Cuando Fidel Castro anunció la victoria del pueblo cubano el 1º de enero de 1959, habían pasado tan sólo 15 años desde el salvaje bombardeo de Hiroshima y Nagasaki por Estados Unidos. Esta atrocidad marcó el paso a esa potencia de la barbarie inhumana de la Segunda Guerra Mundial: a partir de aquel bombardeo atómico […]
Cuando Fidel Castro anunció la victoria del pueblo cubano el 1º de enero de 1959, habían pasado tan sólo 15 años desde el salvaje bombardeo de Hiroshima y Nagasaki por Estados Unidos. Esta atrocidad marcó el paso a esa potencia de la barbarie inhumana de la Segunda Guerra Mundial: a partir de aquel bombardeo atómico se ha documentado que, en su insaciable codicia por lograr la dominación del mundo, ha asesinado a más de 20 millones de personas en 37 países. Innumerables invasiones criminales han tenido lugar alrededor del mundo, como sucedió en Corea y Vietnam, y en la intervención militar de Playa Girón, derrotada por Cuba en menos de 72 horas. Tales actos imperialistas constituyen reminiscencias de la política exterior incivilizada de la crueldad de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué habría ocurrido en Cuba y América Latina si la revolución dirigida por Fidel Castro no hubiese derrotado la incursión de Estados Unidos en Girón?
Así como Washington aumenta continuamente su extralimitación imperial económica y militar, su actual diplomacia internacional de cañonera está respaldada por más de 800 bases militares (de la gigante «Pequeña América» a estaciones de radar menores), prácticamente en todo el mundo, incluyendo Guantá namo. Esta política exterior y mucho más, incluido el creciente uso de Internet como un nuevo camino hacia cambios de régimen (por ejemplo, en Cuba, particularmente desde 2014), es el alimento diario básico de arrogantes amenazas, de una agresión criminal y de una cínica injerencia por parte de Estados Unidos. Ello ocurre a diario, en muchas ocasiones por medio de los estados aliados, como el continuo y lento genocidio contra el pueblo palestino por parte de Israel. La violación de la soberanía de los países y el derecho internacional establecido en la postguerra ocurre prácticamente sin ninguna protección, en medio de la crisis de Naciones Unidas. El bloqueo contra Cuba es un caso de impunidad flagrante. Los pueblos del mundo, como el cubano, sólo pueden apoyarse en sus propias fuerzas y en pueblos y naciones progresistas del mundo que luchan por mantener un mundo multipolar y resistir a la dominación estadounidense.
La Revolución cubana ha frenado los Estados Unidos durante 60 de los 75 años transcurridos desde la inauguración de la «nueva era», de la barbárica época posterior a la Segunda Guerra Mundial. Este período, de una crueldad extrema, pasó de Europa y Asia oriental a Estados Unidos, a sólo 90 millas de las costas de Cuba. Pensar en esta realidad histórica y geopolítica mientras pueblos en cada rincón del planeta, refleja hoy la importancia histórica del 60º aniversario.
Bloqueo genocida
Se puede afirmar que la Revolución Cubana ha resistido al Imperio durante casi todo el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, y que el Imperio es el sucesor de la crueldad incomparable presenciada durante dicha contienda, la que, de una u otra forma, siempre ha estado presente en las puertas de Cuba. Este orden mundial histórico posterior a la Segunda Guerra Mundial acarrea consecuencias adicionales en la medida que éstas conciernen a América Latina y el Caribe. Las características adicionales provienen de la pesadilla estadounidense que consiste en percibir una amenaza constante de rebelión latinoamericana en contra del colonialismo y del imperialismo, en la senda abierta desde los tiempos de Bolívar y Mart í, en el siglo XIX. Así, Estados Unidos ha montado un garrote particularmente cruel en contra de Cuba −dirigido también por su influencia no sólo en toda la región al sur del Río Grande, sino en el mismo corazón de las entrañas del monstruo, como llamó Martí a Estados Unidos, país donde vivió gran parte de su exilio político, y trabajó. Las draconianas medidas adicionales, impuestas a Cuba apenas un año después del triunfo de 1959, sólo pueden calificarse de genocidas. Genocidio es el bloqueo estadounidense como lo es EE.UU. en sí mismo, que lo ha definido como tal, aun cuando por supuesto no utiliza la palabra «genocidio». Mientras su bloqueo busca involucrar a todas las naciones, su objetivo explícito fue establecido en 1960 con el fin de doblegar al pueblo cubano con la práctica de « provocar el desengaño y el desaliento mediante la insatisfacción económica y la penuria.»
