Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Detención de Fevzi al-Junidi, tras los disturbios de Hebrón de diciembre de 2017. (Foto: Wisam Hashlamoun/Agencia Anadulu)
Era una tarde sombría y típicamente gélida de finales febrero en el pueblo de Beit Ummar, situado entre Belén y Hebrón. El clima no disuadió a los niños de la familia Abu-Ayyash de salir afuera para jugar y divertirse. Uno de ellos, con un traje de Spiderman, imitaba al personaje saltando ágilmente de un lugar a otro. De repente, se dieron cuenta de que un grupo de soldados israelíes se acercaban pesadamente a lo largo del camino de tierra. Al instante, sus expresiones pasaron de la alegría al temor, apresurándose a entrar en casa. No es la primera vez que reaccionan así, dice su padre. De hecho, se ha convertido en una pauta de conducta desde que Omar, de 10 años de edad, fue arrestado por las tropas israelíes en diciembre pasado.
El niño de 10 años es uno de los cientos de niños palestinos a los que Israel arresta cada año: las estimaciones oscilan entre unos 800 y 1.000. Algunos son menores de 15 años; algunos son incluso preadolescentes. Un mapa de los lugares donde se llevan a cabo estas detenciones revela un cierto patrón: cuanto más cerca está una aldea palestina de un asentamiento, tanto más probable es que los menores que allí residen acaben bajo vigilancia israelí. Por ejemplo, en la ciudad de Azzun, al oeste del asentamiento de Karnei Shomron, apenas hay algún hogar que no haya pasado por esa experiencia. Sus habitantes dicen que en los últimos cinco años, más de 150 alumnos de la única escuela secundaria de la ciudad han sido arrestados.
Omar Rabua Abu Ayyash (Foto: Meged Gozani)
En un determinado momento, había alrededor de 270 adolescentes palestinos en las cárceles israelíes. La razón más generalizada de su arresto -tirar piedras- no cuenta toda la historia. Las conversaciones con muchos de los jóvenes, así como con abogados y activistas de los derechos humanos, incluidos los de la organización de derechos humanos B’Tselem, revelan un cierto patrón, incluso cuando dejan abiertas muchas preguntas: por ejemplo, ¿por qué la ocupación necesita que los arrestos sean violentos y por qué es necesario amenazar a los jóvenes?
Varios israelíes, cuya sensibilidad se siente ofendida ante los arrestos de niños palestinos, han decidido movilizarse y luchar contra el fenómeno. En el marco de una organización llamada Padres Contra la D etención de Niños, sus aproximadamente cien miembros participan activamente en las redes sociales y organizan eventos públicos «para aumentar la conciencia sobre la escala del fenómeno y la violación de los derechos de los menores palestinos, así como para crear un grupo de presión que trabaje para poner fin a esta serie de hechos», según explican. Su público destinatario son otros padres, en quienes confían para que respondan con empatía a las historias de estos niños.
En general, parece que no faltan las críticas ante este fenómeno de las detenciones de menores. Además de B’Tselem, que supervisa el tema regularmente, también ha habido protestas en el extranjero. En 2013, UNICEF, la Agencia de las Naciones Unidas para los Derechos de la Infancia, denunció «los malos tratos a los niños que entran en contacto con el sistema de detención militar, [que] parece ser algo generalizado, sistemático e institucionalizado». Un informe elaborado un año antes por expertos juristas británicos, llegaba a la conclusión de que las condiciones a las que los niños palestinos son sometidos representan tortura, y hace apenas cinco meses, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa deploró la política de Israel de arrestar a niños menores de edad, declarando: «Hay que poner fin a todas las formas de abusos físicos o psicológicos a los niños durante los períodos de detención, tránsito y espera y durante los interrogatorios».
Arresto
Cerca de la mitad de los arrestos de adolescentes palestinos se llevan a cabo en sus hogares. De acuerdo con los testimonios, los soldados de las fuerzas ocupantes de Israel irrumpen típicamente en la casa en medio de la noche, capturan al joven buscado y se lo llevan (detienen a muy pocas niñas), dejando a la familia un documento que indica adónde se lo llevan y de qué cargo se le acusa. El documento está impreso en árabe y en hebreo, pero el comandante de las fuerzas por lo general completa los detalles solo en hebreo, luego se lo entrega a los padres que quizá no puedan entenderlo y no saben por qué se llevaron a su hijo.
La abogada Farah Bayadsi se pregunta por qué es necesario arrestar a los niños de esta forma en lugar de convocarlos para interrogarlos de manera ordenada. (Los datos muestran que solo el 12% de los jóvenes recibe citación para un interrogatorio).
«Sé por experiencia que cada vez que se le pide a alguien que se presente para interrogarlo, acude», señala Bayadsi. Participa de forma activa en la rama israelí de Defensa Internacional para los Niños, una ONG mundial que se ocupa de la detención de menores y la promoción de sus derechos.
