Para la redacción de este artículo me basaré en primer lugar en la tesis doctoral de Carmen Guillen Lorente El Patronato de Protección a la Mujer: Prostitución, Moralidad e Intervención Estatal durante el Franquismo. En el artículo de Sergio Blanco Fajardo, Moldeando a “Sofía”. Instrumentos de socialización, cultura y feminidad durante el primer franquismo. Y el artículo de Francisco Javier Martínez Cuesta, Tardes de enseñanza y parroquia: El adoctrinamiento de las niñas de la España franquista a través de las revistas Bazar y Tin Tan (1947-1957). Los títulos son suficientemente explícitos sobre su temática. La idea básica de este artículo, es muy simple: el franquismo fue un régimen profundamente misógino, que impuso una autentica dictadura al colectivo femenino en diferentes aspectos sociales, económicos, culturales y sexuales, frente a la ventana de emancipación que supuso la II República para la emancipación y liberación de la mujer.
En algunos artículos anteriores en este mismo medio he hablado ya de algunos aspectos de esa sumisión impuesta a la mujer por el franquismo. Fueron: El modelo de feminidad implantado por la dictadura y el nacionalcatolicismo. YEl franquismo restableció el delito de adulterio “el uxoricidio por honor” y la abolición del divorcio. No obstante, lo que expongo son nuevos contenidos de ese auténtico feminicidio del franquismo. El tema es interminable. Esta exposición va dirigida a todos los que estamos interesados por nuestro pasado, pero especialmente a aquellas mujeres que votan a determinadas fuerzas políticas, que no solo no condenan de una manera taxativa la dictadura franquista, sino que incluso la añoran. Espero que les sirva a estas últimas de motivo para una profunda reflexión.
Inicio la tesis doctoral de Carmen Guillen Lorente El Patronato de Protección a la Mujer: Prostitución, Moralidad e Intervención Estatal durante el Franquismo. No trataré sobre el citado Patronato con sucursales en todas las capitales de provincia y en algunas ciudades, qu constituyó otro más de los aparatos ideológicos empleados por el franquismo como mecanismo represivo encargado de proteger, corregir y regenerar a la sociedad y a aquellas desgraciadas mujeres que habían caído en un estilo de vida degenerado. Su fin último no era otro más que lograr la “dignificación moral de la mujer, especialmente las jóvenes, para impedir su explotación, apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a las enseñanzas de la Religión Católica”. Se mantuvo hasta 1984. Para conocer y profundizar en su estructura, funcionamiento y finalidades se puede consultar la tesis de Carmen Guillen.
El final de la Guerra Civil -mejor Guerra de España- frustró todos los esfuerzos de la II República por equiparar a la mujer y al hombre. La instauración de la dictadura no sólo fomentó su destierro al hogar, sino que perpetuó y endureció la mentalidad patriarcal del Antiguo Régimen. A la derogación de todo el entramado legislativo republicano, se añadiría la redacción de una normativa en torno a la mujer abiertamente misógina. Sus políticas partían de la base de la normalización de la diferencia sexual a favor del hombre; o, dicho de otro modo, la legislación franquista daba por válida la premisa de la inferioridad femenina respecto al hombre, justificando así cualquier actitud a este respecto. La dictadura se esforzó en la promulgación de valores antimodernos, decidida a reavivar la tradición, a recuperar la familia como epicentro de la vida social, y a exiliar a la mujer a lo privado. Las posturas que equiparaban al hombre y la mujer, fueron de nuevo anestesiadas por los valores de la Iglesia y el Estado, que las preferían domesticadas en el sentido de restringir su actividad a lo doméstico y también en el sentido de sumisión -a trabajadoras. Los criterios utilizados por el régimen en cuestión de género, fue el de emprender su particular cruzada para definir a la mujer únicamente como esposa y madre. Para ello, se apoyó en la religión, cuyo ideario en cuestión de género, le permitía bloquear cualquier iniciativa de emancipación femenina. Junto a los mensajes religiosos no tardaron en proliferar las publicaciones desde otros ámbitos, que contribuyeron a crear una imagen científica de la inferioridad de la mujer frente al hombre. Así opinaba el científico Vallejo-Nágera, A. y Martínez, E. (1939):
«Si la mujer es habitualmente de carácter apacible, dulce y bondadoso, débase a los frenos que obran sobre ella; pero como el psiquismo femenino tiene muchos puntos de contacto con el infantil y el animal, cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer y se liberan las inhibiciones frenetices de lasimpulsiones instintivas, despiértese en el sexo femenino el instinto de crueldad »
El repliegue que sufre la mujer con respecto al periodo anterior no sólo fue apreciable a nivel teórico, sino también práctico, pues su presencia en la escena pública se vio supeditada a la de su marido o, en el mejor de los casos, asociada a reuniones de organizaciones femeninas; únicos espacios de diálogo y visibilidad para las mujeres. Para la construcción social y política de la mujer dentro de la Nueva España, el principal órgano aleccionador fue la Sección Femenina, institución creada al calor de la Falange Española en 1934 por un grupo de mujeres contrarias a la ideología republicana. La Sección Femenina sobrevivió a la contienda civil y se reorganizó en 1942 de la mano dePilar Primo de Rivera, cabeza visible de la institución que representaba y expresaba como nadie los valores con lo que pretendía impregnar al conjunto de la sociedad femenina:
«Las mujeres nunca descubren nada; les falta el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer nada más que interpretar mejor o peor lo que nos hombres nos han dicho ».