Los efectos del despiadado bloqueo, especialmente desde la implosión de los aliados cubanos (el bloque soviético) hace cerca de 30 años −casi la mitad de la vida de la revolución-, han sido devastadores. Por encima de los problemas derivados de las lagunas propias de Cuba, cada día en la vida de la familia cubana o de los individuos es afectado por el bloqueo como principal obstáculo para lo que debería ser su desarrollo económico normal.
El transporte recuerda a diario el bloqueo. La adquisición y la preparación de alimentos constituyen otros desafíos para la inmensa mayoría del pueblo cubano. Las drásticas limitaciones a las renovaciones de vivienda, incluyendo a menudo frustrantes y anticuadas instalaciones de plomería y electricidad, son otras expresiones del bloqueo de Estados Unidos a Cuba. Los servicios de salud se encuentran privados de productos farmacéuticos y de equipos hospitalarios estadounidenses. Incluso la educación, que puede ser vista como un bien «no material», se ve afectada, por ejemplo, por la necesidad de importar de tierras lejanas el papel necesario para los materiales escolares, como libros.
Sin embargo, la inmensa mayoría de los cubanos no se ha entregado −y no se rinde− ante Estados Unidos, ante el guion de Washington. A los 60 años, la Revolución cubana permanece tan firme como lo fue en su infancia, en el período 1959-1961.
Venezuela en el punto de mira de EE.UU.
Sin embargo, en este 1º de enero de 2019, día histórico para el mundo, se debe reconocer que nunca podrá descartarse una política más agresiva de Estados Unidos contra la Revolución Cubana. ¿Habría que descartar acciones militares abiertas? Tras la caída del bloque soviético y del endurecimiento planificado del bloqueo de Estados Unidos, que también lo hizo extraterritorial en Europa, en los años 90 Estados Unidos lanzó un ataque decisivo.
Poco después, y con la esperanza de derrotar a Cuba de una vez por todas, Estados Unidos puso en su punto de mira al más cercano e importante aliado de Cuba, Venezuela. La Revolución Bolivariana, encabezada por Hugo Ch á vez, emergió al final de 1998 después de la derrota de 1989-1991 del socialismo europeo, como la mayor repuesta en América Latina, y de hecho, en el mundo. Esto sucedió además en lo que Estados Unidos considera su «patio trasero». Cuando el socialismo y la revolución debían fenómenos obsoletos, en diciembre de 1998 Ch á vez completó el primer paso de una larga lucha, en una Venezuela resiliente hacia la revolución. Podría decirse metafóricamente que el periodo 1998-1999 constituye «el 1º de enero de 1959″ de Venezuela. Estados Unidos nunca aceptó la nueva revolución bolivariana de Caracas, puesto que nunca se tragó la píldora, amarga para él, de la Revolución cubana. Este fue aún más el caso dado que, inmediatamente después de 1989, Venezuela se convirtió en un estrecho aliado político y económico de Cuba, con base en el beneficio y el respeto mutuos.
En su cinismo político extremo, mientras Estados Unidos tramaba una «apertura» hacia Cuba durante un año y medio antes de hacerla pública en diciembre de 2014, tan sólo tres meses más tarde, en marzo de 2015, el mismo Washington declaró a Venezuela «una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos». Esta desdeñosa política maquiavélica, característica de su centenaria crueldad, dio lugar a la imposición de sanciones a los aliados de Cuba, diseñadas para obstaculizar y, por supuesto, para estrujar a Cuba con el afán de someterla. Esta política de 2015 de Estados Unidos hacia Venezuela preparó además el camino para justificar una posible intervención militar de Estados Unidos con el propósito de poner fin a la «pesadilla latinoamericana» hecha realidad en la Revolución Bolivariana.
