Hemos llegado al final del recorrido aunque, por supuesto, quedan numerosos puntos y temas pendientes sobre los que el autor de Contribución a la crítica del marxismo cientificista pensó con su propia y magnífica cabeza regalándonos multitud de sugerencias y propuestas. Pocas personas como él conocieron y cultivaron la obra de Sacristán. Sirvan todas estas […]
Hemos llegado al final del recorrido aunque, por supuesto, quedan numerosos puntos y temas pendientes sobre los que el autor de Contribución a la crítica del marxismo cientificista pensó con su propia y magnífica cabeza regalándonos multitud de sugerencias y propuestas. Pocas personas como él conocieron y cultivaron la obra de Sacristán. Sirvan todas estas notas de aperitivo (espero que no se haya atragantado) para quienes deseen profundizar en todo ello. Tomo pie, de nuevo, en los apuntes del curso (no olvidado) de doctorado de FFB de 1993-94.
. 1. Más sobre la evolución del marxismo de Sacristán
En el prólogo de 1964 al Anti-Dühring de Engels hay una declaración muy contundente que conviene reproducir, porque es un buen preámbulo para entender lo que iba a ser la aportación del propio MSL al marxismo de aquellos años: Liberar al marxismo de la dogmática y clerical lectura de sus clásicos es tan urgente como para arrostrar por ella cualquier riesgo (PyM I, 47).
Esta declaración nos permite ubicar el marxismo de MSL en la por entonces ya larga lista de autores que protestaron contra la vulgarización de la obra de Marx y su conversión en dogma: Rosa Luxemburg, Adler y Bauer primero; Korsch, Lukács, Pannekoek, Brecht y Gramsci en los años veinte y treinta; luego Bloch, y nuevamente, después de la segunda guerra mundial y, aún más, después del XX Congreso del PSUC una auténtica pléyade de intelectuales entre los que hay que contar a: Lukács otra vez, Sartre, Togliatti, Mao Tsé Tung, Schaff, Lefevbre, Garaudy, Althusser, Bettelheim, Gorz, Gerratana, Luporini, Della Volpe, Colletti, Cerroni, Kosik, Harich, Havemann, Sweezy, E.P. Thompson, Ch. Hill, Hobsbwam
Como se ve por esa lista (que podría ser más larga), hacia 1964 los autores marxistas partidarios de «liberar al marxismo de la dogmática y clerical lectura de sus clásicos», sobre en la Europa occidental y de sur, eran ya muchos. La crítica de Jruschef al estalinismo durante el XX Congreso del PCUS, en 1956, había abierto las ventanas a corrientes de aire fresco en un ambiente sumamente viciado. La ampliación de la crítica al estalinismo realizada por Palmiro Togliatti a principios de los 60 era una invitación a los marxistas a pensar por cuenta propia. De manera que lo que en realidad estaba en discusión a mediados de la década, por lo que hace al marxismo europeo (y particularmente al occidental y al de los países del sur) era la dirección que había de tomar la crítica al dogmatismo.
En aquella discusión entraban en juego varios elementos bastante diferentes que conviene tener en cuenta y no confundir. Liberar al marxismo del dogmatismo significaba entonces, para empezar, precisar la crítica al estalinismo histórico y a los restos estalinistas que continuaba habiendo en la vida cotidiana de la URSS y otros países de su área. Significaba, en segundo lugar, «volver a Marx», en el sentido de releer a un clásico sin las anteojeras impuestas por los secretarios generales de los partidos comunistas. Y significaba, en tercer lugar, atreverse a pensar con autonomía, en el marco de la tradición socialista marxista, los problemas nuevos, por así decirlo, posleninistas.
Los autores citados en la lista anterior, aun coincidiendo en la tarea de liberar el marxismo del dogmatismo, tenían ideas muy diferentes de cómo hacerlo en cada uno de estos tres planos.
Así, por ejemplo, la profundización de la crítica al estalinismo histórico y a los restos estalinistas existentes en la URSS, enfrentó en seguida (desde 1962) a dos de los más importantes marxistas de aquel momento: Palmiro Togliatti y Mao Tsé Tung (véanse los documentos de aquella controversia traducidos por Icaria, Barcelona, 1985). Esta controversia tenía, a su vez, dos aspectos. Uno: la interpretación del estalinismo como fenómeno sociohistórico. Otro: la caracterización de la situación mundial después de la crisis del estalinismo y la articulación de una estrategia anti-imperialista internacional. La profundización de la controversia en ambos aspectos dio lugar a una intensa fragmentación en el seno del movimiento comunista de la época, con lo que aparecieron posiciones tan diferentes como enfrentadas.
El punto de vista de MSL en esta discusión a mediados de los sesenta fue, en lo esencial, togliattiano. En las cosas que escribió y que dijo en esa época se mostró siempre respetuoso respecto de la obra filosófico-política de Mao Tsé Tung, pero no compartió el punto de vista «tercermundista» ni la evolución del maoísmo en China ni (menos) la orientación del maoísmo europeo (que se difundió considerablemente mediada la década y, en mayor medida, después de 1968).
También «la vuelta a Marx» dio lugar a posiciones muy distintas a mediados de los 60: unos autores postulaban el retorno al Marx «humanista» de los Manuscritos del 44 casi desconocido por entonces, cuya obra se consideraba funcional a la crítica del estalinismo (Fromm, Schaff, Garaudy); otros autores criticaban con mucha acritud la herencia hegeliana existente en el Marx joven y añadían a veces una consideración que juntaba la apología hegeliana del Estado con el estatalismo estalinista (Althusser, algunos de los discípulos de Della Volpe); polémica acerca de la relación teórica Hegel/Marx; controversia acerca del estatuto epistemológico del marxismo clásico, etc.
MSL hizo poca «marxología» en los años sesenta, después del prólogo al Anti-Dühring de Engels. Siempre consideró que había que separar convenientemente las dos polémicas: la filológica (en torno a la herencia hegeliana en Marx y la evolución del pensamiento de éste) y la relacionada con la renovación del marxismo de la hora. Su valoración de los distintos autores que entraron en la controversia sobre estos temas fue dialogante pero casi siempre distanciada. Criticó el punto de vista «hegeliano-humanista» de Garaudy en los sesenta (pero luego apreció algunas de las obras críticas de éste en los setenta). Alabó el prólogo de Althusser a Pour Marx por la valentía en la reconstrucción de la trayectoria del marxismo del siglo XX y por sus aclaraciones acerca de la orientación de la crítica al dogmatismo (pero despreció el cientificismo de la lectura althusseriana de Marx). Coincidió con Della Volpe en su aprecio por el empirismo inglés, por filosofía analítica y por la lingüística en la renovación del marxismo, pero criticó el carácter especulativo del dellavolpismo en la discusión acerca de la dialéctica marxista y, más en particular, los desarrollos de Colletti). Apreció algunos aspectos parciales de las obras de Lukács, de Sartre, de Schaff, pero también criticó explícitamente a Sartre (en una conferencia sobre «La idea de proyecto existencial en J.P. Sartre»), y a Lukács (en «Sobre el uso de las nociones de razón e irracionalismo en Lukács») en los desarrollos epistemológicos o de filosofía política en las obras de éstos.