Enfundado en su traje militar de gala, Fidel acomodó los micrófonos y expresó una idea que parece haber taladrado a menudo su cerebro a lo largo de 50 años de Revolución: «Cuando nosotros iniciamos la vida revolucionaria y los problemas concretos se reducían a derrocar la tiranía batistiana ,tomar el poder y erradicar el injusto […]
Enfundado en su traje militar de gala, Fidel acomodó los micrófonos y expresó una idea que parece haber taladrado a menudo su cerebro a lo largo de 50 años de Revolución: «Cuando nosotros iniciamos la vida revolucionaria y los problemas concretos se reducían a derrocar la tiranía batistiana ,tomar el poder y erradicar el injusto sistema social existente en el país, las tareas ulteriores en el campo de la economía nos parecían más sencillas. En realidad éramos considerablemente ignorantes en este terreno.»
Hablaba en el Teatro Karl Marx a los delegados del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, el 17 de diciembre de 1975. A esas alturas, ya la nave de la economía había sufrido más de un bandazo, en medio de tormentas de muy diverso origen; y había legado, consecuentemente, más de una lección.
«Los problemas a los cuales habría de enfrentarse el país, partiendo de un alto grado de subdesarrollo de las fuerzas productivas, escasez de recursos naturales, dependencia de la agricultura y el comercio exterior, la falta de cuadros técnicos y administrativos, la convulsión social e incontables necesidades sociales a la vista, a lo cual se añadiría un feroz bloqueo imperialista, eran superiores a lo que nosotros mismos habíamos de imaginarnos» reconoció el líder cubano, al presentar en aquella ocasión un informe central de marcado acento autocrítico. Los cubanos se habían sumergido a partir de 1959 en una espiral de transformaciones económicas y sociales, que sobrepasó muchas expectativas por la audacia, dramatismo o celeridad de los cambios.
La nación no solo alcanzaba la independencia verdadera por primera vez en la historia. Sin medias tintas y con un paso tan ágil como en la insurgencia,la Revolución emprendió la sustitución del sistema político que durante seis décadas había desangrado al país y enriquecido a un grupo reducido de oligarcas, políticos corruptos y transnacionales yanquis. En su lugar, inició la construcción de otro sistema, que prometía socializar la riqueza material y cultural que fuera capaz de crear el pueblo.
En una humilde isla del Caribe, nacía el socialismo por vez primera en el hemisferio occidental, en medio de una intensa lucha de clases y entre polémicas ideológicas, algunas con vida aún medio siglo después.
En ese lapso, el país ha amasado una obra social, industrial y científica que no soñaba la inmensa mayoría de los cubanos antes de 1959. Pero también ha padecido crisis y sinsabores económicos, agresiones de la mayor potencia imperialista, y sucesivas desviaciones y rectificaciones en los métodos de dirección de la economía, en un ir y venir intranquilo que pudiera ofrecervarias lecturas. En una simplona interpretación, podrían citarse palabras achacadas a Máximo Gómez: los cubanos no llegan o se pasan. Pero, en mi opinión, el zigzagueo ha respondido, en unos casos, a cambios sorpresivos del entorno mundial, y en otros, ha sido consecuencia de la difícil búsqueda de la ruta económica, dentro de un sistema tan inmaduro aún como ambiciosas son las metas de justicia social que ofrece a la humanidad.
Expresión de esa inmadurez es el descalabro del socialismo del este europeo, que trastornó en los años 90 a la economía cubana a miles de kilómetros de distancia. Lo señala Fidel el 17 de noviembre de 2005, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana: «Uno de nuestros mayores errores al principio, y muchas veces a lo largo de la Revolución, fue creer que alguien sabía cómo se construía el socialismo».