No obstante, Cuba ha sido −y sigue siendo− heroicamente resistente, incluso bajo estas nuevas condiciones desfavorables, mientras además viene desarrollando nuevas relaciones económicas y comerciales con otros países. Se niega a arrodillarse ante la nación más poderosa de la tierra, y ha mantenido esa actitud durante 60 años. Es un hecho universalmente reconocido que Cuba, Fidel Castro, su legado y seguidores de hoy han enfrentado a Estados Unidos en defensa de la soberanía nacional. Ya sea que se ame o que se odie, no hay forma de escapar a este hecho histórico. Los revolucionarios cubanos se han ganado su buena reputación con sangre, sudor y lágrimas y merecen por tanto el pleno apoyo de todas las personas amantes de la justicia en el mundo. A Cuba le hacen faltan muchos bienes materiales. Sin embargo, la gran mayoría del pueblo cubano, tanto individual como colectivamente, se beneficia de la bendición obtenida por su ardua lucha, de algo que nos hace falta en los países capitalistas: ¡dignidad! El honor no puede florecer en el occidente capitalista e imperialista que propugna la guerra, la agresión y la injerencia en nombre de los derechos humanos, mientras niega la democracia a estos países. La dignidad en el occidente capitalista se construye tan sólo de abajo hacia arriba, en el desafío al capital y al Imperio, cuyas guerras llevan vergüenza y deshonor a los pueblos de las naciones asediadas.
Como resultado de mantener su soberanía a toda costa, Cuba puede elaborar sus propios planes políticos, económicos, sociales, culturales y en otras esferas, sobre la base de sus propias necesidades y sus criterios. Desde 1959 y durante seis décadas, a lo largo de vueltas y revueltas, decepciones y éxitos, esto es lo que Cuba ha venido haciendo. Cada paso importante hacia el cambio de políticas lo hace con la plena participación del pueblo. A pesar del estereotipo proyectado en Occidente, no hay ningún país en el mundo comparable con Cuba, si se trata de caracterizarlo a través del debate.
La cultura política del debate
Esta cultura política del debate está tan arraigada en la sociedad cubana que forma parte inseparable del paisaje político. Los cubanos hablan y debaten abiertamente acerca de la vida política. Es una forma de vida en la isla. Esta tradición se remonta a la segunda mitad del siglo XIX, cuando los cubanos, bajo la ocupación española, discutían y votaban por los miembros de las cuatro asambleas constituyentes, que dieron lugar a cuatro Constituciones de una Cuba en combate armado por su independencia. Ello comenzó hace más de 150 años, al mismo tiempo que Estados Unidos −principal detractor de la actual reforma constitucional de Cuba− tenía aún una Constitución del siglo XVIII, escrita a puertas cerradas por un puñado de esclavistas y unos cuantos ricos.
Cuando, el 1º de enero, hace sesenta años, ganó la Revolución, Fidel apareció en un histórico balcón de la ciudad de Santiago de Cuba para dirigirse a la multitud de manera interactiva. De hecho, desde aquel día, Fidel ha contribuido a la resurrección de la cultura política del debate, mantenido hasta entonces en gran medida en el fundo de la dominación colonial estadounidense, aparte de algunos períodos cortos, por ejemplo, cuando tuvo lugar el levantamiento revolucionario en la década de 1930 y cuando se aprobó la Constitución de 1940.
La cultura política del debate, tal como ha sido mutuamente promovida desde 1959 por los nuevos dirigentes y los humildes a favor de estos últimos, fue muy bien captada por el Che Guevara:
«En las grandes concentraciones públicas se observa algo así como el diálogo de dos diapasones, cuyas vibraciones provocan otras nuevas en el interlocutor». Destacando cómo el pueblo participaba en la toma de decisiones, Guevara recuerda además: «Fidel y la masa comienzan a vibrar en un diálogo de intensidad creciente hasta alcanzar el clímax en un final abrupto (…)». Admite que «para quien no viva la experiencia de la Revolución», es algo «difícil de entender», refiriéndose a «esa estrecha unidad dialéctica existente entre el individuo y la masa, donde ambos se interrelacionan». Fiel a la valoración del desempeño del individuo, Guevara concluye que «la masa, como conjunto de individuos, se interrelaciona con los dirigentes».
