Definitivamente, no hay que gozar de privilegiada vista para percatarse de que la política de Barack Obama hacia Cuba ha utilizado las dotes de artista de la cuerda floja, intentando lograr lo que otros -una miríada de mantarios desde hace más de un siglo- no han podido: arrancar la libertad a la Isla. Casi al […]
Definitivamente, no hay que gozar de privilegiada vista para percatarse de que la política de Barack Obama hacia Cuba ha utilizado las dotes de artista de la cuerda floja, intentando lograr lo que otros -una miríada de mantarios desde hace más de un siglo- no han podido: arrancar la libertad a la Isla.
Casi al unísono de proclamada a tambor batiente la nueva directiva presidencial, en la misma página digital del Departamento de Estado se dio a conocer la convocatoria a un nuevo proyecto injerencista contra la mayor de las Antillas. El Buró para la Democracia, los Derechos Humanos y Laborales, dependiente de la Casa Blanca, abrió una licitación para interesados en obtener fondos dedicados a programas que promuevan «cambios democráticos» en materia de derechos civiles, políticos y laborales en la Isla, como si estos no constituyeran realidades de la Revolución.
Y esto no representa mera retórica. Quizás, aun cuando muchos no lo declaren, en el subconsciente del mundo entero -de ahí, las masivas votaciones en la ONU contra el bloqueo, tanto que incluso hasta ellos se vieron obligados a abstenerse en la postrera – se ha enraizado la imagen rebelde y justa de un pequeño país que tiene en peligro su propio derecho a la existencia, a causa de la constante arremetida, ora con el garrote, ora con la zanahoria, del Goliat que durante los últimos tiempos se las ha dado de buen samaritano, con un doble rasero que pasa del lenguaje.
Porque, volviendo a los hechos, desde el mismísimo 2009, cuando Obama se convirtió en el cuadragésimo cuarto primer magistrado de la Unión, continuaba aplicando las sanciones económicas, mientras hacía pública su voluntad de «buscar un nuevo comienzo con Cuba» y anunciaba el levantamiento de las restricciones de viajes y remesas de los cubanos residentes en los Estados Unidos.
Dentro de una lista al efecto, pudiera enumerarse que en 2010 se autorizaron los viajes de intercambio cultural y académico, pero fueron ratificados los castigos fuera de estos parámetros, aludiendo a un supuesto interés nacional. Y en 2011, si bien se aprobaba el envío de remesas a nacionales sin vínculo familiar y el permiso de viajes con objetivos religiosos, educacionales, culturales y para intercambios «pueblo a pueblo», la Usaid proclamó tres nuevos programas subversivos contra Cuba, por un total de 21 millones de dólares.
En 2012, se sabía que en el primer mandato de Obama la cuantía de multas doblaba las impuestas en los dos períodos presidenciales de George W. Bush. Y en 2013, numerosas empresas y bancos recibían ese «regalo» de una administración que provocó que en 2014 La Habana denunciara el célebre ZunZuneo, una manera «digitalmente ideológica» de que caer en manos (¿garras?) del Tío Sam.
En 2015 fueron emitidas nuevas regulaciones del Departamento del Comercio y del Tesoro para facilitar los viajes, remesas, finanzas, telecomunicaciones, comercio y transporte, y Obama aseveró que el Congreso debería iniciar el trabajo de poner el punto terminal al «embargo», hecho que merecería un aplauso si no contara que no ha cumplido -y a todas luces ya no podrá cumplir- con posibles prerrogativas como, por ejemplo, dar la anuencia a las exportaciones de productos para ramas de la economía insular, y de los nuestros hacia los EE.UU. Además de la venta allí de insumos y equipos médicos que puedan utilizarse en la producción de elementos biotecnológicos del país caribeño, y abrirnos las compuertas de las materias primas en ese sector, ampliar los contactos financieros, inversionistas, petroleros…
Todo esto frente a un mundo que, lejos de aislar a Cuba, la ha acogido al extremo de que en la 5ª Cumbre de las Américas, realizada en 2009, en Puerto España, Trinidad y Tobago, latinoamericanos y caribeños se pronunciaron contra la exclusión en estos encuentros de la aguerrida tierra antillana, la cual asistió al séptimo, en Panamá, por gregaria presión. ¿Aislada la patria de Martí, que mantiene relaciones diplomáticas con prácticamente todos los miembros de las Naciones Unidas, muchos de ellos agradecidos a médicos y colaboradores convertidos en embajadores de la solidaridad? ¿Acaso hace falta integrar este Estado a los sistemas internacionales y regionales, como propone el Departamento de Estado?
Vamos, la realidad enseña que, a falta de la fuerza, la flexibilidad del junco para coartar la libertad. Típico, el pensamiento imperial. Como típicamente cubana, la vista aguda con que ha distinguido la saga del garrote y la zanahoria. Y la renuencia a entregarse siguiendo las señas del norte.
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