Aunque hasta el domingo no sabremos los resultados, sí podemos afirmar ya que confirmarán la vuelta al bipartidismo y, por tanto, el regreso a la estabilidad del modelo político que constituye, junto a la monarquía y a la visión de España como «una y grande» (frente a la propuesta, también enraizada en la Historia, del […]
Aunque hasta el domingo no sabremos los resultados, sí podemos afirmar ya que confirmarán la vuelta al bipartidismo y, por tanto, el regreso a la estabilidad del modelo político que constituye, junto a la monarquía y a la visión de España como «una y grande» (frente a la propuesta, también enraizada en la Historia, del estado español como federación o confederación de pueblos-naciones), uno de los tres pilares básicos de la Segunda Restauración Borbónica. Que es el régimen político en que vivimos, por voluntad de aquel cuyos restos acaban de ser exhumados en Cuelgamuros y por aceptación, para muchos pasiva o forzada, de la ciudadanía al incluirse en el paquete indivisible de la Constitución votada en 1978.
Al desprestigio de la institución monárquica (encarnada en un Juan Carlos I ahogado por escándalos financieros y personales) las fuerzas fácticas del Sistema reaccionaron hábilmente, empujando al rey a la abdicación para sustituirlo por su heredero (sin la mala imagen del padre), con lo que se remontó la crisis de la Corona. Pero permaneció abierta la crisis del bipartidismo dinástico de la alternancia, que es el modelo que la sustenta y que ya caracterizó a la Primera Restauración (la de los años 1876 a 1931): dos partidos hegemónicos muy fieles a la monarquía, ideológicamente muy cercanos en lo fundamental (en la defensa de esta y del modelo económico-social) aunque enfrentados en algunos ámbitos y pugnando por los puestos políticos: «conservadores» y «liberales» en los reinados de Alfonso XII y XIII, y «populares» y «psocialistas» en los de Juan Carlos I y Felipe VI.
La crisis financiera -en realidad una crisis general de reproducción del Sistema- que se hizo presente en 2008 y el cuestionamiento en las calles del régimen político bipartidista por el movimiento del 15M –«PSOE y PP la misma m… es» y «Lo llaman democracia y no lo es»– propiciaron la emergencia de un partido con iniciales planteamientos radicales que llamaba «casta» a todos los políticos del régimen y se desmarcaba de este. Fue el primer Podemos, que con su enmienda a la totalidad suscitó la lógica alarma y animadversión en aquellos. Una alarma que sería prontamente atenuada por la auto-enmienda del nuevo partido, empeñado en adoptar la estrategia política que durante décadas habían tenido, con nulo éxito en cuanto a sus resultados, el PCE e IU: primero tratar de competir con el PSOE para representar el brazo izquierdo del régimen (mediante el denominado sorpasso) y luego, frustrado este objetivo, intentar ser admitido como socio secundario co-gobernante.
Pronto aparecería, se dijo que patrocinado por entidades del Íbex35, el que sería denominado «Podemos de derecha», el partido Ciudadanos, para ofrecer un recambio al electorado de derechas que se alejaba del PP por su corrupción generalizada y su imagen casposa. Un partido que ha repetido, con aun mayor torpeza, un camino equivalente al de Podemos.
Más allá de hasta qué punto se reflejen en la realidad lo que profetizan unas u otras encuestas -todas ellas a gusto de quien las paga-, tres cosas pueden ya afirmarse en cuanto a los resultados. La primera es el regreso del bipartidismo PSOE-PP. La suma de votos de los dos partidos volverá a superar de forma holgada la mayoría absoluta. De nuevo, los dos partidos, a la vez hermanos y en competencia, serán claramente hegemónicos, con pequeños partidos-satélites a su alrededor aspirando a ser admitidos por aquellos, si es que los necesitan. Lo más relevante del 10-N será esto y no la suma de los supuestos bloques de derecha y «de izquierda» (?). Con lo que el bipartidismo de la alternancia habrá remontado su crisis, al menos por el momento. Las excepciones de Cataluña y de Euskadi serán evidentes, pero esto ha ocurrido desde las primeras elecciones democráticas como reflejo del permanente «problema territorial».
La segunda constatación, sin duda preocupante, es que el único cuestionamiento global, a nivel estatal, del régimen político estará representado por Vox, aunque con una alternativa ultraderechista que empeoraría las cosas y nos metería en el túnel del tiempo.
La tercera es que Andalucía, a pesar de elegir 61 diputados, seguirá siendo la gran ausente en el parlamento. Su nombre será apenas pronunciado a lo largo de la legislatura y sus problemas específicos (sus «dolores» como los llamaba Blas Infante) apenas llegarán, si es que llegan, a los debates. Nuestra subalternidad política será ratificada. Y es que mientras no volvamos a demostrar, como en aquel 4-D de 1977, que Andalucía está viva, no se nos tendrá en cuenta más que como granero de votos. Fuera de las urnas, el próximo primer domingo de diciembre tendríamos la ocasión de hacerlo.
Isidoro Moreno es catedrático emérito de Antropología
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