El más reciente ejemplo de esta cultura política del debate, quizá uno de los más extraordinarios desde 1959 (aun cuando eso nunca se sabe al apoyarse en la prensa corporativa de Occidente), acaba de ocurrir. Los debates tuvieron lugar del 13 de agosto al 15 de noviembre de 2018, con el fin de revisar el Proyecto de renovación de la Constitución cubana de 1976. En todos los centros de trabajo, instituciones educativas y barrios se sugirieron cambios importantes. Uno de los más significativos para muchos cubanos es la cuestión del término «comunismo». Éste fue originalmente contenido en la Carta Magna de 1976 como meta del proceso revolucionario, pero fue eliminado en el nuevo Proyecto. Vino otra vez como resultado de la discusión pública, como una expresión colorida de la cultura del debate político de Cuba, tan arraigada que ninguna fuerza puede sofocar. La batalla de ideas fue librada fundamentalmente por blogueros y escritores revolucionarios y, sobre todo, por las masas, en la base de la sociedad.
¿De la democracia participativa hacia la protagónica?
Resumiendo los cambios, la Constitución de 1976 fue así redactada: Los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista. El Proyecto presentado al pueblo para su debate y aportes, después de la reunión del Parlamento en julio de 2018 fue redactado así: Organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia la construcción del socialismo. El final fue adaptado así en diciembre de 2018, teniendo en cuenta el debate y los aportes de los ciudadanos: hacia la sociedad socialista y comunista.
Este último cambio en el artículo 5º no es un asunto menor. Cuando el pasado mes de julio de 2018 se dio a conocer la noticia, en cuanto a que el Proyecto había eliminado la palabra «comunismo», la prensa internacional en Occidente gritó victoria: «¡Cuba elimina la palabra comunismo!» Sin embargo, la idiosincrasia de la cultura política del debate de Cuba apagó la euforia y, a la vez, voló en pedazos el continuo terrorismo mediático, a saber, que «el comunismo es impuesto desde arriba». Como un vuelco poético del destino, llegó desde la base. Mientras que los debates se organizaron desde ella y brindaron la posibilidad a cada ciudadano de expresar y argumentar sus respectivas opiniones, se tenía que ser muy pro-activo para elevar la controversia del «comunismo». Después de todo, el Proyecto fue propuesto por todo el liderazgo y el Parlamento cubano. Así, esta última experiencia en la democracia cubana pasó de la democracia participativa a la democracia protagonista que, en mi opinión, es una forma cualitativamente superior de democracia participativa. No es la primera vez que, en la experiencia única de consulta de Cuba, los cambios radicales provienen de los sectores populares. Sin embargo, este debate acerca del «comunismo», observado en todo el mundo, forma parte de una clase propia. Así, muy convenientemente, en vísperas de la celebración del 60º aniversario de la Revolución Cubana, tiene lugar un homenaje a la Revolución y a su arquitecto, Fidel.
Ahora que, con el legado de Fidel, la Revolución cubana ha recargado las baterías del debate e intercambios, está preparada para confrontar todos los intentos actuales por parte de la barbarie del Norte y sus aliados para dividir al pueblo y a los dirigentes de los Consejos de Estado y Ministros, y denigrar del Presidente Díaz-Canel. Este desesperado intento de saboteo del movimiento de renovación, basado en principios, será derrotado por un Sí rotundo en el referéndum del 24 de febrero y por un voto de confianza hacia el nuevo liderazgo cubano de Miguel D í az-Canel.
No hay fuerza en la Tierra capaz de sofocar la cultura de debate político de Cuba. Ésta puede derrotar cualquier campaña de desinformación y de división liderada por Estados Unidos.