Un panel explicativo adjunto a 28 fotografías de mujeres con el rostro velado da cuenta de la realidad de los correccionales de menores en Afganistán. En estos centros y en las cárceles se encierra, entre otras personas, a mujeres violadas y a las que han huido de sus hogares por malos tratos o por un […]
Un panel explicativo adjunto a 28 fotografías de mujeres con el rostro velado da cuenta de la realidad de los correccionales de menores en Afganistán. En estos centros y en las cárceles se encierra, entre otras personas, a mujeres violadas y a las que han huido de sus hogares por malos tratos o por un casamiento forzado. Además, las relaciones sexuales fuera del matrimonio están prohibidas en Afganistán, constituyen un delito de adulterio o «zina», castigado con penas de al menos cinco años de prisión. Una exposición de 150 fotografías del fotoperiodista Gervasio Sánchez y textos de la periodista Mónica Bernabé se acerca a las violencias cotidianas que sufre la mujer afgana. La muestra puede visitarse en la Universitat de València hasta el 14 de febrero de 2016.
Madre de cuatro vástagos y con una discapacidad, el hecho de caminar con una pierna ortopédica hizo difícil a Shamila trabar matrimonio. Le quedó la posibilidad de optar entre hombres mucho mayores que ella, de acuerdo con la mentalidad dominante en Afganistán. Cuando acudió al hospital debido a una herida en el pie a punto de gangrenar, el galeno le instó a que permaneciera ingresada. Shamila respondió que no contaba con el permiso de su marido, a lo que el médico asintió: efectivamente, necesitaba el consentimiento del cónyuge. El riesgo de perder una pierna no constituía un argumento de peso. La muestra incluye los retratos de dos chicas de 13 y 14 años forzadas a casarse, una de ellas con un varón de 80 años. Si decidiera romper con el marido, su padre seguramente le cerraría las puertas de casa, ya que el esposo le podría reclamar la dote (dinero, cabras u otras especies). Además, el hecho de que una mujer viva sola no es bien visto en el país.
La exposición fotográfica sobre la mujer afgana se compone de seis bloques: el matrimonio forzado e infantil; la huida, la drogodependencia, el suicidio, los «avances legales», las consecuencias de la impunidad y la guerra; se incluye asimismo el testimonio de mujeres que han conquistado una cierta autonomía. La muestra es el resultado de cinco años de trabajo, entre 2009 y 2014, y ocho largas estancias en Afganistán de Gervasio Sánchez. El fotoperiodista es autor de libros fotográficos como «El cerco de Sarajevo», «Vidas minadas», «Kosovo, crónica de la deportación», «Niños de la guerra» y «Los ojos de la guerra», junto al periodista Manuel Leguineche, entre otros. En abril de 2011 fue galardonado con el Premio Internacional Julio Anguita Parrado (periodista que murió en abril de 2003 durante la guerra de Iraq). Constituyen la segunda pata de la muestra los textos de Mónica Bernabé, quien ha trabajado como freelance durante ocho años en Afganistán para el diario «El Mundo», y es fundadora de la ONG «Asociación por los derechos humanos en Afganistán». Es además autora del libro «Afganistán, crónica de una ficción» (Debate).
«El objetivo es demostrar que la violencia contra la mujer es un hecho estructural en Afganistán, con independencia de que estén o no en el poder los talibanes», explica la periodista. De hecho, las fotografías corresponden a un periodo en el que no gobernaba este grupo «integrista», y en el que además había desplazados en Afganistán unos 150.000 efectivos internacionales. Por otro lado, «hay que romper con el mito del burka», subraya Mónica Bernabé. «En los ocho años que he vivido en Afganistán no me he encontrado con una mujer que me dijera que el burka es su problema, es más, en Kabul la mayoría de las mujeres no lo llevan». Añade Gervasio Sánchez que la llamada comunidad internacional «se ha olvidado de proteger a las mujeres afganas; y puede que los principios de la Constitución, las leyes del país, el Corán y las tradiciones protejan a las mujeres, pero en la práctica esto es papel mojado, por ejemplo, cuando las violaciones de los derechos de la mujer se dan en el ámbito doméstico».