Moldeaban a las mujeres para que aceptasen como lógica la jerarquía superior masculina. En el seno de Sección Femenina surgió el Servicio Social, al que debían acudir de manera ineludible aquéllas que aspiraban a trabajar, obtener títulos o tomar parte de oposiciones. Toda mujer entre los diecisiete y los treinta y cinco años (excluyendo a casadas, viudas con hijos, monjas o huérfanas de guerra) debía realizar seis meses de servicio obligatorio para la consecución del ansiado certificado final. Un salvoconducto que abría las puertas a documentos tan simples como el pasaporte o el carnet de conducir, vedados en caso de no pasar por el tamiz educador de ese organismo. El Servicio Social incluía una formación teórica y una prestación práctica, constituyendo una forma de control sobre todas las mujeres, pues así se aseguraba que la mayoría escucharía y aprendería lo que de ellas se esperaba. Junto con Sección Femenina, el principal órgano de adoctrinamiento de la mujer fue la Acción Católica-en sus ramas femeninas, que contribuyeron activamente en la tarea recristianizante que afianzaba la alianza del régimen con la iglesia católica. Por medio de ambos organismos, Sección Femenina y Acción Católica, el franquismo intentóreconducir las aspiraciones públicas femeninas que habían comenzado a despegar a finales del siglo XIX. Aunque ambas tuvieron como objetivo común la salvaguarda del hogar y la familia, el elemento distintivo venía dado por el carácter más político de Sección Femenina, mientras que Acción Católica consideraba prioritario el aleccionamiento cristiano como medida de control espiritual y también físico.
Igualmente en ese contexto de desvalorización de lo femenino, los teóricos del régimen se apresuraron a deslegitimar el instinto sexual femenino, al no reconocer a la mujer su deseo como natural, sino como algo sucio e impropio de la condición femenina. Según el ya citado Vallejo-Nágera:
«En las mujeres tiene insignificante importancia el impulso interno, siendo fácil a la mujer permanecer virgen de cuerpo y de espíritu durante mucho tiempo, si las influencias externas no quebrantan la virginidad (…) es el amor lo que la impulsa en más del 60 por 100 de los casos a entregarse al hombre, experimentando casi siempre repugnancia por la entrega, y sin sentir necesidad alguna de satisfacer su apetito genésico ».
A este discurso científico sobre sexualidad se sobrepuso además el religioso, que terminó de enturbiar la concepción de la relación carnal. La Iglesia utilizó como aval las teorías de San Pablo que equiparaban el cuerpo con un santuario divino, estableciendo un paralelismo entre el contacto físico y la profanación de un lugar sagrado.
