Como joven profesor y cuadro universitario, pienso que uno de los componentes fundamentales de la experiencia universitaria para los estudiantes debe ser la confrontación de opiniones y vivencias distintas a las suyas. Considerar posturas contrarias o alternativas es la única manera en la que se puede evaluar críticamente, afianzar, matizar o descartar sus propias creencias […]
Como joven profesor y cuadro universitario, pienso que uno de los componentes fundamentales de la experiencia universitaria para los estudiantes debe ser la confrontación de opiniones y vivencias distintas a las suyas. Considerar posturas contrarias o alternativas es la única manera en la que se puede evaluar críticamente, afianzar, matizar o descartar sus propias creencias y convicciones.
La universidad es una suerte de laboratorio social en el que, durante cuatro o cinco años, los estudiantes experimentan con el mundo. El profesor que presenta un pseudo-mundo singular y homogéneo, cuando el mundo real es infinitamente plural, está mutilando intelectual y emocionalmente a sus estudiantes, pues les amputa la capacidad de lidiar racionalmente con una sociedad llena de diferencias. Está formando discapacitados cívicos.
«Considerar una postura» no significa asumirla como propia, sino aceptar que existe y que no es errónea a priori, aunque al examinarla resulte estar profunda e irreparablemente equivocada. El profesor que presenta una única Verdad, absoluta, opuesta a un espectro infinito de posibilidades -al que a su vez tacha de errores, fuera del alcance de dudas y cuestionamientos-, priva a sus estudiantes de la capacidad de establecer un desacuerdo inteligente. También está formando discapacitados cívicos.
Pero quizás lo más importante que deben aprender los estudiantes universitarios es que ese que no está de acuerdo conmigo, ese que defiende una idea contraria o diferente a la mía, es tan humano como yo, con sus propias vivencias y experiencias, las cuales quizás no puedo ni comenzar a imaginar. La reducción del Otro a categorías como «contrarrevolucionario», «traidor», «mercenario», «vendepatria» o, en el sentido contrario, «comunista» (cuando se usa en sentido peyorativo) o «arrastrado», dibuja un mundo en blanco y negro hipersimplista que sólo existe en la mente de algunos.
Creo, dado que el propósito de estas categorías es aniquilar todo atisbo de empatía, que la reducción del Otro nos mutila también como seres humanos, pues es la empatía la que, evolutivamente, nos ha permitido construir grupos y sociedades, la que me permite existir como el ser social en el que tanto enfatiza el marxismo.
En mi opinión, la Universidad tiene la responsabilidad social de garantizar que su claustro refleje fielmente la pluralidad del mundo. ¿Acaso uno de los logros de la Reforma Universitaria no fue transformar la Universidad de «torre de marfil» a institución social, comunitaria, inclusiva?
El profesor universitario, por su parte, tiene la obligación moral de garantizar la confrontación de ideas y posturas, el desacuerdo inteligente, y de favorecer el intercambio mismo por encima de cualquier ideología particular. La razón es simple: al defender una ideología por encima de otras, el profesor nunca va a convencer a todos los estudiantes; pero convencidos y no convencidos tendrán que vivir en el mismo mundo y funcionar en la misma sociedad.
Tanto los cubanos que hoy atacan encarnizadamente al gobierno como los más incansables defensores de la Revolución nacieron, crecieron y aprendieron a pensar y a hablar en la misma sociedad. ¿No somos todos productos del mismo país, del mismo sistema de educación? Y, aun así, yo me deprimo cada vez que me tropiezo en Internet con algún «debate» entre defensores y detractores de la Revolución cubana.
En mi limitada experiencia, nunca he visto uno que merezca el nombre de debate, nunca una conversación donde ambas partes reconozcan la humanidad del Otro, nunca una confrontación de ideas; siempre una metralla de ataques personales, provenientes de ambos bandos, deshumanizantes y tristemente improductivos. En eso se convierte la mayor parte de las veces una conversación dominada por discapacitados cívicos, personas incapaces de convivir en un mundo plural, incapaces de desechar la creencia de que su opinión es La Verdad, incapaces de reconciliarse con el hecho de que hay quien piensa diferente.
Esa discapacidad cívica, esa falta de empatía, es la matriz en la que se gestan el racismo, la homofobia, la xenofobia, la misoginia, y es estremecedor pensar que la Universidad tenga algo de culpa en eso. Personalmente, me doy a la tarea de asegurar que mis estudiantes sepan que el mundo está lleno de ideas distintas, que cuestionar sus propias ideas no debería causarles ansiedad ni miedo; de asegurar también que tengan las herramientas para diseccionar y evaluar cualquier idea, incluyendo las mías y las suyas propias, y para expresar su desacuerdo de manera inteligente y productiva. El resultado será siempre una sociedad más fuerte, más saludable, que se conoce mejor y está más segura de sí misma.
Eso sí, hago un esfuerzo consciente por no imponerles jamás mi ideología. Es mi manera de luchar contra la discapacidad cívica y no pienso renunciar por ello a ser profesor universitario.
Con estas ideas, no es mi intención sumarme a los ataques en redes sociales de los que ha sido víctima la funcionaria en los últimos días, a partir de su polémica intervención y especialmente por este fragmento: «El que no se sienta activista de la política revolucionaria de nuestro Partido, un defensor de nuestra ideología, de nuestra moral, de nuestras convicciones políticas, debe renunciar a ser profesor universitario». Por el contrario, deseo que mi opinión sea recibida en el espíritu del debate abierto y saludable que debe caracterizar una sociedad con aspiraciones democráticas.
Nota:
El pasado 14 de agosto, con el título «Ser profesor universitario«, fueron publicadas en el sitio web del Ministerio de Educación Superior unas reflexiones de la Viceministra DraC. Martha del Carmen Mesa Valenciano en las que exponía las que, a su ver, son las cualidades que deben caracterizar a un profesor universitario.
Lic. Ernesto Wong García es Jefe del departamento de Francés-Portugués-Japonés de la Facultad de Lenguas Extranjeras en la Universidad de La Habana.
Fuente: http://progresosemanal.us/20190822/temamos-a-la-discapacidad-civica-no-a-la-salud-del-debate/