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¿Quién ha conspirado contra Siria?

Fuentes: Al-Jumhuriya

El Estado asadiano no será recordado, cuando desparezca, por sus grandes hazañas que, en cualquier caso, nunca fueron reales. Tampoco será recordado solo por sus múltiples males. Más bien, será recordado en primer lugar por la ingente tergiversación de la que hizo gala durante mucho tiempo, sobre todo, al menos hasta el momento, durante esta […]

El Estado asadiano no será recordado, cuando desparezca, por sus grandes hazañas que, en cualquier caso, nunca fueron reales. Tampoco será recordado solo por sus múltiples males. Más bien, será recordado en primer lugar por la ingente tergiversación de la que hizo gala durante mucho tiempo, sobre todo, al menos hasta el momento, durante esta grandiosa revolución.

Para ilustrar esto, cabe señalar que, al inicio de la revolución, se difundió la idea de que la economía siria era independiente, especialmente de los imperialismos occidentales que no podían hacer con ella lo que querían. También se afirmaba que la economía era competente, sostenible y con capacidad para desarrollarse, sin apenas déficit, pues había acumulado una base industrial sólida. Dicho rumor fue la clave sobre la que se erigió la idea de la conspiración, en la que el régimen sirio se basó para legitimar su salvaje respuesta contra la revolución: todo independiente, como él, debía ser aplastado. Dicha conspiración vendría impulsada por fuerzas del mal que pueden ser occidentales para algunos nacionalistas árabes, o imperialistas para una izquierda a la que no importa que se lancen barriles explosivos contra los barrios residenciales, o incluso cruzadas e infieles en la cosmovisión de la lucha de civilizaciones que se retrotrae mil años o más en el tiempo.

Para demostrar que todas estas ideas son puro dogma y no guardan relación alguna con la realidad, debemos aclarar que la naturaleza económica del régimen sirio y los intereses de sus promotores y saqueadores no se contradice con la naturaleza de los intereses de las grandes potencias que, según la propaganda contrarrevolucionaria, son enemigas del régimen establecido y buscan acabar con él. Por el contrario, la revolución cortó el camino por el que Siria discurría hacia la integración acelerada en el sistema capitalista global, que expresaba las aspiraciones de desarrollo de Asad II tras terminar de gangrenarse la economía proteccionista e insuficiente de su padre.

El programa de sustitución de las importaciones

Por gangrena, nos referimos al hecho de que el régimen de Asad I implantó un modelo económico que posteriormente fracasó en la mayor parte de los países que lo aplicaron. La Siria asadiana, como la mayoría de países en desarrollo y recientemente independizados, trató de cimentar su independencia económica aplicando un programa de industrialización por medio de la sustitución de importaciones, con el objetivo de detener el drenaje de la reserva de divisas.

La idea, correcta, sobre la que se basaba este programa era que no se podía lograr el desarrollo sin producir o comprar energía y sin adquirir una tecnología avanzada del exterior. Todo eso no podía obtenerse más que por medio de divisas, que son siempre limitadas en los países en desarrollo. Por ello, debían conservarse las reservas de moneda extranjera, e incluso alimentarlas, para garantizar que se adquirían la energía y la tecnología avanzada necesarias. Para ello, debía evitarse gastar dichas reservas en la importación de productos de necesidad básica.

La alternativa era fabricar tales productos básicos en Siria, ya fuera mediante la creación de un sector público, ya por medio del apoyo al sector privado local, o bien combinando ambos para alcanzar los umbrales mínimos de capacidad industrial. Además de lograr un desarrollo económico que aportara al Estado recursos fiscales, este programa también tenía por objetivo llegar al nivel más alto de contratación posible, con la esperanza de que estas industrias se desarrollaran hasta alcanzar una etapa en la que se pudieran exportar excedentes. Con ello, se haría acopio de reservas de divisas para adquirir energía y tecnología de forma continuada y se lograrían niveles de desarrollo económico que elevarían el nivel de vida de los individuos en la sociedad, por fin, a la categoría de los países desarrollados.

