Llevamos ya un cierto tiempo intrigados, llenos de dudas y cautelas ante la presencia creciente de este sintagma nominal, violencia de género, preguntándonos si es correcto o simplemente adecuado su uso, o bien si se trata, una vez más, de un caso también de violencia o agresión, por ignorancia o descuido, contra nuestra propia lengua. […]
Llevamos ya un cierto tiempo intrigados, llenos de dudas y cautelas ante la presencia creciente de este sintagma nominal, violencia de género, preguntándonos si es correcto o simplemente adecuado su uso, o bien si se trata, una vez más, de un caso también de violencia o agresión, por ignorancia o descuido, contra nuestra propia lengua.
Para muchos resulta bastante cierto que, como viene sucediendo con cierta frecuencia, el español se somete aquí a la omnipresente influencia del inglés contemporáneo; pero conviene no olvidar que, a su vez, la lengua inglesa se nutre constantemente, y a lo largo de su propia historia, durante siglos, de términos de origen latino que han entrado directamente o bien a través del francés y otras lenguas romances: en este caso, gender entró en el inglés a través del antiguo francés gendre (genre en francés moderno), que procede del neutro latino genus, generis, derivado de gignere ‘engendrar’ según Corominas, o del gr. génos; el inglés violence es igualmente procedente del latín violentia; y el inglés sex procede del latín sexus, -us, palabra de género masculino.
1. Opiniones en contra
En la lengua española, los diccionarios parecen no haber recogido todavía la identificación entre los términos género y sexo, identificación que permitiría sin estas dudas que nos acometen aún el uso de ‘violencia de género’ con el sentido de ‘violencia de varones contra mujeres’, o también de ‘violencia de mujeres contra varones’. Ni el último de los diccionarios académicos (Ac92), ni el de María Moliner en su segunda edición (DUE98), ni el indispensable Diccionario del español actual de Seco, Andrés y Ramos (DEA99) han recogido tal tendencia, que no encuentro tampoco en otros diccionarios recientes, y acaso por ello el rechazo de este uso del citado sintagma, violencia de género, es frecuente y, para aquellos que lo practican, justificado; aun cuando todos sabemos muy bien que los diccionarios van detrás de los usos, y no al revés.
Veamos dos ejemplos recientes y tajantes de tal repulsa, en ambos casos a través de voces autorizadas: Fernando Lázaro Carreter y Álex Grijelmo.
La primera de estas autoridades, Fernando Lázaro Carreter, autoridad académica del máximo prestigio en estas cuestiones, en EL DARDO EN LA PALABRA, bajo el título Vísperas navideñas, en EL PAÍS, el domingo 3 de diciembre de 2000, OPINIÓN / 15, afirma lo siguiente:
A fines de noviembre, varias jornadas fueron justamente consagradas en Valencia al problema de las mujeres agredidas, tan frecuente y bochornoso. […]. Pero el idioma sufre también agresiones casi cruentas, sin demasiadas protestas del pueblo agredido en su idioma. Esa misma reunión valenciana suscitó un editorial en otro periódico no menos importante, que atacaba desde el título. Rezaba así: «Violencia de género», y rompía a razonar de este modo: «Mujeres procedentes de cien países (…) han vuelto a dar la voz de alarma sobre la violencia de género…». Decía más adelante: «La violencia de género afecta a todos los países, a todas las clases sociales y a todas las razas». La tal violencia es la ejercida contra las mujeres con vejaciones, palizas, mutilaciones y asesinatos. También he procurado enterarme sobre qué hace ahí ese género, y de las averiguaciones resultan probados los siguientes hechos: a), en inglés, el vocablo gender significa, a la vez, ‘género’ y ‘sexo’; sabemos todos que, en las lenguas románicas, estos términos tienen significados muy distintos, gramatical el uno, y biológico el otro […]; b) en el Congreso sobre la Mujer celebrado en Pekín en 1995, los traductores de la ONU dieron a gender el significado de ‘sexo’; así incluían también a los transexuales, que, siendo hombres de cuerpo, se sienten mujeres, o a la inversa: también se ceba la violencia contra sus personas. La solución, inmediatamente aceptada por algunos siervos de la lengua inglesa, satisfará, tal vez, a quienes tienen que vivir en tal contrariedad, y sería aceptable si no hiriera el sentimiento lingüístico castellano (y catalán, portugués, italiano, francés, etcétera), donde se diferencian muy bien cosas tan distintas como son el género y el sexo. Por otra parte, ¿no será violencia de sexo también la que se encarniza con tales personas por su incoherencia sexual? Hablar de violencia de género parece demasiada sumisión a los dictados de la ONU, autora de tantos desmanes lingüísticos.
