El pueblo yemení entra en el quinto año de una guerra civil internacionalizada ¿qué ha cambiado en los últimos cuatro años? Para comprender lo que ocurre en Yemen, hay que comenzar con algunas cifras: más de 60.000 personas han muerto en acciones ligadas directamente a la guerra en todo el país, la mayor parte de […]
El pueblo yemení entra en el quinto año de una guerra civil internacionalizada ¿qué ha cambiado en los últimos cuatro años?
Para comprender lo que ocurre en Yemen, hay que comenzar con algunas cifras: más de 60.000 personas han muerto en acciones ligadas directamente a la guerra en todo el país, la mayor parte de ellas por ataques aéreos de la coalición dirigida por Arabia Saudita. Muchos miles más han muerto de enfermedades ligadas a la malnutrición; de ellas más de 85.000 niños y niñas de menos de cinco años. Más de 20 millones de yemeníes están en situación de inseguridad alimentaria, eufemismo utilizado para designar el estado de hambre crónica, y 15 millones de ellas están al borde de morir de hambre. En 2017, se registraron más de un millón de casos de cólera, contra solo 380.000 casos en 2018. Millones de personas no tienen ningún ingreso económico, miles están en el exilio en la región.
Lanzada a bombo y platillo el 26 de marzo de 2015 y destinada a durar algunas semanas, o incluso solo algunos días, la ofensiva Tempestad decisiva dirigida por Arabia Saudita se ha visto seguida por otras de nombre igualmente inapropiado. Si se oye la retórica actual, se trata solo de un elemento en la lucha regional anti iraní. Sin embargo, conviene recordar que la guerra fue lanzada oficialmente para reinstalar en el poder al presidente Abd Rabbo Mansour Hadi que había perdido la capital Sanaa, conquistada en su momento por la alianza de entre las y los hutíes y el antiguo presidente Ali Abdalá Saleh.
Persistente callejón sin salida
La coalición liberó alrededor de las dos terceras partes del país, que abrigaban a un tercio de la población, pero el empleo del término liberar es discutible: las y los hutíes nunca pusieron los pies en esas regiones. Un ejemplo: en 2015, la batalla de Aden tuvo lugar entre las fuerzas de Saleh y fuerzas sudistas, y se ganó gracias a tropas terrestres dirigidas por los Emiratos Árabes Unidos (EAU) que incluían tropas de diferentes nacionalidades. La región de Mareb, donde la resistencia a la coalición venía de las fuerzas de Saleh es ahora el bastión de un antiguo aliado de Saleh, el vicepresidente Ali Mohsen.
Desde el otoño de 2015, el atasco militar global no ha sido resuelto de forma notable mas que en la llanura de Tihama, a lo largo de la costa del mar Rojo, donde la coalición alcanzó Mokha en 2017, pero no realizó ningún progreso significativo hacia Hodeida antes de 2018. Luego el sobrino de Saleh, Tarek llevó a fuerzas bien entrenadas para apoyar a la coalición, alcanzando la periferia de Hodeida, actualmente el frente militar más mediatizado. En otros lugares persiste también el atasco. Más recientemente, la coalición no ha aprovechado la ocasión ofrecida por un conflicto entre las tribus Hajour y las tropas hutistas para efectuar un avance importante, lo que plantea serias dudas sobre su estrategia y sus intenciones reales.
Después de dos series de negociaciones infructuosas apoyadas por la ONU en 2015 y 2016, han sido necesarios 27 meses y el asesinato del periodista Jamal Khashoggi por agentes del gobierno saudí para que la presión internacional sobre el régimen saudita lleve a negociaciones, realizadas en Suecia en diciembre de 2018. En los textos adoptados era evidente la falta de preparación, lo que se ha confirmado después con el hundimiento progresivo del principal elemento de las conversaciones, el alto el fuego de Hodeida, que debía impedir una ofensiva cataclísmica de la coalición sobre la ciudad y el puerto, así como asegurar la retirada de las fuerzas de las dos partes para permitir la importación de alimentación y combustibles, necesarios para salvar millones de vidas. Tampoco el acuerdo sobre el intercambio de personas presas se concreta.
