Entrevista con Valeria Flores (Neuquén, Argentina)
La capital de Neuquén es una ciudad que pareciera hecha ayer; sin embargo, los libros de historia enseñan que su fundación data de 1904. En medio de la aridez de la región y rodeada de bolsones donde anida la pobreza, el gobierno de Neuquén -un viejo caciquismo que se prolonga desde hace décadas- da sobradas muestras de estar sentado sobre barriles de petróleo: edificios modernos, aeropuerto y terminales brillantes, casinos y comercios. La industria petrolera, establecida en las cercanías de la capital provincial, tiene allí sus oficinas centrales. Los nombres de transnacionales, como en otras localidades del sur argentino, se repiten: Repsol, Petrobras, Tecpetrol, Boland, Total, Halliburton, Schlumberger. La mitad del presupuesto provincial proviene de las regalías eléctricas y petroleras. El actual gobernador, que permanece en el poder desde 1999, se enorgullece de su «alianza estratégica» con Repsol, con quien ha negociado la construcción de un rascacielos con oficinas, salones de fiesta y un museo petrolero, en pleno centro neuquino.
La provincia cuenta, además, con otros ingresos, provenientes de la explotación turística de las regiones oeste y sur, donde lagos y montañas nevadas suelen ser disfrutadas por extranjeros y argentinos de altos ingresos. Pero, en la ciudad de Neuquén, confluyen un río homónimo y el río Limay, lo que permitió el desarrollo de cultivos intensivos que fueron la base primaria de la economía local: manzanas, peras y uvas se adivinan en el Alto Valle. Quizás por su actividad económica, la capital de Neuquén está considerada como la localidad más importante de la región patagónica, con una población de doscientos mil habitantes.
Hasta esta ciudad próspera llegaron, en las décadas del ’60 y ’70, numerosos contingentes de jóvenes maestros, profesionales, estudiantes y trabajadores de la construcción, petroleros, peones rurales «golondrinas». Venían de Buenos Aires, pero también de otras provincias argentinas e, incluso, de países limítrofes, como Chile y Bolivia. A muchos los motivaba la posibilidad de prosperidad económica. A otros, los empujaba la persecución política que empezaba a perfilarse en esta parte del continente. Hubo también quienes se asentaron en la región buscando un mayor contacto con la naturaleza, una vida libre de las presiones y el ritmo acelerado de las grandes metrópolis. Entre los pobladores «nacidos y criados» en Neuquén, se adivina aún la herencia del pueblo mapuche, diezmado por la conquista española, las siguientes campañas de exterminación llevadas a cabo por el gobierno nacional a mediados del siglo XIX y la discriminación y el olvido al que lo condenaron las sucesivas administraciones. Pero esa cruza extraña entre mapuches, trabajadores esperanzados, experimentados militantes políticos y jóvenes hippies le dio a Neuquén, un perfil único y diferente.
Quizás haya sido esta rara combinación de orígenes y culturas la que hizo de Neuquén un activo centro de protestas, huelgas, luchas duras. Y ahora, en marzo de 2006, una vez más, Neuquén ocupaba los titulares de los diarios nacionales: piquetes de maestras cortaban las rutas del circuito productivo petrolero más importante del país, en Rincón de los Sauces, una pequeña localidad de la región.
Las maestras reclamaban un aumento salarial, pero advertían que la presencia de la industria petrolera que tanto dinero generaba para la actividad empresarial privada y el gobierno provincial, hundía al pueblo con salarios miserables, mientras hacía que se elevara el costo de la vivienda y de la canasta de productos básicos para la subsistencia. Lo expresaban en un comunicado a la población: «Al hacerse insostenible esta situación en la provincia y mucho más en localidades del interior y por todo lo dicho anteriormente hemos tomado la decisión del corte de ruta.»