La otra voz de autoridad a la que hemos recurrido es la del periodista Álex Grijelmo, que un su último libro, La seducción de las palabras (Madrid, Taurus, 2000) dedica el documentado capítulo VIII, LA DESAPARICIÓN DE LA MUJER, a analizar algunos aspectos perversos y vicios sexistas en el español actual. Grijelmo opina también en contra del uso de este sintagma, en las pp. 252-253 del citado libro:
Muchas feministas han llevado su justa lucha al terreno del lenguaje, pero despreciando la historia de las palabras y las estructuras de la lengua común. Podemos ver un ejemplo claro de este desdén lingüístico en su empeño por emplear la expresión «violencia de género»3 Sólo el complejo de inferioridad de los hispanohablantes frente a los términos que llegan desde el inglés puede explicar que las feministas españolas prefieran la expresión «violencia de género» (pésima traducción del inglés: meliflua y blandurria además) a fórmulas más descriptivas y contundentes en español, y menos candorosas, como «violencia machista» o «violencia sexista», o «violencia de los hombres». El complejo de inferioridad y tal vez cierta incompetencia en su propio idioma.
Además, en la extensa nota 3, en esas mismas páginas, 252-253, defiende Álex Grijelmo la opinión de que el concepto de género es gramatical. Escribir «violencia de género» equivaldría a decir «violencia de subjuntivo». Una mesa es del género femenino, pero carece de sexo. La banca tiene género femenino, pero en ella mandan los hombres. Con arreglo a la proclama literal sobre la «violencia de género», las torturas que cometiese la policía de un país serían violencia de género femenino (las torturas, la policía). Convendría a quienes defienden la expresión «violencia de género» leer a los expertos que han apoyado las tesis feministas sin desconocer por ello las leyes democráticas de la gramática ni la historia de la lengua.
Repite en esta nota Grijelmo casi exactamente los mismos argumentos que proporcionó al defensor del lector de EL PAÍS, Camilo Valdecantos, y que se publicaron en dicho diario el domingo 7 de marzo de 1999 (p. 16 / OPINIÓN), en el trabajo titulado Sexo, sólo sexo, y al que aludiremos más adelante, en el punto 3.
Estas autorizadas voces en contra del uso del sintagma violencia de género se podrían acaso justificar por la ausencia de la identificación entre género y sexo en el español actual que detectamos en los diccionarios que cité antes (Ac92, DUE98 y DEA99), identificación que sí se ha producido, ya, en el inglés contemporáneo de manera generalizada; lo que en modo alguno podemos admitir es la afirmación de que ‘género’ posee un valor semántico únicamente gramatical. De ningún modo: no hay por qué ignorar, desconocer u ocultar los otros sentidos que no son gramaticales; están en el uso y en los diccionarios, todos los conocemos y todos los usamos. En primer lugar, en la vigésima primera edición del diccionario académico (Ac92), última por ahora:
género. m. Conjunto de seres que tienen uno o varios caracteres comunes.
2. Modo o manera de hacer una cosa.
3. clase o tipo a que pertenecen personas o cosas.
4. En el comercio, cualquier mercancía.
5. Cualquier clase de tela.
6. En las artes, cada una de las distintas categorías o clases en que se pueden ordenar las obras, según rasgos comunes de forma y de contenido.
7. Gram. Clase a la que pertenece un nombre sustantivo o un pronombre por el hecho de concertar con él una forma y, generalmente solo una, de la flexión del adjetivo y del pronombre. En las lenguas indoeuropeas estas formas son tres en determinados adjetivos y pronombres: masculina, femenina y neutra.
