Traducido para Rebelión por Germán Leyens
1 al 8 de enero de 1959. Los revolucionarios cubanos dirigidos por Fidel Castro, Che Guevara y Camilo Cienfuegos liberan una ciudad tras otra. Fidel llega triunfante a lo que era la ciudad de la mafia: La Habana.
Yo era un aviador frustrado en la Fuerza Aérea de USA, estacionado en una base de radar en las afueras de Oklahoma City. Odio a los militares.
Cuando la Unión Soviética intervino en Hungría, cursaba mi último año de universidad. Quería seguir los pasos de mi padre y combatir a los comunistas. Mi padre había dejado su trabajo en una fábrica a fin de unirse a la Fuerza Aérea, para defender a su país después que los fascistas japoneses bombardearon Pearl Harbor.
Después del fin de la guerra, continuó su carrera como soldado imperialista.
Lo vi por última vez en la base militar de USA en Wiesbaden, Alemania donde estaba estacionado en 1968. Se «divorció» de su calidad de padre.
La Revolución Cubana me había inspirado para sumarme a las fuerzas contra los imperialistas y luchar por el derecho del pueblo a vivir en cualquier parte del mundo. La primera manifestación en la que participé fue el 19 de abril de 1961, en protesta por la invasión de Playa Girón apoyada por USA.
1. Ese día de acción inicial me acercó a Fidel Castro: el primero de cuatro «encuentros.» Él, como Che, es el soñador del pueblo, y es también el práctico, el que guía el sueño hacia la práctica, haciéndolo funcionar hasta nuestros días para once millones de cubanos a pesar de asperezas y errores inevitables.
2. 12 de octubre de 1987. El comandante Fidel colocó su autógrafo en mi primer libro publicado: «Sandinistas yanquis». Lo había visto de lejos después de un maravilloso discurso hecho en Matanzas, Cuba, en el 20 aniversario de la conmemoración del asesinato de Che en Bolivia, el 9 de octubre de 1967 – un asesinato ordenado por la CIA, el servicio de inteligencia apoyado por mi padre.
Yo había ido a Cuba por primera vez. Fue una parada en mi misión para apoyar a la guerrilla del FMLN en El Salvador. Pasé dos meses en Cuba, y estaba feliz de ver todo lo que habían logrado en el camino al socialismo, basados en puro coraje y en una moral revolucionaria nutrida por el idealismo de Che y de Fidel, y de tantos otros dirigentes y trabajadores, soldados y gente de la seguridad. Cientos de intentos de asesinar a Fidel por fuerzas terroristas, monstruosos militares y presidentes en mi patria, habían sido y son impedidos por esos hombres y mujeres dedicados.
El Ministerio de Cultura me invitó a vivir y trabajar en Cuba, primero como consultor y escritor para la Editorial José Martí y luego como periodista-traductor para Prensa Latina. Viví allí durante ocho años en las mismas condiciones que los cubanos. Durante ese tiempo no tuve una sola ocasión de hablar con Fidel, pero asistí a conferencias de prensa en las que estaba presente.
A medida que acumulaba experiencias y conocimientos sobre el funcionamiento de la sociedad, vi muchas asperezas y problemillos. Me molestaban personalmente las reuniones a las que los trabajadores podíamos asistir como parte de nuestro trabajo, nuestras organizaciones de manzanas, o, para otros, el Partido Comunista y otras organizaciones de masas. La mayoría de la gente quería que dejara de hablar y de hacer preguntas, porque se querían ir a casa.
Comencé a comprender que la mayoría de los cubanos no pensaban que podían hacer un impacto significativo en la toma de decisiones, ni en su trabajo, ni en lo político. Y yo me sentía demasiado limitado en mi propio trabajo. No podía escribir sobre el verdadero estado de la economía o cuestionar políticas decididas desde arriba. Eran áreas tabú. Sentí que un sentimiento de desilusión se apoderaba de mí.
Quería hablar al respecto con Fidel. Era un hombre ocupado. No respondió a mi solicitud de una entrevista. Había tantos y quién era yo para ocupar su tiempo. Así que hablé con Fidel en mis sueños. A menudo estaba enojado con él pero siempre lo quise y lo admiré. Descubrí lo que la mayoría de los cubanos siente por El Comandante, El Presidente, El Secretario General, El Jefe del Consejo de Estado, El Hombre, El Caballo.
3. En mis sueños con Fidel, me veía a menudo en medio de una pesadilla asesina: Estoy en una multitud, parado cerca de donde habla Fidel. Mis ojos inquietos ven un intento de asesinato contra la vida de nuestro líder. Me lanzo sobre él y recibo la bala. Me despierto, pero no transpiro como me pasa cuando tengo una pesadilla sobre la pérdida de mis propios hijos, que me rehuyen por anti-USamericano.