Este programa surgió en los cincuenta del siglo pasado con la ola de liberación del colonialismo en el Tercer Mundo y demostró su éxito, inicialmente, mediante la gestión de una economía orientada a lo social: muchos países pudieron gastar en servicios públicos e infraestructuras, además de garantizar múltiples oportunidades de trabajo a los ciudadanos. Más aún, se les proporcionaron las necesidades básicas y se elevó su nivel de vida de una forma que casaba hasta cierto punto con las promesas y precios pagados por los movimientos de liberación y los partidos progresistas. El Estado intervino para someter la producción y la inversión a las necesidades sociales y no con afán de lucro en primera instancia. Esto convirtió al Estado en un escudo contra las fluctuaciones de precios y en un soporte para un desarrollo que habría sido probablemente inalcanzable sin el apoyo estatal: el Estado se endeudaba y asumía una parte de los costes implícitos en el desarrollo, en lugar de que lo hiciera el sector privado, que no iba a invertir si el Estado no le garantizaba un apoyo financiero y una protección frente a la competencia de un capital más competente en el exterior. En este período, se logró un salto cualitativo internacional en el nivel de vida que se veía, como muestra el gráfico 1, por ejemplo en el aumento progresivo de la esperanza de vida en los setenta en muchas regiones en desarrollo.

Sin embargo, el programa de industrialización contrario a las importaciones venía acompañado de autolimitaciones, debido a que se circunscribía principalmente al mercado nacional. En primer lugar, la producción de productos básicos que tenían una demanda limitada saturó el mercado local rápidamente. Podemos ilustrarlo de la siguiente manera: un aumento en los ingresos podía tener como consecuencia que el individuo duplicara con creces el consumo de servilletas de papel y comida enlatada, pero sería raro que llegara a multiplicarlo por diez. Por ello, las necesidades de productos básicos se saturaban pronto, y se acababa con la posibilidad de que el capital local se invirtiera de nuevo dada la insignificancia o inexsitencia de una cuota de mercado. A esto se une, y es lo más importante, que el programa proteccionista preservaba el formato de las relaciones capitalistas en lo que respecta a la explotación de la clase trabajadora y la acumulación de excedentes. Sin embargo, eliminaba la dinámica de la producción capitalista impidiendo la competencia, ya que el Estado imponía trabas arancelarias y repartía la producción entre distintas empresas. Probablemente en ese momento también se sufragaron algunos costes de contratación y equipamiento, de forma que el capital local adquirió importantes beneficios sin riesgos ni competencia alguna. En consecuencia, desapareció la necesidad de invertir de nuevo al garantizarse las ganancias. Esto impidió que se profundizara el capital de mercado, que es el paso hacia una industria dotada de una tecnología más avanzada, que busca reducir los costes y mejorar la calidad, y con la que se inicia una cadena de producción industrial, gradual, que se alimenta de la continua profundización del mercado, el desarrollo de la tecnología y el aumento de la calidad de los productos. Con ello, busca alcanzar unos niveles de competitividad internacional que garanticen la continua expansión de las exportaciones y, por tanto, el paso a un programa económico caracterizado por una capacidad de exportación que aumenta las reservas de divisas. Así, si una sociedad no produce una tecnología avanzada concreta, al menos tiene suficientes reservas para comprarla. La mayor parte de países desarrollados gozan de superávit comercial y financiero gracias a la base de las exportaciones de tecnología avanzada, y la mayor parte de los países en desarrollo se ahogan en el déficit comercial debido al valor reducido de sus exportaciones, si es que exporta algo, frente a la necesidad de importar tecnologías de alto valor.

