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¿Y qué nos dicen nuestros muertos?

Fuentes: Rebelión

Su Excelencia Barack Obama declaró en Cuba: Ha llegado el momento de que dejemos atrás el pasado. Ha llegado el momento de que juntos miremos hacia el futuro -un futuro de esperanza. No hay dudas: el pasado, pasado es. Pero tampoco existe el futuro. Lo por venir es sólo una mera posibilidad. En un mes […]

Su Excelencia Barack Obama declaró en Cuba: Ha llegado el momento de que dejemos atrás el pasado. Ha llegado el momento de que juntos miremos hacia el futuro -un futuro de esperanza.

No hay dudas: el pasado, pasado es. Pero tampoco existe el futuro.

Lo por venir es sólo una mera posibilidad. En un mes puede caernos encima un asteroide y desmenuzarnos como planeta. Todo es imponderable.

Nada es más inexistente, ontológicamente, que ese futuro suprimible en un clic.

Única realidad viva: el presente. En éste aprendemos sobre la marcha, minuto a minuto. «Envejezco aprendiendo cada día muchas cosas nuevas» escribió Solón.

Pero no hay mejor Maestro que el ayer. El presente-vivo es alumno del pasado-muerto.

Por ejemplo, no sé si en Matanzas alguien concreto agoniza en este preciso instante; ignoro quién exactamente fallecerá allí mañana. Pero abro un libro, y leo sobre Fermín Rodríguez Díaz y su hermana Yolanda.

Él tenía sólo 13 años, y ella 11. Dice su madre: «Me acuerdo que Fermín me dijo: ‘Mamá, ya yo me sé todos los problemas que me ponen en el colegio» Su mayor alegría: las buenas notas.

Un rato después, llegaron quienes representaban a «la oposición al castrismo». Y: «En la ventana del cuarto donde dormían los niños sonó otra ráfaga. (…) no quiero ni acordarme de lo que vi cuando entré al cuarto. Allí estaba Fermín, mi hijito, bañado en sangre, se estaba vistiendo cuando lo mataron. Yolanda y Josefina estaban en la cama, se despertaron con los tiros en sus cuerpitos.» [ Bolondrón, Matanzas, 24 de enero de 1963 ] .

Casos como éstos no son únicos. De hecho, hay toda una estadística que ahoga la individualidad de tantos mártires MADE IN USA. Obama dice amar mucho a nuestro pueblo. ¿Le rogó a éste por un público perdón, dado el rol de su país en tantos crímenes cuantos se nos han ocasionado? No.

Pero resulta que habría que «olvidar», para avanzar en la relación EEUU-Cuba. Ese aumento del nivel de vida, que todos anhelamos, debe lograrse a costa de la amnesia. Incluso, si vivieran hoy los que ametrallaron a esos muchachitos, habría que omitirles su «pequeño desliz». Son tan humanos como sus víctimas, y todos merecen por igual un tratamiento olvidadizo e imparcial.

Entiéndase: dejar de lado lo desagradable de nuestra Historia, ¡ése es el único camino para un futuro mejor entre ambas naciones!

Es decir, los descendientes de nuestros pilotos y esgrimistas del avión en Barbados, deben hacer borrón y cuenta nueva con sus progenitores hechos pedazos, a cambio de mejores facilidades de visas rumbo a la misma tierra donde reposa impune Luis Posada Carriles, el victimario de sus hogares.

Después de todo, aquel señor es cubano igual que ellos, y hoy necesitamos reconciliación nacional.

Si viviera hoy el padre del italiano Fabio Di Celmo, éste debería convencerse de que su hijo desangrándose en el Hotel Copacabana es cosa ínfima y digna de omisión, ya que ahora habrá un mayor aliciente comercial para los emprendedores-cuentapropistas.

