El escritor Fermín Ezkieta Yaben lleva años investigando «la gran evasión», la huida de uno de los penales más duros de la dictadura franquista el 22 de mayo de 1938. Se ha documentado la fuga de 795 presos del Fuerte Ezkaba, se ha documentado el fusilamiento de 206 de aquellos hombres y, en los últimos […]
El escritor Fermín Ezkieta Yaben lleva años investigando «la gran evasión», la huida de uno de los penales más duros de la dictadura franquista el 22 de mayo de 1938. Se ha documentado la fuga de 795 presos del Fuerte Ezkaba, se ha documentado el fusilamiento de 206 de aquellos hombres y, en los últimos años, se ha documentado la localización de 32 de aquellos asesinados y se ha procedido a la exhumación de sus restos para entregarlos a sus familiares. Fermín Ezkieta vuelve una y otra vez a los datos contrastados de la historia que conoce, la de los presos fugados del Fuerte Ezkaba, para responder a casi todas las cuestiones que se le plantean sobre la recuperación de la memoria histórica.
Y señala que, cuando recorre los pueblos, llama a las puertas y pregunta sobre si conocieron a tal o cual persona, preso fugado del fuerte, la actitud de los vecinos de los valles ha ido cambiando con el tiempo. Hablar de la represión franquista, de los crímenes cometidos, de los fusilamientos o de los enterramientos en fosas comunes, está dejando de ser un tabú. «Hay una demanda social para iluminar toda aquella oscuridad», mantiene Ezkieta.
La edición de su primer libro sobre los fugados del fuerte coincidió, en 2013, con la aprobación en Navarra de la ley de Memoria Histórica. Ahora, la reedición del libro vuelve a coincidir con la decisión de que el Fuerte Ezkaba sea destacado como lugar de recuperación de dicha memoria. ¿Por qué ha revisado su primer texto?
La primera edición se agotó en 2013, pero lo fundamental es que el relato cambia sustancialmente en el antes, en el durante y en el después de la gran evasión. Me gusta señalar que si tú preguntas en cualquier lugar de España sobre una evasión carcelaria, la respuesta viene seguramente vinculada a la película de Steve Mcqueen, en la que 76 aviadores británicos se escapan de un campo de concentración en Polonia. Casi todos ellos fueron atrapados después, Hitler ordenó matar a 50 de ellos, y solamente tres llegaron a Gran Bretaña.
Pero, seis años antes, en el Fuerte de Ezkaba, que está a la vuelta de la esquina, que está a la puerta de nuestra casa, escaparon 795 presos, mataron en el monte a 206 y a otros 14 los fusilaron en la Ciudadela de Pamplona dos meses después. 220 fusilados. Incluso habría que recordar que, entre los que fueron capturados entre el año 38 y 43, murieron otros 46 más entre los muros del Fuerte. Y esto ha sido una realidad bastante desconocida, no en aquellos años, porque el New York Times publicó tres reseñas, The Guardian, el Times… dieron repercusión al hecho. Pero después quedó en el olvido.
¿Qué novedades aporta esta segunda edición?
Primero, logro documentar que hubo dos fugas en el año 36. El 16 de febrero del 36, gana el Frente Popular, su lema de campaña fue amnistía total para miles de presos de la revolución del 34. Salen por miles a la calle, comunistas, republicanos, socialistas, pero no sacan a aquellos que son anarquistas, y particularmente, aquellos vinculados con robos y otros delitos comunes que llevaban a cabo para nutrir su organización. Estos presos provocan revueltas, tumultos y plantes en todos los penales del Estado y el Gobierno de Valladares, presidente en aquel momento, en un golpe de autoridad, los envía al Fuerte de Ezkaba.
Hasta ahora se pensaba que este fuerte se había vaciado, y es cierto, en febrero del 36, con el triunfo del Frente Popular, y que se había empezado otra vez a llenar a partir del golpe militar del 18 de julio. Pero no así, literalmente. En el mes de junio, traen a 110 presos que se consideran comunes, pero entre los que yo he localizado, y es difícil, a 43 que pertenecían a CNT. Y este colectivo es el que intenta hacer dos fugas, una a finales de julio del 36. Existe el sumario 775/36 que habla de todo esto. Tras el intento fallido de julio, en octubre hay otro intento de este colectivo anarquista. Es también fallido, los envían a celdas de castigo dentro del Fuerte, pero el 1 y el 17 de noviembre, sacan a 25 al patio y los fusilan, entre comillas, por intentar fugarse.
