Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Hay un video que muestra al mundo cómo un niño de doce años escapa de forma increíble de la presa que le hace un soldado israelí. Sin embargo, hay cientos de niños palestinos que no son tan afortunados, hasta el punto de que pueden llegar a morir.
Hay algo que desde los albores del teatro ha resultado evidente: los niños eclipsan a todos los demás. «Satanás no ha creado aún la venganza… por la sangre de un niño», proclamaba el poeta nacional israelí Chaim Nahman Bialik en su poema «Sobre la masacre«. Los miles de informes sobre los crímenes de la ocupación palidecerán siempre frente a la foto de un pequeño asesinado o detenido o sometido a malos tratos o herido.
En el icónico videoclip que se convirtió en viral recientemente, un soldado israelí, enmascarado y armado, intenta detener a un niño palestino que lleva el brazo escayolado. El niño está aterrado mientras su madre, una adolescente y unas pocas mujeres más tratan de impedir que el soldado se lo lleve detenido.
Las mujeres luchan fieramente, arrancando la máscara del rostro del soldado, mordiéndole la mano. Están desarmadas y no representan peligro mortal alguno para el soldado.
Esto sucedió un viernes de hace poco tiempo durante la manifestación semanal en el pueblo palestino de Nabi Saleh para protestar contra la apropiación por los colonos del manantial del pueblo, al que desde entonces no pueden acceder sus vecinos.
Esta vez la historia tuvo, cosa rara, un final feliz. Quizá porque se estaba grabando en video o por cualquier otra razón desconocida, el soldado se comportó con relativa moderación y no hizo ningún intento de utilizar su arma. Su comandante le ordenó que liberase al niño, Mohammed Tamimi, de doce años, pero no antes de lanzar una granada de aturdimiento hacia los manifestantes, después de lo cual los soldados se retiraron.
Cuando el video del incidente se convirtió en viral, propiciando un inusual aluvión de discusión pública entre un pueblo israelí normalmente indiferente, el ejército israelí trató de afirmar que el joven Tamimi había estado lanzando piedras a los soldados, una afirmación que contradijo un testigo, Jonathan Pollack, activista israelí por la paz, que se había incorporado a la protesta de Nabi Saleh.
Entonces el ejército israelí aseguró, de forma más increíble aún, que el soldado que había intentado detener a Tamimi no sabía que se trataba de un niño. Teniendo en cuenta la evidencia del video distribuido por todo el mundo, esa afirmación es ridícula.
Como era de prever, la mayoría de las respuestas en Israel se referían a la «moderación» del soldado, enmarcándola en términos de derrotismo del ejército israelí y la humillación de sus soldados. Ministros del gobierno, parlamentarios y otras personalidades públicas sostuvieron que el soldado tenía las manos atadas debido a las excesivamente estrictas regulaciones respecto a abrir fuego, que no son tales, y que el soldado debería haberle disparado a Tamimi.
Hay amplios sectores de la derecha israelí demasiado sedientos de sangre como para aceptar (aunque sea relativamente menor) la moderación por parte de soldados israelíes, incluso al tratar con un niño palestino, y hubieran preferido que el soldado disparara a matar.
Otros israelíes se vieron de repente enfrentados a la naturaleza inhumana, despiadada y fea de la ocupación de la que son responsables, porque es en su nombre que se mantiene.
Como siempre, hay una foto vale más que mil palabras: un niño aterrado sujeto por un soldado cuya máscara ha sido arrancada por la madre, exponiendo la realidad fea y desnuda de la ocupación. El ejército más moral y poderoso del Oriente Medio contra un niño de doce años.
No obstante, la mayor parte de los israelíes estaban preocupados por una cuestión menor, sobre cómo debería haberse comportado el soldado en esta complicada situación. Muy pocos, si es que hubo alguno, se preguntaron en primer lugar qué hacía el soldado allí, que es la única pregunta que cabía hacer y sin embargo no se hizo.
Si el soldado hubiera disparado a Tamimi y le hubiera matado, sin cámaras que lo hubieran recogido, no habría habido historia alguna desde el punto de vista de los medios de comunicación y la opinión pública israelíes.
El ejército israelí habría proclamado que el soldado estaba en peligro mortal y la mayoría de los israelíes no hubieran dudado nunca ni en lo más mínimo de ese relato, la policía militar habría lanzado una «investigación», por lo general sin principio ni final, y el mundo de la ocupación hubiera seguido sin más adelante.
Así ocurrió unas cuantas semanas antes, por ejemplo, cuando el coronel Yisrael Shomer, comandante de la brigada Binyamin, disparó un tiro mortal a Mohammed Kasbeh, de 17 años. Hubo alguien que lanzó piedras contra el jeep del comandante -quizá fue Kasbeh o quizá no- y el comandante de la brigada salió de su vehículo y cazó a Kasbeh, disparándole por la espalda y matándole cuando huía. El comandante de brigada no estuvo nunca en peligro mortal, sin embargo utilizó fuego real.
Este es el ejemplo que aportan los oficiales del ejército israelí y así es como se espera que se comporten.
