Las bebidas azucaradas están siendo el centro de discusiones legislativas en todo el mundo debido a la epidemia de obesidad con la que se las vincula. ¿Cuál es el daño que causan a la salud? ¿Y qué podemos hacer para bajar su consumo?
La animación es bastante elocuente. Cuatro simpáticos osos miran hacia el mar mientras beben cada uno una gaseosa y suena el tema «Sugar» ( azúcar ) de Jason Mraz. Los animales siguen haciendo su vida -siempre botellas en mano- en tanto van sucediéndose los avisos publicitarios que hablan de felicidad y comienza también a tener lugar una serie de imprevistos: a uno se le rompe la ropa por el exceso de peso, otro se agarra diabetes y uno más parece tener un problema eréctil. Para peor se les caen algunos dientes hasta que el diabético termina perdiendo la pierna y solo entonces, ya en silla de ruedas, se dirige hacia la heladera, toma una botella y vuelve a pararse frente al mar, pero esta vez para verter ahí mismo todo su contenido.
San Francisco discute desde hace años la posibilidad de que los envases de bebidas azucaradas incluyan advertencias sobre los riesgos de obesidad y diabetes que puede acarrear su consumo; en tanto México gravó con un impuesto a los «refrescos» ya en 2014 y en Francia quedó recientemente prohibido el refill (relleno ilimitado) de estas bebidas en restaurantes, hoteles y servicios de catering en general. ¿Acaso están convirtiéndose las gaseosas en el próximo tabaco?
Los alimentos ultraprocesados y las bebidas industriales azucaradas representan una parte cada vez mayor de lo que las personas ingieren en América Latina. Y los resultados son muy negativos. El asesor sobre Nutrición y Actividad Física de la OPS/OMS Enrique Jacoby explicó que el problema es que estos productos no están diseñados para satisfacer las necesidades nutricionales de las personas, sino para que se conserven por mucho tiempo y sean consumidos incluso contra el deseo racional de dejar de comer o beber. En otras palabras: responden a los intereses de la industria más que a los de los consumidores. «Por eso resultan doblemente perjudiciales: son casi adictivos, lo que lleva a aumentar el sobrepeso y la obesidad, al tiempo que sustituyen los alimentos frescos, que son la base de una dieta natural rica en nutrientes», marca el especialista.
Sin embargo y por esas vueltas del mercado el consumo de gaseosas no para de crecer en estas latitudes: la Encuesta Mundial de Salud Escolar mostró que en nuestro país la mitad de los adolescentes de 13 a 15 años consume dos o más bebidas azucaradas por día, mientras que un informe difundido en 2013 por la consultora Euromonitor Internacional aseguraba que la Argentina, con 131 litros por cápita por año, es el principal consumidor de gaseosas del mundo, generando a sus fabricantes unas ganancias fabulosas y a la población un problema sanitario serio.
La era de los excesos
Son muchos los estudios que sugieren que el consumo de bebidas azucaradas incrementa el riesgo de obesidad, diabetes mellitus, síndrome metabólico, algunos tipos de cáncer y también osteoporosis. «La fructosa presente en estas bebidas es el monosacárido que está atrayendo más la atención por sus efectos perjudiciales en términos de ganancia de peso y trastornos metabólicos», explica Verónica Risso Patrón, presidenta de la Federación Argentina de Graduados en Nutrición (FAGRAN). Según la especialista los jugos tienen algo menos de azúcar que las gaseosas (3 cucharaditas por vaso contra 5,5 de las últimas), aunque siempre hay que atender a la cantidad consumida y particularmente a la presencia de fructosa en forma de jarabe de maíz de alta fructosa y/o de sacarosa, que es el que por la vía metabólica genera la no sensación de saciedad. «En síntesis -concluye- el problema central está en la cantidad de azúcar que tienen estos productos».
Sucede que al cuerpo le cuesta más reconocer las calorías que ingresan por la bebida que aquellas que vienen de los alimentos sólidos, frente a los cuales responde con las conocidas señales de saciedad. Pero como en la naturaleza prácticamente no existen bebidas que tengan tantas calorías, entonces el organismo carece de estos mecanismos para darse cuenta si las consumió en exceso. En el caso de los chicos y adolescentes se agrega otro factor importante, y es que las bebidas azucaradas están para ellos demasiado disponibles en los ambientes de encuentro, lo que suele dar lugar a una ingesta desproporcionada.
Estamos comiendo mucho, y también bebiendo mucho. Las presentaciones de los productos son cada vez más grandes, pero los consumidores no estamos preparados para ingerir todo eso que nos ponen delante. Las gaseosas que antes se consumían solo en ocasiones especiales ahora se beben todos los días y casi a cualquier hora. ¿Quién se encarga entonces de poner el límite?
Los especialistas repiten que a la par de combatir el consumo de gaseosas hace falta promover que se beba más agua. Risso Patrón es clara al respecto: «Agua y más agua -dice-. Podría pensarse en bebidas caseras sin agregado de azúcar como limonada, mate endulzado con cáscara de frutas, tés endulzados con especias. Pero no hay mejor costumbre que incorporar el agua». De acuerdo a la nutricionista el consumo de gaseosas puede, llegado el caso, ser algo excepcional, pero no hay algo así como una recomendación mínima y máxima para su consumo. «Depende de los otros alimentos que se ingieran en el día, del momento, las características de esa persona. Lo que sí existen son consumos máximos diarios de azúcares libres, que en adultos es de 50 gramos: el equivalente a 12 cucharaditas en total. Y si dijimos que un vaso de gaseosa provee 5 cucharaditas y media podemos sacar rápidamente las cuentas», advierte.
¿Qué podemos hacer?
Para los consumidores se trata de atender a la ingesta de líquidos, transformar el agua en una bebida más disponible, dejar las bebidas azucaradas para un consumo ocasional y también limitar la exposición de los niños a la publicidad de la industria de alimentos.
Pero la epidemia de obesidad no es solo una responsabilidad individual sino también una cuestión de salud pública y un problema social. Por eso existe una serie de tareas que competen a los gobiernos, a la comunidad científica y a las organizaciones de la sociedad civil, como implementar políticas para promover la elección de alimentos saludables, crear campañas de educación, aprobar nuevas normativas sobre precios, brindar incentivos a la agricultura familiar, incluir alimentos frescos en los programas de almuerzo escolar y promover las habilidades en la preparación de alimentos, además de establecer límites estrictos a la comercialización de comida y bebida chatarra para los más chicos, todas recomendaciones de la OMC.
Desde FAGRAN apuntan también a que se prohíba la publicidad de alimentos no saludables y el expendio de bebidas azucaradas en las escuelas (asegurando el acceso al agua segura en todas ellas), así como la sanción de leyes que graven con impuestos a las gaseosas y otras bebidas azucaradas.
Una de estas bebidas cada tanto puede ser refrescante y sabrosa, pero si se vuelve un hábito se convierte en un problema. Sin la necesidad de volverse radical, todavía queda la opción de informarse, reflexionar y saber que la felicidad podrá encontrarse en los más recónditos lugares, pero nunca al destapar una gaseosa.
Fuente: http://www.ecoportal.net/Temas-Especiales/Salud/Gaseosas-azucaradas-lo-que-hay-que-saber