Es decir, realmente lo que pretendieron fue dar un escarmiento. Este colectivo anarquista se encuentra con que el Gobierno en febrero no los saca de la cárcel, las nuevas autoridades golpistas los masacran, y los supervivientes se sumarán más tarde a los que protagonizan la gran fuga del año 38.
Dice también que el relato cambia «en el durante» la fuga.
Sí, porque yo documento que son cerca de medio centenar, y no 27, los que audazmente toman el fuerte al atardecer del 22 de mayo del 38. Pero cambia más sustancialmente todavía en el después. Porque seguimos preguntándonos cuál es el paradero de los 206 fusilados, y desde 2013 hasta aquí he realizado un trabajo de campo con el que logro aportar un cuadro en el que digo: aquí están. En algunos casos es de manera aproximada, pero hay otros casos en los que se ha documentado su paradero. Por ejemplo, una fosa común en la que se han exhumado 32 fugados.
Lo que digo en el libro es que me parece sorprendente que durante todos estos años no se haya atendido el derecho de los familiares de fusilados a conocer el paradero de sus allegados, sino que además hay un inmenso cementerio, mudo, sin puertas, entre el Fuerte y la línea de frontera con Francia, a 50 kilómetros, en el que están los cuerpos de los desaparecidos. Un cementerio sin flores, sin lápidas, sin atenciones, porque los familiares de estos ejecutados nunca fueron notificados de su muerte. Se enteraron con posterioridad, a lo largo de los años, porque salían otros presos, etc.
¿Cree que vuelve a publicar su libro en un clima social diferente al de 2013?
Creo que hay un esfuerzo social colectivo, en el que se involucran incluso instituciones como el Gobierno de Navarra, por poner fin a esta anomalía, a estos años de silencio y oscuridad. La ley de Memoria Histórica se aprobó en 2013, pero en realidad, el papel todo lo soporta. Quiero decir que la aprobación de la ley fue un gran paso, pero luego el Ejecutivo no mostró interés nunca en poner un euro público para poner en práctica todos los apartados que recoge el articulado de la ley. Ha tenido que llegar un nuevo Ejecutivo para dotar de partida presupuestaria no sólo las exhumaciones, sino también muchos otros elementos relacionados con esa demanda social que existe de, como decía el poeta Luis Rosales, «iluminar las estancias hasta dejar la casa encendida».
¿Por qué cayó en el olvido esta gran evasión de Ezkaba?
La explicación de las primeras cuatro décadas es cristalina: una férrea dictadura empeñada en ocultar los crímenes y mantenerlos en la oscuridad. De hecho, en esos 40 años sólo hay dos notas oficiales al respecto, frente a las tres reseñas que publicó el NYT en el mismo mes de mayo del 38. Luego, el pacto de no mirar atrás que se hizo en la transición, y que sólo ha venido siendo cuestionado durante la última década, aparcó todas estas cuestiones. Y, sin embargo, ahora, en estos últimos años, sí que hay una avidez o una demanda social, por recuperar la verdad, por hacer justicia y por reparar a las víctimas.
En los últimos años… ¿Cuántos?
Quizás es cierto que tienen que pasar dos generaciones para poder normalizar, porque me he encontrado cantidad de casos de personas mayores que, siendo ellos niños, fueron testigos de algún fusilamiento o algún crimen. Y nunca, nunca, hablaron de esto. Me estoy acordando de un caso en concreto: Martín Laguardia. Este hombre tiene 87 años y, cuando tenía ocho años, vio cómo ejecutaban en Burutáin a seis fugados del Fuerte Ezcaba. Y este hombre, en 79 años, nunca lo dijo. Y cuando se hizo la exhumación de Olabe y salió en prensa, de alguna manera rompió el tabú, de alguna manera llegó a normalizar lo que había visto, y avisó de que él también había visto otra fosa. Le dije: ¿Pero usted esto no lo ha contado nunca? No, nunca. ¿Pero no se lo ha contado a su mujer? No, nunca. Eso es algo que se ha repetido en muchos casos.
Dedica un capítulo de su libro, precisamente, a los rostros de los fugados, al conocimiento de sus biografías.