El comandante de brigada no sabía, cuando apuntó y disparó, que Mohammed era el tercer hijo de Sami Kasbeh asesinado por soldados israelíes tras incidentes de lanzamiento de piedras. Dos de los hermanos de Mohammed le habían precedido: Tamer, de 14 años, y Yaser, de 10, asesinados con una diferencia de cuarenta días en 2002, un año que fue muy sangriento.
Ahora, el 3 de julio, el oficial israelí hizo que la familia de Mohammed tuviera que pasar por un duelo por tercera vez.
Sin embargo, a Israel no le interesó especialmente este incidente, y el comandante ya ha sido promovido a otro puesto, la investigación del caso está a punto de concluir, a pesar del hecho de que los investigadores cuentan con el video de las cámaras de seguridad donde se muestra claramente que al joven Mohammed le dispararon cuando huía y que el comandante no corría peligro alguno.
Volviendo al joven Tamimi: si el soldado hubiera logrado arrestarle, su destino hubiera sido bastante más cruel. Por algo las mujeres de ese pueblo lucharon con tanta determinación para impedir su detención. Defense of Children International ha informado que Israel arresta entre 500 y 700 niños y adolescentes palestinos cada año.
Según los datos de B’Tselem, una ONG que documenta casos de violaciones de derechos humanos en los territorios ocupados, por una razón u otra, pero sobre todo por lanzamiento de piedras, a finales de junio, Israel tenía detenidos a 160 menores palestinos; otros trece habían sido arrestados por haber entrado ilegalmente en Israel.
De esos menores, 70 habían sido juzgados por un tribunal, 81 estaban detenidos hasta que finalizaran lo procedimientos en su contra y nueve habían sido encarcelados durante diversos períodos de tiempo.
Por lo general, durante el tiempo de su detención y juicio no disfrutaron de los derechos que les concede la ley y que les reconocen los tratados internacionales que rigen en los casos de interrogatorio y detención de menores.
Los soldados israelíes o la policía detienen a menudo a niños palestinos con edades inferiores a la edad legal de responsabilidad (12 años). Así, por ejemplo, en julio de 2013, arrestaron en Hebron a Wadi Maswadeh por sospechas de lanzar piedras a los soldados. Maswadeh tenía cinco años. Su padre fue esposado delante de él, hasta que poco después los dos fueron liberados.
Maswadeh no ha sido el único niño arrestado ilegalmente antes de llegar a la edad mínima legal bajo el derecho israelí.
Los muchachos detenidos son a menudo golpeados. Sus padres no suelen estar presentes en los interrogatorios, algo que la ley exige y, en ocasiones, tampoco están presentes sus abogados. Algunas veces son encarcelados con los adultos, otra práctica ilegal. Y a veces son trasladados a prisiones que están dentro del territorio israelí, contraviniendo el derecho internacional, que prohíbe el traslado de prisioneros fuera del territorio ocupado.
Hay toda una serie de informes, incluido un documental australiano que se exhibió en el programa de actualidad de Australia titulado «Four Corners», que abordan el difícil tema de la detención israelí de los niños palestinos, pero nada ha cambiado.
Ni tampoco ha cambiado nada respecto a la demolición de las casas pertenecientes a los residentes beduinos palestinos en ciertas áreas de Cisjordania. En agosto de 2015, la Administración Civil de Israel destruyó alrededor de 50 edificios pertenecientes a los palestinos de los territorios ocupados, dejando a docenas de niños sin hogar justo antes del comienzo del nuevo curso escolar.
En el valle del Jordán, cerca del asentamiento de Ma’aleh Adumin, en las cercanías de Ramala, hay docenas de niños durmiendo al aire libre. Nadie parece preocuparse por su futuro.
En Gaza, hace ya un año desde que el ejército israelí lanzó un proyectil contra los cuatro niños de la familia Bakr que se encontraban en la playa durante la guerra del pasado verano contra Gaza. Ismail, Ahed, Zakariya y Mohammed Bakr, todos ellos entre 9 y 11 años de edad, fueron los niños asesinados en la playa de Gaza frente a la cercana presencia de periodistas extranjeros.
Cuando escribo estas líneas, el pequeño Ahmed Dawabshe, de cuatro años, sigue luchando por su supervivencia, recuperación y rehabilitación en un hospital israelí. Su padre y su hermano, un bebé, murieron calcinados en su hogar de Duma tras ser incendiado por cuatro extremistas israelíes; su madre sigue luchando también por su vida.
El pequeño Ahmed Dawabshe, con graves quemaduras y envuelto en vendajes de la cabeza a los pies llora en vano por la presencia de su madre, cuya vida pende de un hilo, y por su padre, al que nunca volverá a ver.
Gideon Levy es columnista de Haaretz y miembro de la junta de editores del periódico. Ha recibido diversos premios internacionales e israelíes por sus trabajos. Su nuevo libro The punishment of Gaza ha sido publicado por Verso.
Fuente: http://www.middleeasteye.net/columns/children-occupation-754496377