La posible salida del hoyo

Construir una economía dinámica es un problema real y solucionarlo es una tarea difícil que exige, inevitablemente, la coordinación de los complejos esfuerzos de producción. Por ejemplo, la India y Brasil son dos países con grandes mercados interiores, y sin embargo, no llegaron a tiempo a la transición tecnológica, debido a que el Estado se endeudó mucho para apoyar la producción primaria local y comprar la energía y la tecnología a los precios establecidos en los mercados internacionales, sin alcanzar una cuota de producción de alto valor que aportara al Tesoro recursos o divisas suficientes. Este enorme coste conllevó una crisis de deudas soberanas; es decir, la incapacidad de muchos gobiernos en el mundo de pagar los créditos devengados en los ochenta, algo que vino acompañado de una rápida inflación y una devaluación de los tipos de las divisas. Esto marcó el inicio de las medidas neoliberales que aún hoy seguimos experimentando: la reducción del gasto gubernamental y la gestión del Estado según políticas financieras y monetarias conservadoras que permiten una estabilidad de precios que atrae inversiones del extranjero.

Muy pocos países han logrado la transformación tecnológica necesaria para realizar exportaciones de calidad. Entre ellos, destacan Corea del Sur y Taiwán, que lograron superar la tendencia que inclinaba al capital hacia la inversión de rápido beneficio y poco riesgo, mediante la creación de un sistema de estímulos para los capitalistas, con el objetivo de transformar las inversiones en inversiones de calidad a largo plazo, con consecuencias financieras para quien se opusiera a ello. No se puede decir que el éxito de esta experiencia en Corea y Taiwán se deba a la dictadura, pues las dictaduras en Brasil y Argentina no lo lograron. Al contrario: ambos regímenes se erigieron como un obstáculo frente a dichas transformaciones. Tampoco puede decirse que sea fruto de la democracia, pues el sistema democrático asentado en la India tampoco lo ha logrado. Este resultado requiere el establecimiento de un equilibrio muy preciso del poder de los capitalistas sobre la sociedad, ya sea bajo la sombra de la dictadura o la democracia, a fin de que aprovechen sus mejores oportunidades de ganancia dentro del programa de desarrollo basado en la una sostenibilidad de las exportaciones, cuya fuente sea el desarrollo tecnológico, que refuerce la base de la economía nacional y que eleve el nivel de vida.

Quizá las promesas garantizadas por el acceso a los productos de Corea y Taiwán al mercado estadounidense sean la mayor característica de ambos regímenes, y no tanto el poder dictatorial. De hecho, el autoritarismo colapsó en ambos países mientras se producía la aceleración industrial, de una forma similar a la implantación gradual de la democracia en Europa y EEUU, que llegó de la mano de la capacidad de la clase trabajadora de paralizar los ciclos de grandes ganancias mediante la huelga por la democracia a principios del siglo XXI. En lo que respecta a la dictadura, esta se limita a satisfacer los intereses de ciertos sectores capitalistas, de forma que se garanticen las ganancias y beneficios, y se active la economía con el objetivo de la estabilidad. Así, si quería empujar a estas empresas a algún tipo de estrategia, por ejemplo desarrollista, tenía que apoyarse en la movilización y el estímulo de las clases trabajadoras. Sin embargo, con ello, puso en riesgo la estabilidad de su poder. Siguiendo esta lógica, el dictador se asegura de restregar a toda una sociedad en el barro del retraso económico.

El asadismo llevó a Siria a lo profundo del hoyo

A la Siria de Asad I, como la mayoría de países en desarrollo gobernados por emperadores, también le pilló el toro, como a la India, Brasil y Argentina. De hecho, queda patente en el gráfico 3 aquí debajo que su déficit comercial en ese período de los ochenta era similar al de los cuatro países de la región que liderarían el proyecto neoliberal posteriormente, o que ya lo habían iniciado: Egipto, Marruecos, Túnez y Jordania.

Tal vez, el volumen del mercado interior sirio permitió a su régimen seguir con la experiencia proteccionista durante más tiempo que Túnez, que ya había comenzado a reforzar sus exportaciones cualitativamente como resultado de crisis previas; o quizá le proporcionó la capacidad de continuar con los excesos de su dictadura, frente al régimen de Jordania, que en ese período se vio obligado a una cierta apertura política; o también puede ser que la crisis de los precios del petróleo de 1973 y la fluctuación del dólar antes de ello, producieran mayor efecto en el régimen de Sadat que en el de Asad, y que, por ello, Sadat fuera uno de los primeros en subirse al tren del neoliberalismo que sigue aplastando bajo sus ruedas las pocas políticas sociales que quedan en el mundo.

