El papel de la AIE en la transición energética
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) ejerce de órgano consultivo de la OCDE de la que España es miembro. Se trata de una entidad que asesora a los gobiernos centrales y autonómicos en materia de energía, gestión de recursos geológicos y emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) desde hace décadas. En los últimos años sus aportaciones y su presencia se han vuelto más intensas y frecuentes dado que la transición energética que, en cada rincón de la UE nos hemos propuesto culminar, requiere concienzudos estudios de disponibilidad de materias primas, transporte, minería y nuevas tecnologías que acompañarán los diferentes escenarios con sus respectivas políticas basadas sobre todo, en las energías renovables y la digitalización.
Sin embargo, en este año (2021) se evalúa por primera vez por el retrovisor de la historia la calamitosa caída y salida del estado de alarma global, en principio, debido al retroceso económico derivado de la pandemia global de Covid-19, aunque los signos de agudo declive ya asomaran antes de 2018 y avisos como los de la AIE no faltaron. Así la rehabilitación global se prevé sea realizada de manera exitosa tras comprender, diagnosticar con certeza y enderezar con arrojo una situación compleja pero adecuadamente investigada y reflexionada. Además, contamos con la gran ayuda de los denominados fondos de recuperación y resiliencia, a partir de las mayores inversiones que jamás hayan realizado los estados en un armónico y solidario engranaje de participación público-privada, un eufemismo para intentar rescatar a inversores y sufragar el cambio de modelo de negocio de las grandes empresas del sector.
Se han escuchado los términos de Green New Deal (GND), Next Generation EU, Net Zero 2050, Agenda 2030, Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS), etc., marcando con euforia itinerarios y objetivos a transitar para evitar el colapso ecológico, económico y social, entrando en una nueva era verde de justicia, sostenibilidad, equidad y un crecimiento verde desacoplado del consumo de recursos, gracias a una nueva era digital que, por gracia o por desgracia, también se ha sumado a las interrupciones del abastecimiento mineral.
Así, en los últimos meses, se ha intensificado el papel protagonista como asesor de los gobiernos de la AIE con dos informes seguidos, uno en mayo y otro en junio. El de mayo titulado Cero neto en 2050. Un mapa de ruta para el sector energético global presenta un itinerario acorde con lo comentado anteriormente; está pensado para las grandes empresas del sector energético en su diálogo con los gobiernos. En este informe se predica fundamentalmente la reducción del uso de combustibles fósiles para “crear millones de empleos, impulsar el crecimiento económico y mantener vivo el objetivo de cero neto emisiones para 2050” impulsando la Agenda 2030 y centrando la mirada en la lucha contra el cambio climático.
Unas semanas después (junio) se publica el Informe del mercado del petróleo-junio de 2021, centrándose en el salto que deben dar las empresas de hidrocarburos (recordemos que el sector energético es el responsable de las 3/4 partes de las emisiones GEI) especialmente las vinculadas al petróleo. En él se pide a la OPEP que impulse la producción de petróleo para empujar la recuperación económica y evitar un fuerte aumento del precio como el que se está viendo desde hace casi dos años, el barril de referencia Brent ronda los 80$: “La OPEP necesita abrir los grifos para mantener los mercados petroleros mundiales adecuadamente abastecidos” argumenta la AIE.
En julio se publica el Informe del mercado de la electricidad (figura 2) en el que se asume, o más bien se destaca, el salto mortal ya en ciernes, con una gráfica que remarca el descomunal incremento del consumo de carbón (líneas rojas) en este 2021 acorde con lo que vamos a comentar más adelante. Ello supone dar la vuelta al calcetín de la transición energética o, dicho de otra manera, se acepta la realidad de las circunstancias en contra de las expectativas dadas apenas dos meses antes. Entre 2019 y lo proyectado para 2022 se asume también el cambio de tendencia que se venía produciendo desde 2016, cuando se superaron de manera permanente y por primera vez las 400 ppm de CO2 (líneas azules): las energías renovables ya solo cubrirán la mitad del aumento previsto en la demanda de electricidad, y los combustibles fósiles llenarán la mayor parte del vacío.
Contradicciones, volatilidad y falta de garantías
Bajo el estupor que deja en los círculos energéticos y en los departamentos de desarrollo y transición de grandes empresas y gobiernos, estas enormes contradicciones del órgano consultivo de la OCDE, la AIE, se producen una serie de acontecimientos que han provocado lo que se recoge en la anterior figura 2, aunque aún no han encontrado una explicación plenamente satisfactoria, pero amenazan, según la mayoría de expertos, las mismas bases de la transición energética que tanta ilusión y euforia había generado entre los gobiernos de los países de la OCDE hasta mayo de 2021. También los directivos de la propia AIE quedan descolocados al ver cómo se han ido al traste todas las previsiones.
Por un lado, una ola de calor nunca antes vista dispara el uso de carbón en el NO de EEUU y Canadá rozando los 50ºC en latitudes no muy alejadas del círculo polar; millones de organismos marinos se cuecen en sus costas y mueren, en algunas playas el hedor es insoportable; enseguida se achaca el problema (y con razón) al cambio climático antropogénico, debido precisamente a la quema de carbón desde el siglo XIX y carbón, petróleo y gas durante el XX y XXI. La sequía es extrema, los embalses de California están en mínimos, el nivel del Oroville, el segundo embalse más grande del Estado, casi no da para la generación de energía hidroeléctrica que cae a mínimos históricos desde su construcción. Las empresas de distribución se escudan entonces en el carbón. El gobernador pide que la gente no encienda los aires acondicionados, en Nueva York el alcalde repite las pautas.
Por el otro, en Europa Central y en China, pasa algo parecido y Alemania, Polonia, Países Bajos, etc., se lanzan también a quemar carbón. La famosa Energiewende alemana es motivo de preocupación en el país al suceder que el carbón supera a todas las renovables en la producción eléctrica a finales de junio y principios de julio. Las multinacionales occidentales afincadas en China también echan mano del carbón para asegurar la consagrada competitividad (figura 4), el crecimiento económico es imposible con el barril de petróleo tan alto, que es lo que nos ha querido decir la AIE entre líneas. Con las inundaciones de julio de 2021 en el centro de Europa, dejan de funcionar una buena parte de los sistemas informáticos; se está la espera de datos trascendentales para evaluar el nivel de la catástrofe, la necesidad de energía hace que se recurra nuevamente al carbón. Olaf Scholz, ministro de Finanzas de Alemania declara: “tenemos que hacer todo lo posible para parar el cambio climático y prevenir estas catástrofes”. China aumenta hasta un 15% la quema de este combustible (figura 4). Las emisiones de GEI se han desbocado. La OPEP se reúne, pero no llega a ningún acuerdo concluyente. La AIE lo utiliza como justificación de su propio estado de desorientación:
“Es probable que el mercado del petróleo siga siendo volátil hasta que haya claridad sobre la política de producción de la OPEP. Y la volatilidad no ayuda a garantizar transiciones energéticas ordenadas y seguras, no beneficia ni a los productores ni a los consumidores. Los precios del crudo siguen subiendo en medio de la incertidumbre, lo que no ayudará a construir unos pilares fuertes para sostener la recuperación económica” sentencian desde la Agencia Internacional de la Energía semanas después de su informe de junio para asesorar a los gobiernos.
A estas alturas de 2021 los gobiernos siguen afirmando que luchan contra el cambio climático por encima de todo, pero ya tienen datos irrefutables de que no se cumplen los objetivos Net Zero 2050 ni Agenda 2030 ni siquiera en este primer año postpandemia (ver figura 3) cuando todo empieza a tambalearse por culpa de los altos precios sostenidos del petróleo, los consejos contradictorios, la volatilidad, los eventos extremos o la inestabilidad política que no sabe bien hacia dónde decantar sus expectativas, dirigir su confianza o satisfacer intereses cortoplacistas de grandes corporaciones. Mientras tanto, la temperatura social también aumenta y alcanza máximos de hastío y protesta ciudadana con la subida de los precios de la energía, los alimentos y los productos básicos.
Soberanías y legados
Los mensajes contradictorios ayudan también a la consecución de algún grado de colapso. Y es que no se puede luchar contra el colapso ni contra el cambio climático y al mismo tiempo “querer limpiarse el culo con toallitas”. La economía decrece con la menor disponibilidad de energía, es lo que nos enseña la historia y es también su última lección.
El desacoplamiento del crecimiento de PIB de la quema de combustibles fósiles —afortunada o desafortunadamente— es pura fantasía. Al externalizar la producción hacia Asia (figura 4) se exportaron los impactos ambientales. Así, las realidades del aumento de la producción material y de consumo de energía, se pudieron suprimir de los cálculos locales: crecía el PIB sin emisiones (estas siguen enviándose a China e India, como se puede ver en la figura 4) y algún dirigente creyó en el milagro, no pensó en neocolonialismos ni lejanos ni cercanos, pero con el PIB también aumentaron el paro, una tasa inestable de urbanización, el abandono del mundo rural, la deuda, el riesgo de pobreza y la exclusión, hasta que la demanda de prácticamente todo colapsó con el declive imparable del transporte internacional, el venenoso pilar sobre el que se construyó la globalización.
La descentralización, la relocalización y el mayor grado posible de economía circular, nos dicen (Dictamen SC/048 de la UE, Agenda 2030 de la ONU), son la única salida en un mundo de energías de baja densidad (las denominadas renovables), nos guste o no. La volatilidad trastoca los derroteros de cualquier transición ordenada y segura, sentencian desde la AIE, por lo que planificar asumiendo el dogma de que el crecimiento será intocable, arropando tal creencia con grandes dosis de fe en que la incertidumbre se irá, como también se irá la volatilidad, parece como poco, irresponsable.
Pero como ese camino lo vamos a recorrer —repetimos— nos guste o no, por las buenas o por las malas, será necesario abandonar esas contradicciones, relocalizar las nuevas actividades y en cierta manera recuperar a la clase media objeto de saqueo de las élites que han puesto ya su objetivo en las siguientes generaciones. Con el barril de Brent rozando los 80$ no se puede hacer gran cosa si aún se cree en una transición segura, ordenada, justa. El drama de no querer entender que ha cambiado la corriente y estamos remando contra ella puede llevarnos a situaciones de colapso o a la vuelta de regímenes autoritarios de diferentes índoles con su reguero de violencia, injusticia y exclusión; y tan solo para preservar unos privilegios labrados desde la codicia y la arrogancia política y empresarial, especialmente desde los grandes partidos de Estado y nacionalistas periféricos.
Así es como apenas dilatan un poco más en el tiempo la insostenibilidad de sus propias comunidades, pues consciente o inconscientemente embrollan el verdadero significado de las soberanías con los intereses de las empresas que les mantienen en esos privilegios a través de puertas giratorias y otros entramados empresariales, mediáticos, publicitarios o financieros. Vienen tiempos de descentralización de verdad, no de postín electoral, pero traen desglobalización, desjerarquización, decrecimiento, descomplejización, cooperación… Quien quiera remar en sentido contrario está condenando en la penuria a quienes ahora intentan crecer en paz, incluso a quienes están por venir a recibir nuestro legado. La actualidad habla por sí sola.