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12 de Octubre, unas puntualizaciones

Fuentes: Rebelión

En algunos institutos de secundaria de Catalunya -no puedo apuntar ninguna cifra en estos momentos- no se celebra fiesta este 12 de octubre. ¡No hay nada que celebrar! Tienen razones, se entienden bien algunas de ellas. La fecha despide, sigue despidiendo, un rancio olor neofranquista-militar-colonial. No es imposible que a ese rancio olor se junte […]

En algunos institutos de secundaria de Catalunya -no puedo apuntar ninguna cifra en estos momentos- no se celebra fiesta este 12 de octubre. ¡No hay nada que celebrar! Tienen razones, se entienden bien algunas de ellas. La fecha despide, sigue despidiendo, un rancio olor neofranquista-militar-colonial.

No es imposible que a ese rancio olor se junte el ser una fiesta considerada «española». Es posible pensar que en algunos sectores del independentismo catalán -insisto: en algunos- regiría una consideración similar -o bastante similar cuanto menos- si se celebrase, pongamos, el 14 de abril. Si el pensamiento crítico abonara estas posiciones contrarias a las celebraciones rancio-conservadores, sería razonable pensar que el movimiento extendería su protesta a la celebración del 8 de diciembre, el día de la Inmaculada, o incluso el 6, el de la Constitución monárquico-neoliberal-negadora del derecho a la autodeterminación.

Caben, sin embargo, algunas puntualizaciones sobre la fecha.

Como nos recordó Esteban Pinilla de las Heras [1], ‘raza’ no tuvo en los años veinte del siglo XX la significación zoológica-biologista que pasó a tener tras su uso por nazis, pre-nazis y sus seguidores e imitadores. Durante los años de la dictadura del general Primo de Rivera, con tan buenos ojos vista por la «liberal» burguesía catalana, el término, usado ya entonces, no designaba ninguna hipotética «raza española».

El día de la Raza había sido instaurado en 1917 por el presidente argentino Hipólito Yrigoyen, él mismo de ascendencia vasca e indígena. Dirigente del Partido Radical [2], había llegado al poder en 1916. La «raza» del presidente Irigoyen no sólo eran las comunidades provenientes de la ascendencia española sino la resultante del mestizaje entre descendientes de personas originarias de la Península ibérica, de toda la península, y los descendientes de los antiguos pobladores de América.

Fue posteriormente, durante los primeros años de la dictadura del general africanista, golpista y criminal Francisco Franco, cuando el 12 de octubre, el día de la Raza, posteriormente llamado «Día de la Hispanidad», recibió la significación imperial que en absoluto había estado presente en el ánimo e intencionalidad del presidente argentino.

La historia española de esta celebración, como es sabido, tiene un momento altamente significativo. El 12 de octubre de 1936 había sido declarado por el fascismo español como día de la Raza y la Hispanidad. Cuatro días antes, Miguel de Unamuno había publicado en los periódicos de Salamanca el «Mensaje de la Universidad de Salamanca a las Universidades del mundo», y al día siguiente «empezó la preparación editorial de la «Fiesta de la raza» en los periódicos, con un «vibrante» suelto, empedrado de tópicos y exaltación patriótica» [3].

El 11, la prensa de los alzados en armas inició la publicación de la carta-pastoral de Enrique Plà y Daniel (un catalán que dejó de hablar su idioma para que no se notara su acento), a la sazón arzobispo de Salamanca. Fechada el 30 de septiembre de 1936, la pastoral llevaba por título «Las dos ciudades». En el índice de la primera entrega periodística se señalaba: «Año 1936, piedra miliar en la historia de España. Revolución y Contrarrevolución. Los dos amores que las engendraron y con ellas a las dos ciudades. Frente al vandalismo de los hijos de Caín, el heroísmo y el sublime y fructífero martirio de los hijos de Dios».

El 12, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, se organizó un acto de exaltación hispánico-racial que se convirtió «en un aquelarre de simbolismos y gritos rituales fascistas» [4]. Unamuno, rector de la Universidad, presidía la mesa. Franco, el general asesino, le había cedido su representación en el acto [5]. Era la primera ocasión en la que los militares amigos de Hitler y Mussolini, alzados contra la II República, podían exaltar abiertamente los valores por los que se habían sublevado y «por los que estaban llenando de sangre los campos y las ciudades de España» [6].