Finalmente, una asamblea de más de tres mil maestras y vecinos de Rincón de los Sauces exigió que se paralice la extracción de petróleo, mientras fuerzas de seguridad custodiaban las plantas. El pueblo entero tomó la municipalidad, paralizó el aeropuerto y mantuvo los cortes de ruta durante varios días. Hasta el ministro de Educación provincial tuvo que decirle al sindicato de las maestras que no hagan más asambleas «porque en la asamblea triunfa el sector que quiere más combate, más conflicto.» Pero las maestras repudiaron el «verticalismo» al que está acostumbrado el gobierno y siguieron adelante con sus métodos democráticos para la toma de decisiones. Rápidamente se sumaron las maestras de Plottier, Senillosa, Chos Malal, Buta Ranquil, Añelo, Villa la Angostura, Villa Pehuenia y Aluminé; mientras el gobernador Jorge Sobisch hacía oídos sordos a la protesta. Detrás de las maestras, marcharon las madres y los padres de los niños en edad escolar, expresando su solidaridad con el reclamo.
Cuando llegamos a Neuquén, nos recibió una tarde gris y lluviosa. Algo raro en esta ciudad, donde las precipitaciones son escasas. Teníamos previsto un encuentro con Valeria, una de las maestras que también corta puentes y se moviliza con sus pares por el centro neuquino, que participa de las asambleas del gremio y que enseña de un modo diferente. Pero con quien, más que hablar de la huelga, teníamos previsto conversar de algo muy particular: alguna vez, frente a su clase de niñas y niños de nueve años se atrevió a plantear una hipótesis: «¿qué pasaría si tuvieran una maestra lesbiana o un maestro gay?» Rompiendo el estereotipo que dictamina que las maestras deben ser tan asexuadas como las madres, Valeria sorprendió y se sorprendió de lo que ella misma había provocado. Desde esas primeras reflexiones de los chicos en el aula, hasta su reciente libro Notas Lesbianas: reflexiones desde la disidencia sexual, ha corrido mucha agua bajo el puente -aún cuando las maestras, lo mantienen cortado, por arriba, para protestar por los bajos salarios.
Los padres de Valeria llegaron a Neuquén, en busca de oportunidades laborales, pocas semanas antes del golpe militar de marzo de 1976. Sin embargo, para ella, el motivo de la migración debe encontrarse en el intento de «establecer una familia diferente», alejada de la influencia de sus propias familias de origen: una de obreros textiles y otra a la que tilda de «pequeñoburgueses venidos a menos». Aunque se define «sobreviviente de tres hermanos varones», no tiene malos recuerdos de su infancia. «Con mi hermano mayor, como tenemos menos diferencia de edad, tratábamos de hacer todo juntos. Eso, cuando éramos chicos. Después, en la adolescencia, cada cual hizo su camino.» Todos siguen viviendo en Neuquén, sus dos hermanos menores aún conviven con los padres. «No son chicos. Son los jóvenes de esta época, que tienen veintipico y no pueden independizarse».
Después de culminar sus estudios de maestra, Valeria intentó cursar diferentes carreras: Trabajo Social, Licenciatura en Ciencias de la Educación, Filosofía. No terminó ninguna, por eso se define como una «desertora compulsiva de las instituciones.» Dice «soy muy disciplinada para lo que me gusta a mí, para lo que es mi deseo estudiar, porque me encanta leer y estudiar. Pero me cuesta disciplinarme cuando es una institución. Es como que ya con la escuela tengo suficiente.» Pero, hablando de instituciones, Valeria sonríe cuando recuerda que, de pequeña, cuando le preguntaban «¿qué querés ser cuando seas grande?», respondía nada menos que «policía».
Del secundario recuerda que, para algunas compañeras, ella era «machona, porque hacía mucho deporte. Pero no recuerdo una marcada discriminación, porque el secundario era mas bien una cosa asexuada. Se trataba de mantener, en el colegio, una cosa asexuada, porque éramos todas mujeres. Entonces no había un disciplinamiento tan estricto de género.» Practicó tenis, voley y fútbol. La época de la adolescencia fue un poco difícil «porque yo no me enganchaba en la joda». Y arremete, «en ese momento, ser lesbiana era como impensable. Pero sí había, por ahí, una fuerte identificación con algunas profesoras, con algunas chicas que parecían más independientes. Igual salí con varios chicos, pero lo hacía porque era algo que había que hacer.»
