Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Erich Fromm, el renombrado psicólogo social judío-alemán que se vio obligado a huir de su tierra natal a principios de la década de 1930 cuando los nazis llegaron al poder, ofreció más adelante una visión inquietante de la vida sobre la relación entre individuo y sociedad.
A mediados de la década de 1950, su libro “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea” sugería que la locura no se refería simplemente al fracaso de individuos específicos para adaptarse a la sociedad en la que vivían. Más bien lo que sucedía era que la sociedad misma podría haberse vuelto tan patológica, tan separada de una forma de vida normativa, que abocaba a una alienación profundamente arraigada y a una forma de locura colectiva entre sus miembros. En las sociedades occidentales modernas, donde la automatización y el consumo masivo traicionan las necesidades humanas básicas, la locura podría no ser una aberración, sino la norma.
Fromm escribió:
“El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no convierte estos vicios en virtudes, el hecho de que compartan tantos errores no hace que los errores sean verdades, y el hecho de que millones de personas compartan las mismas formas de patología mental no hace que toda esa gente esté cuerda”.
Una definición desafiante
Esa sigue siendo una idea muy desafiante para cualquiera que haya crecido con la opinión de que la cordura se define por consenso, que abarca lo que decida la corriente principal y que la locura se aplica solo a quienes viven fuera de esas normas. Es una definición que diagnostica hoy a la gran mayoría de nosotros como locos.
Cuando Fromm escribió este libro, Europa estaba emergiendo de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial. Fue una época de reconstrucción, no solo física y financiera, sino legal y emocional. Poco después se crearon instituciones internacionales como las Naciones Unidas para defender el derecho internacional, frenar la codicia y agresión nacionales y encarnar un nuevo compromiso con los derechos humanos universales.
Fue una época de esperanza y expectativas. Una mayor industrialización impulsada por el esfuerzo bélico y la intensificación de la extracción de combustibles fósiles facilitaron que las economías comenzaran a florecer, que naciera una visión del Estado de bienestar y que una clase tecnocrática que promovía una socialdemocracia más generosa reemplazara a la vieja clase patricia.
Fue en esta coyuntura histórica cuando Fromm decidió escribir un libro para decirle al mundo occidental que la mayoría de nosotros estábamos locos.
Grados de locura
Si ya estaba claro para Fromm en 1955, debería estar mucho más claro hoy para nosotros, cuando autócratas bufones recorren el escenario mundial como personajes de una película de los hermanos Marx; cuando el derecho internacional está desmoronándose intencionadamente a fin de restaurar el derecho de las naciones occidentales a invadir y saquear; y cuando el mundo físico demuestra a través de eventos climáticos extremos que la ciencia del cambio climático, ignorada durante mucho tiempo, y muchas otras destrucciones del mundo natural inspiradas por los humanos no pueden negarse ya.
Y, sin embargo, nuestro compromiso con nuestra locura parece tan firme como siempre, posiblemente mucho más firme. El recalcitrante escritor liberal británico Sunny Hundal, expresándose como si fuera el capitán del Titanic, dio voz de forma inolvidable a toda esta locura hace unos años cuando escribió en defensa del catastrófico statu quo:
“Si quieres reemplazar el sistema actual de capitalismo con otra cosa, ¿quién va a hacer tus jeans, iPhones y ejecutar Twitter?”
A medida que el reloj avanza, el objetivo urgente de cada uno de nosotros es aprehender una visión profunda y permanente de nuestra propia locura. No importa que nuestros vecinos, familiares y amigos piensen como nosotros. El sistema ideológico en el que nacimos, el que nos alimentó con nuestros valores y creencias con tanta seguridad como nuestras madres nos alimentaron con leche, es una locura. Y debido a que no podemos salir de esa burbuja ideológica, porque nuestras vidas dependen de someternos a esta infraestructura de locura, nuestra locura persiste, aunque pensemos en nosotros mismos como cuerdos.
Nuestro mundo no es el de los cuerdos frente a los locos, sino el de los menos locos frente a los más locos.
Retrato íntimo
Por todo eso es por lo que recomiendo el nuevo documental I Am Greta, un retrato muy íntimo de la activista ambiental sueca Greta Thunberg.
Antes de empezar, permítanme señalar que I Am Greta no va de la emergencia climática. Ese es simplemente el ruido de fondo mientras la película traza el viaje personal iniciado por una niña de 15 años con síndrome de Asperger al organizar una protesta solitaria semanal frente al Parlamento sueco. Retraída y deprimida por las implicaciones de la investigación compulsiva que ha realizado sobre el medio ambiente, se ve empujada rápidamente al centro de la atención global por sus declaraciones sencillas y muy sentidas sobre algo que resulta obvio.
La colegiala, evitada por loca por sus compañeros de clase, se encuentra de repente con que el mundo se siente atraído por las mismas cualidades que antes la señalaban como alguien extraño: su quietud, su concentración, su negativa a ser ambigua o dejarse impresionar.
Las imágenes de su padre tratando desesperadamente de que se tome un descanso y coma algo, aunque solo sea un plátano, mientras se une a otra marcha climática, o de ella acurrucada en su cama, necesitando estar en silencio tras una discusión con su padre por el tiempo que ha pasado redactando otro discurso dirigido a los líderes mundiales, pueden tranquilizar, o puede que no, a aquellos que están seguros de que ella no es más que una incauta de las industrias de combustibles no fósiles.
Pero los infructuosos debates sobre si se está utilizando a Thunberg son irrelevantes para este documental. No es ahí donde radica su esencia o su poder.
A través de los ojos de Thunberg
Durante 90 minutos vivimos en los zapatos de Thunberg, vemos el mundo a través de sus singulares ojos. Durante 90 minutos se nos permite vivir dentro de la cabeza de alguien tan cuerdo que podemos captar brevemente, si estamos abiertos a su mundo, cuán locos estamos realmente cada uno de nosotros. Nos vemos desde el exterior, a través de la visión de alguien cuyo Asperger le ha permitido “ver a través de lo estático”, como califica generosamente nuestras ilusiones. Ella es el pequeño y quieto centro de la conciencia sencilla zarandeada por un mar de locura.
Al ver a Thunberg deambular sola sin sentirse impresionada, aunque a menudo consternada, por los castillos y palacios de los líderes mundiales, por los foros económicos de la élite tecnocrática global, por las calles donde es aclamada, la naturaleza variada de nuestra locura colectiva se hace cada vez más patente.
Se muestran cuatro formas de locura que el mundo adulto adopta en respuesta a Thunberg, la niña adivina. En sus variadas formas, esta locura se deriva de un miedo no examinado.
La primera, y la más predecible, la ejemplifica la derecha, que la vilipendia airadamente por poner en peligro el sistema ideológico del capitalismo que veneran como su nueva religión en un mundo sin Dios. Ella es una apóstata que provoca sus maldiciones e insultos.
La segunda forma de locura la integran los líderes mundiales liberales y la clase tecnocrática que dirige nuestras instituciones globales. Su trabajo, por el que tan generosamente se les recompensa, es hablar de boquilla, totalmente de mala fe, sobre las causas que Thunberg defiende de verdad. Se supone que deben administrar el planeta para las generaciones futuras y, por lo tanto, tienen el mayor interés en reclutarla de su lado, entre otras cosas para disipar la energía que ella moviliza y que les preocupa pueda volverse rápidamente en su contra.
Una de las primeras escenas de la película es la reunión de Thunberg con el presidente francés Emmanuel Macron, poco después de que ella comenzara a aparecer en los titulares.
De antemano, el asesor de Macron intenta bombardear a Thunberg para obtener información sobre otros líderes mundiales con los que se ha reunido. Su inquietud ante su respuesta de que esta es la primera invitación de este tipo que recibe es tangible. Como la propia Thunberg parece muy consciente cuando finalmente se conocen, Macron está allí simplemente para la sesión de fotos. Tratando de entablar una pequeña y vacua charla con alguien incapaz de tales irrelevancias, Macron no puede evitar levantar una ceja con incomodidad y posiblemente leve reproche, ya que Thunberg admite que los informes de los medios de que ella viaja a todas partes en tren son ciertos.
Cínicamente locos
La tercera forma la constituyen los adultos que se alinean en las calles para hacerse una selfie con Thunberg o gritar su adulación, echándole una carga pesada sobre los hombros, algo que ella se niega rotundamente a aceptar. Cada vez que alguien en una marcha le dice que es especial, valiente o una heroína, ella inmediatamente les dice que ellos también son valientes. No es responsabilidad suya arreglar el clima para el resto de nosotros, y pensar de otra manera es una forma de infantilismo.
El cuarto grupo está completamente ausente del documental, pero no de las respuestas que le ofrecen a ella. Estos son los “cínicamente locos”, los que quieren cargar a Thunberg con una carga de otro tipo. Conscientes de la forma en que hemos sido manipulados por nuestros políticos y medios, y las corporaciones que ahora poseen ambos, están comprometidos con un tipo diferente de religión, la que no ve el bien en ninguna parte. Todo está contaminado y sucio. Como han perdido su propia inocencia, toda inocencia debe ser asesinada.
Esta forma de locura no se diferencia de la de los otros grupos. Niega que algo pueda ser bueno. Se niegan a escuchar nada y a nadie. Niega que la cordura sea posible en absoluto. Es su propia forma de autismo -encerrados en un mundo personal en el que no puede haber escapatoria-, el autismo que, paradójicamente, la propia Thunberg ha logrado superar a través de su profunda conexión con el mundo natural.
Mientras podamos medicalizar a Thunberg como alguien que sufre de Asperger, no necesitamos pensar si nosotros somos realmente los locos.
Burbujas que explotan
Hace mucho tiempo, los economistas nos hicieron conscientes de las burbujas financieras, la expresión de la locura de los inversores que buscan ganancias sin tener en cuenta las fuerzas del mundo real. Estos inversores finalmente se ven obligados a confrontar la realidad -y el dolor que conlleva- cuando estalla la burbuja. Como siempre.
Estamos en una burbuja ideológica, una burbuja que estallará con tanta seguridad como la financiera. Thunberg es esa pequeña y tranquila voz de cordura fuera de la burbuja. Podemos escucharla, sin miedo, sin reproches, sin adulación, sin cinismo. O podemos continuar con nuestros locos juegos hasta que la burbuja explote.
Jonathan Cook ganó el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Entre sus libros destacan “Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East (Pluto Press) y “Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair” (Zed Books). Su página web es: www.jonathan-cook.net.
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