Como ahora quizás entren más remesas, a los familiares de los obreros reventados en «La Coubre», se les podría ofrecer desde Miami una oferta bancaria, a cambio del «desmemoriarse». Y a fin de cuentas, ¿para qué recordar cosas tan desagradables, como el asesinato a sangre fría de tu padre o tu madre?

Sí: olvidar el pasado estimula. Pero, ¿Qué nos dicen los muertos?

Con Alemania tiene buenas relaciones el Estado de Israel. Éste se desarrolla, vive en el presente y mira hacia el futuro. Pero sus exterminados a manos del fascismo, le hablan.

Acabado el Holocausto, algunos judíos revisaban documentos de personas asesinadas. Un joven encontró un manuscrito donde alguien rogaba:

«¡No nos olvides! ¡Y no olvides a nuestros asesinos! Ellos…»

El muchacho, pálido y conmocionado, comentó a su amigo:

– «Si no le importa, quisiera quedarme con el libro. Era de mi hermana que murió en Treblinka» [1]

Su compañero era Simon Wiesenthal. Y no olvidó.

Gracias a su pertinaz «buena memoria», fueron capturados Eichman (protagonista de la «Solución Final»); Franz Stangl (autor de 400.000 muertes) e incluso el esbirro que envió a su extinción a la genial niña Ana Frank.

La voz de los caídos pidió que se les recordara. Así también ruegan los argentinos desaparecidos, a las madres y abuelas de la Plaza de Mayo. O cada 24 de abril, reclaman los exterminados durante el Genocidio Armenio. Y en todo 23 de agosto, aúllan por Europa los famélicos espíritus del Holodomor.

En cuanto a nosotros, ¿qué nos dicen hoy Manuel Ascunce Domenech, ese adolescente acuchillado, y ahorcado por el mero hecho de ser maestro de pobres? ¿Qué, Rodolfo Rosell Salas y Rubén López Sabariego, proletarios inmolados por los marines en la Base Naval de Guantánamo? ¿Qué los diplomáticos cubanos martirizados en Argentina bajo el plan Cóndor? ¿Qué el ex Peter Pan Carlos Muñiz Varela, ultimado por amar la paz?

Me atrevo a decir que sus huesos también claman «No nos olviden. Y tampoco a nuestros asesinos».

Cada 7 de abril se conmemora el «Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio cometido en Ruanda», del que la Resolución 58/234 de la ONU afirma «Mientras tratamos de aprender de las enseñanzas del genocidio de Ruanda, hay dos mensajes de suma importancia. El primero es no olvidar jamás. El segundo, nunca dejar de trabajar para prevenir otro genocidio

Y Wiesenthal: «Comprendí que no debíamos olvidar. Si todos nosotros olvidábamos, podía volver a ocurrir lo mismo al cabo de veinte, cincuenta o cien años» [2].

Cierto: si nos anclamos en el pasado, no avanzamos. Pero si borramos de la memoria a nuestros inocentes ciudadanos lisiados, mutilados, martirizados y exterminados a manos de extremistas del exilio (y sus mentores), entonces no sólo nos hacemos cómplices de los verdugos ultraderechistas. También alentamos a éstos a intentar nuevas «hazañas» el día de mañana.

Y proclamamos que Estados Unidos puede sembrar nuestro suelo patrio con miles de tumbas en una «guerra sucia», luego nunca pedirnos perdón públicamente y quedarse todo impune, y listo para repetirse aquí o allá.

Nuestra mala memoria traería nuevas sepulturas o en Cuba o en cualquier rincón del planeta, donde algún pueblo subdesarrollado se rebele como nosotros en 1959. Nuestra firmeza al recordar, ayudará a evitarlas.

Por último: el Maestro-ayer le enseña a su alumno-el presente, que los Estados Unidos nunca han buscado sinceramente la felicidad de Cuba.

Lo cual nos lleva a asumir, razonablemente, que tampoco mañana la procurarán.

Notas:

[1] Simón Wiesenthal «Los asesinos entre nosotros«. Barcelona, Noguer, 1967.

[2] Ibídem.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.