Es que la gran pregunta que se empiezan a hacer muchas personas es ¿quiénes eran todos estos fusilados? En el libro, por ejemplo, se analiza el caso de Leopoldo Picó, que fue uno de los cerebros de la fuga, pero también el caso de los tres que alcanzan la frontera, que eran castellano leoneses, o de Amador Rodríguez, un zapatero gallego que estuvo escondido durante casi tres meses en un zulo de piedra que él mismo se hace casi frente al Fuerte, y se alimenta esos tres meses de hortalizas que va robando, de caracoles, de cangrejos. Estuvo allí hasta el 14 de agosto.
¿También terminó fusilado?
No. Me molesté en seguirle la pista y resultó capturado por dos cazadores cuyos perros le husmean y le descubren. Es devuelto al Fuerte y, finalmente, es llevado a Galicia donde muere mucho años más tarde. Está también el caso de Jacinto Ochoa, fugado del 38 pero también fugado en el 44, regresa con el Maquis en octubre de ese año y, finalmente, es capturado por segunda vez, y afronta 26 años de cárcel. O Mariano Herranz, que como reza el sumario «yendo con la pierna a rastras, por no poder hacer uso de las muletas», era un miliciano madrileño al que le faltaba una pierna entera, y se escapa, se escapa a rastras.
Sin embargo, para poder documentar usted estas historias que rozan la épica, ha tenido que enfrentarse al silencio cerrado de quienes fueron testigos.
Uno de los tres fugados que alcanzaron la frontera francesa, José Marinero, se fue con uno de los barcos del exilio a México. Este hombre falleció en los años sesenta, y nunca comentó a sus hijas que había sido militante de UGT, que había sido preso en el año 36, que se había escapado del Fuerte y que había conseguido llegar a México. Sus hijas se enteraron con posterioridad. Cuando publiqué el libro en 2013, su hija Pilar, vino desde Puebla, México, para conocer los lugares donde su padre había vivido toda esta experiencia.
Hubo generaciones que debido al terror que impusieron los golpistas, callaron. Callaron por pura supervivencia. Y eso es lo que explica que, después incluso de la dictadura, haya personas que no hayan sido capaces de articular una palabra sobre todo esto durante casi más años que los que duró la dictadura. Pero esto ha cambiado. Ese cambio del que he hablado que percibo en la sociedad lo he notado también en los testimonios que recojo en los pueblos. Esto siempre ha sido un tema tabú y la gente, si no te conoce, no te habla. Pero con el tiempo, debido a que esto se ha ido normalizando, esto ha cambiado y esa actitud está dando un poco la vuelta.
¿Además de ese silencio de los vecinos, ha encontrado obstáculos por parte de autoridades e instituciones para investigar?
He tenido acceso a los sumarios militares. El sistema de archivo militar está bien organizado y no ha habido ningún problema. La dificultad es conocer lo que existe en un archivo militar ad extenso, es decir, un índice con todo lo que incluye para después pedir lo que a uno le interese. Pero la cosa no funciona así, tú pides el sumario 775/36, te lo sacan. Pero si tú no sabes que existe ese sumario, no puedes acceder a la información. Además, los archivos de la Prisión Provincial de Pamplona, que son tan relevantes, con miles de fichas y expedientes de presos, tampoco hay acceso.
¿Por qué razón?
Los tienen ahora en la nueva cárcel. Cuando demuelen la antigua prisión, lo llevan a las nuevas instalaciones. En principio, y tal como se ha hecho en otras autonomías, debería haberse firmado un convenio con la autoridad autonómica para trasladar ese archivo de la prisión provincial al Archivo General de Navarra. Pero no hay manera, yo creo que las autoridades estatales y los sucesivos gobiernos de UPN en Navarra nunca estuvieron interesados en firmar este convenio. Creo que piensan que de ahí no pueden salirles más que problemas, así que no ponen ningún interés. De manera que, si yo quiero acceder al expediente del citado Mariano Herranz, tengo que rellenar una solicitud para la dirección general de Instituciones Penitenciarias, que lo remite a la cárcel de Pamplona, que fotocopia el expediente, lo envía a Madrid y, desde Madrid, me lo remiten. El colapso hace que en muchos casos, la información se pierda por el camino y es agotador.
Habrá pedido también permiso a la Iglesia para investigar en sus archivos.