Una desintegración en vías de consumarse
El país está dividido entre las zonas liberadas y las zonas controladas por la rebelión de los hutíes. En los lugares que domina, el movimiento de los hutíes ejerce un control de hierro casi exclusivo sobre las poblaciones y los recursos, en particular desde mató a su antiguo aliado, el expresidente Saleh, en diciembre de 2017. La situación se presenta de forma diferente en las zonas liberadas, donde el gobierno internacionalmente reconocido del presidente Hadi es notable por su ausencia: el único poder existente es el de potentados locales que gobiernan zonas más o menos extensas, con un compromiso mayor o menor con el bienestar de sus poblaciones. Antes de la guerra el país corría un gran riesgo de desintegración interna. Ahora ha alcanzado un nivel de fragmentación que será extremadamente difícil de reparar.
En las provincias del sur y del este, la seguridad está asegurada en cierta medida por milicias armadas compuestas principalmente de elementos extremistas salafistas reclutados, entrenados y financiados por los EAU, con el nombre de Élite o Cinturones de seguridad. Con la excusa de combatir a Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA), ponen en marcha el programa anti-Islah [1] de los EAU, pero algunas de esas milicias también han estado implicadas en ofensivas antihutíes. Los EAU apoyan igualmente al Consejo de Transición del Sur, una de las numerosas facciones separatistas sudistas. Los EAU han contratado a sociedades de relaciones públicas para organizar visitas de dirigentes del Consejo a diversas capitales occidentales donde, sin preocuparse de la voluntad popular, promueven la independencia del sur, agravando así la desintegración del país.
La economía de Yemen, ya débil en tiempos normales, se ha hundido: en 2013, el 54% de la población estaba por debajo del umbral de pobreza; la cifra es hoy de más del 80%. Los mecanismos de supervivencia de las familias han cambiado radicalmente: antes de la guerra, la población rural (el 70% de la población yemení) vivía de la agricultura y la ganadería, completando sus ingresos con empleos precarios en las ciudades, así como mediante las transferencias de dinero del millón de personas que ganaba su vida en Arabia Saudita y otros países. Otros millones de personas, rurales y urbanas, dependían de los salarios del Estado, no obstante insuficientes para sobrevivir, mientras que otras estaban empleadas en el sector privado, industrial y comercial.
La nueva economía de guerra tiene una base totalmente diferente: la mayor parte de los ingresos están relacionados con la guerra. Provienen de Arabia Saudita y de los EAU, así como de la ayuda humanitaria internacional bajo forma de entregas de dinero del Banco Mundial y de otras organizaciones internacionales, destinadas a la gente más desfavorecida. El contrabando, los derechos de aduana y los impuestos sobre las mercancías en tránsito son moneda corriente en todo el país. Esto beneficia a los señores de la guerra de todo tipo. Para las y los ciudadanos ordinarios, la fuente de ingresos más fiable es la participación de jóvenes y adolescentes en unidades militares (hutíes, milicias sudistas, ejército oficial u otro). Son los únicos empleos que aseguran salarios regulares y permiten a los jóvenes atender a las necesidades de su familia y adquirir para ellos mismos un estatus social más elevado. Por supuesto, esta situación perpetúa el conflicto.
Las mujeres también juegan un papel importante. Participan en numerosas actividades comunitarias y políticas, en parte gracias a un mejor acceso a organizaciones financiadas por las instituciones internacionales. Las mujeres y las jóvenes han aumentado su autoridad en el seno de la familia. Sin embargo, ha aumentado también su vulnerabilidad a la violencia sexista, tanto en el hogar como fuera.