Entonces ingresó al instituto donde finalmente se recibió de maestra. «Cuando entré al instituto, además de aprender a ser maestra, en realidad aprendí cuestiones que tienen que ver con mi sexualidad. Salí con una chica del instituto, que fue la primera chica con la que salí, entonces la cabeza me dio vueltas. Fue como un aprendizaje paralelo», dice girando las manos en el aire. «Estudiábamos juntas en el mismo curso y se fue dando una cosa de seducción, permanente, con muchas peleas entre las dos. Eso fue en primer año, hasta que en el segundo año logramos hablar, poner sobre la mesa lo que nos pasaba. Salimos un tiempo y ya, en tercer año, nos peleamos. Ella era bisexual, pero no era algo que ella supiera. Era una relación oculta, porque para todo el mundo éramos amigas. Después no nos vimos por un tiempo. Y más tarde me enteré que estaba saliendo con un chico. Y yo, bueno… ya encaré para el lado de las mujeres y no volví», termina Valeria, riéndose.
Dice que salir con una chica no le provocó ningún «rollo», sin embargo, sí recuerda que el cuestionamiento vino por el lado del esfuerzo tan grande que había que hacer para sostener las apariencias. «Cuando nos peleamos, me deprimí. Y entonces ¡cómo explicar esa depresión a mis amigas y a mi familia! Entonces ahí me empecé a cuestionar todo esto de la mentira que me implicaba a mí. Fue ahí que fui haciendo los primeros pasos: se lo dije a mi familia, se lo dije a mis hermanos… no fue una reunión familiar. Se los fui diciendo de a uno. Mi mamá, lo primero que pensó es que me había pasado algo malo con un tipo. También pensaron si no era un problema de la familia, porque en ese momento era un momento conflictivo, porque mi mamá y mi papá se estaban separando. O si era una cuestión de rebeldía: así como había dejado la facultad, ahora me volvía lesbiana. Con mi papá hubo como un silencio de parte de él. De mis hermanos, con el que más pude charlar fue con el menor. Pero no hubo una sanción tan fuerte de parte de mi familia, que dijeran ‘bueno, te vas de casa’ o algo así. La que me fui, fui yo, porque necesitaba cierta independencia, vivir de otra manera. Pero fue una decisión mía. Tengo un recuerdo como que fue una situación difícil y conflictiva, pero que se fue superando con el tiempo y con la charla. Además, yo, cabeza dura, fui haciendo mi camino. Y ellos fueron apoyando en la medida en que lo podían comprender o no.»
Según recuerda, su primer acto público de visibilidad fue en un Encuentro Nacional de Mujeres. «Era en San Juan. Fue un encuentro bastante conflictivo, porque salió toda la Iglesia en contra, armando un encuentro paralelo. Decían que iban a ir diez mil mujeres prostitutas, aborteras y lesbianas. Me lo acuerdo patente, porque en el colectivo que yo iba para allá, junto con otras mujeres, una de las chicas se paró y dijo ‘les vamos a mostrar que no somos todas lesbianas’. Yo me quedé callada. Pero cuando llegué al encuentro, participé de un taller donde dije por primera vez, públicamente, que era lesbiana. Fue una confluencia de cosas que hicieron que, en un momento, me llegara a replantear esta fragmentación que era mi vida: por un lado, mi vida cotidiana, de tener una compañera y reflexionar sobre el feminismo; por otro lado, la escuela en la que aparecía como maestra pero sin sexualidad o desde la presunción heterosexual.»