El estallido de la guerra había pillado al autor de La agonía del cristianismo en Salamanca, ciudad que, junto con Burgos, funcionaba como capital de facto de los facciosos antirrepublicanos. En aquellas primeras semanas, el pensador vasco mostró un apoyo expectante hacia los sublevados contra la legalidad republicana y el número de sus disparates y barbaridades políticos no fue un cardinal insignificante. Su extravío ideológico y su confusión política no fueron, se miren como se quieran mirar, una nota a pie de página sin importancia [7].

En la mesa del acto, además del propio Unamuno, figuraban el cardenal Enrique Plà y Daniel; el fundador de la Legión, el general Millán Astray, con sus armas en la mano; y Carmen Polo, la esposa del general golpista, con sus escoltas personales

La puesta en escena siguió el siguiente desarrollo. Intervino en primer lugar, José María Ramos Loscertales, catedrático de Historia, un ex liberal converso de última hora, que habló del imperio español y de las esencias históricas de la raza. El dominico P. Beltrán de Heredia, también historiador de la Universidad de Salamanca, el más comedido de los participantes, habló a continuación e hizo referencia a los maestros de la vieja Universidad, y a su «humanística y humanitaria preocupación por los modos de la colonización americana, en especial su compañero de Orden, el P. Vitoria, burgalés, creador del derecho de gentes» [8] y coartada de los supuestos valores espirituales que los levantados en armas contra la Constitución republicana decían defender. Francisco Maldonado de Guevara, catedrático de literatura de la Facultad de Filosofía, habló del Caudillo, de las maldades de la URSS y de la necesidad de exterminar a la anti-España. José María Pemán habló a continuación y sugirió que cada uno, que cada español en su pecho construyera un Alcázar de Toledo. De lo peor de todas las casas.

El legionario Millán Astray, falto de un brazo, un ojo cubierto, cojeando de una pierna, habló a continuación. Fue más o menos así:

Astray: «Catalunya y el País Vasco son cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí. La carne sana es la tierra, la enferma su gente. El fascismo y el ejército arrancarán a la gente para restaurar en la tierra el sagrado reino nacional… Cuando Franco lo quiera y con la ayuda de mis valientes moros (sic), que si bien ayer me destrozaron el cuerpo, hoy merecen la gratitud de mi alma por combatir a los malos españoles… Porque dan la vida por la sagrada religión de España, escoltan a nuestro Caudillo».

Astray, junto con el auditorio exaltado: ¡Viva la muerte!

Astray (con gritos muy varoniles): ¡España! ¡Una! ¡España! ¡Grande! ¡España! ¡Libre!

Unamuno, que entonces tenía 72 años, respondió a continuación. Se la jugó, no era fácil hacerlo:

«Todos estáis pendientes de mis palabras y todos me conocéis y me sabéis incapaz de callar. Callar significa a veces mentir, porque el silencio puede interpretarse como aquiescencia. Yo no podría sobrevivir a un divorcio entre mi consciencia y mi palabra. Seré breve y la verdad es más verdad cuando se expone desnuda.

Quisiera, pues, comentar el discurso, por llamarlo de algún modo, del general Millán Astray… Dejemos aparte el insulto personal que supone la repentina explosión de ofensas contra vascos y catalanes. Yo nací en Bilbao, en medio de los bombarderos de la segunda guerra carlista. Luego me casé con esta ciudad de Salamanca, tan querida, pero jamás he olvidado mi ciudad natal. El obispo [Unamuno señaló al cardenal Plà y Daniel] quiéralo o no, es catalán, nacido en Barcelona… Acabo de oír el grito necrófilo y carente de sentido de ¡Viva la muerte! Me suena lo mismo que ¡Muera la vida! Y yo, que he pasado la vida creando paradojas, he de deciros, como autoridad en la materia, que esa ridícula paradoja me repugna…

El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Desgraciadamente hay hoy demasiados inválidos en España. Y pronto habrá muchos más. Me aterra penar que el general Millán Astray pueda dictar normas de psicología de masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era simplemente un hombre, y no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como digo, que carezca de esa superioridad de espíritu, suele sentirse aliviado viendo como se multiplica el número de mutilados alrededor de él».

Millán Astray, sentado en el extremo de la mesa presidencial que había golpeado repetidamente con su única mano, y que se había alzado y había interrumpido a Unamuno, gritó: ¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!. Auditorio, tal coro fascista, le siguió: ¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!. José María Pemán [ahora entre el público]: ¡No! ¡Abajo los falsos intelectuales! ¡Traidores!