La peor crisis humanitaria del mundo
Desde hace decenios, Yemen importa el 90% de sus cereales de base. Siendo la situación humanitaria extremadamente mala ya antes de la guerra, el conflicto ha significado una catástrofe. Sistemáticamente descrita por la ONU como «la peor crisis humanitaria del mundo» desde 2017, no hay ninguna duda sobre la gravedad de la crisis ni sobre su agravación, cualquiera que sea la fiabilidad de las cifras proporcionadas. Cuando la mayor parte de las discusiones se concentran en las restricciones a la llegada de la ayuda humanitaria, la mayoría de las importaciones es proporcionada por el sector privado, cuyas dificultades son aún mayores. Si la ONU describe hoy algunos distritos como en situación de catástrofe, el hambre no ha sido declarada por diferentes razones. En particular el impacto que tendría sobre la reputación de las instituciones humanitarias de la ONU en el momento en que esta última ha conseguido cerca de 3.000 millones de dólares gracias a su llamamiento a ayuda humanitaria para 2018, y cuando demanda 4.200 millones para 2019.
La crisis humanitaria es también una oportunidad para decenas de organizaciones internacionales no gubernamentales (OING) que operan en Yemen: en numerosos casos, recogen sumas importantes solo para actuar como intermediación, subcontratando a organizaciones yemeníes de diferentes tamaños. Los Estados y los suministradores internacionales de fondos justifican estos procedimientos por su falta de confianza en la competencia de las instituciones yemeníes, una preocupación que debería aplicarse igualmente a las OING.
«Se busca la paz» vendiendo armas
La implicación oficial directa de Estados Unidos permanece focalizada en el tema de AQPA. Los ataques aéreos estadounidenses han tenido bastantes éxitos matando a dirigentes de AQPA y reduciendo considerablemente sus actividades, al menos a corto plazo. El apoyo de los Estados Unidos a Arabia Saudita y los EAU mediante la venta de armas, la asistencia técnica y la ayuda a los servicios de información se ha convertido en un tema importante en el seno del Congreso americano tras el asesinato de Jamal Khashoggi, que ha planteado cuestiones sobre la moralidad de la alianza Estados Unidos-Arabia Saudita. Esta puesta en cuestión ha permitido al nuevo Congreso elegido en noviembre de 2018 adoptar resoluciones que se oponen a la guerra en Yemen, utilizando por primera vez en la historia la Ley sobre los poderes de guerra de 1973. La guerra en Yemen forma parte ya del debate político interno americano entre el congreso y la administración Trump, pero es poco probable que se interrumpa el apoyo concreto a la coalición.
Las diferencias entre las políticas de la administración Trump y de la administración Obama son sin embargo menos importantes de lo que se podría esperar. Ambas han privilegiado las relaciones estrechas con los regímenes saudita y y el de los emiratos, en detrimento de la suerte de millones de personas yemeníes. Otra convergencia compartida entre las estrategias americanas y sauditas (e israelíes, en su caso) es la obsesión por Irán, única encarnación actual del mal desde que la administración Trump ha retirado a Corea del Norte de esta posición.
Con excepción de la dimensión iraní, se puede decir lo mismo a propósito del Reino Unido. Además del apoyo histórico que aporta a los ricos Estados miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), Londres está confrontada al problema suplementario de las perspectivas económicas post-Brexit, muy imprevisibles, que le impiden tomar iniciativas que podrían comprometer futuras inversiones de los países del CCG. Sin embargo, en tanto que «porta plumas» [2] en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el Reino Unido está activamente implicado, pretendiendo buscar la paz a la vez que continúa, por supuesto, vendiendo armas por un importe muchísimas veces mayor que el importe de la ayuda humanitaria o de otro tipo. Francia prosigue un planteamiento similar. Otros Estados europeos, como Alemania y los Países Bajos, han adoptado un planteamiento un poco diferente de la crisis en Yemen, y al menos han reducido sus ventas de armas a Arabia Saudita, cuando no a los Emiratos Árabes Unidos.
Independientemente del apoyo de los gobiernos occidentales a la intervención, la opinión pública de esos países se opone cada vez más a esta guerra debido a las centenares de víctimas de los ataques aéreos sobre sitios civiles (hospitales, mercados, bodas, funerales) y a las imágenes cotidianas de niñas y niños hambrientos en los medios y las redes sociales. Las ventas de armas a Arabia Saudita son un tema de gran preocupación, lo que nos lleva a la coalición dirigida por Arabia Saudita.