La transmisión de esta idea pretendía infundir emociones en dos trayectorias, de un lado el sentimiento de culpabilidad ante la relación sexual y, de otro, la sensación de traición y pecado hacia Dios. Por ello, muchas mujeres desarrollaron cierta repulsión hacia el sexo, que practicaban sólo como una concesión a los impulsosnaturales de sus maridos. El camino trazado para la buena mujer, la esposa fiel y la beata religiosa, las conducía a rehusar los placeres carnales y, las que conseguían disfrutar de la relación, sentían sobre ellas el estigma de la prostituta. La sexualidad se convertiría así en la piedra angular de la construcción del prototipo de mujer ideal: virgen antes del matrimonio, sumisa en la relación íntima y madre como objetivo único y último de su existencia. La sexualidad femenina adquirió, por tanto, una triple vertiente de significación: la primera a nivel individual, como llave de la pureza; la segunda a nivel familiar, como elemento de placer para su esposo y la tercera a nivel nacional, como fuente de nuevos individuos para la patria. Cuando una mujer quebrantaba alguno de estos dictámenes, demostrando indicios de autonomía o iniciativa, contravenía todos los principios del régimen y recibía el apelativo de «caída»
La sexualidad femenina sólo era útil y practicable con una finalidad reproductiva, mientras que la masculina partía de unos principios bien distintos. El pensamiento franquista, aunque aspiraba a una asepsia sexual sólo resuelta dentro del matrimonio y con un propósito biológico, entendía que las necesidades de los hombres eran más urgentes e incontrolables que las de las mujeres. De hecho, la figura del macho español o el concepto dedonjuanismo estaban muy extendidos como prototipos viriles de la época. La ley favorecía estos planteamientos misóginos al suscribir la infidelidad masculina y condenar la femenina. Según la legislación de la época, la mujer se consideraba adúltera si yacía con otro hombre que no fuera su marido, sin embargo, aquél podía frecuentar prostíbulos e incluso tener una querida, no incurriendo en delito a menos que las infidelidades afectasen a la economía familiar. Tanto fue así, que la querida se convirtió en una de las figuras más célebres del momento, llegando a considerarse un signo de ostentación y riqueza.
Los discursos sobre sexualidad femenina de la época resonaban siempre los mismos conceptos: abstinencia, pureza, pecado o castidad, mientras que las divergencias a estas premisas eran calificadas como aberraciones sexuales o corrupciones conductuales. Es evidente que la represión sexual de la época fue mucho más exigente con la mujer, que verá coartado su placer sexual, siendo además sometida a un activo control de su cuerpo al perseguir el aborto, condenar el uso de anticonceptivos y potenciar activamente la natalidad:
Según el padre Enciso en su libro La muchacha en el noviazgo:
«La sexualidad femenina, ya se viera suprimida como en el caso de las monjas, ya estuviera en venta como la de las prostitutas, ya fuera objeto de control como en el de las alcahuetas, era percibida muy a menudo como una amenaza».
La mayoría de las jóvenes educadas según el modelo nacionalcatólico comulgaba con este tipo de planteamiento y llegaban temerosas e ignorantes a la noche de bodas. Sólo durante el periodo de noviazgo, la moral oficial permitía ciertas licencias y la tensión conseguía aliviarse. Esta etapa desempeñaba un importante papel de tránsito hacia el matrimonio, y como periodo previo de conocimiento y aceptación de la otra persona. De hecho, el noviazgo sería el único espacio de tolerancia en el que la relación entre sexos era consentida y aceptada, pero siempre con limitaciones en cuanto al acercamiento carnal. De nuevo el padre Enciso deja muy claro en qué términos debe entenderse esta relación previa:
«Le hablan [a la mujer] de pasarlo bien, de disfrutar, de placeres deliciosos, de efusiones cariñosas más o menos carnales. ¡No!, ¡no!, ¡no! Este no es el verdadero concepto del noviazgo. Entre los cristianos no puede tolerarse que se hable así. Este lenguaje es pagano, huele a carne, tiene sabor de bacanal. A quienes así hablan debe ponerse una mordaza».
Aunque el noviazgo contaba con plena aceptación social, había que procurar no caer en los excesos físicos y controlar las escasas manifestaciones de cariño permitidas. El beso, por ejemplo, sólo era lícito en la mejilla y en la mano, mientras que en la boca se catalogaba como pecaminoso al considerar que podía ser el preliminar de unacercamiento más íntimo. De hecho, se recomendaba que estos contactos puntuales se dieran siempre en público para evitar la tentación de progresar en la relación.