Giro temprano hacia el socialismo
El Gobierno revolucionario no perdió tiempo en brindis cuando entró en La Habana el 8 de enero de 1959. Fiel al programa presentado por Fidel en el juicio por el asalto al cuartel Moncada, adoptó de inmediato medidas de claro beneficio popular. En marzo de 1959, intervino la Compañía Cubana de Teléfonos, monopolio yanqui implicado en negocios fraudulentos con el régimen de Batista, y poco después rebajó los gravosos alquileres de las viviendas y las tarifas eléctricas con que se enriquecía otra compañía estadounidense.
En su primer año, la Revolución puso fin a los desalojos de familiascampesinas, devolvió a sus puestos de trabajo a los obreros despedidos durante la tiranía, acabó con el tiempo muerto de la zafra que mantenía sumidos en la miseria a cerca de 400 mil macheteros en 1958, reordenó los sistemas salariales, confiscó los bienes malversados, empezó a mejorar la situación de la educación y la salud, y eliminó lacras como la mendicidad infantil, entre otras acciones contra las desigualdades e injusticias sociales.
La primera Ley de Reforma Agraria, firmada el 17 de mayo, imprimió un matiz más radical a la Revolución, al enfrentarse con la oligarquía latifundista y las transnacionales yanquis, dueñas de las tierras más fértiles del país. La nueva ley dejaba a cada propietario una extensión máxima de 30 caballerías (402 hectáreas) y algunas de esas compañías poseían hasta 17 mil caballerías (227 mil hectáreas). En octubre de 1963, una segunda ley de Reforma Agraria recortó a 67 hectáreas la extensión máxima de las granjas privadas.
El 16 de abril de 1961, horas antes de la invasión de Girón, el Comandante en Jefe declaró el carácter socialista de la Revolución, en el entierro de las víctimas de la agresión mercenaria contra los aeropuertos, pero las medidas que le acuñaron ese signo ideológico al proceso de cambios habían entrado en escena el año anterior. En agosto de 1960, el Gobierno nacionalizó las refinerías de petróleo, las empresas de electricidad y teléfono y 36 centrales azucareros, propiedades todas de empresas norteamericanas, en respuesta a las primeras agresiones económicas de Estados Unidos. En fecha tan temprana como 1959 Washington le suprimió los créditos comerciales a Cuba, para intentar rendir a una Revolución que le resultaba molesta a sus hábitos de dominación continental; al año siguiente canceló la cuota azucarera cubana y la repartió entre otros países del continente -de esa manera, compró la expulsión de Cuba de la OEA-; eliminó la venta de piezas de repuesto a la Isla, cuya industria y transporte eran casi ciento por ciento estadounidense; y cerró la llave del bombeo de combustible. En octubre de 1960, la Revolución continuó las expropiaciones con la nacionalización de los bancos y 383 grandes empresas cubanas y extranjeras,incluidos otros 105 centrales azucareros. Un día después, el 14 de octubre, dictó la Ley de Reforma Urbana. Los principales medios de producción, en la industria, la agricultura y los servicios, pasaron así de manos privadas a propiedad de toda la nación.
En coyuntura tan tensa, la Unión Soviética ofreció una temprana e inestimable ayuda solidaria a la Revolución Cubana: le compró el azúcar cuando la Isla perdió el mercado en Estados Unidos, le suministró combustibles y materias primas cuando se cerraron otros mercados y le ofreció gratuitamente armas con que el pueblo cubano se defendió en Girón.
En aquellos convulsos años, nacían vínculos comerciales y políticos con la URSS, que marcaron los destinos de Cuba con ventajas y peligrosinsospechados entonces. Bajo la presión combinada del acoso externo y las radicales transformacionesinternas, el crecimiento económico fue inestable en los primeros años. El país afrontó, además, una prematura estrechez financiera: las reservas nacionales en divisas fueron saqueadas por la tiranía batistiana y a esto se sumaron los costos del bloqueo económico y del enfrentamiento a agresiones militares y bandas contrarrevolucionarias financiadas desde el exterior.
