¿Qué secretario general de PSOE retorna? ¿El del acuerdo con Ciudadanos? ¿El que se abre a un acuerdo con Unidos Podemos? ¿El que hará de la hegemonía del PSOE el objetivo central?
¿Qué Pedro Sánchez vuelve? Esta es la pregunta. Sabemos algunas cosas. Primero, que Pedro Sánchez, en su etapa de secretario general, defendió una estrategia, diremos que coherente: el enemigo es (Unidos) Podemos y para vencerle hace falta polarizarse con la derecha, achicar espacios y reducir electoralmente a la formación morada para alcanzar a ser de nuevo el partido ordenador del régimen. Segundo, con audacia, se enfrentó con los barones y la baronesa y se la jugó a una carta: votar en contra del gobierno de Mariano Rajoy; no es no y punto. Lo que vino después es muy conocido: una amplia alianza entre los poderes fácticos y mediáticos con una parte sustancial de la dirección del Partido Socialista, la que obligó a Pedro Sánchez a dimitir. Aquí hay que detenerse un momento. El secretario general electo del PSOE siempre negoció con los poderes fácticos y no logró convencerlos cuando, de nuevo, el PP ganó y se dispuso a gobernar el país; por así decirlo, miraba de un lado, a una sociedad española en crisis y que cambiaba rápidamente y, de otro, pretendía convencer a los que mandan y no se presentan a las elecciones, de que para perpetuar el régimen y disminuir el peso electoral y político de Unidos Podemos (es la misma cosa) era necesario un Partido Socialista nítidamente alineado en una oposición dura al Partido Popular.
Sánchez, es el tercer elemento que conviene resaltar, demostró más coraje de lo que se le suponía y un conocimiento cabal de la crisis que vive el PSOE. Salió a la batalla política con mucha fuerza, denunciando la conspiración interna (el programa con Évole fue decisivo) y proponiendo un nuevo PSOE autónomo y de izquierdas. La palabra clave es autonomía. ¿De quién? De los poderes fácticos, especialmente de PRISA y su grupo, de Felipe González y de los grandes grupos de poder económico que, de una u otra forma, tienen enormes conexiones con los gobiernos socialistas de algunas autonomías y, sobre todo, de Andalucía. Autonomía quiere decir, en sentido estricto, capacidad del PSOE para dirigirse a sí mismo, para establecer las alianzas que considere y defender las políticas públicas que se estimen convenientes en el país. Había un tercer mensaje del que se habla poco pero que fue creciendo durante toda la campaña: el PSOE es la «izquierda» y la «única» alternativa a la derecha. Un hilo discursivo a no olvidar.
Su batalla ha sido muy dura y todos los grandes medios de comunicación, El País al frente, apostaron por Susana Díaz y combatieron a Pedro Sánchez con formas muy parecidas a las que emplearon con Pablo Iglesias y con Unidos Podemos. Los grandes medios de comunicación, férreamente alineados tras el gobierno de Rajoy, defienden un «discurso disciplinante», es decir, se arrogan el poder de definición y, desde ahí, delimitan duramente los espacios de lo posible y lo imposible, de lo aceptable y de lo inaceptable, de lo legítimo y de lo ilegítimo. Como suele ocurrir cada vez que se le da la voz a la ciudadanía o a los militantes del Partido Socialista, estos acaban votando contra la dirección de derechas y apostando por un programa más auténtico, más autónomo, más de izquierdas.
El debate en el PSOE ha tenido un componente fuertemente identitario, con una frontal oposición a la derecha aprovechando el desconcierto de una base electoral y militante que había percibido cómo el Partido había sido intervenido por los grandes poderes y su legítimo secretario general obligado a dimitir. Parecería que el equipo de Sánchez busca una socialdemocracia clásica sin entrar a fondo en el análisis de los procesos de globalización en curso, las políticas realizadas por la Unión Europea -defendida entusiásticamente por toda la socialdemocracia- y, sobre todo, sus consecuencias en la estructura social, en las clases populares y, específicamente, en una juventud a la que se le ha bloqueado el futuro. De ahí que, cuando se pasa del análisis a las propuestas, el discurso de oposición se quiebra y aparecen todas las contradicciones del anterior Pedro Sánchez.