«La respuesta que generalmente obtenemos», dice ella, «es: ‘Se hace de esta forma por razones de seguridad’. Eso significa que es un método deliberado, que no pretende llegar a un acuerdo con los jóvenes menores de edad, sino causarles un trauma de por vida».
En efecto, como la Unidad del Portavoz del ejército israelí le dijo a Haaretz como respuesta: «La mayoría de los arrestos, tanto de adultos como de menores, se llevan a cabo de noche por razones operativas y por el deseo de preservar una estructura ordenada de vida y ejecutar acciones específicas siempre que sea posible».
Alrededor del 40% de los menores son detenidos en la esfera pública, generalmente en el campo de incidentes relacionados con lanzar piedras a los soldados. Ese fue el caso de Adham Ahsun, de Azzun. En ese momento tenía 15 años y regresaba a casa desde una tienda de comestibles de la localidad. No muy lejos, un grupo de niños había comenzado a lanzar piedras a los soldados antes de salir corriendo. Ahsun, que no huyó, fue detenido y trasladado a un vehículo militar; una vez dentro, un soldado estuvo golpeándole. Algunos niños que vieron lo que sucedió corrieron a su casa para contárselo a su madre. Esta cogió el certificado de nacimiento de su hijo y corrió hasta la entrada de la ciudad para demostrar a los soldados que solo era un niño. Pero era demasiado tarde; el vehículo ya había partido y se dirigía a una base militar cercana, donde tendría que esperar a que le interrogaran.
Se supone, por ley, que los soldados deben esposar a los niños con las manos delante, pero en muchos casos se hace con las manos por detrás. Además, a veces las manos del menor son demasiado pequeñas para poder esposarlas, como dijo un soldado de la brigada de infantería Nahal a la ONG Breaking the Silence. En una ocasión, relató, su unidad arrestó a un niño «de unos 11 años», pero las esposas eran demasiado grandes para sujetar sus pequeñas manos.
La fase siguiente es el viaje: los jóvenes son trasladados a una base del ejército o a una comisaría en un asentamiento cercano con los ojos cubiertos por una franela. «Cuando tienes los ojos tapados, tu imaginación te lleva a los lugares más aterradores», dice un abogado que representa a los muchachos palestinos. Muchos de los arrestados no entienden el hebreo, por lo que, una vez empujados dentro del vehículo del ejército, quedan completamente aislados de lo que sucede a su alrededor.
En la mayoría de los casos, los jóvenes con los ojos vendados y esposados son trasladados de un lugar a otro antes de interrogarlos. A veces los dejan afuera, al aire libre, durante un tiempo. Además de la incomodidad y el desconcierto, los frecuentes traslados presentan otro problema: durante ese proceso se producen muchos actos de violencia, en los que los soldados golpean a los detenidos, que quedan sin documentar.
Una vez en la base del ejército o en la comisaría de policía, se coloca al menor, todavía esposado y con los ojos vendados, en una silla o en el suelo durante varias horas, sin que se le dé, por lo general, nada de comer. El «viaje sin fin al infierno» es cómo Bayadsi describe este proceso. La memoria del incidente, agrega, «sigue allí años después de la liberación del niño. Impone en él un sentimiento continuo de falta de seguridad, que le acompañará durante toda su vida».
Foto: Breaking the Silence
El testimonio proporcionado a Breaking the Silence por un sargento de las fuerzas israelíes acerca de un incidente en Cisjordania ilustra la situación desde el otro lado: «Era la primera noche de Hanukkah en 2017. Dos niños lanzaban piedras en la carretera 60. Así que los atrapamos y los llevamos a la base. Sus ojos estaban cubiertos con un trapo y estaban esposados por delante con esposas de plástico. Parecían muy jóvenes, entre los 12 y los 16 años».
Cuando los soldados se reunieron para encender la primera vela de la festividad de Hanukkah, dejaron a los detenidos afuera. «Estábamos gritando y haciendo mucho ruido y tocando tambores, algo típico de la compañía», recordó el soldado, señalando que asumió que los niños no sabían hebreo, aunque quizá entendieron las maldiciones que escuchaban. «Como sharmuta [puta] y otras palabras que podrían saber del árabe. ¿Cómo iban a saber que no estábamos hablando de ellos? Probablemente pensaron que en un minuto nos los íbamos a comer vivos».
Interrogatorio
La pesadilla puede tener diferente duración, según relatan exdetenidos. De tres a ocho horas después de la detención, cuando el joven está cansado y hambriento -y a veces con dolor después de ser golpeado, asustado por las amenazas y sin saber siquiera por qué está allí- se lo llevan para interrogarle. Puede que esta sea la primera vez que se le retira la venda y se le liberan las manos. El proceso generalmente comienza con una pregunta general, como «¿Por qué le arrojas piedras a los soldados?». El resto es más intenso: un aluvión de preguntas y amenazas destinadas a lograr que el adolescente firme una confesión. En algunos casos, se le promete que si firma, se le dará algo de comer.