Esta pesadilla me persiguió a Dinamarca, en 1996, donde todavía vivo. Volví a fines de 2005 para una reunión de tres meses con «el último bastión del socialismo» y «con» Fidel.
Sigue tan perspicaz como siempre y aún más tranquilo. Gran parte de lo que se propuso en su lucha tiene éxito. Y ahora tiene, por lo menos, a dos fuertes, valerosos y honestos líderes latinoamericanos a su lado, al lado del sueño bolivariano de la unidad latinoamericana. Estas semillas pueden germinar hasta una transformación socialista regional que podría asegurar la independencia y el crecimiento de Cuba y de muchos otros países.
Durante mi retorno, visité a muchas personas que había conocido y conocí a otras nuevas. Hice trabajo voluntario en «mi» antigua granja cooperativa, miré las noticias y los foros, leí numerosos artículos y libros.
Enrique Oltuski, viceministro de la Industria Pesquera y autor de «Pescando Recuerdos» explicó con precisión lo que pasa con Fidel y el pueblo. Cito lo que escribió sobre Fidel:
«Cuando cae la noche, entonces se le siente latir junto a la tribuna. Se le oye agitarse como el mar cuando choca contra las rocas. O murmurar en éxtasis, como el ruido de las olas sobre la arena. Depende de lo que esté diciendo Fidel.
«Porque esta cosa mágica sucede tan solo cuando habla Fidel. Cuando ya han caído las sombras y la gente no se ve bien, pero se sienten unos a los otros. Entonces sobran los ojos. Basta escuchar y sentir como se van fundiendo el pueblo y Fidel. Entonces ya no hay multitud y orador; sino un pueblo que habla por la boca de un hombre. Fidel es la voz y el pueblo su cuerpo. Porque después de todo Fidel representa hoy a la Patria.»
¡Y llegó el día!
4. Como corresponsal del periódico inglés Morning Star me invitaron a recibir al recién elegido presidente de Bolivia, el modesto luchador indígena Evo Morales, Un grupo de periodistas extranjeros y nacionales estaba en la pista de aterrizaje junto con cientos de estudiantes bolivianos que estudian medicina en Cuba. Pronto aterrizó el avión de Evo. Los periodistas estábamos tensos, sin saber si nos permitirían formular nuestras urgentes preguntas.
Yo había preparado una pregunta para la nueva esperanza de Bolivia: ¿Cómo se propone enfrentar y ganar el inevitable conflicto entre su programa humanitario y el de los especuladores de las corporaciones transnacionales?
Lo que ocurrió a continuación me tomó por sorpresa. El Hombre llegó y rápidamente estrechó las manos del entusiasta joven boliviano. Yo estaba de pie al lado del último boliviano. Repentinamente Fidel se detuvo frente a mí. Su gran mano derecha se extendió ligeramente, moviéndose todavía en un ritmo automático.
Mi mano se alzó entusiasta para tomar la suya. Luego cuatro Rons hablaron al unísono:
– El Ron revolucionario: Oh, quiero estrechar su mano, abrazarlo, decirle todo lo que significa para mí, para nosotros.
– El Ron periodista: Ahora tienes que hacerle una buena pregunta. Está aquí, esperándote.
– El ego de Ron: Dile cuál es tu objetivo en Cuba. Quieres que se te publique un libro para que los cubanos puedan leerte, para que puedas ser alguien en este país de tu corazón.
– El Ron de corazón cubano: No debes tocar la mano de El Comandante. Recuerda que supuestos periodistas trataron de matarlo en Chile en 1971 con una pistola oculta dentro de una cámara de televisión. Los guardias de Fidel pensarán que soy un asesino en potencia.
El último Ron detuvo mi mano. El periodista Ron, confundido, no pudo pensar bastante rápido para dominar a los otros Rons y le hizo a Fidel la pregunta para Evo: «¿Cómo piensas que Morales puede vencer en la inevitable contradicción con las transnacionales en Bolivia?
Fidel, realista como siempre, respondió: «Tiene que preguntarle a Evo Morales». Qué estúpido soy, pensé, y el Presidente se fue caminando.
Más tarde, conté esta historia a dos periodistas cubanos. Dijeron que yo debiera haber atraído su atención diciéndole que yo fui el que quemó su pasaporte yanqui y renunció a su ciudadanía frente a la Sección de Intereses de USA en La Habana, en enero de 1991, para protestar contra su guerra en Iraq.
El día siguiente, le conté esta historia a Antonio García Urquiolla. Era un capitán de barco con el que había navegado y agente doble infiltrado dentro de la CIA, sobre el que había escrito en «Backfire: The CIA’s Biggest Burn». La CIA había querido que ayudara a asesinar a Fidel.
Su respuesta fue: «¡Ron ganó la batalla de los Rons!»
Ron Ridenour es miembro de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística.