Hay personajes que llevan tanto tiempo recluidos fuera de la realidad que les damos por desaparecidos. Y la mayor sorpresa nos llega al enterarnos de que acaban de fallecer. ¿Y el tiempo que media entre su muerte social y la real y definitiva? ¿Cómo lo contamos? ¿Quién se hace cargo de narrar lo que fue, […]
Hay personajes que llevan tanto tiempo recluidos fuera de la realidad que les damos por desaparecidos. Y la mayor sorpresa nos llega al enterarnos de que acaban de fallecer. ¿Y el tiempo que media entre su muerte social y la real y definitiva? ¿Cómo lo contamos? ¿Quién se hace cargo de narrar lo que fue, aunque tenga el aire de una necrológica? Eso es lo que sucede con el cierre de dos semanarios emblemáticos de la transición española: Interviú y Tiempo. ¿Queda alguno más, o habrá que exprimir las neuronas de la memoria a la búsqueda de ese arca perdida que nadie quiere encontrar, y menos aún abrir?
No fue hace mucho tiempo -al menos para los de mi quinta- que Interviú conseguía arrinconar las viejas costumbres de los semanarios importantes que ya nadie recuerda y que se irían cayendo a pedazos y sin homenajes: Doblón, Posible, Repórter, Triunfo, El Siglo…¿Acaso sobrevive Cambio 16, o falleció en el estertor del último número olvidado? Murieron todos con los fríos de la transición, una época que muchos consideran hoy llena de calor y entusiasmo. Como en un poema de César Vallejo, murieron llenos de vida. O eso creían. Fueron fenómenos vinculados de tal modo a la transición que ésta les pagó y los olvidó mientras se sumían en su propio fracaso; por no ser más preciso y recurrir a sus heces.
Es verdad que varias generaciones de periodistas escribimos allí, pero lo cierto es que será recordada -ya lo es- por las fotos de Pepa Flores, Marisol, desnuda que le sacó César Lucas. Expliquémonos. Una revista de la transición en la que escribimos todos, cuando escribir en un medio de comunicación público, recién salidos de la dictadura, era todo un ejercicio de memoria frente al olvido y frente al chalaneo, y frente a la ignominia… quedará como el lugar donde exhibió su cuerpo soberbio uno de los mitos de nuestra infancia. ¿Acaso no se trata de una buena metáfora? La revista más leída u hojeada de nuestra contemporaneidad posfranquista se reduce a contemplar desnudos y a desnudar la realidad. Pero con una diferencia: los desnudos siguen, porque es un tipo de descubrimiento que no hace daño a nadie y además puede alcanzar la belleza, y sin embargo la realidad cada vez está más vestida.
Una singularidad. Así lo calificaría cualquier analista histórico: conseguir el éxito con una publicación donde cabía todo, pero cuyo rasgo distintivo no era otro que las fotos de señoras de buen ver. Se aseguraba entonces que estaban copiando modelos anglosajones, pero lo cierto es que Interviú empezó siendo una mina a cielo abierto y se fue metiendo en el pozo sin dejar de cumplir estrictamente las pautas periodísticas que marcaron su nacimiento. Damas y artículos arrogantes. La valentía podía usar calibre bajo o artillería, pero las señoras no podían faltar en aquel cocktail que tanto aportó al periodismo como negocio pero del que apenas quedó nada, como una borrachera con alcoholes indigestos.
Quizá en un fenómeno tan desdeñado como seguido, el que representaba Interviú, esté la clave del deterioro de los medios de comunicación en España. Una historia que empezó con las fotos que César Lucas -principalísimo fotógrafo de ese mismo período en El País– le hizo a una Pepa Flores, Marisol, retirada ya de una infancia burlesca. En otras palabras más rotundas: el día que los periodistas abandonamos, por las buenas o por las malas, nuestro papel de cronistas y hubimos de limitarnos a posar como la Marisol de la historia, pero viejos, feos y achacosos, ese día, esa semana, ese mes, ese año empezamos a tropezar con nuestros propios fantasmas. La Marisol de César Lucas podía durar toda la vida, nuestro trabajo no. Ella no caducaba, nosotros sí.
Esa singularidad española de nacer a la democracia con señora en colorines y tipos a la búsqueda de una oportunidad para hacer lo que veían en los consejos de administración, en los partidos, en las asociaciones de chorizos sin fronteras, fue la vía de salida para un gremio que, como buena parte de la sociedad, había perdido el rumbo y descubría delante de sus ojos una invención fastuosa: el negocio.
El cierre definitivo de Interviú y Tiempo es como la última oportunidad para acercarnos a lo que queríamos ser y a lo que llegamos. La última oportunidad para quitar las sábanas a los fantasmas y volver a repetir que somos el país con los medios de comunicación más corruptos y peor hechos de nuestro entorno. Una mezcla de fotos de Marisol y reportajes voluntariosos.