En Euskal Herria pocos fenómenos políticos han dado tanto de sí a la hora de despertar conciencias, rabietas y opinólogos como la coyuntura histórica que atraviesa actualmente el proceso de liberación nacional y social en los Països Catalans. A raíz del amplio debate abierto en el seno de la CUP acerca de la investidura del […]
En Euskal Herria pocos fenómenos políticos han dado tanto de sí a la hora de despertar conciencias, rabietas y opinólogos como la coyuntura histórica que atraviesa actualmente el proceso de liberación nacional y social en los Països Catalans. A raíz del amplio debate abierto en el seno de la CUP acerca de la investidura del president, un sinfín de declaraciones pomposas, bulas papales y sentencias condenatorias emitidas desde Euskal Herria por parte de diferentes agentes del amplio espectro abertzale progresista inundaron empalagosamente, cuando no indigestamente, el espacio mediático y las redes sociales. Desde el clásico periodista objetivo hasta el provocativo tuitero trending topiquero, pasando por el desconocido militante iluminado, todos y todas han alimentado una situación que, a más de una que militamos en el movimiento internacionalista, nos ha despertado sentimientos y reflexiones encontradas.
En efecto, por un lado, como internacionalistas nos produce gran satisfacción que el proceso de otro pueblo interpele con semejante intensidad a tantos y tantas compatriotas. Al final y al cabo, sentir la lucha de otro pueblo como propia es una de las divisas del internacionalismo y, por lo tanto, podríamos estar ante un fenómeno sintomático de que la construcción de una Euskal Herria internacionalista cuenta con una base sólida para edificarse. Ahora bien, como internacionalistas tenemos bien claro a su vez que si se olvida la dialéctica entre lo que nos une y lo que nos distingue, si se rompe el equilibrio entre el interés por el otro y el respeto que se merece, se corre un grave peligro de caer en una actitud soberbia, condescendiente y paternalista tan éticamente deleznable como políticamente contraproducente. Con lo dicho no pretendemos cercenar el debate que pueda generar la lucha de otro pueblo en el seno del nuestro ni alentar un seguidismo complaciente y acrítico, sino hacerlo cumpliendo las pautas básicas de humildad revolucionaria que implican saber trasladar nuestras dudas e inquietudes en las formas y los marcos apropiados.
Pero quizás en algunos casos el problema no sea tanto de formas como de fondo. Quizás el problema no sea tanto de que se le haya dirigido a la CUP críticas que no son de recibo desde una óptica de solidaridad internacionalista, sino que a fin y al cabo, ante la agudización de las contradicciones en el proceso catalán, ciertos sectores progresistas y abertzales de Euskal Herria se hayan decantado por otra apuesta en la cual Junts pel Sí juega un papel determinante . Una apuesta tan legítima como la otra pero que, al menos desde Askapena, no compartimos. En efecto, la solidaridad internacionalista que practicamos y que preconizamos es una solidaridad política de clase, que busca crear lazos de lucha entre pueblos trabajadores y que, por lo tanto, apoya a las expresiones organizativas de las que los sectores populares se han dotado. En este sentido, tanto por los objetivos estratégicos perseguidos como por la estrategia de construcción del poder popular desarrollada, las organizaciones de la Esquerra Independentista han sido y siguen siendo nuestras referentes indiscutibles y aliadas estratégicas. Es decir, estamos políticamente convencidas de que los trabajadores y trabajadoras que militan en la CUP son las personas más indicadas a la hora de decidir cómo enfrentar y superar las contradicciones tanto tácticas como estratégicas de su proceso de liberación nacional y social.
En todo caso, sean cual sean las causas de este fenómeno de catalanitis aguda descontrolada, lo que es evidente es que, como ante un espejo, acabamos retratados crudamente en nuestras posiciones ideológicas y, sobre todo, enfrentados a nuestras propias limitaciones y contradicciones políticas.
Hablamos de limitaciones ya que, mas allá de los despropósitos señalados al inicio de este artículo, carecemos de una línea de intervención de solidaridad internacionalista eficaz y a la altura del momento histórico que atraviesan nuestras compañeras catalanas. En efecto, más allá de las necesarias declaraciones generalistas de solidaridad con el proceso de liberación nacional y social no logramos generar a corto plazo y como pueblo un genuino apoyo solidario que acompañe al pueblo trabajador catalán ante semejante desafío político. Una limitación cuyo componente fundamental no es otro que el de ser incapaces de profundizar en nuestro propio proceso de liberación y abrir desde la unilateralidad otro frente de ruptura con el Estado español.
Hablamos de contradicciones ya que esta limitación expresa, en última instancia, profundas indefiniciones tácticas y estratégicas que nos atraviesan y que urge afrontar. Contradicciones acerca de qué entendemos por «estrategia como pueblo» y, concretamente, acerca de la definición de los sujetos sociales dotados del interés y del poder necesarios para implicarse y llevar a buen puerto una apuesta rupturista desde la unilateralidad. En este sentido, conscientes de nuestras limitaciones y contradicciones, acaso lo más productivo que podamos hacer desde una óptica internacionalista sea reflexionar sobre la respuesta que la práctica política de la CUP aporta a esta problemática. Respuesta que, a buen seguro, se podría sintetizar de la siguiente manera: al igual que con el imperialismo, en la burguesía no se puede confiar, ¡pero ni tantito así! Y ¡cuidado! No se trata de recordarnos lo evidente, que no se puede contar con los amos del capital para la construcción estratégica de un Estado socialista y feminista, sino de alertarnos de su falta de interés para la mera consecución táctica y unilateral de un Estado formal.
A modo de conclusión y de merecido homenaje a Catalunya, nos queda dejar la palabra a quien le corresponde. Unas palabras extraídas de una lectura de Endavant en la que se exponía argumentos a favor de la posición que resultó ser, tras el conocido desenlace, tan valiente como realizable. Unas palabras que, hoy en día, siguen definiendo desde un inapelable pragmatismo revolucionario las verdaderas coordenadas del debate. Esperemos que, al menos, logren estimular nuestra reflexión:
«El debate no es entre independencia o socialismo. El debate no es elegir entre la libertad nacional o la revolución social. Nuestra propuesta no es detener y hacer esperar una supuestamente inminente independencia hasta que llegue una supuestamente lejana revolución social […] El debate real dentro de nuestro movimiento gira alrededor de cómo posibilitar a corto plazo la ruptura con la proclamación de una República en Cataluña. He aquí la pregunta clave: ¿Investir a Artur Mas y continuar dando en exclusiva el mando político de la autonomía y del proceso a CDC nos acerca a la independencia de una parte de la nación o nos aleja?».
Guillermo Paniagua, militante de Askapena
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