Mañana, 2 de agosto, habremos consumido todos los recursos que el planeta tenía para entregarnos durante este año. Esto es lo que se desprende de combinar los indicadores de biocapacidad (lo que el planeta puede producir) y el de huella ecológica (lo que la humanidad consume). Hace ya varias décadas que los humanos consumimos […]
Mañana, 2 de agosto, habremos consumido todos los recursos que el planeta tenía para entregarnos durante este año. Esto es lo que se desprende de combinar los indicadores de biocapacidad (lo que el planeta puede producir) y el de huella ecológica (lo que la humanidad consume).
Hace ya varias décadas que los humanos consumimos cada año más que lo que la Tierra es capaz de regenerar anualmente. Pero cada año, la fecha del «exceso» -el día del calendario que alcanzamos a consumir los recursos disponibles- se adelanta. En la década de 1970 se llegaba a este límite sobre los últimos días de octubre; pero este año, ese día será mañana. Al finalizar 2017 habremos consumido 60% más que lo que el planeta tiene para darnos. En 2030 necesitaremos dos planetas para sobrevivir.
Pero no habrá dos planetas para nosotros. Como cuando el cuerpo humano deja de recibir alimentación y comienza a consumir sus propios músculos, así estamos destruyendo la capacidad de regeneración del planeta. Nos estamos almorzando el tejido planetario.
La causa de esta autofagia es la ideología del crecimiento económico. El orden social que hemos construido necesita una economía que cada año produzca un poco más que el anterior, trazando lo que en matemáticas se conoce como función exponencial: una curva que tiende a infinito.
Sin embargo, nada puede tender razonablemente al infinito dentro de una biosfera que es finita. Esto es lo que desde hace varias décadas se conoce como los «límites del crecimiento». En 1972, un famoso estudio elaborado por el Club de Roma dibujó estas funciones de crecimiento exponencial y concluyó que la civilización colapsaría en 2030. Más allá de los varios cuestionamientos que el informe tuvo y tiene, lo cierto es que las trayectorias previstas de los indicadores de aquel trabajo están siguiendo las curvas proyectadas.
Para la izquierda latinoamericana el informe del Club de Roma fue parte de una estrategia de los países desarrollados para limitar el desarrollo de los países pobres. Así que se propuso un informe alternativo. Este se conoció en 1975 como Modelo Mundial Latinoamericano y, entre otras cosas, afirmaba que el crecimiento económico y el desarrollo eran posibles para la región apelando a soluciones como la energía nuclear y la deforestación de la Amazonia para cultivar alimentos.
Ni el norte ni el sur, ni los países ricos ni los países pobres, están dispuestos a bajarse de la exponencial y autodestructiva curva del crecimiento. Los países más pobres, en vías de desarrollo, periféricos o como se les quiera llamar, corren tras el objetivo de transformarse en países desarrollados; es decir, tener sus mismos niveles de producción, consumo y confort. Y no dejan de culpar a estos últimos por ser los responsables del descalabro ecológico del planeta. Las víctimas de hoy tratan desesperadamente de ser los victimarios del mañana.
Pero la salida de la pobreza por la vía del crecimiento económico en nuestra realidad actual tiene una única estrategia: el «derrame». Es decir, los ricos se harán cada vez más ricos, pero por el derrame que genera el consumo en la riqueza, los pobres saldrán de pobres.
Esta sesuda teoría económica, sostenida bastante acríticamente durante décadas, tuvo su mejor expresión en boca del entonces presidente José Mujica y su proverbial verborragia. En momentos en que se estaban por vender unos terrenos del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca en Rocha, defendió su idea aplicando la teoría del derrame: «Es una hermosa costa atlántica y hay que rematarla en pedazos. Eso vale en pila: van a venir turistas, van a hacer casas, y el pobrerío de la zona les va a cuidar el jardincito, les va a cuidar la casa y ahí van viviendo». Para el ex presidente, aquellos eran campos «yermos», «improductivos», lo mismo que sostuvieron los intelectuales latinoamericanos en su modelo global de 1975 respecto de la selva amazónica.
El crecimiento requiere inversiones, y las inversiones necesitan ser atraídas. Siguiendo el ejemplo de Mujica, para lograr el desarrollo de la zona seguramente haya que tener algunas consideraciones hacia los previsibles turistas inversores. Por ejemplo, construir algunas carreteras para llegar hasta el lugar, ofrecer algunos incentivos fiscales, reducir algunos costos. Es decir, darles a los ricos ciertas garantías de que podrán seguir siendo ricos para que puedan derramar hacia los pobres. Salir de la pobreza por la vía del derrame es seguir alimentando el consumo depredador de la riqueza para que los demás «vayan viviendo».
Un tercio de la población mundial vive aún bajo la línea de pobreza. Superar esa situación por la vía del crecimiento económico y el derrame significaría una presión insostenible para los músculos planetarios. Algo de esto fue lo que dijo el filósofo Noam Chomsky en su reciente visita a Montevideo. Según su visión, los países latinoamericanos son ricos, pero sus riquezas han sido destinadas al beneficio de un pequeño sector de la sociedad y de los inversores extranjeros, aun bajo gobiernos progresistas. La ideología del crecimiento económico no respeta derechas o izquierdas.
Es tiempo de pensar la pobreza desde otras perspectivas. Por un lado, no considerar sólo la pobreza material de la sociedad. Hay varias «pobrezas», y no todas se solucionan con bienes materiales. Pero, sobre todo, hay que pensar en estrategias de salida de la pobreza material que no dependan del crecimiento económico y del aumento del consumo general. Algunos deberán aumentar su riqueza, pero otros deberán disminuirla. No se puede combatir a la pobreza sin, a la vez, combatir la riqueza. No, al menos, al nivel de consumo al que hemos llegado el día de hoy, en el cual ya nos hemos comido la Tierra.
Gerardo Honty, sociólogo, analista en energía y cambio climático de CLAES.
Fuente: https://ladiaria.com.uy/articulo/2017/8/ya-nos-comimos-la-tierra/