Para apuntalar y moldear esta modelo de mujer, el régimen se sirvió de diferentes procedimientos. Uno de ellos, del que hablaré a continuación fue la edición de determinadas revistas, dirigidas a las mujeres. Sus páginas se dirigen a las mujeres en una línea clara y concisa, sin fisuras, evitando las contradicciones a la hora de establecer el modelo femenino nacional-católico. Entre ellas, me fijaré en cuatros publicaciones: Bazar, Mis Chicas, Volad, de temática juvenil e infantil, y la revista Consigna, publicación oficial para las maestras. Una breve descripción me basaré en el artículo de Sergio Blanco Fajardo, Moldeando a “Sofía”. Instrumentos de socialización, cultura y feminidad durante el primer franquismo
Bazar fue una publicación mensual oficial de Sección Femenina, dedicada a niñas entre 14 y 16 años. En ella existe un equilibrio entre ilustraciones y texto, al incluir novelas seriadas, cuentos, etc. La simbología falangista está presente, obviamente, en sus páginas, en especial en las secciones fijas “Al aire libre” y “Juventudes de la Sección Femenina”, donde se recogen noticias diversas sobre eventos y actividades de esta institución. Más interesante es la sección “Doña Sabihonda”, protagonizada por una tita cariñosa que quiere a sus “sobrinillas” y que les aconseja sobre sus preguntas. En estas páginas se abre un consultorio donde las niñas escriben sus dudas, enfocadas sobretodo a recetas de cocina, vestidos recortables para sus muñecas, peinados, etc. En esta sintonía hallamos los apartados “Juguemos a ser amas de casa” y “Lo que una niña debe y no debe hacer”. Los títulos, que hablan por sí solos, incluyen una serie de recomendaciones sobre la conducta y el comportamiento de las mujeres, así como sobre las tareas asignadas al rol femenino, que no son otras que tejer y bordar, limpiar, ayudar en casa, leer y un largo número de actividades dirigidas a perfilar la imagen de las mujeres en el marco doméstico, lugar al que se ven relegadas.
Para profundizar algo más en esta revista de Bazar, me basaré en el artículo citado al principio de Francisco Javier Martínez Cuesta, Tardes de enseñanza y parroquia: El adoctrinamiento de las niñas de la España franquista a través de las revistas Bazar y Tin Tan (1947-1957)
Los precios de la suscripción de Bazar, para el primer año, fueron: 45 pesetas al año, 22,50 al semestre y 11,25 al trimestre. En la revista se animaba a que se suscribieran con anuncios como: «La revista Bazar es la mejor amiga de las niñas. Os ofrece los cuentos y las historietas más divertidas. Los dibujos más bellos, las secciones más interesantes que podéis desear. Y, además, grandes regalos para las suscriptoras». Teniendo en cuenta que no fue una revista barata, podemos deducir la clase social de las niñas que la leían.
En la sección: Juguemos a ser amas de casa, las lectoras podían encontrar enseñanzas de cocina, economía doméstica e higiene, encaminando así a las jóvenes para el «fin natural» del matrimonio según, el discurso falangista. Según Pilar Primo de Rivera: Por eso la Sección Femenina tiene que prepararlas para que cuando llegue para ellas ese día, sepan decorosamente dirigir su casa y educar a sus hijos conforme a las normas dadas por la Falange, para que así, transmitidas por ellas de una en otra generación, llegue hasta el fin de los tiempos.
Tanto los textos escolares femeninos como numerosos manuales de formación dedicados a la mujer, escritos por religiosos y autoras afines a organizaciones políticas o religiosas del nuevo régimen participaron de ese discurso respecto a la formación de la mujer como madre y esposa.
Mercedes Suárez-Valdés y Álvarez que ya había publicado en 1940 el libro titulado: Infancia de hoy juventud de mañana. Guía de la madre nacional-sindicalista, escribió en 1951 La madre ideal, donde defendía un modelo de mujer, que era resultado de una educación recibida por parte de la Sección Femenina y la Acción Católica:
“En estos cursillos aprenden las muchachas, desechando ñoñerías y ridículos prejuicios, todos sus deberes morales para con sus hijos el día de mañana dentro del sacramento del Matrimonio; cómo deben conducirse en él cristianamente y, por fin, cómo deben educar y formar a sus hijos”.