Los emiratos en un segundo plano
La coalición está oficialmente compuesta por nueve países, pero Arabia Saudita y los EAU son los únicos que deciden en ella. Presentándola como dirigida por Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos se permiten permanecer en un segundo plano y mejor preservar su reputación del desastre de la guerra en términos de relaciones públicas, que va agravándose. Y esto a pesar de su implicación en la creación de prisiones secretas y en la tortura de personas yemeníes en las zonas bajo su influencia.
La internacionalización de lo que era una guerra civil comenzó por iniciativa del actual príncipe heredero Mohamed Ben Salman, apenas dos meses tras su nombramiento para la cartera de Ministro de Defensa por su padre, que acababa de acceder al trono saudita. Aunque la guerra entre ahora en su quinto año y la perspectiva de una victoria rápida esté olvidada desde hace tiempo, la posición de «MBS» no está debilitada. El contrario, controla ya el reino con una mano firme, y es el sucesor designado por su padre. Solo el asesinato de Khashoggi ha manchado su imagen internacional de joven reformador, de «bocanada de aire fresco», una percepción que no comparten los millones de personas yemeníes víctimas de las bombas de sus aviones o de su política antiinmigrantes, por no hablar de las miles de personas sauditas encarceladas por haber puesto en cuestión su sabiduría, o las centenares de ellas que han visto sus bienes nacionalizados de facto por la fuerza.
Mientras tanto, los Emiratos Árabes Unidos, que durante años han logrado promover la imagen de un régimen permisivo y benevolente han añadido a su arsenal jurídico nuevas leyes que reprimen la libertad de expresión, rozando el ridículo cuando, por ejemplo, un desgraciado forofo de fútbol británico es detenido por haber llevado puesta una camiseta a favor de un equipo que participaba en la Copa de Fútbol asiática en Abu Dabi (y que por otra parte la ha conseguido); probablemente no se le había advertido de que toda manifestación de apoyo a Qatar podría conllevar una condena a una larga pena de cárcel. En Arabia Saudita igual que en los EAU, leyes cada vez más represivas pueden persistir más allá de la guerra de Yemen.
La paz no está cerca
Desgraciadamente, es bastante probable que dentro de un año publiquemos un nuevo artículo sin otro cambio significativo que el aumento del número de muertes y de destrucciones. El desmantelamiento actual del acuerdo de Estocolmo de diciembre de 2108 demuestra que nadie de entre quienes deciden y están implicados en los combates está dispuesto a poner término a los sufrimientos de millones de personas yemeníes.
El acento puesto por la ONU en Hodeida, aunque esté justificado por la catástrofe humanitaria, probablemente no impedirá a la coalición retomar su ofensiva militar allí, y desvía la atención de otros aspectos de la dinámica política en Yemen, que podrían ofrecer mejores pistas para al menos reducir los combates. Cuando el impacto del asesinato de Khashoggi se va diluyendo, las presiones de la administración americana sobre el régimen saudita para poner fin a su intervención en Yemen van a irse atenuando, y los EAU van a proseguir su estrategia, que agrava la desintegración del país. Mientras tanto, millones de personas yemeníes entran en un quinto año de sufrimientos, de hambre, de enfermedad, de hambruna, de combates en tierra y de bombardeos aéreos, y la comunidad internacional mira.
Notas:
[1] El Islah es la segunda mayor organización política de Yemen. Formalmente es parte del gobierno Hadi. Está compuesta por miembros conservadores de las tribus del norte y de la variante yemení de los Hermanos Musulmanes, activos en el conjunto del territorio.
[2] En lenguaje de la ONU, la delegación que escribe los proyectos de texto sobre el expediente yemení en el Consejo de Seguridad.
Helen Lackner es investigadora independiente. Ha trabajado y vivido en Yemen durante más de quince años, de ellos cinco en la RDPY entre 1977 y 1982. Ha publicado Yemen in Crisis, Autocracy, Neo-Liberalism and the Disintegration of a State (Saqi, 2017), una edición de la cual se publicará en los Estados Unidos en Verso en junio de 2019 con el título de Yemen in Crisis : the road to war.
Fuente: https://orientxxi.info/magazine/yemen-atroce-bilan-d-une-guerre-sans-fin,2986
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur