Ya tenemos primer ministro. La propuesta estuvo hospedada en un remoto hotel del archipiélago, pues cogió movido al más pinto. El todo incluido nunca tuvo el nombre de Marrero. Yo pensaba sería Roberto Morales Ojeda o, en todo caso, por su condición de mujer y negra, Inés María Chapman, la más capaz de los posibles […]
Ya tenemos primer ministro. La propuesta estuvo hospedada en un remoto hotel del archipiélago, pues cogió movido al más pinto. El todo incluido nunca tuvo el nombre de Marrero. Yo pensaba sería Roberto Morales Ojeda o, en todo caso, por su condición de mujer y negra, Inés María Chapman, la más capaz de los posibles candidatos. Otros tenían en Parrilla nombres diferentes y hablaban de Alejandro Gil, el más joven, y hasta de Jorge Luis Tapia, el último asignado como vicepresidente, quien, para ventura de Machado, ha asumido buena parte de los recorridos por provincias en los últimos meses.
Nos volvemos a ir por la tangente en cuanto a los cambalaches para «no cambiar todo no que no deba ser cambiado» (no recuerdo la consigna). Temo que los cargos nuevos que se crean pongan cuño a la inmensa burocracia que dirige los destinos (algunos cancelados y otros con menos frecuencias) del país. Al menos tendremos la ventaja de que serán tres (Raúl, Canel y Marrero, en ese orden) los que tomen las decisiones, y con número impar siempre cabe la posibilidad de una votación dividida o alguna que otra bronca. Ellos nos quitarán a los electores la inmensa responsabilidad de elegir a los gobernadores provinciales, que regirán junto a unos intendentes que no me pregunten qué pintan ni con qué boceto lo hacen («A ver, mijito, ¿por qué no quieres «intender»»?). Tantas leyes por crear y la Asamblea Nacional se sigue reuniendo menos de dos semanas al año. Si con dificultades económicas y acoso del vecino de los altos las votaciones son unánimes… dosánimes o tresánimes serán cuando sean otras las condiciones económicas.
Causó espanto en las redes el llamado del presidente a todo el pueblo a discutir el plan de la economía. No era para menos: si ya está aprobado, si ya lo que queda es una brisa para que lleguen los vientos del nuevo año, ¿qué discutiremos? ¿O es que debatir es eso que practican los diputados: pedir la palabra para discursos laudatorios, complacientes y aplaudibles?, como el que hizo el secretario general de la CTC y que incluyó (editadas y corregidas por mí las palabras de «nuetro» dirigente sindical, aclaro) esta gema: «No siempre hemos asegurado solucionar la manera de la discusión sin dejar de incorporar consignas y exhortaciones que nos hacen rutinario y formal el proceso; hay que escuchar las propuestas de los trabajadores y tener la capacidad de encauzarlas dándole a ellos mismos el ejercicio de participación y de materialización». Cuán difícil para él tamaña definición. Es lo que se conoce como unidad y lucha de contrarios. El presidente -no todo es sombras con el frente frío- ha salido en defensa de quienes utilizamos el sarcasmo para no hundirnos con la tormenta. Refiriéndose a la compañera Yuntura dijo exactamente: «Y se hicieron chistes y memes en las redes sociales que pasarán a la lista de una de las poderosas fuerzas del ser nacional: la capacidad de bromear hasta con nuestros más graves problemas. Incluso los que empleamos la palabra inicialmente para espantar los sustos provocados por el rumor malintencionado de que volverían los momentos más difíciles del periodo especial, aliviamos las angustias por las paradas llenas, las gasolineras apagadas o con largas colas, las producciones detenidas y todos los problemas asociados, riéndonos cuando no quedaba otra salida».
Ojalá en esa confesión presidencial esté implícito el derecho a la diferencia, a disentir de políticas oficiales, a ser pesimistas ante la inercia en que vivimos y que se vuelve poéticamente peligrosa cuando esgrime el verso: «Me gustas cuando callas porque estás como ausente».