La pregunta por la que comenzamos sigue abierta. ¿Qué secretario general de PSOE retorna? ¿El del acuerdo con Ciudadanos? ¿El que se abre a un acuerdo con Unidos Podemos? ¿El que hará de la hegemonía del PSOE el objetivo central? Sánchez tiene una consistente legitimidad interna y, conociendo lo que conocemos del PSOE, pronto se configurará una dirección mayoritaria en torno a él. Se puede decir que una parte significativa del PSOE se ha (re) politizado convirtiéndose en algo más que espectadores pasivos controlados por potentes direcciones regionales y sin posibilidades reales de decisión. Paradójicamente, la primera «moción de censura» la ha perdido el equipo dirigente de un PSOE, justo es señalarlo, que en estos meses no ha realizado una oposición real y que ha tenido una escasa autonomía frente a la coalición PP-Ciudadanos.
Si vemos la foto del Pedro Sánchez ganador, observamos algunas viejas glorias (pocas), gentes menos conocidas y muchos cuadros intermedios. Esto dice mucho de las dificultades que el nuevo dirigente del PSOE debe vencer. Hay otra mitad del Partido que está o frente a él o que espera poco de él. Los barones regionales siguen teniendo un enorme poder y la todopoderosa virreina del Sur se apresta a crear un muro en Despeñaperros. No perdonará ni olvidará y con ella toda la vieja guardia que son hoy, más que nunca, fuerzas vivas de un régimen en decadencia. Operaciones tipo Ciudadanos no parecen posibles a medio plazo y se abren las posibilidades de una -no demasiado lejana- convocatoria electoral, precedida o no, de una moción de censura del propio Pedro Sánchez.
Rajoy va a continuar, acorralado por los escándalos, defendiendo hasta el final el proceso de restauración en marcha. No olvidemos que ésta tiene cuatro objetivos decisivos: primero, perpetuar la monarquía y sus instituciones básicas; segundo, alinearse con unos EEUU en proceso de transformación y, sobre todo, con su estrategia geopolítica y militar; tercero, consolidar el cambio de modelo social imperante en nuestro país, es decir, aceptar el papel de España en la nueva división del trabajo que está organizando la UE bajo la hegemonía del Estado alemán; cuarto, intentar resolver, sin grandes costes, la llamada «cuestión catalana» en un momento en el que el PP pacta de nuevo con el PNV y busca relacionarse con los antiguos partidarios de Convergencia y Unió.
No sorprenderá demasiado que sobre estos grandes temas, la posición del PSOE sea débil o cuando no abiertamente coincidente con el PP y con Ciudadanos. De estos temas cruciales solo en uno parece que el PSOE pueda definir espacios de convergencia y unidad con las demás fuerzas políticas democráticas y de izquierdas. Me refiero a la cuestión social, en concreto, a la denuncia del nuevo modelo sociedad que progresivamente se va imponiendo en nuestro país. Oponerse a la desigualdad, a la precariedad del trabajo, a la pobreza y a la exclusión no es demasiado difícil. Cambiar el patrón productivo y de poder; confrontar con los Tratados y directivas que vienen de la UE; defender un modelo de relaciones laborales basado en el pleno empleo, derechos sociales y laborales de las clases trabajadoras; proponer un nuevo sistema fiscal progresivo que grave a las grandes rentas y fortunas; en fin, tomarse en serio la necesidad patriótica de (re) industrializar España, es ya otra cosa, requiere, sobre todo, una definición política fuerte, un proyecto de país claro en favor de las grandes mayorías sociales. En el centro, la ruptura generacional, la cuestión de las y los jóvenes, entendida como síntesis y definición de un nuevo bloque democrático y plebeyo.
Lo que viene, a mi juicio, es una dura y compleja lucha por la hegemonía en las izquierdas. Este será el núcleo duro de la nueva mayoría en gestación, de la unidad en el nuevo equipo dirigente: con Pedro Sánchez se puede ganar a la derecha y neutralizar a Unidos Podemos; seguramente ya no será como en el pasado, pero se debe garantizar un PSOE hegemónico y una formación morada minoritaria, predispuesta a apoyos externos y con limitadas capacidades alternativas, un Unidos Podemos que devenga en una IU algo más grande. No mucho más. Es la nostalgia del «viejo orden», de la estabilidad del bipartidismo perdido. ¿Recordamos todavía su fundamento?: modo de organización del poder para que ganen siempre los que mandan y no se presenta a las elecciones; la clave es un PSOE claramente mayoritario de tal forma que no tenga que pactar las políticas con su izquierda, es decir, que lo haga con su derecha, con la real, la fáctica, la trama. La partida está en su enésimo comienzo y subestimar al país real, el de carne y hueso, es la vieja política, la de Felipe González, la de Susana Díaz, la de Cebrián. Sería bueno no intentar repetir el pasado.
Fuente: http://www.cuartopoder.es/ideas/2017/05/29/pedro-sanchez-el-retorno/
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