La muestra incluye siete instantáneas, tomadas en el Hospital infantil Indira Gandhi de Kabul, cerca del cuartel general de la OTAN y a 500 metros de la embajada de Estados Unidos, de siete madres cuyas criaturas padecen malnutrición severa. El visitante de la exposición puede observar cómo a una niña de dos años le cae la piel a tiras. Gervasio Sánchez explica que la progenitora, que lleva a dos niños entre sus brazos, no quería dar a luz de nuevo, pero no sabía cómo hacerlo. «En Afganistán existe un gran desconocimiento sobre la planificación familiar», destaca el fotoperiodista. Mientras señala dos fotografías de niños con grave desnutrición en el hospital de Kandahar, Sánchez subraya que la situación de pobreza impide en muchas ocasiones comprar leche para los bebés.
En el recorrido por las imágenes y los paneles se pueden encontrar testimonios de mujeres como Agha Bic, de 45 años, adicta al opio desde los 16. Empezó a tomar esta sustancia narcótica ya enferma, hasta el punto que vomitaba sangre por la boca. A la edad de 15 años su padre le casó por la fuerza con un hombre 40 años mayor, que nunca le quiso llevar al hospital. Fue su tío quien le administró el opio. Hace una década Agha Bic quedó viuda, y su padre decidió casarla de nuevo. Esta situación de violencia, opresión y asfixia conduce fatalmente a la oscuridad. Mónica Bernabé recuerda que Afganistán es el único país del mundo en el que el suicidio de las mujeres es superior al de los hombres. Según el Ministerio de Salud Pública de Afganistán, en 2013 unas 2.500 mujeres intentaron quitarse la vida, la mayor parte eran jóvenes entre 14 y 21 años que sufrían malos tratos en sus familias o se casaban a la fuerza.
La muestra incluye tres retratos de Sabza Gul, de 25 años, uno de ellos postrada y vendada en el hospital de Herat, después que su cuñado le prendiera fuego y ninguno de los familiares presentes durante la agresión le auxiliara. También se recoge el testimonio vital de Rokshane, de 16 años, quien huyó de la casa de su primo porque abusó sexualmente de ella. Al igual que el violador, Rokshane cayó en la adicción a las drogas. Fue condenada a pasar siete meses en un correccional. La periodista destaca casos como el de una mujer arrastrada, linchada y quemada viva en Kabul, durante más de una hora, delante de la policía. Estos ataques consentidos tenían lugar al tiempo que el artículo 22 de la Constitución de Afganistán, de 2004, reconocía la igualdad de hombres y mujeres ante la ley; y a la vez que en 2009 se aprobaba una Ley sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, explica Mónica Bernabé. «Hay avances legislativos pero después no se llevan a la práctica».
Otra de las lacras que recoge la exposición son las minas antipersona. Una de las afectadas fue Zar Bibi, quien perdió las dos piernas al toparse, mientras caminaba por una era, con uno de estos artefactos. Tenía entonces 14 años, cuando las distintas facciones muyahidines se disputaban el control de Kabul. Afganistán era uno de los países más «minados» del mundo. Pese a todo, Zar Bibi aprendió a caminar con las dos piernas ortopédicas. También se muestran retratos y testimonios de mujeres que han logrado aligerar la soga patriarcal. Algunas, incluso, han llegado al parlamento, como Habiba Donesh, lo que le permite vivir en la capital, como diputada disponer de protección armada, y mantener la custodia de su hijo. Shamsia Hassan es una grafitera de 27 años, nacida en Irán en el seno de una familia pastún de refugiados afganos. Pinta en Kabul mujeres con burka rodeadas de burbujas, que representan «las palabras que las mujeres afganas quisieran decir, pero no les dejan». Hay jóvenes en las ciudades principales que practican deportes como el boxeo o el fútbol, de clase media-alta y con formación universitaria o de grado medio, pero muchas de ellas se ven afectadas por males idénticos a los del resto del país.
Afganistán es un país de 31 millones de habitantes repartidos en una superficie de 653.000 kilómetros cuadrados. Estados Unidos y sus aliados invadieron Afganistán en 2001 con la excusa de combatir el terrorismo, sin embargo, recordaba el politólogo y lingüista Noam Chomsky en una entrevista a la revista «Afghan Zariza», reproducida por «Resumen Latinoamericano» (abril de 2014), «aunque apartaron al grupo Talibán del poder y mantienen a decenas de miles de efectivos en ese territorio, la nación asiática continúa siendo un país inseguro». El activista subraya que se produjo una violación «flagrante» del derecho internacional y los «principios morales fundamentales». «Incluso los activistas antitalibanes condenaron los bombardeos estadounidenses, al acusar a este país de socavar sus esfuerzos para derrocar a los talibanes, pues Washington sólo pretendía demostrar su fuerza», explica en la entrevista.
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