8. Gram. Cada una de estas formas.
9. Gram. Forma por la que se distinguen algunas veces los nombres sustantivos según pertenezcan a una u otra de las tres clases.
10. Biol. Conjunto de especies que tienen cierto número de caracteres comunes.
A continuación, tras las 10 acepciones reseñadas, el diccionario académico define, en orden alfabético, los siguientes sintagmas: género chico, género femenino, género literario, género masculino, género neutro, [obras] de género. Está claro que tan solo tres (género femenino, género masculino y género neutro) de estos seis sintagmas presentan referencia gramatical. Echamos en falta en esta entrada, género, la expresión el género humano, cuando precisamente este mismo diccionario define la acepción 2 de humanidad como ‘género humano’. Un olvido, sin duda. Humanum genus fue ya de uso normal en el latín, en el sentido ‘la especie humana, el género humano’.
Resulta evidente que de las 10 acepciones que ofrece la Academia, tan solo tres (7, 8 y 9) corresponden a la categoría gramatical; y que las acepciones 1, 3 y 10 se refieren a personas, tanto varones como mujeres. Esta entrada ocupa en total algo más de 41 líneas; de ellas, tan solo 19 líneas, menos de la mitad, se ocupan de la categoría gramatical.
En la segunda edición del diccionario de María Moliner (DUE98), la entrada género ocupa 51 líneas, de las cuales solo 14 se refieren a lo gramatical; de las cinco acepciones definidas, tan solo la última, quinta, se dedica a GÉNERO gramatical.
En el DEA99, de las ocho acepciones incluidas, tan solo una, la 6, es de carácter gramatical.
Si los diccionarios y quienes los utilizamos admitimos sin la menor duda que género humano es la humanidad (DUE98 y DEA99; incluso Ac92, pero s. v. humanidad), ¿por qué extraña razón no podemos admitir que la parte del género humano, de la humanidad que son los varones ejercen la violencia de género sobre la otra parte que son las mujeres; a veces a la inversa, también las mujeres sobre los varones?, ¿por qué tanta resistencia a admitir semejante expresión? ¿Por qué toleramos la expresión género humano, que se refiere a todos, hombres y mujeres, y nos rebelamos contra la fórmula violencia de género para expresar la que ejercen hombres contra mujeres, o bien mujeres contra hombres? ¿Por qué se toleran unánimemente las expresiones en inglés y se rechazan en español, cuando todas ellas son de origen latino?
Si los diccionarios admiten que género es ‘conjunto [de personas o cosas] establecido por sus caracteres comunes’ (DEA99) y en biología ‘conjunto de especies que tienen cierto número de caracteres comunes’ (DEA99), ¿de dónde viene tanta oposición a este uso de la expresión violencia de género?
2. Opiniones a favor
Son también muchas las voces que opinan justamente lo contrario que Lázaro Carreter y Grijelmo; y que manifiestan con seguridad que ha llegado ya la hora de recoger en el español actual la matización entre género, concepto sociocultural, ligado a las costumbres sociales, y sexo, concepto fisiológico o biológico; del mismo modo que ya lo ha hecho la lengua inglesa. Y que ha llegado el momento de difundir el uso de la palabra ‘género’ en este sentido.
A partir de 1999, declarado «Año europeo contra la violencia hacia las mujeres», las campañas desarrolladas en los quince países miembros de la Unión Europea promueven la supresión absoluta de la tolerancia respecto a lo que se ha dado en llamar la violencia de género. Es evidente que lo que también se pretende es la difusión de los términos adecuados en lo que se refiere al uso del lenguaje. Pero, sin duda, el rechazo es aún notable.