A pesar de tales obstáculos, el Gobierno revolucionario consiguió encaminar,de manera rápida, una estrategia para atender necesidades sociales que habían permanecido prácticamente olvidadas en el pasado: a partir de 1962 asignó alrededor de un tercio del presupuesto del Estado a la educación,la salud, la seguridad social, la vivienda, los deportes y la recreación. A la par, organizó un sistema de distribución igualitaria de los bienes de consumo esenciales, que garantizaría la supervivencia en los años difícilesque se avecinaban.
Entre polémicas y errores
De la turbulencia de aquellos primeros años habla también la rica polémica que en 1963 y 1964 sostuvieron el ministro de Industrias, Ernesto Che Guevara, y el presidente del Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA), Carlos Rafael Rodríguez, y en la que participaron otros funcionarios y economistas.
El eje del debate, de singular validez en este siglo XXI, eran los métodos de dirección y gestión económica en el socialismo, los estímulos materiales y morales y la vigencia de la ley del valor en el socialismo, entre otros asuntos, a partir de dos sistemas que compartían la escena empresarial en Cuba: el sistema presupuestario de financiamiento y el cálculo económico (en el primero, defendido por el Che y aplicado principalmente en la industria,los fondos de las empresas eran centralizados por el Estado, que los asignaba según el plan; el segundo favorecía el autofinanciamiento de las empresas con sus propios ingresos y se aplicaba en el comercio exterior y parcialmente en la agricultura).
De sus estudios de marxismo, el Che aportó a aquel debate, entre otras ideas, la alerta sobre los riesgos de emplear los instrumentos mellados del capitalismo en la construcción del socialismo -alerta retomada por Fidel en los años 80- y advertencias tempranas sobre debilidades de la economía política en el socialismo -grietas, por cierto, que influirían en el derrumbe de la Unión Soviética casi tres décadas después.
La polémica, sin embargo, se adormeció y permaneció casi olvidada hasta fecha reciente. Fidel reconocería (Reflexión publicada en enero de 2008),que a aquellos temas «no les dábamos mucha importancia, entonces ocupados en la lucha contra el bloqueo norteamericano, los planes de agresión y la crisis nuclear de octubre de 1962, un problema real de supervivencia».
Los dos sistemas de dirección que motivaron el debate fenecieron con el paso de los años. En la severa crítica a los errores de idealismo que lastraron la economía a finales de los años 60, el Informe Central del Primer Congreso del PCC observó que «no existía un sistema único de dirección para toda la economía y en estas circunstancias tomamos la decisión menos correcta, que fue inventar un nuevo procedimiento» que se apartaba tanto del cálculo económico como del sistema de financiamiento presupuestario.
Con el nuevo sistema de registro económico se erradicaron categorías y formas mercantiles necesarias al socialismo; y la economía entró en una etapa de voluntarismo, acentuado entre 1967 y 1970, que suprimió los mecanismos de contabilidad y los cobros y pagos entre las unidades del sector estatal, descuidó los costos, sobredimensionó las metas productivas y condujo en 1970 a la frustrada zafra de los 10 millones, esfuerzo sobrehumano que concluyó con un récord histórico de ocho millones 537 mil toneladas de azúcar, pero a costa del desvío de fuerzas de trabajo desde otros sectores de la economía.
El «oleoducto siberiano»
El lento e irregular ritmo de crecimiento económico de los años 60 -con decrecimientos en 1966, 1968 y 1969- se aceleró en los 70, de la mano de un reordenamiento y planificación más realista de las fuerzas, la integración cubana en 1972 al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) de los países socialistas y el aumento de las inversiones en la industria. La economía alcanzó un promedio de crecimiento anual del 7,9 por ciento en este decenio -de acuerdo con datos de la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE).
Cuba, encerrada hasta 1959 entre los barrotes de la monoproducción azucarera, consiguió extender las velas para transitar hacia una diversificación de la economía en la segunda década de la Revolución.