El canónigo Emilio Enciso Viana sostenía que la base del hogar era la mujer:
«Sin la mujer la llama del llar se apaga, la casa se torna fría, destemplada, hosca, poco acogedora; hastarepele». Y por lo tanto su papel es importantísimo, esencial. De ella «va a depender el bienestar familiar»:
“Ella ha de cuidar que la casa esté bien organizada, para que el marido, al volver de su trabajo, la encuentre agradable, guste de estar en ella, y en las ausencias la añore; y los hijos se encuentren bien en su hogar”.
La Sección femenina editó igualmente libros dedicados a las materias de las que trataba esta sección de Bazar. En la sección Tijeras, hilo y dedal, se presentaban trabajos de costura, trabajos manuales y se hablaba de moda. Las actividades propuestas se basaron, inicialmente, en los Modelos para Labores y Trabajos Manuales que la Sección Femenina elaboró para las Escuelas de Hogar. Hay que tener en cuenta que una actividad muy importante en la educación de las niñas de la época era la costura, por lo que se publicaron distintos textos escolares dedicados a la materia. El más conocido fue el de Josefina Bolinaga titulado: Mi costurero. En él, la autora dedicó a las niñas las siguientes palabras iniciales:
“No hay arte más bello para la mujer que el arte de la costura. Pues vamos, niñas, a coser. Pero como me consta que los dobladillos y los pespuntes viven enamorados de los cantos de las niñas, cantad mientrascoséis, que esos cantos son himnos al trabajo, gorjeos del bien obrar. Vamos a coser, niñas. ¡A coser y a cantar!”
A partir de aquí retorno al artículo de Sergio Blanco Fajardo, Moldeando a “Sofía”. Instrumentos de socialización, cultura y feminidad durante el primer franquismo.
Otra revista semanal Mis Chicas, tenía secciones “Cartas a tía Catalina” y “Aprendamos divirtiéndonos”. En esta última existen mensajes como éste: “La cortesía en el hogar consiste principalmente en la cooperación, en ocupar vuestro puesto, en realizar vuestra tarea, ayudando a los mayores en lo que os pidan, y a los menores en lo que os necesiten, pero esta ayuda o colaboración, y aquí está lo importante y difícil, debéis prestarla siempre con alegría, eficacia, rapidez y silencio”. Por otra parte, en un microrrelato denominado “El arrepentimiento” se manifiesta el siguiente diálogo: “¡Papá! Cada vez que sienta signos de enfadarme me dominarás” (…) ¡Estoy más contenta! ¡Ya no me enfado por nada!”. Hay que hablar, así mismo, de los arquetipos reseñados en las historietas y novelas, que configuran el modelo de la niña abnegada, sumisa, sacrificada y sufridora que trabaja o ayuda en un contexto de pobreza o de orfandad, a veces por ser hija de madre soltera. En contraposición, se representa el arquetipo de niño valiente, fuerte, travieso, desobediente y opuesto a la niña prudente, sumisa y bondadosa, proyectando una polarización de modelos y roles de género. Con todo, el carácter doctrinario prevalecerá sobre el educativo.
La revista Volad establecerá algunos matices, aunque el objetivo y el fondo sean similares a los de la publicación anterior. En los contenidos de los números consultados la religión aparece constantemente como una singladura férrea entre Iglesia y Estado. Editada por Acción Católica, su tono moralizante es mayor y el lenguaje expresado cobra tintes espirituales y un nivel cultural más alto. Aquí desaparecen las viñetas y las ilustraciones para dar rienda suelta a los discursos, predominando el texto sobre la imagen. Dichos discursos van firmados por sus autoras/es, sin necesidad de pseudónimos, como ocurría en las secciones de consultas de Mis Chicas y Bazar. Buen ejemplo de ello es el primer apartado con que se abre la revista, signado por E. Enciso. Hay que precisar que algunas colaboraciones alcanzan una naturaleza discursiva radical.
Consigna, por su parte, es una revista oficial para las maestras, lo que la convertiría en un manual educativo y una herramienta de consulta de las funcionarias. El control social ejercido aquí es sobresaliente, al convertirse en baremo y referente de la formación de las niñas. En sus páginas se constata la influencia de la iglesia en los apartados destinados a liturgias o rezos, coexistiendo con la reproducción de los discursos pronunciados por Pilar Primo de Rivera en los actos oficiales de Sección Femenina.