Son muchos los testimonios de uso de la palabra «género» en este sentido, o bien de expresiones como «violencia de género», «temas de género», «perspectiva de género», etc. que he recogido a lo largo de los últimos años. Seleccionemos algunos (además de aquellos que ya han aparecido en el punto 1, y que han llamado la atención de Lázaro Carreter, provocando su protesta):
1º La revista trimestral Archipiélago. CUADERNOS DE CRÍTICA DE LA CULTURA dedica el número 30 (OTOÑO / 1997) a los PROBLEMAS DE GÉNERO. Se refiere, sin duda, a los problemas que afectan a las mujeres.
2º En la GACETA COMPLUTENSE, el 7 de marzo de 2000, se publicaba en la p. 8 una reseña, firmada por Jaime Fernández, bajo el título El género entre el norte y el sur, sobre la VI edición del seminario «Las relaciones norte-sur desde una perspectiva de género», que iba a celebrarse en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, desde el 24 de febrero hasta el 6 de abril [del citado año 2000], seminario organizado por la Facultad y el Instituto de Investigaciones Feministas. Selecciono un párrafo de la citada reseña:
El miércoles 8 de marzo, coincidiendo con el día de la mujer trabajadora, el salón de grados de la Facultad reunirá a una serie de expertas en temas de género, entre las que se contará la propia decana, Rosario Otegui, quien disertará sobre el trabajo remunerado y no remunerado desde la antropología, o Teresa López, Susana Brunel, Laura de Pablos y Paloma de Villota que discutirán sobre la desigualdad económica en España desde la perspectiva de género.
Y, junto a esta reseña, en la misma p. 8, se incluye la referencia sobre el II MAGÍSTER EN GÉNERO Y DESARROLLO: ÚNICO EN EUROPA. Se refieren a un curso «cuyo objetivo es formar y capacitar a veinticinco mujeres para investigar y trabajar, desde una perspectiva de género, en el campo del desarrollo y de la cooperación internacional», bajo la dirección del catedrático de Economía Aplicada de la Complutense, José Antonio Alonso.
3º Margarita Rivière, en uno de sus últimos libros, El mundo según las mujeres (Madrid, Aguilar, 2000), utiliza también la palabra género en el sentido a que venimos aludiendo en diferentes pasajes: «No se trata, pues, tanto de un «pulso» entre géneros (hombres-mujeres) como de un verdadero desafío entre dos lógicas opuestas» (p. 261), «comenzando por unas relaciones de mutuo respeto entre los géneros» (p. 263).
4º Lucía Artazcoz Lazcano (Grupo de Trabajo Género y Salud Pública -SESPAS), publica precisamente con este título Género y salud pública un trabajo en EL PAÍS, el martes 28 de diciembre de 1999, de donde tomamos los siguientes párrafos:
El abordaje de género se reduce a programas de salud reproductiva. Pero probablemente éstos no son los problemas más importantes para las propias mujeres. […] Estas situaciones, y otras desigualdades sociales relacionadas con el género, son factores de riesgo para la salud pero no son abordadas en las políticas de salud pública. Por esta razón, se ha creado recientemente en el seno de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS) el grupo de trabajo Género y Salud Pública. Sus objetivos son la reducción de las desigualdades de género en salud desde nuestra actividad profesional, pero también el abordaje de las desigualdades de género en la propia SESPAS y en nuestra actividad profesional.
5º Rosa Montero, en una espléndida novela (Bella y oscura, Seix Barral, Barcelona, 1993, pp. 178-179) con notables huellas de lo mejor de García Márquez, utiliza género y sexo como sinónimos:
Nuestros antepasados, las criaturas que habitaban aquel mundo feliz, eran seres dobles compuestos por un enorme y robustísimo gigante que siempre llevaba, cabalgando sobre sus hombros, a un delicado y bello enano. […] Eran inmortales y carecían de sexo; quiero decir que el género no existía, y que eran al mismo tiempo gigantes y gigantas, enanos y enanas. No sé si hoy somos capaces de imaginar a esos seres angélicos.
6º Victoria Sau dedica cinco documentadas páginas de su Diccionario ideológico feminista, I (Icaria, Barcelona, 3ª edición, 2000: 133-138) a la palabra género. Incluye además bibliografía en la p. 138. Según Sau, el género es:
aquella parte del comportamiento humano que tiene que ver con el sexo a fin de que no queden dudas sociales acerca de cuál es el uno y cuál es el otro (p.134).
