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Voces

Fuentes: La Madeja

La articulación entre la voz y el cuerpo es evidente: hablamos porque tenemos un cuerpo. Así, hablar supone un cuerpo que se expone, que nos expone ante las otras y los otros. Alzar la voz, salir del murmullo, requiere de un cuerpo que sostenga la hazaña, que ampare el acto de esa aventura. La voz […]

La articulación entre la voz y el cuerpo es evidente: hablamos porque tenemos un cuerpo. Así, hablar supone un cuerpo que se expone, que nos expone ante las otras y los otros. Alzar la voz, salir del murmullo, requiere de un cuerpo que sostenga la hazaña, que ampare el acto de esa aventura. La voz es uno de los lugares desde el que nos encontramos, nos damos a los demás en el gesto de la presencia. La voz en el grito, en el llanto, en el reclamo, en el espanto; pero también en la risa, en la alegría, en el goce y el gemido. Si el lenguaje del cuerpo es singular, el de la voz parece que nos iguala, pues todas usamos el mismo código: la lengua. Sabemos que esto no es cierto, pues cada una habita el lenguaje de una manera particular, cada una transita sus senderos a un ritmo, a través de tonalidades diversas que describen colores, matices, musicalidades, acentos. Como las demás partes del cuerpo, la voz ha sido históricamente constreñida, regulada, «educada«, jerarquizada y muchas veces acallada. El sistema ha instaurando estratégicamente una única voz legítima para cada contexto. Por ello, esperamos que en cada ocasión la gente hable «como corresponde» a esa determinada situación. En este mismo acto de regular la voz, han surgido diversas formas de resistencias y trasgresión. Así, y sólo por nombrar alguna experiencia, un grupo de mujeres anarquistas, exiliadas -también de la voz- deciden a finales del siglo pasado salir del murmullo al que se las había destinado para «levantar nuestra voz en el concierto social y exigir, exigir decimos, nuestra parte de placeres en el banquete de la vida»1.

Pero también los modos y modulaciones de la voz son, sin dudas, formas de lo político, formas de hacer, de perpetuar y de cambiar el mundo: «ha sido necesario que sintiésemos el grito seco y desgarrante de nuestros hambrientos hijos, para que hastiadas ya de tanta miseria y padecimiento, nos decidiésemos a dejar oír nuestra voz, no ya en forma de lamento ni suplicante querella, sino en vibrante y enérgica demanda. Todo es de todos».2 Desde esta perspectiva, la voz es el medio por el que nos hacemos presentes, en el que nos erigimos en esta sociedad en sujetxs de derechos. Algunas expresiones dan cuenta de ésta perspectiva: vox populis, tener «voz y voto», «poner el cuerpo y la voz» a alguna causa, «llevar la voz cantante», etc.

Si bien a veces sucede que quienes podemos hablar extendidamente y sin problemas en un espacio íntimo, en otros, en los denominados públicos, nos resulta difícil, la voz nos tiembla, el cuerpo se estremece, el pensamiento incluso parece detenerse. Quizás podamos explicar esta diferencia porque es la voz el espacio donde se juega, de alguna manera, la distancia entre lo público y lo privado: el salir de una misma para encontrarse en el afuera con los demás. ¿Quién de nosotras no ha estado alguna vez en una circunstancia en la que para ser escuchada ha debido comportarse como un hombre o finalmente callar? Ya sabemos que las mujeres -y tantas otras y otros- sólo hemos sido autorizadas a hablar de lo cotidiano, lo doméstico, etc., y si bien cada vez más ocupamos espacios públicos es necesario decir que en muchos de ellos sigue dominando una lógica logofalocéntrica2, cuando no abiertamente machista. Y entonces parece que para ser escuchadas en esos ámbitos necesitáramos actuar de esa manera, de una forma «masculina». Diferencia general de la que parto, en donde hombre y mujer designan no ya sexos sino lugares en los que nos constituimos en relación a la palabra, en la forma en la que se nos educa a hacer uso de la misma. En este último sentido, la voz supone el acto de poder por el que nos hacemos presentes para jugar el papel que actualiza, una vez más, quiénes deciden sobre los cuerpos. En el dominio de estas formas se juega la posibilidad de poseer un lugar de poder, porque hablar en público es una demostración de poder, de poder articular las palabras para otrxs.

Ahora bien, ¿hay sólo un tipo de poder? Solíamos charlar sobre esto con una amiga que participa de un sindicato y para quien la necesidad de hablar allí era urgente. Ella se resistía a hacerlo de la manera en que manda el contexto, es decir, simulando tener unos argumentos válidos que se erigen como verdad sobre los de los demás. ¿Qué pasaba si ella quería realmente proponer una reflexión para ser pensada? Ese no era el lugar. Y en este sentido, si lo personal es político, quizás nuestra dificultad de hablar se anuda de alguna forma a ese deber ser. Un deber ser que nos impone hablar alto y claro, expresar las ideas en una retórica preestablecida que supone un pensamiento único, es decir, una única forma de pensar-decir. ¿Y si hablar-pensar fuera posible también de otras formas? ¿Y si también el murmullo, la duda, la pregunta y no el grito, las certezas, las respuestas fueran otro modo de hacernos presentes? ¿Y si tomáramos la palabra en el gesto que abre la posibilidad de dialogar? ¿Y si el poder no fuera el bastión a conquistar? ¿Si la voz fuera el medio por el cual transmutar los valores, pero no para imponer unos nuevos -los que nosotras quisiéramos- sino, justamente, para abrir las puertas de la fiesta? Así, tal vez, otro modo de estar se abriría, otros modos de reflexión, de compañía y de comunidad serían posibles.

Pero ¿cómo pedirnos a nosotras este esfuerzo de construir otro modo de estar y de hacer, nosotras y tantas otras que hemos aguardado durante milenios en el silencio? Claro, reclamamos la voz, el derecho de decir, pero no ya en el formato que exige este sistema patriarcal. Posiblemente sea esta una apuesta riesgosa -como toda verdadera apuesta- a mezclar las tonalidades, los matices y las formas, no estereotipando, una vez más, el amplio espectro del que la voz es capaz. Quizás la revolución consista en tensar más la cuerda, en multiplicar las voces, y en el camino, conjugar -se trata de un saber jugar- los diversos modos de la voz.

La revista feminista La Madeja puede descargarse gratuitamente en la página web de Cambalache:

httt://www.localcambalache.org.

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http:// http://descargas.localcambalache.org/lamadeja_1.pdf

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