Así es, por último estarían los archivos parroquiales. En algunos casos, los párrocos pretendieron frenar la ferocidad de los perseguidores. Cuento en el libro que, efectivamente, hubo párrocos que mantuvieron una actitud humanitaria, pero otros azuzaban y eran parte de los perseguidores. Pero lo fundamental es que no hubo más que un caso aislado que inscribiese, como era su obligación en su jurisdicción eclesial, los nombres de los fusilados en sus archivos parroquiales. En la mayoría de los casos, los párrocos hablaron con los capturados antes de sus fusilamientos.
Unos se confesaban y otros no, pero los párrocos estuvieron allá. Y no lo inscribieron. Y eso sí que es algo grave. Aún con todo, me gustaría tener acceso a sus archivos, pero los niegan una y otra vez aludiendo a la ley de protección de datos. Es un choteo. Emilio Majuelo, catedrático de Historia de la UPNA, y otras autoridades en la investigación, llevan años planteando estas demandas. Así que, lo que yo cuento no es más que el pálido reflejo de los problemas que tienen los profesionales de la historia para entrar en estos archivos. Y esa es una cuestión que no puede obviar el actual Gobierno de Navarra, que incluso ha creado una estructura administrativa para la Memoria Histórica.
¿Qué opina del debate abierto sobre el destino que debe darse al Monumento de los Caídos tras la exhumación de Mola y Sanjurjo?
Los edificios como el Fuerte de Ezkaba o el Monumento a los Caídos lo que hacen es conformar una identidad colectiva. Construyen significados sociales. Son banderas. Y, como tales, suscitan opiniones diferentes y es un asunto controvertido. Hay un debate ciudadano que, afortunadamente, está teniendo lugar ahora, y que, más allá del destino del edificio, lo que hace es airear la historia. Lo mismo pienso de las exhumaciones de golpistas, arrojan luz sobre la oscuridad. Personalmente, comparto la demanda de que se retiren de los espacios públicos los restos de los golpistas. En otros países, pongamos Alemania como ejemplo, sería inconcebible un monumento exhibiendo la cruz gamada. Hace 15 días, en Alemania, la ministra de Defensa decidió cambiar el nombre de un cuartel que visitó porque se llamaba como un aviador de la II Guerra Mundial.
En España, por contraposición, hace apenas un mes que la ministra conservadora de Defensa participó en Málaga en un acto de homenaje a un aviador franquista que bombardeó población civil. Son dos actitudes que contrastan frontalmente. En un caso, la mirada hacia atrás es crítica, manteniendo las distancias, pero deslegitimando los crímenes, la guerra. En el otro caso, se reivindica a quienes tomaron parte en las atrocidades. Y, en mi opinión, con la ley en la mano, el concepto de recuperación de la memoria histórica va dirigido a la deslegitimación social de la dictadura franquista. Del golpe y de las cuatro décadas de dictadura posterior.
En Navarra hay quien critica ese «afán revisionista » del pasado y proponen cerrar de una vez las heridas.
Yo voy a volver a lo que conozco, que es la fuga del Fuerte Ezkaba, para responder con lo concreto, de nuevo, a una pregunta más general. Hay seis resoluciones municipales referentes al tema de los fugados. En los seis acuerdos, por unanimidad, es decir, con el voto favorable de todos los corporativos de todos los colores políticos, se afirma por primera vez que todos aquellos hombres fueron fusilados y se cambia el relato oficial que decía «murieron en la refriega». Fueron asesinados, fueron ejecutados y, todos los grupos por unanimidad, apoyan que sus restos sean exhumados y devueltos a sus familiares en los casos en los que se conozca su identidad. Es decir, en todos estos sitios, el relato social dice que está bien revisar el pasado, remover los hechos, llamar a las cosas por su nombre y aprender de los errores. Iluminar las estancias hasta dejar la casa encendida.
Hay tres principios en la memoria histórica, verdad, justicia y reparación. Y eso se reivindica para todos los casos. Cualquier persona que se niegue a ello debe entender que, cuando por ejemplo, cuando voy a dar una charla a Galicia, me sigo encontrando con la familia de Aquilano Godoy, que se sigue preguntándose dónde está. Pero, más allá de las familias, lo que habría que preguntar a quien critica por revisionista estas acciones es: ¿Qué humanidad tiene usted, que sabiendo que hay 200 fusilados enterrados por estos valles, no le han importado nunca? En realidad, quien está dando respuesta a estas actitudes sectarias es la propia sociedad.