El párrafo final de este artículo (p. 137) dice así:
El estudio e investigación del género nos parece que debe realizarse, tanto en sentido longitudinal -historia- como horizontal -sociedades actuales- desde las cuatro características antes mencionadas, y con el ánimo y la esperanza de que el mismo carácter contingente que llevó a la sociedad patriarcal, y la ha mantenido hasta hoy por medio de las relaciones de género, permita que pueda ser trascendida y superada, para bien de todas y de todos, en un futuro no lejano.
3. La polémica Alberdi / Valdecantos en EL PAÍS, en febrero y marzo de 1999
A mis alumnos de la Facultad de Ciencias de la Información les interesó muy vivamente la polémica desatada en el diario EL PAÍS, a raíz de la publicación el 18 de febrero de 1999 de la tribuna de Cristina Alberdi Alonso, diputada socialista, con el título La violencia de género; firmaban también el texto Carmen Romero, Micaela Navarro, Esther Peña, Florentina Alarcón, Ana María Pérez del Campo, Ana María Ruiz-Tagle y Carmen Olmedo. Lamentablemente, en el título se deslizó una errata, pues decía La violencia del género, si bien la expresión correcta se repetía hasta 11 veces en las cinco columnas del citado trabajo.
Se trataba de difundir la campaña emprendida en los quince países miembros de la Unión Europea para erradicar la violencia contra las mujeres, a fin de promover el cambio del papel de las mujeres en la sociedad, y su acceso a la educación y al trabajo. Este movimiento se remonta al año 1975, que las Naciones Unidas declararon Año Internacional de la Mujer; y se ha ido matizando tras los encuentros internacionales sobre la mujer en Copenhague, Nairobi y Pekín.
Utiliza Alberdi el término género, en el sintagma perspectiva de género, en el párrafo siguiente:
Se reclama el «empoderamiento» de las mujeres, su autonomía, la integración de la perspectiva de género en todas las políticas, una nueva visibilidad de las mujeres en papeles no dependientes, ni clásicos, una participación de las mujeres en el poder y en la toma de decisiones en pie de la igualdad; en otras palabras, se demanda un nuevo consenso, que es un nuevo contrato social.
Esta proclama provocó dos documentadas intervenciones de Camilo Valdecantos, el defensor del lector en el diario EL PAÍS: la primera se publicó el domingo 7 de marzo de 1999, con el título Sexo, sólo sexo; la segunda, el domingo 14 de marzo de 1999, con el títulillo Género y sexo, bajo el título general, Periodismo de infarto.
Camilo Valdecantos, en Sexo, sólo sexo rechaza el uso de la expresión violencia de género, asesorado, en primer lugar, por Joaquín Moya, licenciado en filología francesa, que afirma, según el citado trabajo, que «en inglés y en francés, los términos gender y genre, respectivamente, pueden admitir un sentido no sólo gramatical», sino también sexista, pero, en español, añade este lector, la palabra género tiene un carácter estrictamente gramatical, por lo que, en su opinión, Cristina Alberdi emplea la expresión «violencia de género cuando de lo que se está hablando realmente es de violencia sexista».
Cristina Alberdi, a instancias del defensor, afirma ahora que «la utilización del término género para designar la distinción de sexos es política, no gramatical»; y explica que «la utilización de la palabra género para referirse a la posición de hombres y mujeres en la sociedad es un término pactado en el seno de Naciones Unidas, con motivo de la Cumbre de la Mujer de Pekín, celebrada en septiembre de 1995, con el objetivo de tener una denominación común a nivel mundial que identificara la distinta posición de hombres y mujeres históricamente y hoy en la sociedad, y las distintas posibilidades que de ello se derivan». Termina Alberdi, según Valdecantos, con un lamento: «Como casi siempre, en lo que afecta a las mujeres, estamos, una vez más, ante una falta de conocimiento y de interés por algo que está asumido y consolidado» internacionalmente.
