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Al hilo de "Olivo roto: escenas de la ocupación" (Caballo de Troya 2006), de Teresa Aranguren

Vivir con el otro dentro

Fuentes: LDNM

A Marianna Ucria, la aristócrata sorda de la bellísima novela homónima de Dacia Maraini, le ocurre una cosa bien extraña: cada vez que se aproxima físicamente a su criada ésta comienza a pensar dentro de su cabeza; sus expresiones plebeyas, sus bajos apetitos animales, su rencor de clase invaden, como la interferencia radiofónica de un […]

A Marianna Ucria, la aristócrata sorda de la bellísima novela homónima de Dacia Maraini, le ocurre una cosa bien extraña: cada vez que se aproxima físicamente a su criada ésta comienza a pensar dentro de su cabeza; sus expresiones plebeyas, sus bajos apetitos animales, su rencor de clase invaden, como la interferencia radiofónica de un país desconocido, ese noble recinto mental, abierto a otros mundos a causa precisamente de la sordera en que está encerrado. A menos de diez metros, Marianna tiene los pensamientos de su criada fea, voraz y resentida y naturalmente se siente incómoda; avergonzada de su sirvienta y avergonzada de sí misma, culpable de esta su intromisión en una intimidad acusadora, Marianna resiste unos segundos y luego se aleja, agotada y pudorosa, para recuperar la tranquilidad en las zonas más protegidas de su palacio. El peligro de aproximarse físicamente a otros hombres es el de que metan dentro de nosotros sus propios razonamientos y sus propios dolores y nos metan con ellos las retorcidas raíces comunes que los generan. Nos gusta asomar la nariz en los asuntos ajenos sin degradarnos y por lo tanto nuestra curiosidad va siempre dirigida hacia los iguales a los que podemos denigrar o hacia los superiores que pueden elevarnos: la pasión del chisme y el éxito del Hola reflejan y compensan las asperezas de la jerarquía social. En cuanto a los que consideramos inferiores hemos inventado barreras espaciales -muros, vallas, habitaciones separadas, ejércitos- y hemos inventado más recientemente el procedimiento casi mágico de aproximarlos sin experimentarlos, el de acercar hasta el extremo su lejanía misma: la televisión, que permite además forjar algo así como una Nación de espectadores, transversal a las clases, frente a la cual el sufrimiento ajeno constituye en sí mismo una cultura inasimilable. En todo caso, el misterioso empatismo por el cual Marianna Ucria padece, como una gripe, los pensamientos de su criada no hace sino reproducir el misterio literario que permite a los lectores de Maraini padecer a su vez los pensamientos y avatares de Marianna Ucria. Bien mirado, las fronteras entre la chismorrería y la literatura son tan débiles que sólo una cualidad inasible puede distinguirlas. A veces la literatura es sólo chismorrería fina. A veces la chismorrería es el telar de una leyenda. Otras veces aún, la diferencia entre la chismorrería y la literatura es la que existe entre meterse donde a uno no le llaman y ser llamado allí donde uno preferiría no meterse. Los libros de los que uno no puede salir y de los que, al mismo tiempo, querría alejarse, como Marianna de su sirvienta, son los que verdaderamente importan.

No nos gusta que se nos meta un pobre dentro y si nos ocurre lo exorcizamos con una limosna. No nos gusta que se nos meta un árabe dentro y si nos ocurre lo exorcizamos con una bomba. Hay una escritora mitad palestina mitad iraquí que nació en España, que tiene un nombre español y que escribe en nuestra lengua. A Teresa Aranguren, hace ya muchos años, se le metió un palestino dentro y escribió Palestina, el hilo de la memoria (Caballo de Troya, 2004), uno de los pocos grandes libros de información intravenosa, porque llega hasta el corazón, sobre el sufrimiento y la dignidad del pueblo palestino. Ahora acaba de publicar Olivo roto: escenas de la ocupación (Caballo de Troya 2006), un racimo de relatos, localizados en Iraq y Palestina, de los que la autora ha conseguido borrar narrativamente la presencia, hasta ahora inevitable, unas veces prejuiciosa y otras compasiva, pero siempre degradante, de la mirada occidental. Mi compromiso al escribir estas reseñas era el de ocuparme sólo de obras ajenas a nuestra tradición y no lo infrinjo tampoco en este caso: porque no es Teresa Aranguren, sino los palestinos e iraquíes que han ocupado su cuerpo -inversión liberadora de la Ocupación de que son víctimas- los que han escrito sus relatos. Se le metió un palestino dentro y no lo exorcizó. Se le metió un iraquí en el cuerpo y no lo expulsó con agua bendita. Eso demuestra que Teresa Aranguren es buena, justa y valiente. Pero de nada nos serviría eso a nosotros si no fuera además una gran escritora: la primera escritora iraquí de España, la primera escritora palestina en lengua castellana. Su ejemplo nos da esperanzas; su libro nos da al mismo tiempo la medida de su talento y del horror que seguimos causando en otras tierras.

http://www.ladinamo.org/ldnm/articulo.php?numero=24&id=619