Varios sectores acreditaron sólidos avances en esa etapa. Algunos duplicaron o triplicaron sus producciones, como el níquel, la generación eléctrica, la refinación de petróleo y el cemento. Otros, que prácticamente no existían en 1959, asomaron entre las alternativas industriales cubanas, con producciones en algunos casos 10 veces superiores: el acero, herbicidas y fertilizantes, envases de vidrios, papel y cartón, y producciones mecánicas, como el ensamblaje de ómnibus Girón, combinadas cañeras y maquinaria agrícola. A su vez, las producciones de tejidos y calzados, y la industria ligera en general, crecieron favorecidas por la racionalización y mecanización de la miríada de chinchales artesanales que tenía antes el país.
Saltos igual de significativos dieron producciones agropecuarias como los cítricos, los huevos y la carne de cerdo, y la disponibilidad de tractores y sistemas de riego. Mientras, la flota mercante alcanzó una capacidad casi 10 veces superior a la que tenía en 1958, la pesca multiplicó sus capturas gracias a la incorporación de buques arrastreros modernos y los constructores hicieron a lo largo de la Isla una cantidad de carreteras y caminos que duplicaba todo lo construido en la etapa capitalista. El abanico de opciones de empleo se abrió en Cuba por la expansión, además,de servicios de salud y educación, entre otros, y los centros de investigación científica. El desempleo prácticamente desapareció y aumentó sensiblemente el número de ingenieros y técnicos, cuya carencia había constituido una de las consecuencias más duras del éxodo del escaso personal técnico con que contaba la Isla a inicios de la Revolución.
El sostén de todas esas inversiones -que continuarían en los años 80 aunque, no siempre con paso regular- seguía siendo la industria azucarera. A inicios de los años 60, el Gobierno revolucionario cubano había esbozado una estrategia de sustitución de importaciones y diversificación de la producción agropecuaria para reducir la dependencia del azúcar. Pero las ventajas de los vínculos comerciales con la URSS y el resto del bloque socialista reforzaron a la producción azucarera como fuente casi única de divisas.
Aunque internamente el paisaje de la economía era menos aburrido, Cuba seguía siendo un país monoexportador, en línea con la división del trabajo acordada en el CAME. El azúcar aportaba más del 70 por ciento de los ingresos cubanos en divisas. En el mercado soviético tenía un comprador estable y precios preferenciales, más altos que los ofrecidos en un mercado mundial, donde las naciones ricas vendían caro sus bienes y servicios y adquirían barato las materias primas del Tercer Mundo. El CAME, a su vez, ofrecía a Cuba un suministro protegido de petróleo, alimentos, materias primas y tecnologías.
El metafórico oleoducto siberiano (llegó a 13 millones de toneladas de petróleo soviético por año) y una relación comercial distante de la rapiña mundial, enmascaraban los altos consumos energéticos de la tecnología soviética y la propensión al gigantismo que inoculó a las inversiones industriales en la Isla. La espada de Damocles oculta en tan rígida y cerrada dependencia se haría sentir sobre la economía cubana al desatarse la crisis económica enfrentada durante el Período Especial.
Peligrosas patadas de penco
Cuba entró en los años 80 a cuestas de un corcel aparentemente brioso, el Sistema de Dirección y Planificación de la Economía (SDPE). Sobre esa montura, retornó la contabilidad y la planificación centralizada, con los planes quinquenales en función rectora de la economía. Pero también acercó a la Isla al modelo de gestión económica del campo socialista europeo: la autogestión como base del financiamiento de las empresas, las relaciones monetario-mercantiles como mecanismo regulador casi absoluto entre los sujetos económicos, la adopción de nuevos incentivos laborales, sobre todo de carácter material, y una reforma salarial en 1982, que afianzó el pago de acuerdo con los resultados del trabajo. En esa etapa, los ingresos personales crecieron y floreció el consumo a una escala sin antecedentes, apuntalado por el mercado paralelo y el mercado libre campesino y el buen paso de un comercio protegido por los nexos con la URSS.
Sin embargo, la economía comenzó a trastrabillar a mediados de la década. Las costuras empresariales se aflojaron bajo las nuevas reglas y por las roturas escaparon recursos de la nación. Varios sectores económicos se estancaron o perdieron el impulso con que entraron en los 80.
Irritado ante la inesperada amenaza, Fidel tachó al SDPE como «penco cojo, con muchas mataduras», acusó a los «mercachifleros» que intentaban jugar al capitalismo y, a partir de 1986, lideró un proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, para retomar las riendas de la economía.
Entre los vicios denunciados por los trabajadores en las reuniones de empresas había «todo tipo de chapucerías y mediocridades que eran -dijo Fidel- la negación de las ideas del Che»: el trabajo voluntario convertido en formalismo, plantillas infladas, normas laborales anacrónicas que podían ser vencidas dos y tres veces en una jornada, exceso de burocratismo,rentabilidad lograda mediante trampas empresariales como la venta de medios básicos o materias primas destinadas a la producción de la empresa vendedora, descontrol en asignación de premios y primas, prioridad al cumplimiento del plan en valores y no en surtido, demoras hasta el infinito para la terminación de obras porque la etapa final de la construcción valía menos…
Las empresas no tuvieron tiempo para aquilatar los beneficios de la rectificación. Al país le sorprendió otro proceso, más traumático: el desmoronamiento del campo socialista europeo a fines de los 80 y la brusca interrupción del intercambio con los países del CAME en 1990.
Cuba quedó colgada de la brocha al perder de golpe casi la totalidad de su comercio exterior. La capacidad importadora se deprimió en un 85 por ciento. La mayor parte de la industria se paralizó, la agricultura y la ganadería perdieron abastecimientos que les resultaban imprescindibles, las tiendas quedaron desnudas, y la recesión se extendió a lo largo de cuatro años.
De 1990 a 1993, la economía se hundió un 33 por ciento, trauma con potencial para desmantelar gobiernos y sistemas en cualquier país.
Al inicio de la contracción y ante la evidente imposibilidad de planificar una salida inmediata, la dirección del país adoptó una estrategia inusual: pospuso las aspiraciones al desarrollo y pidió al pueblo resistir, para proteger las conquistas sociales de la Revolución y cuidar la soberanía nacional.
Gran crisis, gran cambio
Como buen depredador, Estados Unidos saltó en ese momento y asestó un cruel zarpazo a la debilitada Cuba. En octubre de 1992, el presidente George Bush (padre) firmó la Ley Torricelli, para cercenar los vínculos de la Isla con subsidiarias yanquis en terceros países. Tres años y medio después, en marzo de 1996, el siguiente inquilino de la Casa Blanca, William Clinton, en otro ejercicio de extraterritorialidad, aprobó la Ley Helms-Burton para bloquear el acceso a la inversión extranjera y a las fuentes de financiamiento que tesoneramente había encontrado Cuba.
A pesar de las puñaladas de Washington, de las maletas preparadas en Miami, del desastroso final de los aliados ideológicos y comerciales de la Revolución, de inoportunos huracanes y sequías y de abundantes pronósticos adversos, Cuba ha resistido una crisis económica que se equipara, por su impacto, con la Gran Depresión de los años 30 y con la pérdida a inicios de los 60 del hasta entonces socio comercial externo casi absoluto de la Isla, Estados Unidos. Pero la del Período Especial, a mi juicio, ha sido más dramático que cualquier otra anterior. No solo hablan las cifras del PIB, el silencio de fábricas y puertos o la inopia del comercio. La mejor evidencia de la profundidad de esta conmoción es que, en la década del 90, Cuba tuvo que abandonar, por primera vez en 200 años, la que había sido columna única y casi mágica de su economía, la producción de azúcar: eje de guerras nacionales, llave de pactos con potencias, garante de créditos comerciales externos, pan de la política, de la cultura, de la historia, sostén de la nacionalidad.
Para sobrevivir primero y encontrar luego nuevas sendas de crecimiento, Cuba adoptó medidas que transformaron notablemente los escenarios de la economía interna. Aunque el Gobierno midió mucho cada paso -y hasta los demoró y enfrentó a consultas populares-, actuó con audacia no pocas veces. Como estrategia, se propuso amortiguar el efecto de la crisis, y de los ajustes, sobre el pueblo. Con subsidios y garantías de empleo, logró algún alivio, incluso a costa de un insostenible incremento de liquidez que depreció a la moneda nacional. El peso cubano llegó a la astronómica cotización de 140 pesos por un dólar en 1993 (de 8 x 1 en 1989) y el déficit presupuestario llegó al 30 por ciento del PIB en 1994.
Con unas medidas el Estado reoxigenó el deprimido comercio minorista -apertura de nuevos mercados-, con otras consiguió equilibrios fiscales y modificó conceptos laborales y tributarios. En política monetaria sorprendió a muchos observadores al legalizar en 1993 la circulación de dólares e introdujo el peso cubano convertible, el CUC. Favoreció así la recepción de remesas, que han llegado a estimarse en más de 800 millones de dólares, pero a la vez creó una dualidad monetaria que constituye hoy uno de los obstáculos más escarpados para reordenar la economía.
Cambió leyes, buscó nuevas vías de financiamiento, abrió espacio a actores económicos que tenían poca relevancia: inversores extranjeros, empresas mixtas, trabajadores por cuenta propia.Y modificó radicalmente la estructura productiva de la nación.
En los primeros años de la crisis, el país se aferró a una balsa de náufrago hecha con cañas de azúcar, pero las zafras se marchitaron aceleradamente.Enfrentada a bajos precios internacionales y producciones incosteables, Cuba se vio obligada finalmente a cerrar la mayor parte de sus centrales en el 2001.
Otros sectores llenaron el vacío, frenaron la recesión y abonaron un crecimiento económico a partir del año 1994. El turismo asumió el papel de locomotora de la economía y el primer lugar en la aportación de divisas desde ese año. La industria del níquel tomó el trono de las exportaciones en 2006 y 2007. En el 2006, el azúcar apenas dio un 2,4 por ciento de los ingresos en divisas del país.
Cuba desarrolló, a la par, opciones que imprimieron un nuevo sello a la economía. Millonarias inversiones, realizadas previsoramente desde los años 80, en laboratorios de biotecnología y plantas productoras de fármacos comenzaron a rendir frutos. Entrado el siglo XXI, las exportaciones de medicamentos y equipos médicos avanzados superaron a los ingresos de renglones tradicionales como el tabaco y el azúcar.
A partir del 2005 esta transformación recibiría otra inyección: la exportación de servicios de alto valor agregado, liderados por la medicina, ocuparían los primeros lugares en la aportación de divisas y daría un fuerte impulso al crecimiento del PIB. Además de diversificar su estructura exportadora, Cuba transita de economía productora de unas pocas materias primas de escaso valor agregado a economía generadora de productos y servicios de mayor refinamiento y valor tecnológico.
Las grandes crisis generan grandes cambios. Los servicios -médicos y de turismo, entre otros- están transformando el escenario insular: sientan las bases para una economía del conocimiento.
La principal carta de triunfo es el capital humano formado persistentemente a lo largo de 50 años, la vocación de la Revolución para abonar neuronas. A pesar de las crisis, las trampas de la intranquila economía, el robo de cerebros desde naciones del Norte, el bloqueo imperialista y las carencias durante el Período Especial, los cubanos han levantado un edificio muy diferente al heredado cuando la Revolución tomó el poder. Mucho ha cambiado aquel «alto grado de subdesarrollo de las fuerzas productivas» y «falta de cuadros técnicos y administrativos» de que hablara Fidel en el Primer Congreso del Partido, aunque aún persistan la dependencia del comercio exterior, el bloqueo y otros lastres internos.
El desafío, ahora, es hacer del trabajo la llave para desatar las fuerzas ocultas en el alma y las neuronas de ese capital humano.