El 15 de mayo se ha abierto una brecha. Ya no hay discusión al respecto. Una movilización que abre nuevas vías y que supone, sin matices, un punto de inflexión en la respuesta social a la crisis en el Estado español. Quien no tenga motivos, en el campo de la izquierda, para la celebración y […]
El 15 de mayo se ha abierto una brecha. Ya no hay discusión al respecto. Una movilización que abre nuevas vías y que supone, sin matices, un punto de inflexión en la respuesta social a la crisis en el Estado español. Quien no tenga motivos, en el campo de la izquierda, para la celebración y la alegría, más allá de la incertidumbre del momento, tiene un serio problema. Se ha quedado, ya, en fuera de juego.
A lo largo del texto plantearemos algunas explicaciones del porqué del éxito de la movilización(y su continuación), la especial relevancia de la precariedad y la juventud, así como del significado que este acontecimiento-movimiento puede tener como factor desestabilizador en la movilización contra la crisis.
Los antecedentes: el caldo de cultivo, la dejación de funciones de algunos y la impotencia de lo «alternativo».
Extenderse, nuevamente, sobre los factores que explican el profundo deterioro social, económico, medioambiental y del conjunto de la vida política española no tiene mayor sentido. Es de sobra conocido cómo ha estallado la crisis económica capitalista sobre el modelo de desarrollo español y cómo eso ha afectado a millones de personas. También el modelo de salida a la crisis que desde las élites se ha seguido. Una dinámica de «lucha de clases desde arriba» que, al dictado de la UE y el FMI, ha dejado un reguero de víctimas y un escenario de triunfo demoledor para la banca, los grandes capitales y los especuladores de distinto signo.
De alguna forma, el saldo desde el crack de la economía española es de un balance aterrador. La financiarización de las clases medias, el «efecto riqueza» y el sueño aletargador de la sociedad de propietarios y del ascensor social había funcionado, perfectamente, como mecanismo ilusorio para el plácido devenir del modelo económico de desarrollo de este país. Sin embargo, el reventón de las varias burbujas que atenazaban la economía española ha hecho saltar por los aires este esquema del capitalismo de ficción. De una sociedad parcialmente eufórica por el credo del crecimiento se ha pasado a una sociedad mayoritariamente golpeada y sin asideros sociales a los que agarrarse. Y, sin entrar en psicologismos huecos, se ha pasado de una ciudadanía basada en las diversas redes de confianza a una sociedad desconfiada de las instituciones sociales y políticas sobre las que se asienta el régimen español.
Pero este tránsito se ha hecho esperar. El K.O. que ha recibido la composición mayoritaria de las clases trabajadoras ha sido administrado y digerido a través de diferentes fases y momentos. Nadie pasa de la euforia al miedo y de éste a la indignación y la movilización en una secuencia corta y mecánica. Pero, evidentemente, el «caldo de cultivo» que iba a producir el «estallido» del 15 M se iba tejiendo, poco a poco, y soterradamente. Y, en los últimos meses, al margen de los canales y las estructuras de los que se esperaba pudieran protagonizar una respuesta amplia y antagónica a la situación de emergencia social y de golpe de Estado que vivía la economía y la soberanía política.
Sin embargo, una brecha anterior se había abierto unos meses antes. Fue el 29-S. Ese día (y las semanas previas de preparación) la posibilidad real de ampliar el marco de las resistencias y las respuestas populares (no sólo desde el ámbito del trabajo sino mucho más allá) quedó reafirmada en la convocatoria y seguimiento de la Huelga General. Para la izquierda social y política anticapitalista las condiciones de continuidad de la Huelga estaban dadas: plataformas vecinales, nuevas iniciativas de trabajo social, aprendizaje colectivo para nuevos activistas etc.
El cierre del esquema del conflicto sindical y el compromiso con el diálogo y pacto social por parte de los sindicatos mayoritarios supuso la imposibilidad de aprovechar una oportunidad política real para intervenir, desde esas estructuras, para seguir un modelo distinto y de acumulación de fuerzas en la respuesta social a la crisis. El daño que causó el pacto sobre las pensiones sobre la moral de no pocos activistas y la deslegitimación real (y merecida) que han sufrido las centrales mayoritarias explica que estos agentes no puedan ser percibidos, en estos momentos, como herramientas reales para interpretar y dar cauce al «malestar general».
Tampoco el balance de lo que podemos llamar, amplia y difusamente, la izquierda alternativa y anticapitalista ha sido mucho mejor. Evidentemente, no en su papel de legitimador ni comparsa de la farsa de la paz social. Pero sí, al menos, en su capacidad de expresar en la calle la alternativa que podíamos significar. Si bien el resistencialismo ha sido notable, las incapacidades organizativas, la estrechez de miras, la desconexión real respecto a lo que no son núcleos de activistas o, simplemente, la puesta en marcha de repertorios de acción atractivos y atrayentes para otro perfil de público han conducido a movilizaciones que, no por necesarias y relativamente exitosas, no han podido dar inicio en ningún momento a un ciclo de movilizaciones. Así, el sindicalismo alternativo, los movimientos sociales más radicales y coherentes o la izquierda política rupturista no ha/hemos podido romper el círculo en el que se movía. Si bien es verdad que se ha ampliado en los últimos meses, su papel como dinamizador de la batalla en la calle ha tenido siempre su techo. Pero también es cierto que las pequeñas iniciativas que se han ido concretando estos meses y años han ido generando parte del discurso que hoy van asumiendo más sectores de los hoy movilizados.
El efecto imitación y las resistencias en el planeta de los desposeídos:
Esta falta de referencias prácticas, simbólicas y de identidad ha atenazo la posibilidad de respuestas sociales estos últimos meses. Llamando a nuestra puerta han aparecido en forma de revueltas, rebeldías y revoluciones otros pueblos, experiencias y nuevas formas de auto-organización. Ha sido la juventud portuguesa en su lucha contra el FMI, los estudiantes italianos contra Berlusconi, la precariedad y los recortes en educación; el sindicalismo y la juventud griega contra la deuda y el chantaje de la UE; las universidades ocupadas y movilizadas en Reino Unido; la Francia rebelde e insumisa a perder derechos sociales. Y han sido, como un milagro que jamás se espera, el levantamiento de la dignidad y contra la tiranía de los países árabes. La juventud tunecina y egipcia y de tantos otros países, las organizaciones sociales y políticas que allí héroicamente han resistido a través del conflicto social estos años a las dictaduras políticas y económicas nos han mostrado que es posible tomar el cielo por asalto, incluso en las peores condiciones. Y, de alguna manera, nos han hecho perder el miedo.
No se puede minimizar, a estas alturas, el efecto contagio que estas revueltas-revoluciones han tenido en el planeta. Y cómo están contribuyendo a cambiar tantas cosas y supuestas realidades inamovibles en la gestión y gobierno del capitalismo y el imperialismo a escala global.
Es difícil demostrar de qué manera han tenido impacto específico sobre este despertar de la rebeldía instintiva en el Estado español. Sólo dos apuntes al respecto: a nivel de discurso y de formas de organización (manejo de las redes sociales y fuerza simbólica y real del espacio público) parecen haber ejercido ya como auténticas inspiradoras.
La juventud: significante vacío pero lleno de contenido
Decía Íñigo Errejón en un reciente artículo que en la movilización del 7 de abril de «Juventud sin Futuro» el propio concepto de juventud se había manejado, exitosamente, como un «significante vacío» que condensaba buena parte de la realidad social y del imaginario colectivo capaz de legitimar una movilización de este tipo. Certero análisis que, como vemos, sigue funcionando y lo seguirá haciendo.
Nuevamente, y como ya sucedió en el ciclo del ’68 aunque en unas condiciones completamente diferentes,2 la juventud, en distintos focos de resistencia, está actuando como auténtica «vanguardia táctica» en el marco de un movimiento más de conjunto. No entramos a valorar aquí aspectos tan espinosos como el del propio concepto de generación ni sobre las condiciones objetivas y subjetivas disponibles para la movilización de la juventud en la actualidad. Nos limitamos a afirmar su trascendencia como elemento iniciador de antagonismos sociales. Y lo está haciendo en contextos demográficamente (caso de los países árabes Vs casos europeos) y políticamente (a nivel de política de movimiento) muy desiguales.
Sin embargo, el eje de discurso y de práctica que pivota sobre la precariedad sigue mostrándose como un activo a la hora de aglutinar voluntades. La acumulación de experiencias y de discurso contra-hegemónico en las universidades en los últimos años no es desdeñable. La puesta en marcha de una iniciativa con tanto potencial como la de «Juventud sin Futuro» es sólo una señal de cómo los sectores activistas del movimiento estudiantil han sabido reconocerse, articular un discurso con capacidad de sumar y afinar prácticas de movilización con capacidad de impacto social.
En este sentido, no puede entenderse el 15-M sin el 7 de abril. Y no podrá entenderse un movimiento en la calle sin la especial intervención y protagonismo de las demandas, discursos y prácticas de colectivos como «Juventud sin Futuro». Las alarmantes cifras de paro y precariedad juvenil ya eran síntoma de preocupación para sociólogos ligados al PSOE como Jose Félix Tezanos o, más recientemente, para el propio FMI que se ha atrevido hablar del riesgo de una «generación perdida» en España.
Las victorias del 15-M y sus riesgos: contra la dictadura de los mercados, el movimiento en marcha.
Algo ha cambiado a partir del 15-M. En Madrid se respiraba ambiente de manifestación. De lo que supone (o debería ser) una manifestación: tomar las calles, conectar con la gente común, ampliar el espacio de lo posible. Perder el miedo. Eso nos decían ya semanas antes los carteles de «Juventud sin Futuro»3 Y eso se gritó colectivamente en las calles de Madrid (y, seguramente, en la de otras muchas ciudades): «sin miedo». Un miedo que sólo nos lo podemos quitar de encima desde lo común, desde la colectividad. El gran triunfo de las políticas del neoliberalismo ha sido hundirnos en problemáticas individualizadas (en el miedo al trabajo, al futuro, a los bancos, a la desconexión social). Sólo desde cauces colectivos, alejados de falsas soluciones individuales, ese miedo puede dar paso a otros estados de ánimo. Y parte de ese miedo ya nos lo hemos sacudido. Esa ha sido la gran lección que, colectivamente, hemos podido vivir. Seguramente, así lo ha experimentado mucha gente no asidua a los rituales de manifestación y expresión de la izquierda. Y eso es un regalo para la izquierda radical: la posibilidad de politización de nuevos sectores.
Las claves del éxito de la manifestación, así como de su continuidad, ya están circulando y empiezan a ser ampliamente reconocidas. Más allá de algunos discursos ambiguos y contradictorios en las convocatorias que habían circulado en los días previos, se percibía que existía una posibilidad de ampliar el espectro social, de llegar a sectores desmovilizados hasta el momento.
La tensión entre organización y espontanéismo se demuestra, nuevamente, irresoluble y falsa. No existe margen para un fortalecimiento de la movilización y la sedimentación de experiencias organizadas sin margen para el espontaneismo; pero tampoco hay margen para éste sin un trabajo de organización previo que se abre también a lo inesperado.
En Madrid, el trabajo y visión de «Juventud sin Futuro» ha permitido que esta plataforma se haya convertido en polo de referencia inexcusable en estos momentos. Por su dinamismo, su combatividad y su capacidad de tejer alianzas. Una aparición pública y mediática, tolerada hasta el momento, pero que mucho nos tememos cambiará de signo en el corto plazo.
Pero el 15-M no ha sido, ni mucho menos, una movilización juvenil ni de señal de un falso conflicto intergeneracional. Ha sido la puesta de largo de lo que puede ser un nuevo movimiento ciudadano diverso, con evidentes contradicciones pero con aún más posibilidades. Un movimiento, aun difícil de caracterizar, que era necesario y que rompe con la inercia de derrota y pesimismo que se había apoderado de la izquierda social en sentido amplio.
Y si es ilusionante lo es por el número de personas que ha congregado (la mayor movilización contra la crisis desde la Huelga General), porque la mayor parte de los discursos son propios del discurso que, machaconamente, ha venido repitiendo la izquierda desde mucho antes del estallido de la crisis: contra la dictadura de los mercados y de los bancos, contra los recortes sociales, contra este modelo de «democracia». Y eso es ya una victoria: socializar en las calles las banderas del movimiento antiglobalización, de los estudiantes, docentes y de personal de sanidad en lucha estos años, de los sindicalistas honestos y combativos.
Se podrá decir que no es un discurso acabado, completo. Claro que no. Faltan muchas cosas: análisis sobre la destrucción medioambiental, sobre la crisis enérgetica, sobre la finitud del planeta. Y también sobre el patriarcado y la crisis de los cuidados. O un discurso sobre la inmigración, la ley de extranjería o los CIE ‘s. Eso es lo que falta. Y otras muchas cosas.
Pero es un discurso y una práctica que debe ser acompañada, que es posible construirse en camino y a la que los sectores que han trabajado las resistencias desde las facultades, los centros de trabajo, el movimiento ecologista, el feminismo deben (y deben poder) llenar de contenido.
El 15-M y las plataformas asentadas sobre el terreno que están surgiendo es una posibilidad para que esas izquierdas y esos movimientos sociales amplíen el público de sus discursos y de sus prácticas. Porque estos movimientos, afortunadamente, no surgen de acuerdos entre aparatos, no son experiencias para el debate entre los sectores más conscientes. Es, por fín, una experiencia en marcha para la movilización. Es, prafraseando a Brecht en su polémica con los «identitarios», una experiencia que tiene » piernas» y no «raíces». Estas son las convergencias que tienen futuro: las que tienen «piernas» ( de manifestaciones) y no «patas»( de mesas).
La respuesta ante este fenómeno de las instituciones y de la propia izquierda acomodada es síntoma del propio éxito del movimiento4. La estigmatización de las protestas, las etiquetas sobre las mismas, su minusvaloración y represión son la prueba palpable de la inquietud que están provocando. Algunas voces de la progresía intelectual nos pedían indignarnos y reaccionar. Cuando lo hacemos, somos violentos antisistema que no ofrecemos alternativas. Siempre el mismo cuento de aquellos instalados en lo «políticamente correcto».
La perspectiva para lo que venga después del 15-M es incierta. No hay duda. Bastante más, eso sí, que lo que vendrá el 22-M. De ahí ya sabemos lo que saldrán: más recortes sociales, menos democracia.
Siempre hemos mantenido que la «lucha de clases» es una batalla de largo aliento. Que no hay atajos ni recetas mágicas. Y que ni siquiera ya sabemos cómo se puede cambiar el mundo. Tampoco el 15-M y lo que ahora está pasando es una lección definitiva. Pero sí que ha sido una pequeña ruptura en la normalidad de esta democracia que se imparte a golpes de porra y de decretos anti-sociales bajo los espúreos designios de eso que llaman «mercados».
Aprovechar esta grieta, conformar espacios de resistencia sobre el terreno que no abandonen los grandes problemas, consolidar espacios para la práctica de la resistencia y de la democracia son ya las tareas que nos deja el grito del 15-M.
En la movilización contra la crisis y en la lucha contra este mundo de saqueos en este rincón del planeta se ha abierto una pequeña puerta. Decía Daniel Bensaid que las revoluciones o «llegan tarde o llegan demasiado pronto; pero siempre cuando no se las espera». Decía también que las revoluciones son una especie de milagro, pero que nosotros tenemos que preparar hasta los milagros. Esto que ha irrumpido el 15- M (si no antes, el 7-A) no es una revolución, naturalmente. Pero es una oportunidad real para levantar un fuerte movimiento contra los efectos de la crisis que, con inteligencia y unas buenas dosis de virtud y fortuna, puede empezar a hacer cambiar las cosas.
Y como hemos visto y sufrido estos años, las oportunidades no abundan.
No la dejemos pasar de largo.
Joseba Fernández, Miguel Urbán, Raúl Camargo- militantes de Izquierda Anticapitalista