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Vivir con el terror de los vencidos: el de no tener derecho a hablar

Fuentes: Ctxt

Christine Martínez-Médale, hermana de un niño robado, relata en ‘La maleta de mi madre’ el calvario que vivió su familia, que siempre sospechó que su primer hijo no murió a los 16 meses en la cárcel como les dijeron las monjas.

Un frío día de 2004, Christine Martínez-Médale (Casablanca, 1949) sacó una maleta del armario siguiendo las indicaciones de su madre Concepción: “Pertenece a tu hermano José, allí guarda todos sus documentos. Cógela”. Mientras la abría con cuidado, su corazón comenzó a acelerarse. Había objetos que nunca había visto. Notas, agendas de su padre José Martínez de Velasco, miembro de la Comisión Ejecutiva del PSOE asentada en Toulouse durante la dictadura; casetes, carpetas archivadas por colores para diferenciar pasajes terribles de la vida, álbumes de fotos donde aparece su madre con otras presas republicanas en la cárcel madrileña de Ventas y en la de Saturrarán, Guipúzcoa. Y en el fondo, un cuaderno que su madre escribió durante los 810 días que estuvo encerrada en las durísimas prisiones franquistas. Lo abrió, leyó los primeros párrafos, y lo devolvió a la maleta. Algo debió de quedarse enganchado en la memoria de Christine, que volvió días después y descubrió una verdad que no figuraba en su historia familiar.

El 17 de mayo de 1939, en la cárcel de Ventas, Concepción dio a luz a un niño, Antonio, al que unas monjas dieron por muerto en Saturrarán 16 meses después. Jamás le mostraron el cuerpo de su hijo fallecido ni le dijeron dónde fue enterrado. Para Christine, leer aquello fue como beber un trago de veneno. Incluso peor. Un vacío comenzó a consumirla día y noche. En Toulouse, donde reside esta profesora de español desde 1967, inició una larga investigación sobre el paradero de aquel hermano desconocido que ha terminado plasmando en el libro La maleta de mi madre (Editorial El Mono libre). En sus páginas reproduce el suplicio que acompañó a su madre hasta el día de su muerte en 2010, con todas las cicatrices que dejó la guerra y las heridas que nunca se cerraron. “La trama de los bebés robados por el franquismo sigue siendo una cuenta pendiente en España”, dice tajante. Lo narra en primera persona, como si fuera Concepción la que escribe, no por artificio sino porque era la manera más eficaz que encontró para hacer comprender cómo tanto dolor pudo resistir en silencio dentro de una maleta.  

¿Demasiada memoria, demasiado dolor para digerir?

Sí. Es una historia de sufrimiento que me sigue haciendo llorar.

¿Cree que su madre falleció convencida de que su hijo Antonio murió en la enfermería de la cárcel de Saturrarán, en Gipuzkoa, tal y cómo se lo comunicaron las monjas del centro hace 81 años?

Francamente no lo sé. Me resulta imposible imaginar si acaso lo llegó a pensar. Jamás pronunció una palabra sobre Toñín. Sin embargo, hubo un hecho que me hizo pensar que, en el fondo de su corazón, albergaba la esperanza de que aquel hijo no murió entre rejas y que había que encontrarlo.   

Se refiere al hecho de que su madre le revela que tenía una maleta escondida y le pide que la abra.

Exacto. Si no me hubiera enseñado aquella maleta se habría llevado el secreto a la tumba y yo nunca habría sabido nada. Mi conclusión es que pensaba que su hijo estaba vivo y que, tras la muerte de su marido y de su hijo mayor, la única persona que le quedaba para conocer la verdad era yo. No puedo concebir otra cosa. Fue como si me entregara la llave de un secreto que no podía quedar oculto.  

Le cambió la vida. ¿Cómo reaccionó al descubrir aquella información familiar?

Hay un antes y un después de aquel día de 2004. Abrir la maleta y ver todas aquellas carpetas con sus etiquetas –“campo de concentración”, “guerra”, “correo oficial”, “prisiones”…–, agendas de mi padre, fotos, notas manuscritas, un cuaderno donde relata con su puño y letra la existencia y la supuesta muerte en la cárcel de Toñín, uf… Me resultó espeluznante descubrir que mis padres guardaban aquel secreto. Pero, bueno, a partir de ese momento quise conocer la historia que me habían ocultado. Y empecé a investigar qué ocurrió realmente con mi hermano, si murió en 1940 como dijeron aquellas monjas o fue robado.  

¿Cuál es su conclusión?

Que aquel niño fue robado. Es una historia tan kafkiana e increíble que parece ficción pero lo más doloroso es que es real. No me cabe otra conclusión después de 18 años de investigación. 

¿Por dónde empezó?

Fue muy complicado desde el principio porque, con la excepción del archivo de San Sebastián, el Instituto Vasco de Criminología y del historiador Fernando Aguirre, no he recibido mucha ayuda. Además, siempre he vivido en Toulouse y no conocía ninguna organización ni a ninguna persona que hubiera sufrido el mismo trauma. Pero me lancé a ello mirando a izquierda y derecha, por internet, enviando cartas. En 2010 fuí a Saturrarán, a la antigua prisión que demolieron en 1987. Allí me reuní con los historiadores y me facilitaron el expediente del juicio de mi madre y el certificado de defunción de mi hermano. Es terrible porque ahí no acaba la historia. 

¿Por qué?

Porque los informes están llenos de falsedades y de datos que no encajan. Gracias a la investigación realizada por el Instituto Vasco de Criminología supe que varias monjas de aquella prisión, como sor María Gómez Valbuena, se vieron implicadas  en el tráfico ilegal de bebés que se practicó en el franquismo. La firma de esa religiosa aparece vinculada a registros de la prisión, con los nombres de los adoptados, de los adoptantes y las cantidades de dinero asignadas. Así que decidí volver a investigar y, en 2019, recibí el certificado de nacimiento de Toñín. Ahí encontré la prueba que llevaba buscando desde 2004. Habían modificado el documento, seguramente para complementar el expediente oficial de adopción. No hay otra explicación al ver que la fecha de su nacimiento es un año posterior al certificado de su muerte: el 7 de septiembre de 1940.

¿Por qué cree que su madre optó por el silencio? En un pasaje del libro describe el instante en el que decide mostrarle el cuaderno pero ella se niega a reconocerlo. “No sé de qué me hablas”, responde.

Pues me he hecho muchas preguntas sobre los porqués que me hicieron transitar por diferentes crisis personales. La primera llegó al descubrirlo. Sentí furia hacia mis padres por haberme mantenido alejada de ese secreto. Luego, poco a poco, fui comprendiendo su historia, me convencí de que intentaron protegerme de un trance que para ellos fue terriblemente duro y pesado. Mi segunda reflexión llegó cuando observé el comportamiento de la gente que volvía de los campos de concentración nazis. Ellos tampoco hablaban de los horrores que habían padecido porque pensaban que si contaban sus historias, tan espantosamente increíbles, nadie les iba a creer. A mis padres les ocurrió algo parecido. Aunque vivían en el exilio, siguieron manteniendo contacto con sus familiares en España y eran plenamente conscientes del miedo y los riesgos que asumían si hablaban de su pasado. Supongo que todo esto llevó a mi padre, a mi madre y a mi hermano mayor a establecer un pacto de silencio sobre la separación que vivieron en la guerra y la tragedia de la postguerra. Mi madre en las cárceles franquistas y mi padre detenido en un campo de concentración en Orán. Yo, nacida en Casablanca, representaba para ellos el porvenir. Fui fruto del reencuentro entre dos enamorados que llevaban muchos años separados y decidieron mantenerme al margen. 

Si viviera, Toñín tendría hoy 82 años. ¿Cómo espera que sepa la verdad o que usted le está buscando?

Le he escrito una carta que aparece publicada en un capítulo del libro. Me gustaría difundirla en los medios de comunicación y colgarla en internet. Le explico el calvario familiar que supuso el silencio de su existencia y el de su desaparición durante 64 años. Cuento que he llevado hasta el final mis investigaciones, que mi ADN está en el fichero de LabGenetics de Madrid, pero existen otros bancos genéticos creados en las comunidades autónomas de Navarra, País Vasco, Catalunya y Andalucía mientras se espera la puesta en marcha de uno a nivel estatal. Me inscribiré en todos ellos para tener cuatro posibilidades más de encontrarle. No le abandonaré jamás, pero ahora le toca a él venir a mí. 

¿Imagina lo que supondría para él conocer su verdadera identidad después de tantos años?

Sí, le trastornará la vida. Pero se reencontrará con sus orígenes, su memoria, sus verdaderas raíces, su dignidad, su familia biológica. Es una oportunidad para renacer en vida y honrar a nuestros padres que tanto le quisieron y que tanto sufrieron. Espero que la carta produzca algo. 

¿Qué responsabilidad atribuye a sus adoptantes y a los descendientes que conozcan la verdad?

Es muy delicado responder a su pregunta porque, seguramente, también habría familias engañadas por el sistema de adopción que la dictadura montó. Pero hubo un gran porcentaje de familias franquistas duras que sabían muy bien dónde se metían. Esos son culpables.

¿Considera que el robo de bebés practicado en España formó parte de una planificación cuyo objetivo era incrementar el miedo al poder?  

Creo que sí. Fue una de las maneras de tener a la población doblegada y de presentarse ante los suyos como exterminadores del ‘gen marxista’. ¿Quién podía atreverse en esos años a levantar la voz, a decir la verdad, a quejarse de esas atrocidades? Nadie. Vivían con el terror de los vencidos, el de no tener derecho a hablar. Solo hace falta ver quiénes participaron en esa red: abogados, médicos, órdenes religiosas… Todos cargos importantes de la dictadura, que hacía imposible que las mujeres, muchas humildes y con una cultura limitada, les hicieran frente. ¿Cómo podían denunciarles? 

¿Qué le empujó a escribir el libro en primera persona, poniéndose en la piel de su madre?

Revivir su dolor, con todos sus fantasmas y secretos, ha sido un ejercicio realmente duro y doloroso para mí. Tanto que lo escribí en francés porque no era capaz de hacerlo en español. Ni siquiera cuando me plantearon la posibilidad de traducirlo. No quería volver a pasar por el trance, además, utilizando las mismas palabras y el idioma de mi madre, porque eso me iba a hacer revivir su historia aún con más dolor. Preferí pagar a una traductora. 

¿Cree que el escándalo de los niños robados durante el franquismo sigue siendo una cuenta pendiente del Estado con las víctimas?

Sin duda que sigue siendo una cuenta pendiente. No sé si es un tema tabú o se considera un problema “menor” en la recuperación de la memoria histórica española. Al menos, yo lo he sentido así porque cada vez que me he dirigido a las comunidades autónomas, todas me han respondido que no es posible investigar la trama de los bebés robados a través de los ADNs porque por encima está desvelar la identidad de las personas que están siendo desenterradas de fosas comunes. El tema de los niños ha quedado apartado. De momento. A mí me parece injusto porque todos forman parte de la misma historia y el mismo drama. Creo que en España falta una figura que aborde con determinación este proceso como lo ha hecho la jueza María Servini en Argentina.  

La última. ¿Se siente liberada tras escribir este libro?

Sí, desde luego. Con mucho menos peso sobre los hombros. Era necesario para mí descargar esa carga emocional y que los demás puedan conocer esa historia.

Fuente: https://ctxt.es/es/20230201/Politica/41965/christine-martinez-medale-bebe-robado-franquismo-libro.htm