Este mes se cumple el centenario de la Asamblea Andalucista de Córdoba, que venía a continuar la anterior Asamblea de Ronda y a ratificar el contenido del Manifiesto publicado el día primero de ese año 1919, conocido como «Manifiesto de la Nacionalidad». A nivel internacional, recién acabada la Primera Guerra Mundial, estaba en pleno auge […]
Este mes se cumple el centenario de la Asamblea Andalucista de Córdoba, que venía a continuar la anterior Asamblea de Ronda y a ratificar el contenido del Manifiesto publicado el día primero de ese año 1919, conocido como «Manifiesto de la Nacionalidad». A nivel internacional, recién acabada la Primera Guerra Mundial, estaba en pleno auge la «doctrina Wilson» (nombre del presidente de Estados Unidos de América) sobre el derecho de autodeterminación de todos los pueblos y la necesaria construcción de una Sociedad mundial de Pueblos-Naciones. Y los parias de la tierra, los proletarios de toda Europa, veían con esperanza la toma del poder en Rusia por parte de los soviets. En lo que afecta al estado español, era muy profunda la crisis político-institucional, la descomposición del régimen de la Primera Restauración Borbónica, con su turnismo de partidos cimentado en el caciquismo y la corrupción. Y en Andalucía a esto se agregaba una crisis social que tenía a muchas comarcas y pueblos al borde del estallido insurreccional por la situación insostenible de las masas jornaleras. Eran las «agitaciones campesinas», como las llamara Díaz del Moral.
En este contexto andaluz, estatal e internacional, tuvieron lugar, con protagonismo central de Blas Infante, las Asambleas «regionalistas» de Ronda, en enero de 1918, y de Córdoba, en marzo de 1919, y se publicó, el 1 de enero de este mismo año, el «Manifiesto». Para el movimiento andalucista -o al menos para su sector más numeroso e influyente- estos tres hitos fueron decisivos para su rotunda afirmación soberanista y de izquierda. Podía leerse en el Manifiesto: «Sentimos llegar la hora suprema en que habrá de consumarse definitivamente el acabamiento de la vieja España… Declarémonos separatistas de ese Estado que, con relación a individuos y pueblos, conculca sin freno los fueros de la justicia y, sobre todo, los sagrados fueros de la libertad… Ya no le vale resguardar sus miserables intereses con el santo escudo de la solidaridad o de la unidad que dicen nacional…«
Tanto en ese texto como en los acuerdos de la Asamblea cordobesa se asume el proyecto de Constitución Andaluza de Antequera, de 1883, respaldado ahora por el principio wilsoniano del derecho a la autodeterminación, y se proclama a Andalucía como «realidad nacional» que habría de constituirse en democracia soberana y autónoma, abierta a pactos (con)federales con otros pueblos de Iberia. Y esta proclamación no se hace solo sobre la base de un hecho cultural diferenciado, que se reconoce, ni solo porque «su personalidad se destaca hoy más poderosamente que la de ninguna otra nacionalidad hispánica» sino, sobre todo, «porque una común necesidad invita a todos sus hijos a luchar juntos por su común redención». De ahí que se defina a Andalucía como «una patria viva en nuestras conciencias» y se planteen medidas concretas transformadoras -si no revolucionarias- como una reforma agraria que modifique en profundidad la estructura de propiedad de la tierra, la recuperación de las tierras comunales y de propios desamortizadas y privatizadas a lo largo del siglo XIX para hacer posible un municipalismo regenerador, la extensión de la formación, la educación y la cultura, la separación de Iglesia y Estado y el poner fin a la discriminación de la mujer, entre otras. Es en este contexto cuando aparece el grito, inquietante para los poderosos, de ¡Viva Andalucía Libre!
«¡Arriba los corazones! ¡No emigreis, combatid! La tierra de Andalucía es vuestra… Vuestra redención es la de la patria nuestra…» El llamamiento, siendo al conjunto de la sociedad andaluza, va dirigido muy principalmente a los obreros y las clases populares y deja claro el carácter inequívocamente de izquierda del nacionalismo andaluz. Otra cosa es la indefinición que proliferaría luego, en la llamada Transición Política y durante la actual Segunda Restauración, entre algunos que tomaron el nombre de «andalucistas». Otros se pusieron las etiquetas de «socialistas» o de «populares»… igual de impúdicamente.
Cien años después del Manifiesto y de la Asamblea de Córdoba, el mundo es, sin duda, muy diferente al de entonces pero Andalucía continúa teniendo problemas no menos graves que aquellos. Seguimos en una situación prácticamente colonial, con una economía extractivista al servicio de intereses ajenos, una subordinación política a pesar de la supuesta «autonomía» que nominalmente tenemos, y una alienación cultural que nos paraliza. La visión soberanista y de izquierda de aquellos andalucistas ¿no podría señalar un camino para encarar hoy nuestros problemas?
Isidoro Moreno. Catedrático Emérito de Antropología Miembro de Asamblea de Andalucía
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