A continuación, Valdecantos expresa su propia opinión:
Lo cierto es que, por muy consolidada que pudiese estar la expresión «violencia de género», el Defensor piensa que chirría en español, y, junto a la de Alberdi, ha pedido la opinión de Álex Grijelmo, responsable de la edición del Libro de estilo de EL PAÍS y autor, entre otros, del libro Defensa apasionada del idioma español.
A continuación se incluyen, también en contra del uso del sintagma violencia de género, las opiniones que Álex Grijelmo ha transmitido al defensor del lector, y que se repiten, con ligeras variantes, en su libro La seducción de las palabras (v. arriba, párrafo 1):
No puede haber violencia de género, como no puede haber violencia de subjuntivo. En esta acepción, el género es un concepto gramatical: una mesa tiene género, pero no tiene sexo. La misma palabra violencia es del género femenino. Sí se puede hablar de la violencia de las personas de género masculino, pero en este caso no nos referimos a la violencia del género, sino a la violencia de las personas. Si, siguiendo el criterio de la violencia de género, dijéramos ‘la policía francesa golpeó a los manifestantes’, estaríamos hablando de una violencia de género femenino, aunque la policía estuviera formada exclusivamente por hombres.
Dada la riqueza de nuestra lengua, y puesto que a Grijelmo tampoco le gusta la expresión violencia de género, ofrece alternativas:
En ningún caso ‘violencia masculina’ (estaríamos hablando de la masculinidad de la violencia; equivaldría a violencia viril, puesto que masculino es un adjetivo: ‘una mujer de voz masculina’, por ejemplo. Incluso podríamos escribir: ‘Una mujer de violencia masculina’. Se entiende mejor ‘violencia machista’, ‘violencia contra las mujeres’, ‘violencia de los hombres’ (o ‘violencia del varón’ si se quiere evitar la eventual confusión con el genérico hombres como equivalente de seres humanos), o , finalmente, ‘la violencia del sexo masculino’ (entendiendo sexo, en este caso, como ‘conjunto de seres pertenecientes a un mismo sexo’, definición que da el diccionario en la segunda acepción de la palabra).
Finalmente, reconoce Grijelmo que la resolución o propuesta del Parlamento Europeo citada por Alberdi, habla, efectivamente, de ‘violencia de género’; pero a él le parece que
una vez más el lenguaje se deteriora desde la cúpula de la sociedad, cuando los hablantes de la base siempre han sabido distinguir estos matices; así, desde las clases cultas se impone una lengua que no es la de la gente.
Sin embargo, al final, y después de citar a Juan Luis Cebrián en otro contexto, concluye Camilo Valdecantos:
Lengua franca, el inglés, muy poderosa -donde la expresión violencia de género es correcta- , encaramada ya a la cúpula de la sociedad digital, la del futuro. Si, además, el feminismo está en la cúpula de las exigencias sociales, no sería raro que acaben por imponerse a la ortodoxia. Mientras sea posible, defendamos el idioma: sexo, sólo sexo.
Dos días después, Vicente Molina Foix, bajo el título El género epiceno, opinaba también en contra del uso de ‘violencia de género’ (EL PAÍS, p. 44 de LA CULTURA, martes 9 de marzo de 1999):
Para mí está claro que Moya, Grijelmo y Valdecantos tienen la razón de su parte, considerando no sólo la fealdad intrínseca de dicha expresión, sino el simplón razonamiento que la diputada del PSOE argüía a solicitud del Defensor del Lector: el uso de la palabra género fue pactad[o] por la ONU en 1995 «con el objetivo de tener una denominación común a nivel mundial que identificara la distinta posición de hombres y mujeres históricamente». Para añadir Alberdi, en un colofón del peor y más lastimero estilo de la cultura de la queja, que negar esa utilización era otro ejemplo de ignorancia y desinterés masculinos en algo que afecta a las mujeres y está asumido por ellas.