Todas estas son diferencias circunstanciales y temporales, y no cualitativas. Asad I no era competente en realidad, sino que sobrevivía gracias a las ayudas que le proporcionaba la coyuntura de la guerra fría, en la cual la región era uno de los puntos más calientes de enfrentamiento. La diferencia entre él y los cuatro países neoliberales principales en la región es que se mantuvo en la órbita soviética enemiga, mientras que ellos se mantuvieron sistemáticamente en la órbita estadounidense. Cuando terminó esta guerra, Asad I, rey de los pragmáticos, se apresuró a interevenir en Hafar al-Batin en Kuwait para satisfacer a EEUU después de la caída de la Unión Soviética. En contrapartida, mantuvo su régimen a flote durante un tiempo hasta su muerte.

La Siria de Asad no se caracterizó por nada destacable, sino que prolongó un fracaso económico limitado durante el mayor tiempo posible.

El afortunado heredero

Asad II llegó en un momento en que había poco que obtener a cambio de nada pues las tensiones internacionales se habían relajado. Ya no había mercados cerrados protegidos por la Unión Soviética o China, y EEUU se afanaba en abrirlos, haciendo uso de la fuerza militar si era preciso. Iraq fue la excepción que confirmó la regla. La primera, la Unión Soviética, pasó a ser un mercado infiltrado en sí mismo, deficiente también en gran medida. La segunda, China, se transformó en una potencia capitalista emergente y temible en sí misma. Estos gobiernos no sociales, que se extienden a lo largo y ancho del globo terráqueo, no pueden entrar en ningún juego salvo el de someterse al capital mundial y ofrecer unas condiciones atractivas para la inversión. Así, este afortunado Asad se encontraba en una situación excepcional, pues además de haber heredado la «república», había heredado dicha «república» con superávit comercial gracias al aumento de los precios del petróleo desde finales de los noventa.

La excepcionalidad de su suerte le permitió seguir manteniendo a flote el sistema proteccionista y fuertemente autoritario de su padre, a pesar de que la necesidad de transformaciones estructurales en el sistema de producción social exigía un papel activo de la clase capitalista local, o al menos de un sector relevante de la misma, que lograra que el dictador cediera parte de su poder a las élites. Al principio, Bashar logró una lenta transformación neoliberal, manteniendo su dominio securitario, y evitando aumentar el empobrecimiento de los sirios. Así, se encargó de gestionar las luchas internas entre las élites en vez de participar en ellas. Cuando los cuatro neoliberales se perdieron en los préstamos externos, ya fuera de gobiernos o del mercado abierto, tal y como muestra el gráfico 5, Asad II decidió en 2002 saldar una pequeña parte de la deuda que había acumulado su padre en sus últimos años gracias a los réditos del petróleo y que, en su mayoría, eran ayudas adscritas a préstamos. Posteriormente, volvió a adquirir deuda externa en similares condiciones en 2007, con niveles que se acercaban de nuevo a los cuatro neoliberales. Sin embargo, la revolución le sorprendió antes de que acelerara la transformación estructural que ya había iniciado de facto.

