Traducido para Rebelión por Francisco Fernández Caparrós y Rosa Carazo.
El miércoles 7 de noviembre el ejército sirio tomó el control de toda la vieja ciudad de Alepo, situada a los pies de su célebre ciudadela cuyos habitantes resistieron o fueron derrotados durante los pasados siglos. La caída de Alepo marca un giro en la guerra de Siria porque nadie puede negar el importante avance del régimen. El mismo régimen que ha visto la derrota de sus adversarios que han controlado la capital económica y segunda ciudad del país, partida en dos desde 2012. Si bien es verdad que no sabemos lo que ocurrirá mañana, lo cierto es que podemos hacer la triste constatación de que se trata de una victoria de la realpolitik: una victoria de los bombardeos sobre el Derecho humanitario a la vez que una derrota de las diplomacias occidentales. Será también la victoria de Rusia que se impone sin escrúpulos como una firme aliada del régimen sirio, un actor primordial en el Próximo Oriente y el Mediterráneo, desafiando a las potencias occidentales.
La esperanza de un levantamiento pacífico contra la dictadura, parecido al que sacudió a otros países del mundo árabe desde el invierno de 2010, se ha roto frente a la extrema brutalidad del régimen, las múltiples injerencias de las potencias regionales, desde Qatar hasta Irán pasando por Arabia Saudí y a la inanidad de la «comunidad internacional».
La ofensiva de Damasco y Moscú contra Alepo, que comenzó el 15 de noviembre, ha durado menos de un mes. Los incesantes bombardeos aéreos llevados a cabo principalmente por los rusos y la lluvia de fuego diaria han sido la razón de la determinación de los rebeldes de todas las tendencias, inferiores en número y equipamiento. Divididos y debilitados, el 7 de diciembre propusieron un alto el fuego inmediato de cinco días en Alepo y la evacuación de los civiles, negándose a entregar las armas -lo que habría significado una capitulación-. El mismo día, seis capitales occidentales, incluidas Washington, París y Londres, hicieron un llamamiento a la tregua ante la catástrofe humanitaria. Como cabía esperar, Damasco respondió con un no rotundo mientras que los movimientos que siempre ha denunciado como «organizaciones terroristas» no hubieran evacuado la zona. El anuncio hecho por Rusia el 8 de diciembre sobre un alto el fuego unilateral no ha sido más que una cortina de humo.
En el plano humano, el balance de Alepo es aterrador debido a la escasez, la hambruna, el sufrimiento, la penuria cotidiana, la muerte de civiles, la destrucción de hospitales, centros médicos y escuelas que son una realidad desde hace ya cuatro años. Al menos 80 000 personas han abandonado el este de Alepo desde el comienzo de la ofensiva. Se desconoce el paradero de los jóvenes que han huído y que han sido interceptados en las barreras de control del ejército. Las organizaciones humanitarias internacionales no están presentes. Desde que comenzó la ofensiva varios cientos de personas han sido asesinadas en el este de Alepo. La mayoría eran civiles, de los cuales había muchos niños así como un gran número de médicos y de personal sanitario. Sin ánimo de hacer comparaciones macabras, cabe recordar que el territorio controlado por el régimen tampoco se ha librado de los ataques cotidianos de grupos rebeldes, causando un centenar de muertos.
La triste ironía es que Alepo, con sus casi tres millones de habitantes -y una importante actividad comercial e industrial-, fue la última gran ciudad siria que se sublevó, un año después del inicio de los primeros disturbios en la primavera de 2011. Después, Alepo se sumó al estallido de la revolución que había comenzado pacíficamente en el sur de Damasco, en la ciudad de Deraa. Temiendo por su supervivencia, el régimen denunció de inmediato un complot procedente del extranjero, fomentado tanto por las monarquías suníes del Golfo como por Turquía, que reprimió con dureza. De esta manera las reivindicaciones ciudadanas que hicieron salir a los sirios a la calle se transformaron en revueltas, después en levantamientos, hasta terminar convirtiéndose en un caos en el que los grupos rebeldes se disputan el poder o se matan unos a otros mientras las potencias regionales alimentan el conflicto y la población queda atrapada en la guerra.
En este contexto de guerra absoluta, el régimen ha sido acusado de crimen contra la humanidad, un «honor» que comparte con la organización del Estado Islámico (OEI) cuyos combatientes fueron expulsados del este de Alepo por los rebeldes, a diferencia del Frente Al-Nusra (que ha cambiado de nombre por Fatah Al-Sham tras haber roto sus vínculos con Al-Qaeda).
En el plano político, Damasco no ha tardado en reaccionar ante su victoria en Alepo. Bachar Al-Assad se ha apresurado a declarar que se trata de una «etapa importante hacia el final de la guerra» y añadía «pero seamos realistas, ello no significa el final de la guerra». La caída de Alepo «sería una inmensa derrota para la oposición siria -militar y política-, pero no creo que ponga fin a la guerra civil» indicó por su parte Robert Ford, el último embajador de Estados Unidos en Damasco, en una declaración a Syria Direct el 6 de diciembre. Y por más que Occidente intente dar lecciones no ha hecho más que demostrar la amplitud de su impotencia, sus divisiones y los límites de su diplomacia, sin haber comprendido que la dimensión humanitaria no puede sustituir a la política. Los gobiernos occidentales no pueden eximirse de su responsabilidad en este conflicto. Y en particular Francia que durante mucho tiempo ha negado que Irán tuviera una papel en las negociaciones de paz.
Aunque es demasiado pronto para saber qué consecuencias tendrá para Siria la caída de Alepo, el presidente sirio espera haber ganado un nuevo aliado objetivo con la elección de Donald Trump para la presidencia de Estados Unidos. Un hombre que ve en Bachar Al-Assad o en el presidente egipcio Abdel Fattah Al-Sissi compañeros en la «guerra mundial contra el terrorismo».
Texto original: http://orientxxi.info/magazine/requiem-pour-la-syrie,1621