Piensa Molina Foix que estamos en un tiempo de contaminaciones lingüísticas, y no solo del inglés, pues
La torre de Babel tiene más pisos de lo que se creía. Claro que lo de género en el «sentido Alberdi» (bendecido por la ONU) es otra cosa, ya que en este caso no se dice tal cual gender, sino que se traduce en una literalidad sin duda anómala y chirriante. Géneros los ha habido siempre, y no sólo de los perecederos que se dejaban dentro de la cámara frigorífica del colmado, por el calor. Me he pasado la vida viendo películas de género (el western o el oeste, como usted prefiera, era mi favorito), no me gusta llevar géneros de punto, y mi afición al género lírico es tanta que no desdeño ni el género chico.
Opina Molina Foix que lo que hoy sucede con el inglés gender es algo semejante a lo que sucedió antes con gay, palabra que ya se ha incorporado sin cursiva a nuestros usos. Y acaba afirmando lo siguiente:
Por eso estoy seguro de que, guste o no guste, y aunque lo razonable fuera negarse a admitir estos barbarismos, los nuevos bárbaros, al contrario que en el poema de Cavafis, llegarán, y no pasará mucho tiempo antes de que este periódico use el género como Alberdi y la ONU lo quieren. Quizá al principio -y sería la solución de compromiso- poniéndolo entre comillas.
Pues bien, no acabó ahí la polémica. El sábado de esa misma semana (13 de marzo de 1999) EL PAÍS publicó una carta de la propia Cristina Alberdi Alonso, bajo el título Lenguaje y valores. Selecciono algunos párrafos:
El pasado 7 de marzo el llamado Defensor del Lector, no sabemos si lo es también de «la lectora», tomaba partido, indebidamente dada su función, en contra de la utilización de la acepción género, para identificar la violencia ejercida por los hombres contra las mujeres. [..]
La utilización en este caso de la palabra género es política y, por tanto, transgredir las reglas de la estricta gramática no resultaría más que un loable acto de liberación. Si la expresión violencia de género no fuera correcta, desde el punto de vista lingüístico o gramatical, tanto mejor. Al utilizarla estaremos rompiendo otra de las muchas limitaciones que han mantenido oprimidas a las mujeres y abriendo el lenguaje a nuevas realidades y valores y, por ello, a otras significaciones distintas de las tradicionales.
Pero esto no es todo. Todavía el domingo 14 de marzo de 1999 el defensor del lector, Camilo Valdecantos, bajo el título Periodismo de infarto, se refería a varios asuntos, y entre ellos, una vez más a sexo y género, pues su trabajo del 7 de marzo, Sexo, sólo sexo había provocado una docena de cartas, ocho con firma femenina, que apoyaban mayoritariamente el uso de la citada expresión, ‘violencia de género’, por tratarse «de una denominación acuñada internacionalmente y que cuenta con un esfuerzo científico que arranca de la gender theory, o teoría del género, como concepto social, no sólo biológico o gramatical, que goza ya de tradición». Además se aduce «que el lenguaje es convención y que los diferentes usos provocan nuevos significados». Por tanto, si el uso hace imparable la expresión, «no habrá norma que ponga puertas al campo semántico». Recuerda también Camilo Valdecantos:
Tras la conferencia mundial sobre la mujer de 1995, en Pekín, donde se decidió emplear el término género para referirse a los comportamientos sociales de hombres y mujeres, los responsables del Libro de estilo de la agencia Efe distribuyeron una nota a todas sus redacciones advirtiendo de que en las noticias de la agencia «debe evitarse a toda costa esta imposición artificial» del lenguaje. El Defensor sigue pensando que, si de verdad se impone, será inútil cualquier esfuerzo para evitarlo.
Mientras eso no ocurra será bueno mantener la guardia. Ni la ONU ni las feministas, tan respetables por otras razones, tienen el menor ascendiente para trasladar una convención científico-política al lenguaje popular. Trescientos millones de hispanohablantes dictarán su veredicto.
4. Conclusiones
1º Son muy sorprendentes la irritación y el rechazo que provoca el uso de los inocentes sintagmas violencia de género o perspectiva de género que, aunque calcados de la gender theory o bien del genderlect, incluyen en todo caso términos de la más pura raigambrelatina, pues del latín se nutre extensamente el inglés, que sufre de pocos prejuicios para apropiarse de lo que de aprovechable posea cualquier lengua o cualquier cultura.