Asad II siguió la lógica de la gradualidad y la transformación lenta que Asad I había dominado con habilidad para mantener su poder absoluto de la mejor manera posible, hasta que este se vio comprometido en los últimos meses antes de la revolución. A la luz de la debilidad cualitativa de este régimen y su incapacidad para imponer condiciones, pues más bien parecía estar listo para ceder ante cualquier parte exterior o interior, Asad se aferró a aquello que podía utilizar como carta de negociación en ausencia de toda otra capacidad de influencia. Líbano, con sus muchos defectos, tenía la desgracia de ser el vecino de Asad. La destrucción de los movimientos nacionales libanés y palestino durante la guerra civil en Líbano, la intervención a favor del fascismo libanés, e incluso el hecho de que asegurara la autoridad del régimen jordano previamente, eran logros que tanto Asad I como Israel podían atribuirse. Sin embargo, cuando fue a negociar con Israel, llevando en el bolsillo a Líbano y algunas facciones palestinas y kurdas, puso como condición a todo acuerdo que se le garantizara que mojaría sus pies en el lago Tiberiades, todo lo contrario a su descripción de los abusivos acuerdos firmados por Egipto, la OLP y Jordania. Su objetivo era que los sirios vieran en su paz con Israel una ganancia, pues no pagaría el precio de la rendición con el que podría perder algo de poder. Por su parte, Israel fue quien vio que Asad exageraba al estimar su precio en el mercado y «se lo cepilló», como suele decirs en Siria, pues no era preso de su situación interna, sino que su apertura respondía sin más al deseo de Netanyahu, durante su primer mandato, de incluir a Siria en el esquema. Con ello, pretendía detener las maniobras de Hussein y Arafat, que intentaban imponer condiciones a Israel, y apresurarse a encontrar una solución definitiva que incluyera a los refugiados palestinos. Era un éxito que creían que podían esgrimir frente las críticas, y era también más de lo que Israel había aceptado en los tratados de paz con cada uno de ellos, o al menos Netanyahu. La humillación, no obstante, se produjo con la visita de Faruk al-Sharaa[1] a Camp David tras la llegada de Ehud Barak al gobierno, donde fue reprendido por Clinton, como también lo fue Arafat.

Murió Asad I y Asad II heredó su poder sobre Líbano. La burguesía libanesa, que había vuelto a respirar tras la guerra civil bajo el liderazgo de Hariri, intentó alejarse gradualmente, ampliar su participación y acelerar su integración internacional más de lo que Asad II quería arriesgar. En ese momento, les declaró una guerra en la que no logró, a pesar de sus esfuerzos, conservar su reserva negociadora anterior. Posteriormente, volvió a Líbano por la puerta de la «resistencia» para mejorar su posición negociadora y aquí es importante recordar que quien ha adquirido experiencia en machacar a los sirios no va a oponerse, por conciencia, a los excesos cometidos contra libaneses y palestinos, ni debe presumirse que la resistencia de estos contra Israel tenía algún valor para él más que en la medida en que le beneficiara. En pleno apogeo de los falsos graznidos sobre el rechazo al imperialismo y la resistencia, y del discurso de Asad II sobre «los hombres y los medio hombres» tras la guerra de Líbano de 2006, este ya había vuelto a acumular deuda con el exterior y había empezado a acumular déficit comercial a pesar de la continua subida de los precios del petróleo que se había prolongado dos años más. También había comenzado su programa de privatización de los servicios públicos a una velocidad que lo situó en el puesto intermedio entre los cuatro neoliberales, adelantándose a Egipto y Túnez, además de Líbano, cuyo estado central y sector público no habían tenido un desempeño destacable.

Asad se quedó finalmente sin cartas fuertes de negociación, pues la amenaza de la resistencia había perdido relevancia después de que Obama hubiera dirigido mensajes conciliadores a Irán, líder del eje antiimperialista. Unos pocos meses antes del inicio de la revolución, el rey Abdalá ben Abdelaziz, de cuya virilidad se había dudado, había visitado Damasco, desde donde acompañó a Asad en su avión hasta Beirut con el objetivo de limar las asperezas con los líderes libaneses, volver a normalizar la relación con el régimen de Asad y anunciar su disposición para una total integración en un mundo regido por el capitalismo globalizado.  

¿Quién podría conspirar contra semejante régimen?

Quien todavía crea que existía un plan para acabar con Asad deberá explicarnos cómo iba a llevarse a efecto, ya que a día de hoy seguimos teniendo dudas. Del mismo modo, y antes que nada, deberá explicarnos a todos los que dudamos qué necesidad había de semejante plan.

Ahmad al-Shuli, Ex primer ministro de Siria.