Así fue como empezó a cuestionarse qué pasaría si dijera, en la escuela, que era lesbiana. «Ya daba talleres de sexualidad en la escuela, construí un espacio. Pensé ‘no voy a ser tan bestia de decirles soy lesbiana, así, de un día para otro’. La idea fue preparar el terreno de escucha: hacer intervenciones sobre chistes sexistas y heterosexistas, parar la clase y no dejarlo pasar como una cuestión natural. En la dirección de la escuela también avisé: ‘este año, lo voy a decir si me preguntan y si no me preguntan, en alguna oportunidad se los voy a decir igual.’ Es como crear ese margen de que vos sabés que hay alguien que te va a sostener, cierto apoyo. Hasta que un día se los dije. El día que lo dije me puse colorada. En uno de los grados, hubo signos de aceptación, me decían que tal otro profesor también era gay, una nena se acercó y me felicitó. Fue gratificante. Ya en el otro grado, donde había varones con una masculinidad hegemónica muy fuerte, que incluso condicionaba la participación de las nenas en las clases, hubo así como un silencio de un minuto. Después se rompió porque uno preguntó si lesbiana era lo mismo que prostituta, hicieron más preguntas hasta que se fue relajando un poco la cosa.»
Sin embargo, reconoce que fue el producto de un largo proceso de reflexión. Como señala en uno de sus artículos: «Uno de los lugares que genera más temor a visibilizarse es el trabajo, y más si es una escuela primaria y sos maestra. La escuela no puede escapar de la lógica moralizante y disciplinadora con la que fue fundada. Y ahí estamos las maestras, desexualizadas, o en todo caso heterosexualmente sexualizadas, deserotizadas y guardianas de la (doble) moral hegemónica. Hace dos años que trabajo con el mismo grupo de alumnas y alumnos con una propuesta pedagógica política orientada por la intención de crear las condiciones de escucha».[1]
Sorpresivamente, no hubo acusaciones de los padres en su contra. Salvo algunos casos aislados, como el de una mujer que le habló personalmente. «Me vino a decir que lo que yo le había dicho a su hija estaba mal porque era un problema mío. Tuve un intercambio de opiniones, porque traté de explicarle que no era un problema, sino una opción de vida. Pero más de eso, no pasó.»
Aunque alguna vez soñó con ser maestra rural, terminó quedándose en la capital provincial porque «políticamente, me parecía que las posibilidades estaban acá y, además, por el tema de la sexualidad pensaba también que se me iba a hacer bastante difícil en el interior.» En esto es muy clara y contundente: «la sexualidad no es una cuestión privada, es una cuestión política, que se construye históricamente y en base a determinados intereses. De ahí la necesidad de ocupar el espacio público con un discurso político que apunte a visibilizar estas cuestiones. Lo de ‘lesbiana’ uno lo puede entender como una práctica sexual erótica, pero también lo puede entender como una práctica sexual política que empiece a desarmar este discurso normativo de la heterosexualidad que imponen las instituciones sociales y políticas, pero que no deje de lado los entrecruzamientos que tienen que ver con la clase.»
Es por estas fuertes convicciones que Valeria no habla de minoría ni de diversidad sexual, sino de disidencia. Las palabras no son inocuas. «Minoría» y «diversidad» ocultan, según ella, la heterosexualidad normativa que está operando para que se considere que hay personas que se desviaron del patrón supuestamente natural. Referirse a gays, lesbianas, travestis, transexuales como «diversidad», le parece que es propio de una concepción liberal a la que no adhiere, porque no se trata de un menú de deseos que se ofrecen en el mercado, que cada uno puede comprar libremente. El término «diversidad» oculta que los diversos son sancionados socialmente en este sistema. Y para Valeria, hay más lucha que fiesta, por eso elige la disidencia, que expresa ese gesto político de ruptura en el que pretende convertir su discurso y su accionar. Un activismo cotidiano, que no se limita a las movilizaciones y las protestas, sino que llega también a las aulas de la escuela primaria de los barrios periféricos de Neuquén, donde dicta clases a las niñas y niños de familias trabajadoras, muchas de ellas desocupadas que sobreviven con los planes asistenciales del Estado.
