Los misiles Tomahawk estadounidenses -que el señor Donald Trump dice que fueron lanzados en respuesta al bombardeo aéreo con armas químicas por parte de Bashar al-Asad a la localidad de Jan Sheijún-, no han descubierto nada nuevo, a pesar de su carácter teatral. Simplemente certifican lo anterior, aunque ya estuvieran claras las posturas internacionales y […]
Los misiles Tomahawk estadounidenses -que el señor Donald Trump dice que fueron lanzados en respuesta al bombardeo aéreo con armas químicas por parte de Bashar al-Asad a la localidad de Jan Sheijún-, no han descubierto nada nuevo, a pesar de su carácter teatral. Simplemente certifican lo anterior, aunque ya estuvieran claras las posturas internacionales y regionales en relación a la desgracia siria.
En primer lugar, han demostrado que los EEUU, ya sea con su actual voluntad trumpista o en el tiempo de Barack Obama, no están interesados en el destino del pueblo sirio, y que no forjarán alianzas más que con una única parte en la zona, que es Israel. Quienes aseguran que son aliados de EEUU, no son más que lacayos serviles que no llegan ni al nivel de colaboradores.
En segundo lugar, han demostrado que el régimen de la dictadura en Siria, seguirá adelante con su salvaje objetivo, apoyándose en sus aliados ruso e iraní. El objetivo del régimen es destruir Siria sobre las cabezas de su pueblo, porque no puede ver en los sirios y las sirias más que esclavos de la dinastía gobernante y su mafia militar, securitaria y económica. Esperar el auxilio de EEUU fue una ilusión criminal, y celebrar los misiles estadounidenses en el aeropuerto de Shayrat en Homs, no supuso más que la celebración por parte de los incapaces de su incapacidad. El ataque de Trump no ha sido más que un suceso mediático, pues este presidente, que solo domina el arte de poner maquillaje en su rostro y ponerse, como un mal actor de televisión, delante de las cámaras para dar al mundo lecciones de amor por la infancia, no hará nada para proteger a los civiles sirios que mueren asfixiados y bajo los escombros.
El objetivo que se puso George W. Bush y que había llevado a la práctica antes la administración Clinton, durante el largo y salvaje bloqueo a Iraq, es devolver la zona a la Edad de Piedra. Ese sigue siendo el objetivo real de EEUU. Trump ha añadido un toque teatral a ese objetivo, por medio de un ataque limitado e inocuo. Su único objetivo es mediático. ¡El racista que odia a los extranjeros y desprecia a los árabes y musulmanes defiende a los niños de Jan Sheijún! No es más que una obra de teatro televisada. Nada cambiará en la ecuación de la salvaje lucha en y por Siria. A EEUU y su alianza imperialista con Israel y sus secuaces árabes no les preocupa el derecho del pueblo sirio a la libertad y la vida, sino que les interesa destruir Siria y sacarla del mapa de la región.
Por su parte, el régimen de las armas químicas, que no se sacia de escenas de muerte y destrucción, sigue implacable su guerra para exiliar al pueblo sirio, humillarlo y matarlo. El objetivo del régimen no es ya gobernar Siria mediante la humillación; es decir, que la humillación ya no es un medio de gobierno, sino que se ha convertido en un objetivo en sí mismo. El despotismo, que ha tratado con el pueblo sirio como si se tratara de un pueblo de esclavos, se ha enfrentado y enfrenta al pueblo del mismo modo en que los señores enfrentan la rebelión de sus esclavos: convirtiendo la humillación en el objetivo absoluto en sí mismo, puesto que es la condición para la preservación de la esclavitud.
Por tanto, al régimen no le preocupa el futuro de las ciudades, localidades o pueblos: ¡Que se vaya toda Siria al Infierno, que todos los esclavos se conviertan en refugiados y exiliados, y que mueran a causa de las armas químicas y los barriles!
Humillar a los sirios y sirias y destruir su supervivencia como seres humanos es el objetivo que ahora es posible gracias a la entrada del juego de las luchas religiosas-bárbaras en la ecuación. Las milicias suníes y chiíes se matan entre sí y matan a la gente bajo banderas religiosas, y han cubierto con sangre y fuego el objetivo por el que los sirios salieron a las calles que hicieron historia, anunciando su lucha por la libertad y la dignidad.
En tercer lugar, ha demostrado que la Federación Rusa pretende, por medio de su alianza neocolonial con Irán, volver a la zona y extender su influencia, sin importarle el destino de los sirios y las sirias. La Rusia de Putin siente que la crisis de Occidente con el liderazgo estadounidense y la confusión racista europea y estadounidense contra los inmigrantes y refugiados le permitirán ocupar de nuevo la posición de segunda potencia, cubriendo su debilidad estructural y económica con su músculo militar. Pretende, a través de los campos de muerte siria, normalizar su situación en Ucrania, y levantar las sanciones occidentales.
Estas tres realidades, a pesar de ser claras, no acaban con la nebulosa política que rodea a la tragedia siria, pues las contradicciones internacionales y regionales son rabiosas, y nada indica que haya posibilidades de acuerdo entre los intereses contrapuestos que han hecho de Siria un cruento campo de batalla global. La dudosa e improvisadora administración Trump quiere dirigir un mensaje a los rusos de que su absoluto unilateralismo en Siria no es sin condiciones, del mismo modo que la movilización de barcos frente a la península coreana es un mensaje para China.
Sin embargo, a esos dos mensajes los envuelve la ausencia de una visión estratégica que los EEUU de Trump no han encontrado hasta ahora. En contrapartida, la oscuridad que vive el Levante árabe se hace cada vez más negra. Los árabes, como los sirios, han quedado fuera de la ecuación. Se trata de la oscuridad de dos despotismos: por un lado, un despotismo militarocrático que dio vida a los regímenes de la mafia salvaje y, por otro, un despotismo petrolero fundamentalista que ha dado lugar a la locura de Daesh. La tragedia es que hay quien nos invita a elegir entre la plaga y el cólera, y sugiere que los regímenes timurlanescos son el refugio frente a la locura de los takfiríes, y que entrar en una guerra sectaria nos librará del sectarismo de la plaga daeshí. Un plaga que se ha colado y se cuela por los agujeros del despotismo, como se ha visto en los dos bárbaros ataques contra las iglesias de Tanta y Alejandría (Egipto) el pasado Domingo de Ramos, o del colapso del despotismo, como sucede hoy en Siria. El despotismo también encuentra en Daesh y sus hermanas su espejo, su igual y su justificación. Pero esto no significa que no exista otra opción, y si dicha opción está oculta, tendremos que inventarla.
El camino hacia esa opción comienza con el reconocimiento del fin de una etapa histórica al completo, y con la construcción de un horizonte conformado por nuestra toma de conciencia de lo que implican estas desgracias, y funda una nueva visión democrática que nace en medio de las dificultades y que se va abriendo camino con lentitud entre la conciencia y la práctica.