Las mujeres palestinas fueron desde el comienzo un problema para Israel. Primero y principalmente porque desde su misma constitución, este Estado se erigió como el fecundador de una tierra ajena, como un violador orgulloso que intentó despojar de su honor y su identidad a la población nativa a través de ese acto tan propio de […]
Las mujeres palestinas fueron desde el comienzo un problema para Israel. Primero y principalmente porque desde su misma constitución, este Estado se erigió como el fecundador de una tierra ajena, como un violador orgulloso que intentó despojar de su honor y su identidad a la población nativa a través de ese acto tan propio de los estados homonacionales modernos en un espacio colonial racializado.
La continuidad y la inmanencia de este relato la encontramos en estos días de la pluma del periodista israelí Ben Caspit, quien manifestó en relación a la reciente detención de AhedTamimi, la adolescente palestina de 16 años que abofeteó a un soldado israelí por irrumpir en su casa: «En el caso de las chicas, deberíamos hacerles pagar en la oscuridad, sin testigos ni cámaras». Esta apología del rito de la violación como la expresión intrínseca de la dominación colonial lleva inscripto un mensaje de odio racista a todo un pueblo.