de un estudio que reveló que el 58% de los rusos quisiera un sistema basado en la planificación y la distribución pública. Solo un 28% defiende un sistema basado en la propiedad privada y el mercado.
[9] Ver Anicia García Álvarez y Betsy Anaya Cruz, «Relación entre desarrollo social y económico» en Omar Everleny Pérez Villanueva, compilador, «Cincuenta años de la economía cubana», Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010, pp. 274-331. Las autoras demuestran cómo se retoma la atención priorizada a la educación, la salud pública, la actividad cultural artística-literaria, la práctica del deporte y el desarrollo del deporte de alto rendimiento, etc. junto con la gradual recuperación de la economía y con un ritmo mayor a partir del 2000. Las autoras afirman que el gasto social que comprende los que contempla el presupuesto en las esferas de educación, salud, cultura artística y literaria, deporte, vivienda, servicios comunales, seguridad y asistencia social «…en términos nominales se mantuvo estable durante los años más críticos. Ya a partir de 1999 se inicia un acelerado ascenso cercano al 16% promedio cada año, hasta 2008.», siendo los servicios más priorizados los de educación y salud a los que se ha destinado más de la mitad de todo el gasto social. El plan de inversiones para 2011 contempla un 50%para las inversiones productivas, un 13% para la infraestructura productiva, un 30% para obras sociales (que incluyen la terminación de 43 000 viviendas) y un 7% para otras inversiones.
[10] No está excluido que sea aún mayor como resultado del aumento más acelerado de los precios del petróleo.
[11] En 2010 el crecimiento del PIB fue de un 2,1%.
[12] «En el socialismo el concepto básico es que se produce para vivir, no para vender, aunque se vende lo que se produce para vivir, pero no en un mercado omnipotente, sino mediado por la política, por la ideología, por el sistema jurídico-normativo, por la organización del proceso productivo, etc. y en medio de un proceso ideológico de signo humanista que reproduzca el consenso y la necesaria, aunque relativa, estabilidad social, signada por la aceptación de normas de distribución extramercantiles». Ver Darío L. Machado Rodríguez, «?Es posible construir el socialismo en Cuba?», Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2006, p. 78.
[13] «Revolución es sentido del momento histórico, es cambiar lo que debe ser cambiado…» dijo Fidel Castro el 1ro de mayo de 2000 y, más tarde, el 18 de diciembre de 2010, Raúl Castro, afirmó: » Es necesario cambiar la mentalidad de los cuadros y de todos los compatriotas al encarar el nuevo escenario que comienza a delinearse. Se trata sencillamente de transformar conceptos erróneos e insostenibles acerca del Socialismo, muy enraizados en amplios sectores de la población durante años, como consecuencia del excesivo enfoque paternalista, idealista e igualitarista que instituyó la Revolución en aras de la justicia social.»
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.