Unamuno, concluyendo el acto, volvió a hablar: «Estamos en el templo de la inteligencia y yo soy aquí su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando un sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Y ahora os digo: venceréis pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y el derecho en la lucha. Me parece inútil deciros que penséis en España. He dicho» [la cursiva es mía]

Hubo riesgo de linchamiento. Carmen Polo, el cardenal Plà y otro general franquista presente en el acto condujeron a Unamuno fuera del Paraninfo y lo metieron en un automóvil. Unamuno tropezó al salir, en la puerta de la Universidad. Una multitud de brazos en alto y de gritos patriótico-fascistas rodeó el coche. El general legionario se enfrentó todavía con el viejo rector con un gesto de desafío, junto al estribo mismo del coche de Carmen Polo de Franco. Dejando la multitud atónita y exaltada, Unamuno fue conducido por a calle de la Rúa a su domicilio. Poco a poco fue recuperando la normalidad.

Los periódicos del día siguiente, 13 de octubre, abrieron la primera página con titulares como los siguientes: «La fiesta de la Raza se celebro este año en Salamanca con excepcional y magnífica solemnidad». No hubo referencia alguna al incidente entre Unamuno y el general golpista Millán Astray.

Destituido del rectorado, arrestado en su domicilio, Unamuno murió pocos meses más tarde, el 31 de diciembre de 1936. Durante este período de arresto se arrepintió mil veces de haber contemporizado con los sublevados. En una carta de estos días aciagos, dirigida a un periodista francés, Unamuno pronosticaba que «en esta guerra que se libra en España morirán cientos de miles de personas y miles de otras deberán marchar al exilio y jamás podrán volver… Porque la dictadura que se avecina en España será la más brutal que hayan conocido los tiempos. Se nutrirá del maridaje entre la sacristía y el cuartel».

El tiempo no logró falsar sus palabras.

Años más tarde, enero de 1957, se incluyeron en el índice de libros prohibidos dos de sus obras. Una de ellas, La agonía del cristianismo, porque el censor dedujo por el título que el ensayo abonaba el final de la cristiandad. La Iglesia católica, apostólica y romana, vértice indiscutido del régimen franquista, uno de sus intelectuales orgánicos con mayor influencia y larga sombra, redactó una larga nota para justificar el atropello que fue publicada por la prensa en los primeros días de febrero de 1957. No tiene desperdicio [9].

Pinilla de las Heras apuntaba una reflexión, obvia por conocida, refiriéndose al poder de la Iglesia romana: «En mi experiencia iberoamericana ulterior, años más tarde, he comprobado que la Iglesia reclama la libertad y trabaja por la libertad de la mayoría, cuando ella está en minoría. Pero en cuanto tiene poder suficiente y consigue la subordinación del poder político, tiende a transformar a este en brazo armado que implemente sus decisiones. Y esto, tanto antes como después del Concilio Vaticano II» [10].

Como otros símbolos e instituciones asociados al franquismo, la transición también intentó dulcificar aristas, alejar aceleradamente el tiempo pasado y girar o alterar significados en sentido supuestamente democrático. El día de la raza sería el día de España, el día de la nación. No se escogió el 6 de diciembre, día de la Constitución, acaso más consistente con ese objetivo, ni desde luego, el 14 de abril.

El fracaso de la «fiesta», del día de la nación, es otro claro indicio de la descomposición acelerada del régimen español y del imaginario falaz de la transición-transacción española.

PS: Bill Bigelow abría su excelente artículo -«En el aniversario del «Descubrimiento de América» [11]- con una anécdota altamente significativa que vale la pena recordar:

«En enero pasado, casi exactamente 20 años después de su publicación, las escuelas de Tucson prohibieron Rethinking Columbus [Repensando a Colón] el libro que edité en colaboración con Bon Peterson. Fue uno de una serie de libros adoptados por el celebrado programa de Estudios Mexicano-Americanos, un programa que desde hace tiempo ha sido objeto de ataques por políticos conservadores de Arizona. El distrito escolar quería aplastar el programa de Estudios Mexicano-Americanos; nuestro libro en sí no era el objetivo, fue simplemente atrapado en el aplastamiento. El ataque de Tucson -y Arizona- contra Estudios Mexicano-Americanos y Rethinking Columbus comparte una raíz común: el intento de silenciar historias que perturban el actual orden de poder desigual».