«En el aula, haciendo una actividad para el 8 de marzo, apareció mucho el tema de la violencia hacia las mujeres. Entonces pregunté por qué creían que pasaba esto y qué podíamos hacer para cambiarlo. Para cambiar esto, un varón me dijo que la mamá pudiera dormir la siesta, como hacía siempre el papá, en vez de lavar los platos. Esas pequeñas cotidianeidades, los chicos y las chicas las van registrando, de lo que significa ser varón o ser mujer. Otro día hicimos un trabajo que consistía en hacer un relato como si fueran una sobreviviente del incendio de la fábrica textil de 1908. Los varones lo hacían en masculino, les costaba ponerse en el lugar de mujer y hacer ese relato. Yo veo que los estereotipos de género son muy difíciles de problematizar, y más todavía los temas de la sexualidad. Si hacen alguna tarea doméstica, que las hacen, como barrer, lavar los platos o cuidar al hermanito, está completamente silenciado porque son estigmatizados. Sabemos que muchos varones lo hacen, porque después las mamás nos cuentan. Sin embargo, los chicos no lo quieren decir porque es como que entraría en cuestión su masculinidad.»
La disidencia de Valeria corre por diversos carriles. Cuenta que, el año pasado, en un acuerdo institucional por cambiar el acostumbrado saludo a la bandera, decidieron reflexionar sobre El ángel de la bicicleta, la canción de un popular compositor que refiere al asesinato de un activista, por parte de la policía, en el mítico diciembre del 2001. Y, entonces, sí algunos padres se quejaron preguntando qué tenía que ver eso con lo educativo.
Nunca quiso ser madre y se ríe cuando plantemos que, popularmente, a las maestras se les dice «la segunda mamá». Entonces recuerda que una vez, para un Día de la Madre, le trajeron un regalo: «yo no soy madre», aclaró. Pero le contestaron: «bueno, para cuando lo seas, porque sos mujer.»
Otras mujeres disidentes asoman en una cartelera que cuelga en el comedor diario: Simone De Beauvoir, Emily Dickinson, Alejandra Pizarnik, Anne Sexton, June Jordan, Virginia Woolf, Frida Kahlo, Gloria Anzaldúa, Adrianne Rich, Marosa Di Giorgio, una lesbiana butch y una zapatista, comparten el espacio con la legendaria foto de la niña desnuda que corre en una carretera de Vietnam, huyendo de los bombardeos. Junto a ellas, una fotografía de su novia y compañera de vida: Macky. Pero también hay consignas a favor de la despenalización del aborto y poemas.
Estamos en Neuquén. Eso significa que no podemos eludir hablar de Zanon, esa fábrica que, desde hace cuatro años, funciona bajo gestión de sus propios trabajadores, produciendo cerámicas en una de las plantas más modernas de Sudamérica. Sabemos que Valeria estuvo junto a los trabajadores cada vez que el pueblo de Neuquén fue convocado para expresar su solidaridad con la gestión obrera. «Creo que es una experiencia importantísima para la clase obrera, una experiencia sumamente innovadora como es la gestión de una fábrica bajo control obrero. Creo que lo que faltaría es que así como se redefine el trabajo, es importante que se incorporaran otras reflexiones sobre el género o la sexualidad. Así como tuvo el potencial de transformar la vida de esos obreros y la experiencia política que eso significa, se podrían incorporar otras reflexiones.»
Desde esta casa de ladrillos a la vista, en el suburbio de la capital de una provincia fronteriza, Valeria grita su disidencia en la escritura, la docencia, el activismo. Mientras cargamos la cámara, el trípode y los bolsos en el auto que nos llevará al aeropuerto, resuena en nuestras cabezas el famoso poema de Gloria Anzaldúa que nos regalara Valeria:
(…)
Cuando vives en la frontera
la gente camina a través tuyo, el viento roba tu voz,
eres una burra, buey, un chivo expiatorio, anunciadora de una nueva raza, mitad y mitad -tanto mujer como hombre, ninguno-
un nuevo género;
(…)
Para sobrevivir en la Frontera
debes vivir sin fronteras, ser un cruce de camino.[2]
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Esta entrevista, registrada en video, forma parte de un proyecto más amplio, todavía en curso. Fue filmada por Gabriela Jaime.
[2] Gloria Anzaldúa, Vivir en la frontera