Cuando estudiamos con la máxima atención los argumentos que aportan quienes rechazan o defienden el uso de la expresión violencia de género, nos parece que tales argumentos proceden más del campo de las emociones y las pasiones que del conocimiento lingüístico y la reflexión intelectual.
2º La flexibilidad y riqueza de nuestra lengua, el español de hoy, tan internacional ya, permite sin la menor duda otras alternativas: violencia machista, violencia sexual, violencia sexista, violencia contra las mujeres, violencia hacia las mujeres, violencia de los hombres, violencia del varón. Incluso violencia doméstica y violencia familiar, e incluso terrorismo doméstico, cuando la magnitud de la cifra de las agresiones nos sobrecoge, pues cuando tales barbaridades se producen afectan no solo a la mujer sino a la totalidad del entorno, muy directa y gravemente a los hijos y otros familiares, si los hay; y, por supuesto, en primer lugar, al propio protagonista autor de las agresiones.
Pues bien, entre todas esas posibilidades que hemos enumerado antes pueden elegir los hablantes cuando su sensibilidad o sus prejuicios no les permitan soportar la expresión violencia de género, porque les parezca «que chirría en español» (como a Camilo Valdecantos), cuando la consideren «pésima traducción del inglés: meliflua y blandurria además» (como dice Álex Grijelmo), o a causa de su «literalidad sin duda anómala y chirriante» y de su «fealdad intrínseca» (en palabras de Vicente Molina Foix); pero de ningún modo porque piensen que el significado de «género» es exclusivamente gramatical, pues todos sabemos con toda certeza que no sucede así en el español de hoy.
3º En definitiva, estamos por ahora -el futuro está a la vuelta de la esquina- de acuerdo con las afirmaciones de Camilo Valdecantos en su último trabajo citado (Sexo y género, bajo el título Periodismo de infarto, EL PAÍS, domingo 14 de marzo 1999, OPINIÓN / 14):
Trescientos millones de hispanohablantes dictarán su veredicto.
4º Nos inquieta, sin embargo, el poder de los medios de comunicación, que tanto van a influir en el futuro de nuestra lengua, y que no siempre aciertan con el camino más adecuado; nos inquieta que las soluciones para los problemas presentes del español se manipulen, se distorsionen desde los más poderosos medios.
Sin duda, las noticias en los medios de comunicación se redactan ahora siguiendo las recomendaciones de la agencia EFE citadas por Camilo Valdecantos en Sexo y género (bajo el titular Periodismo de infarto, EL PAÍS, 14 de marzo de 1999) que ya citamos antes; por ejemplo, en la SER (el 26 de diciembre del 2000, a las 13.08) evitaron violencia de género, al dar la noticia de que un militar jubilado de 70 años había matado el día anterior a su ex mujer de dos disparos, y después se había suicidado, definiendo tal hecho como violencia doméstica y violencia conyugal. La misma noticia, en el ABC, utiliza la expresión violencia doméstica, y omite curiosamente el dato de que el supuesto asesino era militar, omisión nada inocente. En EL PAÍS, la noticia ocupa una notable extensión, pero se evitan el sintagma violencia de género y sus posibles alternativas; tan solo al final, en un párrafo que recuerda las terribles cifras (17 mujeres muertas en la región durante el año a manos de sus parejas; según los grupos feministas, más de 60 en toda España) se dice textualmente: «víctimas de la violencia doméstica». Y así todos los días; suponemos que con esta campaña en contra del uso del sintagma violencia de género en los medios más poderosos del país, el ciudadano de a pie, el usuario común de nuestra lengua, dotado frecuentemente de escasa cultura lingüística, poco podrá hacer para ejercer sus propios derechos a usar el español en una u otra dirección.
UCM, 15 enero 2001
http://www.ucm.es/info/especulo/cajetin/viol_gen.html
* Dra. Soledad de Andrés Castellanos. Profesora Titular – Dpto. de Filología Española III. Facultad de Ciencias de la Información. UCM