Durante muchos años, apunta BB, inició sus clases de historia preguntando a sus estudiantes d 11º grado: «»¿Cómo se llama ese tipo del que se dice que descubrió América?»

Unos pocos estudiantes objetaban el uso de la palabra «descubrió», pero todos sabían de quién estaba hablando. «»¡Cristóbal Colón!» gritaban varios al unísono. «Correcto. ¿Y qué encontró cuando llegó aquí?» preguntaba. Usualmente, unos pocos estudiantes decían: «Indios», pero les pedía que fueran más explícitos: «¿De qué nacionalidad? ¿Cuáles son sus nombres?» Silencio. En más de 30 años de enseñanza de historia estadounidense y de enseñar como invitado en otras clases, nunca tuve un solo estudiante que dijera: «Taínos»».

Por lo tanto, concluye BB, «les pedía que pensaran sobre ese hecho. «¿Cómo explicamos eso? Todos conocemos el nombre del hombre que vino desde Europa, pero nadie sabe el nombre de los que estaban aquí antes – y eran cientos de miles, si no millones. ¿Por qué no habéis oído hablar de ellos?»

Notas:

1 Esteban Pinillas de las Heras, En menos de la libertad. Dimensiones políticas del grupo Laye en Barcelona y en España. Anthripos, Barcelona, 1989, p. 83.

2 Pinilla de las Heras señala que la presidencia de Irigoyen abría la posibilidad por vez primera de un gobierno popular que no fuera conservador ni estuviera a los dictados de la oligarquía terrateniente.

3 Luciano G Egido, Agonizar en Salamanca. Unamuno, julio-diciembre de 1936. Barcelona, Tusquests, 2006, p. 138.

4 Bernat Muniesa, Dictadura y Transición. La España lampedusiana. Vol I. La dictadura franquista 1919-1975. Publicacions i edicions de la UB, Barcelona, 2005, pp. 55-58.

5 Franco, con el seudónimo de Juan de Andrade, escribió el guión de «Raza», película dirigida en 1941 por José Luis Sáenz de Heredia, familiar de José Antonio Primo de Rivera.

6 Luciano G. Egido, Agonizar en Salamanca, op cit, p. 139.

7 Véase, por ejemplo, Luciano G Egido, Agonizar en Salamanca. Unamuno, julio-diciembre de 1936, ob cit. Años después, la obra de Unamuno (o parte de ella) influyó en un sector crítico de jóvenes falangistas que fueron rompiendo paulatinamente con el franquismo y con la misma Falange. Indicios de ello pueden verse en las revistas Estilo, Qvadrante y Laye. Véanse a este respecto las declaraciones de Juan-Carlos García Borrón, Josep Mª Castellet y Jesús Núñez, «Pocholo», en Xavier Juncosa, Integral Sacristán, El Viejo Topo, Barcelona, 2006.

8 Luciano G Egido, Agonizar en Salamanca, op. cit, p. 144.

9. Uno de loa pasos esenciales: «La Iglesia no se mueve en un campo de interés humano ni tampoco en su cometido el de señalar los valores humanos en el mundo de la cultura. Consciente de su misión sobrenatural se mueve con la más amplia libertad en los límites de su competencia, subordinando a dicha misión sobrenatural todo motivo de orden terreno. Don Miguel de Unamuno ha sido ensalzado por mucho tiempo un escritor de rara fuerza, como un rebelde, y su actitud ante los grandes movimientos literarios y políticos le ha valido la adoración de cuantos aman la libertad de pensamiento como el valor supremo del hombre y la sociedad. La Iglesia, al condenar las dos obras del rector de Salamanca y al amonestar a los católicos contra los peligros doctrinales y morales de otras obras de Miguel de Unamuno, no expresa un juicio sobre el valor literario o filosófico y mucho menos sobre la intención del autor. Condena la negación del dogma y la ignorancia de la verdad […] Esto no es una novedad ni un retorno a la Edad Media. Es, simplemente, la posición lógica de quien tiene absoluta consciencia de su sobrenatural misión […] Y es precisamente esa actitud la que libra a la Iglesia de todo compromiso con un opinión pública».

10 Esteban Pinilla de las Heras, op. cit, p. 46.

11. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=157251 Traducción de Germán Leyens.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.